Trayendo a Casas todo de nuevo
Ph Florencia Parodi
Sobre los ensayos completos de Fabián Casas
Viernes 16 de junio de 2017
"Si Casas fuera un dibujo animado, andaría con esa lamparita de la idea encendida en todos los episodios. Diga lo que diga, escriba lo que escriba: su lenguaje siempre se encuentra en posición ensayística". Matías Moscardi se internó en su tomo de ensayos completos, publicado por
Por Matías Moscardi.
Hace diez años, en 2007, comenzaba en Mar del Plata el «I Festival Independiente de Poesía de Acá», que en aquel entonces organizamos con mi amigo Gastón Franchini. Yo tenía 24 años. Recuerdo que Fabián Casas estuvo a punto de viajar pero al final no pudo. Después, me escribió preguntándome cómo había salido todo y ahí fue cuando le conté que acababa de terminar una relación de seis años con mi novia. Todo mal. Al día siguiente, me respondió un mail que imprimí y pegué en la pared de mi habitación junto a las declinaciones de griego. Lo leía todas las mañanas. En mi mensaje apocalíptico, le había contado a Casas que la separación fue como un baldazo de agua fría: inesperada y súbita. Su mail terminaba más o menos así: «¿Sabés cómo hacen para despertar a los adeptos en un monasterio zen, por las mañanas? Con un balde de agua fría». En estos días, mientras repasaba el volumen Trayendo a casa todo de nuevo (Emecé, 2016) –que recopila sus tres libros de ensayos publicados, más un cuarto libro inédito titulado «El taller nómade»– busqué ese mail y no lo encontré por ningún lado. Se habrá perdido en una computadora vieja. En su momento, lo sabía de memoria, igual que muchos poemas de El salmón.
Para esa época, Casas no ocupaba el lugar que ocupa ahora: no había publicado en Emecé, no salía en programas televisivos de ESPN, ni en fotos sobre la alfombra roja con Viggo Mortensen, así como tampoco había publicado ningún ensayo. Tenía tres libros de poemas y una novelita editados en Tierra Firme, más un puñado de cuentos que circulaban en ediciones artesanales de La casa de la poesía y Eloísa cartonera. Eso era todo. Sin embargo, en ese mail que recibí de él ya había algo de los «ensayos bonsái». De hecho, pienso en el modo en que yo mismo recurrí ese año a los poemas de El salmón como si fueran, antes que poemas, «breves apuntes de autoayuda».
En otras palabras: en la escritura de Casas –poemas, cuentos, novelas, pero también mails y entrevistas–, el pulso ensayístico no conoce ningún afuera porque late en el interior de cada frase, como el alambre diminuto y espiralado por donde circula la electricidad en los foquitos de luz. Si Casas fuera un dibujo animado, andaría con esa lamparita de la idea encendida en todos los episodios. Diga lo que diga, escriba lo que escriba: su lenguaje siempre se encuentra en posición ensayística, como la conocida estatua de Auguste Rodin que primero se llamaba «El poeta» y se terminó llamando «El pensador». Un desplazamiento análogo encontramos en la obra de Fabián Casas. Me arriesgaría a decir, incluso, que en sus ensayos es donde aparece de una manera contundente y clara la fuerza radical de Casas como escritor. Trayendo a casa todo de nuevo se puede de leer como una especie de calefacción neurálgica que nivela la temperatura del resto de su obra: el ensayo es la llave térmica de la luz de Casas.
Si la poesía de Borges, por ejemplo, se termina de resolver mejor en sus ficciones, la narrativa de Casas encuentra su ki en estos ensayos de ritmo poético, donde todos los materiales se mezclan como clausura de cualquier tipo de purismo: Tolstoi, las series de Netflix, George Oppen y el fútbol, Saer y la cámara lenta de Matrix, Philip K. Dick y Bill Murray, William Butler Yeats y Mascherano, Maradona y Juan L. Ortiz, Star Wars y John Cheever, Céline y Castaneda, Deleuze y Ricardo Fort. Esto permite explicar, en parte, la órbita fanática de opiniones opuestas que giran alrededor suyo: lectores que enaltecen absolutamente todo lo que escribe y otros que piensan que su obra es una gran estafa, al punto tal que hace unos años, en cierta presentación de una antología poética en La plata, guillotinaron, en conmemoración suya, uno de sus libros. A partir de esto, podríamos pensar que Casas moviliza –quizás un poco en contra del principio de invisibilidad que él mismo promueve como ethos– una energética relacionada con el rock, el fútbol o la religión: te gusta o no te gusta, sos hincha o no, creés o no crees.
Y a la vez, por otro lado, hay algo absolutamente clásico en ese mismo dispositivo heterogéneo de mezcla que moviliza la dicotomía emocional del consenso y el disenso: la idea de que el conocimiento filosófico es uno solo. Por eso, no encontraremos en su obra ensayística ningún tipo de pulsión separatista que divida las aguas de lo alto y lo bajo, lo popular y lo elitista, lo sencillo y lo complejo. En este sentido, Trayendo a casa todo de nuevo funciona como un título alegórico, dado que cualquier referencia que Casas deja entrar en su máquina de lectura ingresa a condición de aceptar pasearse por el comedor en pantuflas. Hasta el elemento más distante es designado con familiaridad, incluso con una cercanía por momentos humorística: Theodor Adorno, por ejemplo, aparece como «el amiguito de Benjamin». A la vez, en el título resuena también –como es frecuente en su forma de nombrar– el remanente de estos versos de «Cantata de puentes amarillos», uno de los temas emblemáticos de Artaud, de Pescado rabioso: «En un momento vas a ver/ que ya es la hora de volver/ pero trayendo a casa todo aquel fulgor»; aunque quizás sea más significativa, en los términos de una poética ensayística, la famosa declaración de principios con la que abre esa canción: «Todo camino puede andar./ Todo puede andar».
Como sea, la obra ensayística de Fabián Casas es tan potente que resiste la centrifugación de cualquier atributo: contradictoria, coherente, repetitiva, novedosa, conservadora, refinada, berreta, genial, aleatoria y calculada. Trayendo a casa todo de nuevo es una fundidora de metales: liquida cualquier objeción, cualquier palazo, que por medio de la fundición del estilo personal que define su escritura se capitaliza como combustible. Por eso, te guste o no, seas o no hincha del club, creas o no creas en él, lo cierto es que este ladrillo que contiene todos los ensayos de Casas está ahí, bien parado, bajo las luces, en el corazón del ruido: bailando sobre el ring.