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Prólogos

Un libro que recorre la historia de las especias hasta rastear sus orígenes

Thomas Reinertsen Berg logra un ensayo que cuenta, con narraciones de época y relatos de viajeros, el camino transitado por las especias. El periodista visitará Buenos Aires para participar de la Feria de Editores. 



Por Thomas Reinersten Berg. Traducción de Christian Kupchik

 



Una piel de oso polar y un colmillo de morsa como obsequios del alto norte. La mujer los envuelve, les coloca dos cucharas de plata y envía los regalos por correo con destino a París, al monasterio donde su hermano es abad. A cambio, le pide a su hermano que le envíe clavos de olor y canela.

No sabemos su nombre. Ella sólo firma la carta con “G.”. Tal vez sea Germunda. Tampoco sabemos por qué esta inglesa se ha mudado a Noruega, con quién está casada ni dónde se encuentra cuando escribe esta carta, pero es un lugar donde hay mucho comercio, porque mercancías como osos polares y morsas están disponibles. Es de suponer que se trata de Trondheim, que en la Edad Media tenía privilegios en el comercio del norte de Noruega, y esto es lo poco que sabemos sobre ella: allí está sentada, posiblemente casada con algún gran hombre en algún lugar del norte del mundo; clavos de olor y canela es lo que más desea de París para añadir un toque exótico a la triste comida noruega.

La carta de G. es la primera referencia que tenemos a las especias entre los periódicos noruegos. La escribió en algún momento entre 1161 y 1172, durante el período en que su hermano era abad antes de ser despedido por incompetencia, intimidación y desperdicio de dinero. Magnus Erlingsson era el rey y nieto de Sigurd Jorsalfare, a quien habían apodado así después de haber ido en una cruzada a Jorsalir, en Jerusalén. En Tierra Santa, ayudó al rey cruzado Balduino I a conquistar Sidón, en el actual Líbano, en el año 1110. Balduino atacó la ciudad desde tierra, Sigurd atacó por barco, pero los cruzados no ganaron la batalla hasta que los barcos de Venecia acudieron en su ayuda.

Los venecianos tenían intereses comerciales en conquistar ciudades de la zona. Eran los principales importadores de especias asiáticas a Europa, y a las ciudades del Mediterráneo oriental llegaban caravanas de mercancías procedentes del golfo Pérsico y del sur de Arabia, donde atracaban los barcos después de cruzar el océano Índico. Fueron los venecianos quienes trajeron a Europa el clavo de olor y la canela que G. necesitaba.

Antes de llegar a Sidón, el clavo de olor tenía que viajar casi dos mil kilómetros desde las islas Molucas, las legendarias islas de especias del este de Indonesia, a través del estrecho de Melaka en Singapur, donde los mercaderes árabes comerciaban, hasta Arabia y a través del desierto, y desde Sidón, aproximadamente, 1300 kilómetros a través de Gibraltar y el canal de la Mancha hasta Noruega, “el país más lejano” y “el último país del mundo” según Adán de Bremen, quien unos años antes de G. escribió que Noruega era “donde la Tierra misma no aguanta más y se acaba”. En un mundo donde la mayoría de los europeos no tienen idea de América u Oceanía, y sólo un conocimiento limitado del sur de África y el este de Asia, Noruega y las Molucas se encuentran en extremos opuestos, el extremo noroeste y el sudeste.

De un extremo al otro del mundo, en el siglo xii, el clavo de olor no podría haber viajado más si se hubiera cumplido el deseo de G.

Ningún otro producto ha contribuido más a vincular Oriente y Occidente, sur y norte, que las especias. Son las raíces más antiguas y profundas de la economía mundial. Como el clavo de olor no crecía en ningún otro lugar del mundo excepto en las pequeñas islas del norte de las islas Molucas, y la canela no crecía en ningún otro lugar excepto Sri Lanka, enviaron mil barcos al mar para buscar las valiosas cosechas. El comercio mundial fue impulsado por algunos bienes extremadamente locales: plantas que se aferraban a condiciones naturales muy especiales, resultado de millones de años de trabajo geológico, y su rareza no hizo nada para frenar la demanda. Al principio, el comercio de clavo de olor se realizaba entre las islas Molucas y las islas circundantes. Luego a Java, donde los chinos viajaron para obtenerlo, y a la India, Arabia, Persia, Grecia y Roma a medida que se desarrollaron los barcos y se difundió el conocimiento de la especia. La especia muestra cómo el mundo ya estaba globalizado mucho antes de lo que hoy llamamos la era de la globalización. Por lo tanto, este se ha convertido en gran medida en un libro sobre cómo las especias han recorrido el mundo y hasta qué punto la gente ha estado dispuesta a viajar para conseguirlas.

Cuando estaba escribiendo mi libro anterior, Verdensteater. Kartenes historie, sobre la historia de los mapas, me encontré con una historia sobre España, Portugal y una discusión sobre las especias. Las dos grandes potencias se dividieron el mundo entre sí con una línea recta y la bendición del papa en 1493. Todo lo que estaba al oeste pertenecía a España, todo lo que estaba al este pertenecía a Portugal, y nadie preguntó a los americanos ni a los asiáticos qué pensaban.

En 1524, después de que los portugueses encontraron la ruta marítima a la India y viajaron hasta las Molucas, los españoles creyeron que se estaban moviendo hacia su mitad del mundo y que estas islas les pertenecían. Si fuera cierto, los ingresos españoles aumentarían considerablemente y los portugueses disminuirían, lo que podría alterar el equilibrio de poder europeo. Ambos países utilizaron a sus mejores diplomáticos y geógrafos para demostrar que tenían razón. El problema fue que en aquel momento nadie tenía buenos métodos para calcular las longitudes, por lo que ninguno de ellos podía presentar pruebas irrefutables de dónde se encontraban realmente las islas, y el final de todo fue que el rey español abandonó el reclamo cinco años más tarde a cambio de una compensación de 350.000 ducados de oro.

La historia me hizo preguntarme: ¿qué hizo que estas islas fueran tan valiosas? ¿Por qué valieron la pena todo el esfuerzo de navegar al otro lado del mundo? Hoy en día, las islas se encuentran a pocas horas de vuelo: en 1524, el viaje duraba poco menos de un año en barco, donde se esperaba que al menos un tercio de la tripulación muriera antes de llegar.

En la actualidad, mucha gente en Noruega asocia los clavos de olor principalmente con la Navidad y con el zapatero Andersen, quien, junto con Tøfflus, saca los pequeños clavos de olor de una naranja para saber cuántos días faltan para la gran noche. Pero esta forma de calendario navideño tiene una historia centenaria que no tiene nada que ver con la Navidad. Se remonta a la época en la que en Europa se creía que colgar una naranja con clavos de olor purificaba tan bien el aire que protegía contra la temida plaga. En el siglo xvi, colgaban en las ventanas de las personas que podían permitirse ese lujo. Otras llevaban nuez moscada en colgantes alrededor del cuello para protegerse.

Esta creencia en las propiedades medicinales de las especias se remonta al menos a la medicina india más antigua y es una de las razones por las que eran tan valiosas. Otra es la obvia, que las especias dan buen sabor a la comida; una tercera es que las especias y el erotismo han estado estrechamente vinculados durante mucho tiempo porque se pensaba que estimulaban tanto el deseo como la fertilidad. Por último, eran valiosas por el estatus que daba el poder al servir platos con especias exclusivas. Por ello, las civilizaciones poderosas a lo largo de la historia hicieron mucho para apoderarse de ellas. Alejandro Magno quería invadir Arabia para obtener la canela que creía que crecía allí; los romanos enviaron barcos desde Egipto a través del océano Índico para gastar una fortuna en pimienta; los venecianos desafiaron las prohibiciones papales de comerciar con los musulmanes para comprar especias, y los chinos enviaron grandes expediciones al océano Índico para marcar la supremacía.

La caza de especias es la razón por la que hoy el mundo está dominado por lo que llamamos la parte noroeste. El fundador de la economía, el escocés Adam Smith, escribió en La riqueza de las naciones en 1776: “El descubrimiento de América y de un paso a las Indias Orientales a través del cabo de Buena Esperanza son los dos mayores y más importantes acontecimientos registrados en la historia humana”. Ambos fueron realizados para encontrar especias. Cristóbal Colón navegó hacia el oeste en 1492 para encontrar la ruta marítima a la India; Vasco da Gama la encontró cuando rodeó el extremo sur de África en 1497. En conjunto, las expediciones marcaron el comienzo de un período, que ya dura unos quinientos años, en el que Occidente ha impuesto unas condiciones brutales para el comercio mundial, algo que Smith ya vio: “Para los nativos tanto de las Indias Occidentales como Orientales, sin embargo, todas las ventajas comerciales que podrían haberse obtenido de estos acontecimientos se perdieron por completo en las terribles calamidades que esos mismos acontecimientos han ocasionado. […] En el momento concreto en que se hicieron estos descubrimientos, Europa era tanto más fuerte que los europeos podían cometer todos los actos injustos del mundo en estas tierras lejanas con impunidad”. La esperanza, creía, radica en que “las diferentes partes del mundo” logren una “igualdad” que pueda “obligar a las naciones independientes a dejar de cometer injusticias y, más bien, mostrarse una forma de respeto entre sí”. Probablemente quede abierta la pregunta de qué tan cerca estamos de ese objetivo.

Seis especias destacan como particularmente significativas en la historia mundial: jengibre, canela, cardamomo, nuez moscada, clavo de olor y pimienta. En sí mismas, no son particularmente espectaculares. El clavo de olor es un capullo que se recoge justo antes de florecer, la nuez moscada es un carozo, el jengibre son raíces, la pimienta son bayas, el cardamomo son semillas y la canela es una corteza. Lo único que tienen en común es que son desecadas (a excepción del jengibre fresco), y en esto se diferencian de las hierbas, que son principalmente hojas verdes frescas.

La necesidad de especias de los seres humanos a lo largo de la historia debe significar que existen algunas explicaciones biológicas de por qué nos gusta algo que no necesariamente es tan bueno la primera vez que lo probamos. “¿Quién fue el primero en intentar utilizar esto como alimento?”, escribió el romano Plinio el Viejo sobre la pimienta. En algún momento podremos explicarlo con nuestro sentido del olfato. En comparación con la boca, que sólo puede distinguir entre cinco sabores diferentes, la nariz tiene hasta cuatrocientos receptores para diferentes olores. La capacidad de la nariz para distinguir olores es casi infinita. Entonces, como las especias huelen mejor de lo que saben, al menos cuando no son un ingrediente, las hemos descubierto y aprendido a usarlas.

Lo que les da un sabor fuerte es que las especias contienen varias sustancias que activan otro receptor, el TRVP1, que se encuentra al final de algunas de nuestras células nerviosas. Nos protege de las cosas calientes: en la boca nos avisa si la comida está a más de 43 grados. Pero, por ejemplo, la piperina, que se encuentra en la pimienta, se deposita en ella y provoca una sensación de ardor en la boca si se mastica un grano de pimienta en la col con cordero. Para las plantas, esta es una estrategia para ser devoradas por el animal adecuado. Las especias preferirían que las comieran los pájaros porque aseguran una buena dispersión de las semillas y no tienen receptores trvp1 en el pico.

Las especias también han sido parte de la estrategia de supervivencia de los humanos. Un mito persistente dice que antiguamente la carne se sazonaba para ocultar el hecho de que estaba en mal estado. Pero si podemos comprar especias también podemos comprar carne fresca, y si comemos carne rancia nos morimos, por mucho que esté sazonada. Sin embargo, las investigaciones han demostrado que las especias, como la sal (que no es una especia sino un mineral), evitan que la carne fresca se eche a perder. Las mismas investigaciones muestran que existe una relación entre el calor de un país y la cantidad de especias que se comen allí, y que las especias son más comunes en los platos de carne que en los platos vegetarianos. Así, podemos suponer que las personas a las que a lo largo de la historia no les han gustado las especias, pero sí la carne, han muerto en mayor medida por intoxicaciones alimentarias.

Hoy en día, las especias están fácilmente disponibles para la clase media y alta mundial. En Noruega, cada tienda local tiene un estante de especias donde se pueden comprar pimienta, clavos de olor, jengibre, canela, cardamomo y nuez moscada a un precio razonable. Están alineadas en pequeños frascos, intercaladas entre mostaza, ketchup y salsa para tacos; entendemos entonces que han pasado muchas cosas desde que Vasco da Gama navegó hacia el océano Índico en busca de especias.

En 1942, el primer embajador de Indonesia en Gran Bretaña, Agus Salim, estaba en una recepción diplomática. El hombre bajo y delgado con un pequeño sombrero negro sobre cabello blanco llamaba la atención por su apariencia, pero lo que realmente desconcertaba a los demás era el extraño olor que salía de su cigarrillo. Uno de ellos no pudo evitar preguntar: “¿Qué está fumando?”. Salim, que fumaba un kretek, un cigarrillo indonesio en el que el tabaco se mezcla con clavo de olor, respondió: “Su Excelencia, esta es la razón por la que Occidente conquistó el mundo”.

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