Un libro póstumo de Simone de Beauvoir
Malentendido en Moscú
Martes 10 de enero de 2017
El prólogo a Malentendido en Moscú a cargo de la escritora española Rosa Regás, libro que Simone de Beauvoir escribió entre 1966 y 1967 y tradujo y publicó póstumamente Navona.
Por Rosa Regás.
Todo está en el interior de nosotros mismos, y de una manera más clara y evidente aún, los mundos de ficción que creamos, la literatura. Es de nuestra memoria y de nuestra experiencia de donde se nutre la historia que vamos a contar y a partir de ellas, solo a partir de ellas, entra en acción la imaginación y la fantasía que nos permiten manipularlas hasta tal extremo que la historia acaba adquiriendo autonomía o, por decirlo así, nace y comienza a vivir y a crecer con una realidad propia, una realidad al margen de la realidad de la que procede. Es la realidad literaria.
Hay autores, sin embargo, que viven convencidos de que es su capacidad de invención la que está en la base de su obra, que ellos vinculan a su propia capacidad creadora, tergiversando así el concepto de creacióntransformación que observamos en la naturaleza, nuestro único modelo, y apuntándose al concepto de creación que dicta la voluntad de trascendencia que tan poco tiene que ver con lo real al atribuirla a un potencial ser superior con facultades mágicas. La creación real no surge de personas ni de sus poderes, sino de contenidos siempre en ebullición, y, en el caso de la creación literaria, de los contenidos atesorados en la mente en forma de recuerdos o de conocimientos, incluso de meros pensamientos y reflexiones que a partir del constante movimiento a que los somete el intelecto se convierten en conclusiones, extrapolaciones, leyes generales, etc.
De ahí que si profundizamos en la obra de un autor y vamos un poco más allá de lo anecdótico, no nos llega solo la historia que nos está contando, sino que a veces se nos develan sus reflexiones, completamente desnudas y teóricas, sobre un tema o unos temas determinados que son los que de hecho hacen mover a los personajes, los enfrentan o los acercan y crean conflictos o finales felices. Pero hay otras veces que por encima de este conglomerado de ideas prevalece la experiencia del autor, su propia historia, dejando al descubierto su personalidad y sus reacciones en asuntos que en el libro se atribuyen a los protagonistas de la historia. Como si la novela hubiera ocultado la verdadera esencia del pensamiento del autor o de la autora, que ahora se nos manifiesta.
En términos generales, Simone de Beauvoir se acercó más a la autobiografía que a la ficción en la mayoría de sus novelas. Pero lo sorprendente — y lo emocionante sobre todo — de este Malentendido en Moscú es comprobar cómo la historia que nos cuenta de Nicole y André, la «crisis conyugal», como la llama Éliane Lecarme-Tabone en sus consi deraciones sobre el libro, no es más que una parte muy concreta de su autobiografía, la que se refiere a su reacción ante dos aspectos fundamentales de su propio vivir y devenir: la llegada de la vejez y el constante esfuerzo para que su relación con Jean-Paul Sartre se estableciera definitivamente sobre una base de igualdad intelectual, sentimental, política y social.
No debió ser fácil compartir la vida con un hombre como Sartre no siendo, como no lo era ella, una mujer dispuesta a adorarle a todas horas aun sin comprender lo que decía y hacía como exigen, aunque no lo digan, los genios o los que creen que lo son; una mujer sin vida propia y bien contenta además de ocupar un puesto en el desarrollo de la vida de ese hombre superior, aunque fuera un puesto de segunda o tercera fila.
Tal vez sea esta la razón de que en este libro, Simone de Beauvoir no nos cuenta cómo influye en una pareja con muchos años de vida en común la llegada de la vejez, sino que es la historia de Nicole y André en Moscú la que nos desvela hasta qué punto se siente ella amenazada a todas horas por esta vejez que comenzó asomando y poco a poco domina su vida. Del mismo modo que su manera de comportarse se ve distorsionada por el temor a no gozar del poder de seducción de antaño, o cómo en su vida social brotan atisbos de absurdos celos ante la presencia de la juventud, y con qué facilidad se queda a veces tan vencida que no duda en tomar la decisión de abandonar, de un modo u otro, no solo su esfuerzo por mantener viva la relación a la que ha dedicado sus mejores años, sino al objeto mismo de su amor. ¿Cobardía? ¿Despecho? ¿Humillación? ¿O simple cansancio? Es difícil saberlo porque su ánimo da bandazos de un pretendido ultraje de la vida a otro, de tal modo que de pronto, casi como una niña, ante una palabra, una conversación, una broma sobre lo que provocó el distanciamiento es capaz de olvidar aquella decisión tomada en el desencanto y la frustración tras días de silencios embarazosos y fríos. Y vuelta a comenzar. Una y otra vez.
El análisis de la vejez y de su intempestiva llegada se analiza en este libro también mediante los juegos de la memoria, que aparecen constantemente como si provocar recuerdos de tiempos mejores, o «más jóvenes», se buscara a conciencia, para hacer más doloroso aún el problema que provocan, es decir, la comparación entre lo que tenemos y lo que tuvimos, la constatación de esa pérdida cada vez más flagrante, dice Nicole a través de Simone de Beauvoir, que supone la llegada de la vejez. Y es que a estas alturas el pasado ya está idealizado y contrasta con la realidad con que se juzga el presente consiguiendo, en el libro y en la vida, un desequilibrio tan grande que a veces nos coloca ante un conflicto inexistente.
Si exceptuamos el tema de la vejez al que la autora dedicó en 1970 uno de sus mejores libros, nos daremos cuenta de que Simone de Beauvoir apenas aborda en esta no vela la mayoría de las preocupaciones sociales, políticas y culturales que ha desarrollado en sus grandes obras, y en este desvelamiento de su personalidad que yo leo en la historia de Nicole y André, hubiera querido decirnos que no había conflicto entre ellos y su pensamiento, y que sus verdaderos problemas eran su relación con Sartre y la pérdida de vida que supone la eterna amenaza de la vejez.
Por todas estas razones, además de por su estructura narrativa impecable y unos personajes profundamente creíbles, Malentendido en Moscú es una joya de una gran belleza precisamente porque supone, a mi juicio, una rocambolesca confesión de su autora, como si nos contara al oído la historia de Nicole y André y la de todos los amantes de larga duración al enfrentarse a la llegada de la vejez y con ella a sus diferencias identitarias y biográficas, pero lo que en realidad está haciendo, aunque sin saberlo ella misma, es contarnos sus secretos mejor guardados con una sinceridad e inocencia que nunca tuvo ni como personaje político ni como escritora comprometida. Una verdadera joya pues como son a veces los descubrimientos imprevistos que nos proporciona la lectura.