Una biblioteca feminista
Por Florencia Abbate
Jueves 02 de abril de 2020
"Lo que sigue siendo irreductible de estas voces es su deseo de cambiar el mundo": leé la introdución al libro que se interna en las "Vidas, luchas y obras desde 1789 hasta hoy", publicado por Planeta.
Por Florencia Abbate.
Los feminismos han sido, ante todo, un movimiento político, y por eso resulta llamativo que su historia haya permanecido soslayada durante tanto tiempo, como si no hubiera podido terminar de afianzarse en la memoria. Un movimiento político que concierne, por lo menos, a la mitad de la humanidad, ¿por qué no se enseña en las escuelas?, ¿por qué la mayoría de los manuales no cuentan las luchas que hubo que dar para que las mujeres pudieran ser ciudadanas, para que ya no fuera moneda común tener que someterse a un matrimonio arreglado, para ser admitidas en las universidades, para que exista un derecho laboral llamado «licencia por maternidad», para que se visualizara el injusto reparto de «las tareas domésticas» y la responsabilidad desigual de la crianza, para equiparar salarios, para cuestionar las múltiples formas de la violencia machista, para vivir por fin más libremente la sexualidad y el deseo, entre tantas otras cuestiones por las que fue y es necesario luchar? Evidentemente, no es inocente que la historia de este movimiento haya sido mantenida tanto tiempo al margen, relegada en la enseñanza y considerada solo de interés para «unas pocas».
Biblioteca feminista fue imaginado como un libro de divulgación dirigido a personas que quisieran ampliar sus conocimientos sobre historia y pensamiento feminista, algo que, afortunadamente, ya no es solo de interés para «unas pocas». Entonces, el desafío consistía en hacer un libro que se pudiera llevar en la mochila, en la cartera, en la valija, que pudiera leerse con fluidez en cualquier circunstancia de la vida cotidiana, incluso de manera intercalada, pero que no presentara un abordaje superficial. Las voces que protagonizan el libro —Olympe de Gouges, Théroigne de Méricourt, Claire Lacombe, Mary Wollstonecraft, Flora Tristán, Clara Zetkin, Alexandra Kollontai, Emma Goldman, Simone de Beauvoir, Kate Millett, Angela Davis, Audre Lorde, Adrienne Rich, Monique Wittig y Judith Butler, entre otras— forman parte de lo que podríamos llamar «una biblioteca feminista» porque participaron de un hito histórico o marcaron un hito conceptual. Pero estas mujeres no surgieron de la nada ni estaban solas. Por eso, la intención fue pensar a cada una en su contexto, reconstruir el marco histórico, narrar las luchas colectivas y comprender a cada una de estas figuras como una emergente de un proceso más amplio. Muchas de ellas, de hecho, son exponentes de algo que luego se convirtió en una corriente del feminismo —como feminismo ilustrado, feminismo socialista, anarcofeminismo, feminismo radical, feminismos negros, lesbofeminismo, entre otras líneas de pensamiento y militancia— . Este libro no es un diccionario ni una enciclopedia —el objetivo no ha sido construir un panorama totalizador— , sino una invitación a realizar un recorrido en particular y a desplegar una mirada integradora sobre ciertas zonas de un mapa mucho más amplio. Creo que lo más interesante es poder hacer una lectura situada y ver cómo estas voces conversan entre sí y dialogan, a su vez, con nuestro propio presente.
El recorte de esta biblioteca abarca un recorrido temporal que va desde la última década del siglo xviii hasta la última década del siglo xx, e incluye algunos acontecimientos históricos que fueron determinantes para que se produjera la eclosión feminista que los caracterizó; se centra en períodos ya emblemáticos de crisis e innovaciones, signados por intensos cambios, como la Revolución francesa, la Revolución rusa o los movimientos juveniles de la contracultura de fines de los años sesenta. Es entonces un recorte que releva momentos fundacionales de los feminismos occidentales en Europa y Estados Unidos a lo largo de dos siglos, y que lo hace a partir de una serie de autoras que podrían considerarse «clásicas», en el sentido de que lograron resistir la prueba del tiempo y dejaron una huella en la historia y las culturas. Muchas de las obras analizadas en este libro constituyen ese tipo de producciones intelectuales que parecen estar escondidas en los pliegues del inconsciente colectivo, a tal punto que, aunque no hayamos leído jamás esos textos, ya tenemos incorporadas algunas de sus ideas. Sin embargo, se trata de un legado de voces feministas que conviene conocer remitiéndose a las fuentes, para comprender nuestras complejas relaciones con una historia de luchas que se remonta hacia atrás en el tiempo.
Quisiera destacar que traté de dar cuenta no solo de las obras de estas militantes, sino también, en mayor o menor medida, de sus vidas, porque la idea de que «lo personal es político» es uno de los hilos conductores de este libro, y porque creo que es mucho lo que revela la reconstrucción del espacio de la vida y las tramas afectivas en la historia de los feminismos. Pese a ser la mitad de la humanidad, la historia de las mujeres siempre ha tenido algo de marginal, y acaso detenerse en lo aparentemente menor —o más bien, lo que fue considerado menor— sea una forma de honrarla, de mostrar que una parte de la historia se juega en lo mínimo y que también un fuego puede resplandecer en los destellos que emergen a la sombra de grandes acontecimientos. En definitiva, es en el reino de lo marginal y lo íntimo donde comienza cualquier crítica de la vida cotidiana y, por lo tanto, cualquier crítica de la realidad social. A partir de esta premisa, quise detenerme a retratar fugaces momentos de furia, amor, dolor, humillación, entrega, poesía, reparación, humor, sorpresa, autocrítica y compañerismo, esas pequeñas epifanías en las que asoma la secreta trama íntima de la acción política, porque acaso la riqueza de un movimiento merezca ser juzgada también en términos de tales evanescencias.
Es probable que lxs lectorxs se encuentren con que, en la primera parte de este libro —desde la Revolución francesa hasta la década de 1930—, predomina el tono de un relato histórico de las luchas de las mujeres y su relación con otros movimientos, sus tensiones, los sufrimientos individuales y las gestas colectivas, sus avances y retrocesos; mientras que, a partir de mediados del siglo xx, noten que tiende a predominar el tono de una exposición de teorías y conceptos, puesto que es precisamente el momento a partir del cual los feminismos empiezan a elaborar plasmaciones teóricas cada vez más radicales y complejas, que procuran profundizar el cuestionamiento de la raigambre simbólica y cultural del sistema patriarcal y heteronormativo. No obstante, en todos los capítulos, el relato busca entrecruzar el plano histórico, el biográfico y el conceptual, aunque en cada caso haga hincapié más en uno que en otro.
No hay que olvidar que cada uno de los textos que aquí se analizan fue concebido por sus autoras como una intervención política. Lo que privilegié en la selección fue su condición de militantes que encarnaron una lucha, y cuando escribía, aun cuando en algunos momentos me encontrara tratando de explicar una abstracción, no dejaba de ser profundamente consciente de que esa abstracción había sido escrita con un objetivo político y de que cada autora, detrás del texto o de la teoría, veía a personas concretas sufriendo injusticias. De ahí que, en cada capítulo, haya intentado delinear en la medida de lo posible el contexto que rodeaba a esas palabras para que aquellos objetivos políticos pudieran ser visualizados en toda su magnitud.
Resulta innecesario aclarar que establecer un recorte siempre implica renunciar a muchas otras cosas. Por supuesto que las autoras podrían haber sido otras, pero esta primera selección ha tenido que ver, no solo con mis propios gustos e intereses, sino también con las características de los feminismos hoy en la Argentina y con las características del continente donde vivimos, marcado por grandes desigualdades económicas —en este sentido, muchas de las feministas elegidas poseen el mérito de haberse preocupado por indagar en las relaciones entre patriarcado y capitalismo— . Dado que se pueden advertir en el índice algunas omisiones, quisiera mencionar al menos tres cuestiones. Primero, el hecho de no haberle dedicado un capítulo entero al movimiento sufragista que tanta importancia tuvo desde mediados del siglo xix hasta los años treinta, cuando en la mayoría de los países europeos y americanos se conquistó finalmente el derecho al voto femenino. En realidad, he incorporado el sufragismo en los capítulos dedicados a Clara Zetkin, a Alexandra Kollontai y a Emma Goldman, ya que las tres polemizaron con dicha corriente —en particular, la primera de ellas debatió con el sufragismo para plantear una posición superadora, en tanto el movimiento socialista de mujeres también luchó por el derecho al voto femenino, pero exigiéndolo en su carácter universal y no únicamente censitario— . En segundo lugar, no haberle dedicado un capítulo entero a la obra de Luce Irigaray, la autora más emblemática del llamado «feminismo de la diferencia», una corriente que ha sido particularmente fecunda en algunos países y que tiene en la actualidad exponentes teóricas brillantes, como Rosi Braidotti. Al igual que en el caso anterior, decidí comentar algunos de los debates entablados con esta corriente en los capítulos dedicados a autoras como Monique Wittig y Judith Butler, a quienes he priorizado en esta selección por haber tenido una mayor influencia en el activismo argentino de las últimas décadas, razón por la cual sus teorías resultan más útiles para comprender los derroteros por los que hoy transita, con inmensa vitalidad, una buena parte del movimiento aquí en nuestro país. En tercer lugar, este recorte no incluye referentes propios de los feminismos latinoamericanos y tampoco aborda el siglo xxi — cuando justamente aquí está pasando lo más interesante— . Me hubiera gustado llegar, por ejemplo, hasta los actuales feminismos comunitarios, que critican con agudeza las epistemologías occidentales y teorizan a partir de las experiencias y de las resistencias populares a opresiones múltiples, recuperando otras cosmovisiones que fueron avasalladas y que también son parte de nuestra identidad.
Pero creo que las corrientes de los diversos feminismos latinoamericanos merecen sin duda otro libro: un libro propio y un estudio exhaustivo, que permita escuchar los entreveros de una larga conversación feminista en nuestro continente.
Sin embargo, advertirán que en algunos capítulos no pude evitar la tentación de hacer la conexión y comentar brevemente algunas correspondencias entre las autoras abordadas y otras argentinas de la misma época; por ejemplo, cuando escribía sobre Flora Tristán, de pronto pensaba en el feminismo ilustrado de Juana Manso, o Clara Zetkin me recordaba a Carolina Muzzilli y a otras feministas socialistas argentinas, o Emma Goldman me traía a la memoria la audacia de nuestra anarcofeminista Virginia Bolten, por mencionar algunos casos que, además, confirman que estas mujeres no son simplemente figuras excepcionales, sino emergentes de su época, y que las épocas están atravesadas por movimientos y luchas que trascienden las fronteras nacionales. Cuando leía a Angela Davis referirse a las esterilizaciones forzadas de inmigrantes latinas, negras y nativas indígenas en Estados Unidos, no podía sino recordar y mencionar las esterilizaciones forzadas realizadas en Perú en los años noventa, esas que hoy hacen que las jóvenes feministas peruanas vayan a las marchas con carteles que dicen: «Somos las hijas de las campesinas que no pudiste esterilizar». El impulso internacionalista del feminismo, actualmente, se sigue plasmando en una poderosa globalización feminista contrahegemónica, que hoy dispone de las redes virtuales y la velocidad de la comunicación digital. América Latina está hoy encendida de feminismos y una nueva época se está escribiendo en este instante, por eso precisamente es tan importante ir hacia atrás. En este contexto de amplia efervescencia de los feminismos a nivel global, esta modesta contribución pretende ayudar a historizar los conceptos y sumarse al caudal de herramientas para pensar y actuar aquí y ahora.
Si bien la situación de las mujeres ha mejorado a lo largo de la historia, esta historia no es una línea ascendente, hubo momentos de fuertes avances y luego retrocesos hasta puntos inimaginables; no fueron pocas las veces en que se conquistaron determinados derechos en algún lugar, por un par de años, y después se perdieron durante décadas. No debemos olvidarlo. Dora Barrancos, en un trabajo sobre la feminista chilena Julieta Kirkwood —una de las principales mentoras de la teoría feminista latinoamericana—, ha señalado que las crisis son «paridoras» de las demandas de las mujeres desde fines del xviii, momento en el que afluye un sentido francamente cuestionador de la subalternidad, «pero se constata un extremo apego a los vaivenes, a los ciclos de flujo y reflujo que se alternan al parecer sin solución de continuidad». En efecto, a lo largo del recorrido que propone Biblioteca feminista queda en evidencia que las épocas de grandes demandas de las mujeres luego fueron seguidas por momentos reaccionarios, de recio conservadurismo, atravesados por discursos que alentaban a las mujeres a ser cualquier cosa menos feministas, y que estuvieron sustentados tanto desde las políticas de los gobiernos como desde los medios de comunicación. Barrancos dice:
Las mujeres se sitúan en el centro mismo de la revulsión colectiva —debe decirse que hay una participación de mujeres en todos los fenómenos contestatarios— para retornar luego a cursos anodinos. Volcanes en erupción aquietados hasta el próximo estremecimiento. Hay un cálculo patriarcal que se acomoda a esas convulsiones que anticipa como pasajeras, aunque no dejan de resultarle intranquilizadoras. Las crisis han sido el modo de aparición de lo femenino en clave subversiva y podríamos situar ejemplos y más ejemplos, hasta las evidencias de nuestra historia reciente, pero no es menos cierto el carácter perecedero de los agenciamientos.
Al interrogarse acerca de las causas de ese regreso al silencio de los feminismos en ciertos períodos históricos, arriesga una primera hipótesis:
Las dificultades públicas no retornan al hogar a los varones; ni la maledicencia ni el vilipendio, justo o injusto, pueden ponerlos en la casa. Esos disgustos del mundo público no se compensan con una aceptación de nuevos papeles domésticos. Las frustraciones o el fracaso en la vida política no convierten a ningún varón en un gerente de hogar. Pero las mujeres vuelven al lugar que las esperaba, a organizar lo que había quedado desbaratado, a ocuparse de las cosas de la inmanencia.
Eso que Dora Barrancos describe ha sido una impresión tremendamente vívida durante la escritura de este libro. En ciertos capítulos, me parecía que las voces colectivas eran tan poderosas que dejaban una estela de ideas muy nítida e indestructible; pero, a veces, como si las feministas fuéramos un sujeto político que habla repetidamente y que repetidamente pierde la voz, la estela parecía poco a poco diluirse en el aire de la época siguiente y una especie de amnesia patriarcal venía a sepultar los logros. ¿Cómo es posible que la mayoría de las mujeres del siglo xix se conformaran con tan poco comparadas con las feministas del siglo xviii? ¿Cómo es posible que El segundo sexo no contenga casi menciones al valor de lo que habían dicho y hecho numerosas feministas que precedieron a Simone de Beauvoir? ¿Cómo es posible que tantas feministas de fines de los años sesenta pensaran que ellas estaban empezando todo desde cero? Y, sobre todo, ¿por qué es tan recurrente que los eslabones entre las voces feministas queden desdibujados? ¿Por qué fue necesario que pasara tanto tiempo para poder recuperar los hilos de las conversaciones en lenguaje feminista?
A pesar de los espacios en blanco, donde daba la impresión de que no pasaba nada a nivel colectivo y reinaba la amnesia, es de suponer que secretamente algo estuviera pasando, porque luego el movimiento recuperaba la voz colectiva que había perdido y lo que sucedía entonces era el doble de potente que lo anterior. Mientras escribía, me pareció ver brillar a los feminismos en aquellos contextos en que todas las reglas del juego establecidas eran cuestionadas, y me emocionaba imaginar a cada una de estas protagonistas pateando el tablero, porque ellas eran una prueba irrefutable de que la totalidad de las proposiciones hegemónicas admitidas comúnmente acerca de cómo tenían que ser las mujeres encerraban un fraude tan completo y venal que exigía ser destruido. Cuando esto tenía lugar, su brillo parecía condensar el sentido de una vida y de todo un movimiento.
De ahí que podamos preguntarnos, ¿el feminismo es solo una cuestión de acontecimientos que dejan tras de sí ciertas cosas que deben poderse sopesar y calibrar: nuevas instituciones, nuevas leyes, un mapa distinto de los poderes fácticos, o es también el resultado de algunas irrupciones masivas que dan la impresión de haber pasado dejando una canción que enseguida fue tragada por un instante de oscuridad? Y, además de su potencia visible, ¿no hay, en todo caso, también una larguísima potencia subterránea, tramada por todo lo que se produjo en aquellos períodos en los que parecía que mucho no pasaba a nivel colectivo? Sin duda, se trata de un fenómeno que nos lega el misterio de secretas relaciones entre personas separadas por una gran distancia espacial y temporal, pero que de algún modo hablan el mismo lenguaje. Si pudiéramos detenernos a mirar el pasado y comenzar a escucharlo, entonces se podría oír los ecos de interminables conversaciones feministas que atraviesan los siglos. Creo que hoy en día esas viejas voces suenan tan conmovedoras y vitales como entonces, en parte porque siguen vigentes en todo lo que está sucediendo, y en parte porque existe una cualidad irreductible en sus demandas.
Donna Haraway dijo que «las buenas historias buscan en pasados ricos el sustento de presentes sólidos, con el n de que continúe la historia para quienes vendrán más adelante». Las activistas que protagonizan este libro formularon reclamos políticos, ofrecieron nuevas formas de entender el mundo y son ellas mismas ejemplos de maneras de hacer política feminista; nos han dejado algo que lxs feministas de hoy y de mañana no podremos heredar y poseer como un objeto, sino simplemente poner en acción. En la cultura, la cuestión de la «verdadera» ascendencia resulta espuria. Toda nueva manifestación cultural reescribe el pasado. En todas las épocas emergen figuras olvidadas, pero no como «verdaderas ancestras», no como parientes de sangre de sus herederxs, sino simplemente, y por sobre todo, como amigas íntimas. Ojalá haya podido demostrar que lo que sigue siendo irreductible de estas voces es su deseo de cambiar el mundo. Mientras cuento esta historia, todo comienza otra vez.