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Un altar para Angélica Gorodischer

Fuente: El País

Selva Almada presenta la reedición de Doquier, el primero de los rescates de la obra de la autora fallecida en 2022 que se propone Seix Barral.

Por Selva Almada.


Me gusta entrar a un libro sin saber nada. Les deseo de todo corazón que no estén leyendo este prólogo antes de leer Doquier. De este libro solo sabía quién es su autora. Angélica Gorodischer siempre me cayó muy bien, aunque me doy cuenta de que la leí más en entrevistas que en su propia obra. Tiene todo lo que me gusta en una autora: carácter, sentido del humor, dice lo que piensa, es reveladora, es provinciana, es descentrada y al mismo tiempo una escritora central de la literatura argentina de las últimas décadas. Es feminista de las épocas en que al feminismo se lo miraba torcido. En las fotos siempre se la ve con el pelo cortísimo y terriblemente rojo: es magnética. Una vez le preguntaron por qué, siendo feminista, usaba el apellido de su marido. Ella respondió que las mujeres no tenemos nombre: siempre llevamos el de un varón -padre o marido-,y que a ella le gustaba más el de su marido.

Entré a esta novela solo admirando y queriendo mucho a esta mujer por su lengua afilada y honesta. El titulo tampoco me decía nada: Doquier. Una palabra en desuso, medio pomposa, con los retintines de un castellano viejo. Antes de poner un pie adentro, la autora me detuvo con una advertencia: «Esto no es una novela histórica. Parece, pero no lo es». Me intriga y me alivia: ¡qué suerte que no es una novela histórica! No me interesan. En cambio me gustan las cosas que parecen algo y son otra cosa. La ambigüedad, el secreto que allí se esconde.

En una entrevista, cuando salió el libro, a principios de 2000,le preguntaron el objeto de esta advertencia y ella dijo: «Es una novela que transcurre en el siglo XVIII. Hay datos que marcan la época, pero más o menos, porque no tengo interés en dar mucha precisión. No me importa si hay algún anacronismo. Recuerdo una frase que dice :"En la historia todo es mentira, menos las fechas y los nombres, pero en la novela todo es verdad, menos las fechas y los nombres" En definitiva, yo puedo mentir todo lo que quiera en los datos históricos y presentar una mentira con el ropaje de lo verosímil». Eso, al fin y al cabo, vendría a ser la escritura: una mentira que se sostiene hasta las últimas consecuencias. En otra ocasión dijo: «¡Yo escribo!». Una declaración hermosa. Lo dijo zafándose de las riendas del encasillamiento. De que por enésima vez le pusieran el cartelito de «escritora de ciencia ficción».

Doquier empieza así: «Pues bien, que era martes y fue que San Lupo vino a caer ese año en martes. ¿Yo? La impavidez hecha persona, fuera martes o el día que fuere, sin moverme de mi sillón del que por otra parte hace quince años que no me muevo, por qué habría de hacerlo. ¿Vale la pena acaso? Los santos allá en el cielo si es que lo que dicen es verdad que mucho me temo que no lo sea, y yo en quietud». Ese «pues bien» nos da la sensación de estar llegando a una conversación ya empezada y de la que no querremos irnos hasta el final. Es que la trama de la novela cabalga a lomo del chisme, los rumores, los dimes y diretes. La voz narradora hechiza, embriaga, nos calienta las orejas desde la primera vez que la escuchamos abrir la boca: «pues bien». Esta voz no tiene género: en ningún momento de la novela se nos develará si es de un hombre o de una mujer. Tiene un cuerpo, eso si. Un cuerpo que finge invalidez durante el día, pero que durante la noche se echa a andar sobre sus dos piernas por una ciudad (¿tal vez Buenos Aires?) que todavía es nueva, que se está construyendo. Aún le falta para ser una gran metrópoli, aún se puede vagar por ella, conocerla como a la palma de la mano. Así como hay flores que solo se abren de noche, en la noche suceden, se dicen, se muestran cosas impensables a la luz del día: «En actividad o en quieta reflexión, a veces la noche abre las alas negras y quien preste atención puede llegar a ver la trama recóndita, ilógica, celeste, insondable, generosa que sostiene el universo». La noche, sus misterios.


De narrar la ciudad diurna se encargan las visitas que recibe la voz narradora. No sabemos su nombre, pero si que tiene una herboristería muy reputada y que a diario recibe clientes y clientas en busca de pócimas que les ayuden a aliviar sus males. A la consulta, indefectiblemente, le sigue el chisme, lo que las visitas escucharon por ahí, el se dice que, me dijeron que tal anda diciendo. Nuestra voz narradora es astuta y sabe cómo tirar de la lengua. También la autora sabe cómo tirar de la lengua: un castellano arcaico del que aún perviven (sobre todo en los pueblos) palabras sueltas que brillan y encandilan cada vez que aparecen: calzonazos, chamusquina, señoritingo, redoma, felón, dolorimientos, comeleches, mentideros; fraseos llenos de enumeraciones que cortan la respiración: «Sobre todo si abro los oídos a los ruidos de la noche, carcajada, paso, gota, astilla, verbo, cesta, bobo, que es la utilidad lo que rige el universo»; los nombres de las hierbas en su estricto (y sonoro) latín: Eruca sativa, Ibicella lutea, Habranthus jamesonii, Xanthium spinosum... El santoral católico: cada fecha del año con su santo, santa, beato, mártir, el pequeño relato de su paso por la tierra que la voz narradora trae cada vez que quiere iluminar alguna escena de la trama.

Alguna vez Gorodischer dijo: «Yo tengo buena oreja. Si algo puedo decir de mí es eso. Yo oigo. Y guardo. Palabras, frases, modalidades de voz. No es que vaya a ponerlas exactamente así; por ahí se transforma, sale de otra manera, va de un lenguaje a otro». Todo suena en Doquier y todo vive con la intensidad del secreto, esa excitación, ese cosquilleo en las partes, ese hervidero en la sangre que se alimenta de la maledicencia, la suspicacia, los sobreentendidos, las elucubraciones. Y todo lo que suena, la tremenda música de la oralidad es sabiamente ejecutada por Gorodischer en esta novela deslumbrante.

Ricardo Piglia, en el prólogo a Rio de las congojas, de Libertad Demitrópulos, ungió una santa trilogía de novelas las que «a diferencia de otras novelas que se detienen en la minuciosa reconstrucción de época, estos libros buscan sobre todo definir una voz y una entonación». La puso junto a Zama, de Antonio Di Benedetto y a El entenado, de Juan José Saer. En este mismo altar, si me permiten, voy a poner Doquier, de Angélica Gorodischer.

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