Un tiempo presente radioactivo
Por Leonardo Sabbatella
Martes 29 de octubre de 2019
"La primavera árabe y el invierno del desencanto, libro compilado por Anthony Downey y que acaba de publicar la naciente y maravillosa editorial Ripio, es una carta de navegación perfecta para conocer una revolución inconclusa y sus efectos inclasificables".
Por Leonardo Sabbatella.
Una revolución inventa sus propias imágenes. Las prácticas artísticas a partir de nuevas tecnologías y medios digitales durante la Primavera árabe han demostrado una vez más, ahora de modo certero, que los medios comunican menos su contenido que sus modos. No llevan ningún mensaje, podría decirse, sino que por el contrario comunican sus formas, sus métodos, sus habilidades, sus estructuras de percepción, de producción de relatos y secuencias de imágenes tan estratégicas como aleatorias. La idea instrumental de los medios se pone en crisis y se inventa una nueva apropiación de las tecnologías al punto de convertirlas en entornos, en zonas de producción. La relación entre arte y política vuelve a demostrar que es capaz de generar los objetos más desconcertantes.
La primavera árabe y el invierno del desencanto, libro compilado por Anthony Downey y que acaba de publicar la naciente y maravillosa editorial Ripio, es una carta de navegación perfecta para conocer una revolución inconclusa y sus efectos inclasificables. A partir de una colección de ensayos y dossieresde imágenes con reproducción de obras, el libro es un catálogo teórico, una especie de gran work in progress sobre las prácticas artísticas, estéticas, culturales que en una doble variante provocaron las revueltas pero que también las propiciaron. No hay acá efecto lineal ni reactivo, sino más bien un entramado, una casa de arañas hecha por luchas históricas y nuevas visiones.
No importa si quien se enfrenta a las obras de La primavera árabe y… sabe o no sobre del conflicto social: después de verlas sabrá rápidamente de qué se trata. Por sus composiciones de la emergencia, por su violencia súbita o contenida, por su deliberada baja resolución (como si la mala calidad de una imagen fuera un método para transmitir un efecto de lo real); cada objeto tiene un tiempo presente radioactivo. Son elementos inmediatos de la coyuntura, entre la emergencia y lo residual. Si contenidos radicales necesitan de formas radicales, los artistas de la Primavera árabe han llegado al punto de volver indistinguibles ambas dimensiones, sabiendo desde el minuto cero que las imágenes serían la arena por la disputa del sentido.
Así lo descubre el excelente ensayo de Maxa Zoller sobre la apropiación de las imágenes. El capitalismo ha demostrado la infalible capacidad que tiene para absorber cualquier objeto o práctica que lo ponga en riesgo y devolverlo a la sociedad como más dominación. Y eso es algo de lo que sucede con las imágenes de la revolución en Egipto donde la publicidad termina mercantilizando las consignas de la lucha política, convirtiendo las revueltas a la estética del videoclip (de hecho, el videoclip de Out of control de Chemical Brothers parece anticipar la nueva modalidad de transfigurar publicidades en otros formatos) y cómo se somete a los hechos sociales a un tratamiento de la cultura del espectáculo.
La manipulación sobre las imágenes queda aun más en evidencia a través de otros dos ensayos, mejor dicho, de dos manifiestos (ese es su tono y su fuerza): “Carta abierta a un espectador” y “Tríptico de la revolución”. En el primero, Philip Rizk se encarga de contradecir a quienes equiparan a la revolución en Egipto con el Mayo francés, vacía de todo romanticismo la lucha actual. Es más, si algo viene a decir esta carta es que no sabemos nada. En “Tríptico de la revolución”, Mosireen, un colectivo activista sin fines de lucro que se unió para documentar y transmitir imágenes de la revolución egipcia, redacta el análisis más cáustico sobre la relación entre imágenes y política declarando que toda imagen distorsiona la realidad. El centro del texto es dar cuenta del carácter de representación de las imágenes y cómo cada una no es más el efecto de un encuadre ideológico –en todos lados parece resonar el eco de Farocki a Godard y de Didi Huberman a Berger. Y, en la misma línea, Laura Marks, en uno de los ensayos más atractivos, analiza los errores técnicos de los medios digitales (problemas de transmisión, congelamiento, interrupciones) sobre los que trabajan ciertos artistas como un modo de exponer las costuras de la representación. Ninguna imagen es tan potente, tan invencible que cuando falla.
Quizá una de las conclusiones más clásicas pero no menos certeras sobre las prácticas de los medios digitales se encuentre en el texto de “Bifo” Berardi donde explica que el mayor caudal de información se ha traducido en menos significado. El espectro se llenó de información basura, de reproducciones automáticas y otras formas en las que el mercado logra apropiarse de la aceleración de datos. No está tan lejos de afirmar, como Barthes, que entonces menos sería más. Y el planteo de Bifo tiene una respuesta algunas páginas más adelante cuando, ante el enorme flujo de imágenes de toda calaña que circulan, Mroué (citada por Nat Muller) se pregunta “¿qué imágenes pueden producir los artistas?”. Y ahí uno de los polos de la disputa, el de la producción, mientras el otro, el de la recepción, sigue siendo una batalla por cómo las imágenes están destinadas a ser vistas y, sobre todo, por cómo nos miran.