Teoría de las aguas
Por Adriana Carrasco
Jueves 12 de setiembre de 2019
«En la ESMA seguramente murieron lesbianas montoneras, pero ellas no consideraron que 'lesbiana' fuera una identidad reivindicable ni mucho menos una identidad política», leemos en el prólogo a Teoría de las aguas, el libro que publicó Rara Avis y que reúne cuatro piezas dramáticas de Magda de Santo.
Por Adriana Carrasco.
Función de Inundación con luces robóticas verde flúo en el Haroldo Conti, el centro cultural erigido en la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), uno de los más grandes campos de concentración, tortura, violación y exterminio de la dictadura 1976-1983 en la Argentina. Ese hecho parece una coincidencia, pero subraya la percepción de que los militares (el Plan Cóndor de exterminio de izquierdistas en América Latina) no nos incluían a las lesbianas en la lista de individuos a eliminar de la sociedad. En la ESMA seguramente murieron lesbianas montoneras, pero ellas no consideraron que “lesbiana” fuera una identidad reivindicable ni mucho menos una identidad política. Tanto para los militares como para la mayoría de las orgas (organizaciones revolucionarias), nosotras éramos unas loquitas desviadas y nada más. En todo caso, carne de captura y escarnio de las divisiones de Moralidad de la Policía Federal y las policías provinciales, y de algunas bandas fascistas, filonazis, nostálgicas de la Falange en su abanico de versiones ítalo-hispano-criollas rioplatenses. Como suele referir Julián García Acevedo, “a las lesbianas nos llevaban a la comisaría para darnos un susto”.
Puedo imaginar una pantalla gigante en la década de 2020, anunciando el (re)estreno comercial de Inundación para el “gran público” de la calle Corrientes, con el aviso sobre el cartel que habitualmente nos insta a bebernos el contenido de una botella de Coca Cola por el pico y compartir con les amigues. Y a llenar la panza de gas. La revolución feminista requiere más productos culturales. Y quienes queremos la revolución dentro de la revolución feminista esperamos agazapadas con el guión de Inundación bajo el brazo. Sí, de veras tiene esa potencialidad. Y no lo digo por el placer de conspirar con Magda De Santo en el baño de mujeres de La Academia, aunque ya liberamos también el baño de hombres. La Academia es un recinto torto que se mantiene incólume mientras pasan las generaciones de lesbianas por las mesas de adelante y las mesas de atrás donde se juega generala, pool y metegol. Nos creemos inmunes a ese baño poco recomendable ¿y por qué no? es una linda ilusión y ayuda a seguir adelante en medio del páramo posindustrial porteño donde es fácil reconocer que la mayoría de la población será esclavizada legalmente en breve si no ofrece resistencia a tiempo. Yo ya estoy vieja. ¿Las jóvenes sobrevivirán a la profundización del páramo? No está el Bar Azul ni el Ramos y La Paz es un salón paquiviejo (La Paz arriba abre cuando quiere). Pero nos queda La Academia, donde Martha Ferro iba a jugar a los dados y a tomar ginebra cuando la úlcera no le había partido el estómago en dos y solo le quedaba tragar café con uvasal y bayaspirina para intentar reproducir el ardor del alcohol sin estallar en sangre. Ahora las tortas rinden culto a La Salud, comparten por las redes sociales recetas naturales para el dolor de ovarios y hablan de consumo de alcohol, pero en abstracto. No se hagan problema, la Doctora Teo vendrá para curarnos de cualquier síntoma de afetamiento.
La pantalla gigante es una metáfora de la pedagogía que vendrá. Inundación es un relato que se ajusta a esta pedagogía (¿lesbiana, trans-lesbianx?) que aún no conocemos. Y pregunto: ¿somos especiales las lesbianas? No digo si el lesbianismo es un proyecto político revolucionario sino simplemente si las lesbianas somos especiales. Cuando Magda De Santo escribió Canadá, ella era heterosexual. En cambio, era furibundamente lesbiana cuando escribió Pensé que me ahogaba pero estaba yendo más profundo e Inundación. En 2014, el año de Pensé que me ahogaba..., el activismo lésbico de Buenos Aires realizó un escrache a una sucursal de la pizzería Kentucky luego de que el encargado del local echara a Magda y a su pareja, por besarse en público. De esa pareja habla en la obra. Pero parece que nos estamos yendo por las ramas del activismo político. La pregunta era si las lesbianas somos especiales.
Durante la dictadura de Videla, Magda De Santo aún no era proyecto de sus xadres (nació cuatro años después). En mi espacio de crianza adolescente, en la Escuela Normal Nº5 de Barracas, donde cursé mis estudios secundarios, la profesora de Formación Cívica –decíase que era sobrina de un jefe de Cuerpo del Ejército– describe la división de poderes y la interrumpo fastidiada: “Profesora, ¿qué división de poderes si el Congreso está cerrado?”. Con amabilidad e ironía la docente –que llevaba siempre unas botas de caña que le apretaban la parte baja de la rodilla– me responde: “A usted no se le puede decir nada, Carrasco, porque usted es especial”. Jamás había intercambiado palabra con ella, no me conocía más que por mi cara con anteojos culo de botella, el pelo corto/largo/corto/largo (ya empezaba a preguntarme y a ensayar “¿mujer/varón/mujer/varón, cómo debería verme para gustarle a la-mujer-que-amo?”) y las pruebas escritas. Me di cuenta al instante de que la profesora de Historia le había dado un instructivo a la de Cívica. “Especial” quería decir lesbiana, “especial” quería decir lectora y sospechosa de subversiva, “especial” quería decir “a ella no la molestes”. Había pasado cuatro años intentando enamorar a mi profesora de Historia y esa fue su respuesta: cuidar a la pequeña lesbiana, no hurgar en sus ideas subversivas, no quebrarla ni torcerla. En un contexto de pesquisa permanente, maltrato y persecución a lxs jóvenes, mi profesora de Historia con apellido británico y afinidad por la masonería se pasó por el fundillo los manuales de pedagogía normalista inspirados en el matatortismo de Víctor Mercante. A la niña con olor a mantel plavinil montonero, le salvó la vida ser lesbiana. ¿Le habrá salvado la vida a Magda o antes bien se la complicó? ¿Salvará vidas en el futuro la pedagogía distópica de Inundación?
La Doctora Teo es el personaje que sobresale en Inundación, el vértice inferior del triángulo lésbico. Le pregunté a Magda De Santo si este personaje es una suerte de Víctor Mercante al revés. Hace rato que las dos venimos atravesadas por el texto de Mercante titulado “Fetiquismo y uranismo femenino en los internados educativos”. María Moreno detectó este texto, Magda me lo pasó para que lo lea y nuevamente María Moreno me lo mencionó el día del casamiento de Magda con Duen Sacchi, en la vereda del registro civil de Parque Centenario. Víctor Mercante nos pisa los talones a todas nosotras. Mercante es la autoridad pedagógica positivista que sella los reglamentos de las escuelas normales argentinas (sus reglas ayudaron a modelar nuestro olfato de supervivencia), organizó la proto-facultad de Humanidades de La Plata y la primera facultad de Ciencias de la Educación de América del Sur. El pedagogo tenía muy claro que el lesbianismo era el efecto no deseado de la educación de mujeres adolescentes en internados y escuelas normales. Mercante creía poder neutralizar a la uranista (lesbiana) pasiva, la mujercita romántica y contemplativa que se enamora de la compañera de escuela. Pero nadie rompió el pacto lésbico para contarle cómo procede la uranista activa (no nos ponemos de acuerdo con Magda De Santo acerca de la caracterización de la uranista activa). La activa es la que avanza y logra su objetivo de relacionarse sexualmente y quizá de formar un noviazgo o una pareja estable, al menos por un tiempo. (Activa-pasiva, el código que se me aplicó en 1986, cuando me detuvo la Policía Federal y me llevó a la comisaría 26ª: “¿Quién es la activa, quién es la pasiva, cómo lo hacen?”). En este uranismo activo colegial secreto está el germen de la organización política de las lesbianas: estás afuera Víctor, vos no entendés (antiguamente “entender” –en los ghettos de uranistas– quería decir “ser lesbiana”). Estas situaciones, y aun en la represión a la uranista pasiva, desarrollan capacidades extra de supervivencia (que ya es bastante sobrevivir a la adolescencia y en un país colonial, sometido a crisis económicas y políticas constantes). Estas capacidades le dan a una la idea de ser “especial”. No es de extrañar entonces que un extendido grupo de lesbianas que oscilaban entre las clases altas y medias en Buenos Aires, allá por 1960-1970 (y quizás antes también) se autodenominara las better y llamara pakis a los y las heterosexuales (“piel de paquidermo”, “torpes como paquidermos”, Safina Newbery me explicó bien esto en una reunión social a finales de la década de 1980). La Doctora Teo es la exacerbación de esta autopercepción y es la encargada de hacer la limpieza de los efectos no deseados de la vida en comunidad lésbica. Una especie de aplicación de los reglamentos de Mercante, pero a la inversa. ¿Aplica aquí la observación “¡el feminismo no es machismo al revés!”? Pienso en el manifiesto SCUM de Valerie Solanas y en el contexto de enunciación y de hartazgo en su lugar de mujer que nunca podrá pasar de un lugar subalterno, porque los hombres construyeron el mundo de las galerías de arte para ellos y ella no estaba invitada. Como Magda De Santo heterosexual, invitada a cenar en una mesa de jóvenes con un filósofo italiano, donde ella era la única mujer. El filósofo corta un pedazo de manzana asada con la cuchara y se lo extiende en avioncito a Roberto, el novio de Magda. El filósofo pregunta “¿vamos a mi hotel?”. “Sí, dice Roberto, podemos darte unos masajes. Solo varones, mujeres no se permiten”. Es un texto de Magda De Santo, publicado en Cuadernos de existencia lesbiana, edición 30 aniversario, Nº1. Pero la Doctora Teo es pura razón higienista. Nada tiene que ver con la exaltación de la oprimida que muerde a quien se le acerca cuando intenta soltar amarras. Justamente la Doctora Teo está para exterminar todo aquello que muerda (o mame) y se escape de la racionalidad política lesbiana ¿fundamentalista? La enfermedad que transmite la cosa que se aparta de la racionalidad política lesbiana se llama afetamiento. Las reglas de la Doctora Teo fueron reglas elaboradas por la razón para no caer en ninguna de las trampas del heteropatriarcado, que básicamente consisten en ubicar a las mujeres (aquellas que las lesbianas ya no somos o nunca fuimos) en los roles de cuidado. Dejamos de pertenecer a la clase de las mujeres cuando nos fugamos de esos roles, es una lectura posible de los ensayos de Monique Wittig más ligados al feminismo materialista francés. Magda De Santo toma el camino de las lecturas queer y ahí nuestras bibliotecas se bifurcan, aunque las perspectivas se acercan en nuestra función de periodistas para el suplemento Soy del diario argentino Página/12}, espacio donde se unen los universos queer, feministas, transfeministas, lgbtiq+, disidentes y diversos. Considero más fuerte el acercamiento existencial del pacto tortx y este reclamo: “Basta de nuevas soluciones paquis a los viejos problemas tortxs”. “Problemas”, en sentido filosófico, ontológico.
La estructura colonial de la Argentina reposa sobre crisis económicas que estafan cíclicamente a la población trabajadora. En el centro de una crisis económica/alimentaria/climática/humanitaria, Magda De Santo instala el punto de convergencia en un patio de departamento interno o en un símil distópicamente geometrizado, hacia donde caen –cual plaga– invasores determinados/aunque en realidad indeterminados que son la confirmación de la estafa. La estafa de la convertibilidad económica, la estafa de la megaurbe atada con hilo colchonero, tapada con toneladas de aguas servidas y petróleo de las refinerías reventadas. En las distopías de Magda De Santo – Canadá e Inundación– la estafa siempre se revela como afectiva y ética. La autora es oriunda de La Plata, capital de la Provincia de Buenos Aires. Ciudad que tiene una particularidad, aparte de haber sido diseñada por masones teniendo en cuenta la moderna París postcomuna (grandes avenidas para que la caballería pueda ingresar con comodidad a reprimir): La Plata fue arrasada por el terrorismo de Estado entre 1974 y 1983 y nunca logró recuperarse de aquella sangría. En La Plata tuvo lugar la Noche de los Lápices, cacería feroz de militantes estudiantiles secundarixs llevadxs a campos de concentración donde fueron torturadxs, violadxs y asesinadxs. Magda De Santo nació el año en que comenzó la nueva temporada democrática en Argentina (1984) y cursó estudios secundarios en el Bachillerato de Bellas Artes Profesor Francisco Américo De Santo de la Universidad Nacional de La Plata. Francisco A. De Santo, pintor socialista, fue su bisabuelo paterno. A la escuela se le agregó un segundo nombre, María Claudia Falcone, una de las víctimas de aquella noche. En Bohamí están presentes los ecos de las luchas de la década de 1970 en las voces de una nueva generación: “Vos y yo somos la generación intermedia entre capitalismo tardío y los hijos de la dictadura”. Ni la generación de Magda De Santo ni la nuestra –la generación Malvinas, hijxs mentalmente programadxs por Videla– intervinimos directamente en las luchas de los 70, pero las referencias a ellas (o en el caso de nuestra generación, el haber vivido o recibido los coletazos de los últimos focos de resistencia) se iluminaron en las calles “cuando la cosa estalló” en la noche del 19 de diciembre al 20 de diciembre de 2001 y el pueblo de Buenos Aires salió a gritar “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”, a riesgo de ser ejecutado en las calles por la Policía Federal. La posibilidad de expropiar una góndola de un autoservicio chino en el conurbano platense auguraba la posibilidad de una muerte más anónima y sudorosa, entreverada con saqueos organizados/espontáneos de alimentos, pañales y electrodomésticos, como describe la autora en Canadá.
Teoría de las aguas es una compilación de piezas escritas entre el 2012 y el 2016, prácticamente una por año. A Magda De Santo le gusta decir que es “la gesta de una misma a través de la escritura”. Pero escrutadas desde un lugar más marxisresistente, en estas obras emerge el registro de la estructura económica en la relación lesbianismo/clase y lesbianismo/racismo. La clase es objeto de observación y de problematización del lesbianismo en Pensé que me ahogaba... y en Inundación, y de problematización de la vida sexual heterosexual y homosexual del hombre heterosexual, pero vistas por una mujer ¿proletaria/marginal? en Canadá. Sin embargo, la clase (proletaria postindustrial o proletaria industrial devenida marginal) no es descripta desde dentro de la clase. Magda De Santo construye un andamiaje trascendental imperceptible al observador que desconoce esta operación de la segunda etapa de la modernidad filosófica. Hay un sujeto que analiza, discurre y enuncia desde el feminismo (Canadá) y desde el lesbianismo feminista (Pensé que me ahogaba... e Inundación) acerca de las coordenadas clase/raza. El espectador sabe que no está asistiendo a una anécdota sino a un discurso con pretensión de universalidad, sobre todo en la catedral lésbica de Inundación, aunque el triángulo gótico se haya invertido. Sin embargo, el artilugio que oculta al sujeto que escruta funciona en estas distopías de soledad con olor a ingle de mujer/lesbiana gastada y abandonada. Pero a la vez joven y esperanzada, a la espera de una epifanía (¿lesbiana?). Bohamí nos augura, sin embargo, otro tipo de epifanía. Aunque Bohamí no está cerrada, no sabemos bien qué augura (sí sabemos qué mensaje caduca): “Solo sé que mis sueños de identidad se cayeron al vacío, o al mar salado en el que quiero y vine a flotar liviana”. Magda De Santo se fuga de la heterosexualidad en Canadá con un bebé de ocho meses en la panza que nunca nace, desarrolla un instructivo sobre un lesbianismo feminista en Inundación, oscilando entre el horror a la ética de la Natividad y el rescate de las aguas del bebé que trae la ley (aunque se trate de una ley lesbiana o trans), y el acoger a la otra en el abrazo que materna. En Inundación se enuncia un lesbianismo supremacista, que tiende a la abstracción en clave de distopía de una Ciudad Gótica devastada. Un lesbianismo que propone inmunidad frente a los cuerpos arrasados que se niegan a desconfigurar una ética solidaria, que desde el lugar supremacista se percibe como moral sacrificial. “Inmunidad al dolor o a la vulnerabilidad de lxs demás lo veo como machismo”, dice Magda De Santo acerca de este punto. Inundación no está agotada, precisa nuevas puestas en teatros que dispongan de los medios para generar la ilusión distópica. Como desafío, la autora nos deja sobre la mesa las cartas de Bohamí. ¿Acaso ha terminado el recorrido sobre el eje de la identidad/existencia lésbica? Es muy pronto para afirmarlo.