Raúl Zurita: "Toda obra literaria es siempre un monólogo"
De Un mar de piedras
Lunes 30 de marzo de 2020
Héctor Hernández Montecinos, poeta y ensayista, trabajó para la edición de Fondo de Cultura Económica sobre más de 300 entrevistas que le realizaron a Zurita en distintos medios escritos de Chile, Argentina, México, Perú, Ecuador y España entre 1979 y fines de 2017 para entregar al lector el devenir consecuente de su pensamiento. Aquí el epílogo.
Edición de Héctor Hernández Montecinos. Textuales de Raúl Zurita.
Ya sea que contenga multitudes de personajes como La guerra y la paz o Los detectives salvajes o un hombre solo como en los poemas de Kavafis, toda obra literaria es siempre un monólogo. Solo tú hablas y ese es el dato de tu vida. Yo parto del dato básico de mi vida, no porque piense que ella tiene algo especial, todo lo contrario, sino porque creo que si eres capaz de llegar al fondo de ti mismo, sin autocompasión ni falsa solidaridad, es probable que llegues al fondo de la humanidad entera.
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Los seres humanos no somos mucho más que distintas metáforas de lo mismo. Al final de Hojas de hierba, Whitman dice: “Lector, tú no estás leyendo un libro, tú estás tocando una persona”, que es conmovedora porque no es cierta; el lector está tocando solo un libro, pero quien lo escribió quiso decir “yo estoy acá”, no el verso que lo dice, sino este coágulo de carne, de huesos, de sangre que en este momento escribe: “Lector, tú no estás leyendo un libro”. El arte es la única actividad humana que solo existe en su fracaso: no se trataba de escribir poemas ni de pintar cuadros —ni siquiera El juicio final, ni siquiera el Canto a mí mismo—. Se trataba de que nuestras vidas fueran obras de arte.
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Los poemas quisieran dejar de existir porque eso significaría que cada segundo de la existencia se ha transformado en un acto creativo. Ese ha sido mi norte, mi sueño. Escribir obras no para que perduren, sino para que un día desaparezcan.
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Todos los cuadros, las pinturas que llenan los museos, las bóvedas de las iglesias, todos los libros en bibliotecas, todos los libros escritos, son como los escombros de una batalla inmensa que se ha perdido. Y la batalla no era escribir poemas, era hacer de la humanidad algo decente. Esa es la única forma de arte que vale la pena. Tal vez la gran virtud del arte, y por eso todavía existe, es que te permite recordar eso.
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Yo entiendo que el arte tiene relación con la vida o no tiene relación con absolutamente nada, pero al mismo tiempo todos esos géneros de memorias o autobiografías los encuentro por lo general bastante detestables. A mí me aburren al menos. Es tu vida, pero tu vida pasada a través de filtros, de mangueras, de engranajes, de cadenas. Tú alimentas literalmente con tu sangre las obras, pero no es esa lectura ingenua de contar hechos, sino que es contar lo que queda entre hecho y hecho. Las texturas del tiempo, las texturas de tu propio cuerpo, las tonalidades. Finalmente, la literatura, la poesía, el arte en general es lo único que les puede dar a los hechos la piedad y la compasión que ellos en sí mismos jamás tienen. Murió mi padre, ayer me encontré con mi hijo, hoy tuve un nieto: son datos. Lo único que les da su dimensión abismal y humana es precisamente el arte. El arte les da a los datos la dimensión de su humanidad y de su terror también. En ese sentido, uno cuenta su vida, pero la cuenta desde la urdimbre de los hechos, desde lo que los hechos dejan como huellas.
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Los depositarios de toda la historia somos cada uno de nosotros, nunca pude separar mis circunstancias de mi entorno. Por razones que me son muy desconocidas me tocó hablar desde una herida y la única forma que tenía para expresar aquello que me afectaba fue a través de la poesía.
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La historia del arte, de la poesía en particular, es también la historia de la desdicha, pero no es preciso para nada que tengas que sufrir para escribir; al contrario, quien se propone sufrir porque cree que ese es un método de acceder a una súper realidad escritural, lo más probable, es seguro, se lo digo un ciento por ciento, que solo va a sufrir y no va a escribir una puta letra. El deber de los seres humanos es la felicidad, cómo sea. Es su deber. Un ser feliz hace que otro también sea feliz.
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Este ejercicio de hacer poesía y hacer arte nos impone el deber de la alegría y el deber de ser, al menos en las obras, una forma de adelanto de la dicha, aunque escribamos obras desdichadas, pero el acto de escribir, el solo acto de escribir un poema, por débil que sea, implica una generosidad y un entusiasmo que contradice, que es la crítica más implacable a todas las desgracias que padecemos. Hay que valorar la alegría de poder escribir un poema, que para mí es un anticipo, un borrador de lo que alguna vez puede ser una vida creativa.
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Lo creativo está en apuntar al hecho de existir, pues la construcción de los textos o de los poemas son solo los carteles que indican la ruta, pero lo importante en definitiva es el camino. A pesar de todos los juegos formales, lo único que importa es la intensidad de la pasión. Y, aunque sea más o menos paradojal, a mí me ha interesado siempre más aquello que no está en el texto.
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Lo único que importa finalmente es cómo vivimos aquellos que nos denominamos seres humanos. Los libros, ¿qué son los libros? Lo que importa realmente es cómo vamos viviendo. No es el libro, sino lo que pasa entre libro y libro, tu vida concreta, la vida de los seres humanos. Lo importante es la vida, cómo nos hacemos pedazos, como intentamos precariamente ser felices dentro de esto que nos tocó.
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En un momento de mi vida tuve el sueño de que escribir era una especie de exorcismo. La escritura en el recuerdo se hace más fuerte, hace el recuerdo más vivo. No siento que escribir este libro haya sido un alivio. Ha sido seguramente lo que sentí que tenía que hacer. Para mí, el único sentido que tiene la escritura es la relación arte-vida, literatura-vida, una relación posible. Todos somos más o menos semejantes en los sueños, en las pesadillas, en la necesidad de amor, en la despedida frente a la muerte.
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Mira yo creo que la muerte nace contigo, no es algo original, pero creo que es profundamente cierto y te acompañará hasta el momento en que te mueres. Sí, creo que pasado un cierto tiempo la muerte se te hace algo concreto, está allí. A mí me ha importado más hablar de los asesinatos que de los muertos.
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Desde el momento en que alguien decide hablar, en realidad decide participar en el mundo, establece puentes con sus semejantes. Si uno se siente solo, por ejemplo, o tiene una experiencia de dolor muy fuerte, sabe de una u otra forma, lo sabe después, que el dolor es algo irredento, que expulsa al sufriente del mundo. El tipo está fuera del mundo cuando está sufriendo. Entonces, cuando uno puede hablarle, es porque optó por su sanación o su cura, o su salvación. Acordó participar del universo en que habita y participar con otros hombres.
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Si nosotros entendiéramos a los otros seres humanos con la misma devoción con la que contemplamos una obra de arte, ese sería el horizonte final. Pero obviamente que el arte y la vida son términos disjuntos. En su Tratado de pintura, Leonardo dibuja las semillas, habla de Dios y dice: “Es infinitamente impresionante pensar en quién hizo esto”.
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La poesía, si vamos a filosofar, es el primer encuentro del ser con las cosas. Después vendrán las teorías, las explicaciones, las razones. Esa mentira por la que han muerto tantos que se llama verdad. La poesía es la primera respuesta a la muerte, al hecho de saber que te vas a morir.
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La obra que importa es la que queda entre obra y obra, lo que media entre poema y poema, lo que pasa entre cuadro y cuadro, lo que sucede entre performance y performance, o sea, los espacios concretos de tu vida.
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Yo pienso que nosotros, todos, hablamos una lengua que, de una u otra forma, guarda en cada una de sus palabras las huellas, las condiciones que ella misma se impuso. Una lengua llena de heridas, de recuerdos, de arrasamientos. Una lengua poblada por fantasmas, pero al mismo tiempo es una maravilla porque también esa lengua construye.
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Toca el punto central de toda la literatura: ¿quién habla? En lo que a mí concierne es un asunto crucial que está en el fondo de lo que precariamente he intentado. Nunca he compartido mucho el concepto de máscara, esa idea de la literatura como máscara, la idea de enmascararse no me funciona bien, sino que creo que una imagen más cercana a la literatura, siguiendo con el ejemplo del teatro, es la de escenario. La escritura es como el escenario de una lucha entre lo que tú quieres decir con la lengua y lo que la lengua quiere decir a través tuyo.
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El resultado de esa lucha casi a muerte es el poema.
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Mein Kampf para mí era la metáfora del infierno. Incluso estuve a punto de ponerle Mein Kampf a Zurita. Pero me dije vas a tener que explicar tanto el título que mejor no lo hagas. Oscilé. Parra me decía: “Noooo, si ese es el título que tienes que poner”. Pero él no lo ha usado nunca. Ni lo va a usar.
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Hay un límite con la tolerancia de los demás sobre el cual uno no debe perderse. ¿Era mi interés que esto fuera una polémica en que nadie pasara del título? No, no era lo que pretendía.
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Si voy a ponerle a un libro Mein Kampf debo saber cuáles son las consecuencias.
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Es una provocación. Lo tengo anunciado desde 1979.
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Apuesto, quiero, que el sentido de la palabra, que es “mi lucha” se entienda, con la palabra en alemán y usando la frase de Hitler, en toda su connotación desesperada, desquiciada, rota. Mein Kampf es apelar a lo más execrable, para desde allí entender los gestos de amor, de ternura, de compasión que uno levanta en su vida. Lo propiamente humano es la cámara de gases, es Villa Grimaldi. Desde ese horror se entienden nuestros pobres gestos de bondad, que son heroicos. El mundo no se puede medir por lo bien que están los que están bien, sino por lo mal que están los que están mal. Hay un verso de Borges que dice “felices los felices”. Maravilla. Pero los que están mal están mucho más cerca del Mein Kampf, de las sangrientas internacionales, de Stalin, de Hitler, de los Pinochet.
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Uno se pregunta de dónde salen tipos tan sanguinarios, tan crueles, tan malvados, y lo cierto es que salen de nuestros mismos lugares, de nuestras mismas ciudades, de nuestras mismas calles, de nuestros mismos colegios. Salen de nuestra propia monstruosidad y horror. La poesía da cuenta de esas cosas o no da cuenta de nada; da cuenta de un sentido donde el individuo y lo colectivo se funden, de la relación de los individuos que somos, de la relación desesperada con el mundo, o si no, ¿para qué?
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Desde esta vulnerabilidad que son todos, no es uno en particular, te das cuenta de dos o tres cosas importantes en la vida: que es verdad llegar al umbral de lo humano al abrazar al otro, al tocar al otro. Eso es mucho más fuerte en medio de esta monstruosidad que hemos ido construyendo, que para que un solo ser humano esté vivo se necesitó de la solidaridad de millones de seres humanos, para que cada cosa esté viva se necesita de la solidaridad de millones y millones de otros seres vivos, y esto que es tan obvio, es lo que se trata permanentemente de impedir que veamos, se nos trata de cercenar, incluso dentro de la literatura, de la poesía.
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Cuando se dice que la poesía se tiene que ver e interrogar a sí misma, no es así, pues se debe interrogar hacia el afuera, donde los seres humanos sufren, caminan, se acuestan. Entiendo el deseo básico de la gracia como un sueño incluso que excede a lo humano, mientras nosotros insistimos por exceso de inteligencia, por arrogancia, en negar las lecciones elementales de la tierra y de todo lo que vemos. Entonces ese diálogo universal, donde nosotros somos pequeños intermediarios, donde todo conversa con todo, todo se abraza con todo y sin embargo hacemos emerger países dentro de experiencias límites como una dictadura y estas sociedades se están convirtiendo cada vez más duras, sin menos piedad, más implacables, derrotadas. Una cultura que significa la nada, cuando al final la derrota es mucho más vasta, más humana, más honda y más bella que la victoria. El fracaso es infinitamente más de lo que somos, de cualquier éxito.
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Agredido hoy por el lenguaje unívoco del capital, producto de nuestra naturaleza caída, estas pobres palabras nuestras cargan con todo el pasado, sentimientos privados que uno dice en público.
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Agredido hoy por el lenguaje unívoco del capital, producto de nuestra naturaleza caída, estas pobres palabras nuestras cargan con todo el pasado, sentimientos privados que uno dice en público.
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Hoy es preciso recuperar los desafíos. No empequeñecerse frente a la adversidad y sobre todo no confundir situaciones precarias con productos poéticos precarios. Mientras más precaria sea nuestra situación, nuestros impulsos e intenciones tienen que ser más amplios, más profundos y generosos. Y más fuertes.
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Nuestros ojos están llamados a contemplar el universo entero, no solo lo que miramos. Los satélites y los grandes telescopios son humanos, son realidades orgánicas, como el microscopio electrónico o los rayos láser. Hoy todo ello tiene una connotación de dominación, es decir, una connotación imperialista, puesto que su usufructo no alcanza para las grandes masas hambrientas o desposeídas, sino por el contrario, contribuyen a su dominación. Pero es el tiempo que nos ha tocado vivir y otros ojos, no los nuestros, verán sobre nuestros sufrimientos e injusticias, la construcción de un mundo nuevo. Es preciso luchar hoy y construir. Alguien algún día será feliz por ello.
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Les corresponde a ustedes, poetas del tercer milenio, escribir los últimos grandes poemas del fin de la escritura, levantarlos desde las cenizas de estas lenguas infinitamente demolidas, trituradas, incapaces ya de seguir cargando con la violencia que les ha impuesto la historia, para que la Ilíada, el poema de la cólera, pueda finalmente ser enterrado en paz. Les toca a ustedes, en suma, reintentar el amor.