Rosamel del Valle y el asombro viajero: las crónicas de un poeta
Jueves 02 de mayo de 2024
Mientras vivió en Nueva York, el poeta Rosamel del Valle escribió sobre la ciudad para varios diarios chilenos y La Pollera las reúne en Tal vez como en todas partes.
Por Macarena Urzúa Opazo
“Pero si no es Nueva York la ciudad que trata de encender la vieja lámpara de la cultura universal, que alguien me corte una de las dos manos. Y la otra que me la dejen para escribir mentiras”. “Canción negra en Harlem”, La Nación, 1947
Si tuviera que describir las crónicas de Rosamel Del Valle en pocas palabras, diría que conforman un viaje poético, a la vez que un constante vaivén de una escritura entre la nostalgia y el asombro. Sus reportes desde Nueva York para La Nación (1946-1960), se configuran en parte como diarios de viaje, apuntes y reflexiones poéticas sobre imágenes documentales y fotográficas, las que el poeta va enfocando según el énfasis con el que intenta retratar las diversas escenas de la vida cotidiana y de la cultura local de la isla de Manhattan y sus alrededores. El cronista es además de escritor, un viajero que nunca abandona su condición de poeta ni tampoco su primer asombro. Rosamel es el individuo foráneo, que conoce de antemano muchos de los lugares recorridos, gracias a sus lecturas. En este sentido el cronista no deja nunca su oficio primero, el de escritor y poeta, alumbrando así una parte de su arte, por una parte, y la de su oficio de reportero, por otra: “para escribir mentiras”.
Nueva York como espacio urbano ha asombrado a numerosos escritores y poetas hispanos y latinoamericanos, quizás uno de los primeros sea el poeta viajero brasilero Sousândra-de [Joaquim de Sousa Andrade] con su poema “El infierno de Wall Street” (en O guesa errante, ca. 1870), conjugando el rol del cronista y reportero con el de poeta. Así, la ciudad de Nueva York ha tenido un lugar preponderante en el imaginario literario hispanoamericano, traspasando a autores, poetas y cronistas como Rubén Darío, José Martí, Federico García Lorca con su obra Poeta en Nueva York, por nombrar algunos autores, o bien la publicación de Desolación de Gabriela Mistral en 1922, por Barnard College en la Universidad de Columbia, NY.
La fascinación por la ciudad de Nueva York, cautivó a muchos escritores y artistas y formó parte relevante en la trayectoria de otros chilenos como Vicente Huidobro, Juan Emar y las escritoras María Luisa Bombal y Gabriela Mistral. Del Valle se siente partícipe de estos recorridos, a través de los pasos dados anteriormente por sus antecedentes literarios, como señala en la siguiente crónica “Canción de adiós a Nueva York”:
Aquel mar era el primer Rubén Darío azul y lleno de sueños y de sirenas que bebían “orange juice” en vez del “rubio champán”. Entonces, y de pronto, me dije: “Mañana tendré el de Tristán Corbière: infinito, furioso, solo y cruzado por barcos fantasmas”. Ya he dicho y contado mi amor por el Times Square, el corazón en torbellino de Manhattan. Vuelvo allí y todo es como siempre: una formidable corriente humana que vaga sin cesar de un lado a otro y bajo luces de colores y ruidos ensordecedores. (La Nación, 1948).
Rosamel Del Valle deambula entre Brooklyn y Harlem, entre la poesía y música del Harlem Renaissance, los conciertos del Lincoln Center y los “freak shows” de Coney Island. Así sus crónicas refieren tanto a estas andanzas como a sus visitas a museos, planetarios, a la televisión por dentro y a las infaltables librerías.
En todo este deambular, surgirá también la amistad poética en nuevos encuentros (reuniones con artistas como el escultor Tótila Albert o el fotógrafo Marco Chamudes, o el poeta peruano Emilio Adolfo Westphalen), afectos que se suman a la persistente evocación de sus amigos chilenos, entregando en sus crónicas un constante homenaje a sus lazos amistosos y poéticos, tanto de los presentes como de los ausentes.
Leonardo Sanhueza relata la siguiente anécdota de un Rosamel Del Valle, recién llegado a Nueva York con una cámara Leica colgada al cuello, recorriendo la ciudad, con un cartel que decía:
“Soy Rosamel Del Valle / Poeta / No sé hablar inglés”, así consigna este hecho en la introducción a las Crónicas de Nueva York, publicadas en el año 2002. Sobre aquellas fotografías, hay pocas noticias, más que algunas desperdigadas en el archivo de La Nación de la UDP. Sin embargo, podríamos imaginariamente ilustrar algunas crónicas, con fotografías de Marco Chamudes o de Lola Falcón, chilenos en Nueva York, contemporáneos a del Valle.
En esta red de compatriotas situados en este mismo espacio tiempo, se encuentra otro personaje, Armando Zegrí, autor de la novela, La mujer antiséptica (Ercilla, 1942), quien fuera además dueño de la galería de arte Sudamericana o galería Zegrí en Soho (cuya colección fue aparentemente donada al Museo de la Solidaridad Salvador Allende). Zegrí aparece como un componente fundamental de este engranaje de redes y amistades en la que confluyeron muchos artistas sudamericanos presentes en Nueva York, a través de su galería. Este personaje es nombrado en las cartas de Rosamel a Humberto Díaz-Casanueva, poeta y diplomático que ostenta un puesto en la recién creada Naciones Unidas. Es gracias a su gestión que Rosamel Del Valle viaja a Nueva York en 1946 con el trabajo de corrector de pruebas*i
También es nombrado en alguna que otra crónica, llevando a imaginar junto con esas fotos perdidas, a la animada banda chilena-neoyorkina comiendo cazuelas, bebiendo vinos y otros mostos, albergados por la hospitalidad de Zegrí.
Además de la amistad y evocaciones presentes a lo largo de estas crónicas, una mención fundamental la constituye la peregrinación literaria realizada por el cronista durante su estadía en los Estados Unidos. En estas crónicas, los protagonistas serán Edgar Allan Poe y Walt Whitman. Sumado a la literatura, se encuentra el interés de Rosamel por los estrenos de cine, el mundo de la radio, la música, los conciertos, las comidas y por último los diversos tipos humanos que marcan la atractiva diversidad de Manhattan. Fundamentalmente es posible leer en estas crónicas el asombro de del Valle, ante los diversos orígenes étnicos y sobre todo su curiosidad, a artos algo ingenua, curiosa pero entusiasta por la negritud y el mundo cultural afroamericano, en crónicas sobre el Harlem, el Bronx y el cantante / poeta Paul Robeson. Aunque mirados con la perspectiva del tiempo, muchos de sus comentarios nos parecerían inauditos o políticamente incorrectos al día de hoy, resulta interesante atender a esa óptica en donde las ideas en torno a la raza, y a veces concernientes también al género, se entremezclan para conformar una opinión en donde lo humano formará parte de ese nuevo paisaje descrito por la crónica. Es, por tanto, menester leer estas notas con esa perspectiva temporal e histórica, siguiendo la clave de que es Rosamel un testigo de la historia, pero uno que la debe escribir rápidamente para atender el plazo urgente dominical para La Nación de Santiago.
Una crónica instantánea, compuesta desde la urgencia y gracias a su “radiante Remington”, como nombra a su máquina de escribir en una carta a su amigo Humberto Díaz-Casanue-va. Para Rosamel, la mecánica y la poética, no van la una sin la otra, del mismo modo en que su escritura más periodística, no abandona nunca a la poesía.
A pesar de la presencia de alguno que otro error de tipeo, esa velocidad entre la escritura y la publicación de sus notas (algunas con menos de un mes de distancia), dan cuenta de la urgencia del envío, hecho que nos permite como lectores casi oír el tecleo acelerado de su Remington, mientras él mira sus apuntes y firma acelerado su entrega para luego llevarla a tiempo al correo. Sin embargo esa mezcla entre prisa y pasión le ganan a su reciente conocimiento de la ciudad, así como también a su paulatino encuentro con el otro, con su lugar como extranjero, con el idioma inglés y su variante norteamericana.