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Philip Roth vuelve sobre sus propios pasos

Por Nacho Damiano

Un libro cuyo título es ¿Por qué escribir? suena pretencioso, hace pensar en una propuesta imposible de satisfacer, de manera similar a uno titulado Cómo ser feliz ¿Cuál es el sentido de la vida? Pero si el autor de ese libro es Philip Roth, la cosa cambia un poco. Sigue sonando pretencioso, es verdad. Pero lo de satisfacer la propuesta es más discutible.

Por Nacho Damiano.

Un libro cuyo título es ¿Por qué escribir? suena pretencioso, hace pensar en una propuesta imposible de satisfacer, de manera similar a uno titulado Cómo ser feliz o ¿Cuál es el sentido de la vida? Pero si el autor de ese libro es Philip Roth, la cosa cambia un poco. Sigue sonando pretencioso, es verdad. Pero lo de satisfacer la propuesta es más discutible.

¿Por qué escribir? (Literatura Random House) es una compilación de ensayos, entrevistas y discursos escritos entre 1961 y 2014. Pocos libros permiten dar cuenta de una vida entera, con sus cambios, sus contradicciones y sus obsesiones. Algunos de los textos ya habían sido publicados con anterioridad en diarios o revistas (sobre todo las entrevistas), pero muchos son inéditos, en especial los discursos. Un dato no menor en este tipo de publicaciones: la selección la hizo el propio Roth, así como algunas pequeñas correcciones (parece que al final Borges tenía razón, la obra nunca está terminada).

Uno de los mejores aspectos del libro es que nos permite ver a Roth cumpliendo diferentes roles. El primero es el de crítico literario, y es más que interesante porque, como dice él mismo, los novelistas son los mejores lectores que existen. Y si encima tienen la voluntad de escribir sus lecturas, no nos queda más que agradecerlo. En ese sentido, lo que hace con la obra de Mailer es excelente, casi podría decirse que usa la crítica como excusa para hablar de la sociedad estadounidense. El resultado es uno de los mejores textos del libro. Dos cosas son rescatables de Roth como crítico: su capacidad de lectura (parece estar al tanto de todo lo que se produce en todo el mundo, lo que le permite reflexionar acerca de autores aparentemente tan distantes como los checos durante la Unión Soviética y los del boom latinoamericano) y, en segundo lugar, el hecho de que Roth haya sido profesor de literatura durante mucho tiempo ayudó a que forje una manera de expresarse muy cercana y accesible sin que por ello se pierda un ápice de rigurosidad, lo que sin dudas el lector sabrá disfrutar.

Un segundo grupo de artículos, prácticamente imprescindible para quienes disfrutan los textos sobre el oficio y el backstage del trabajo de un autor, reúne piezas en las que Roth reflexiona sobre su propia producción. Un buen ejemplo es la titulada “En respuesta a quienes me han preguntado `En cualquier caso, ¿cómo llegaste a escribir un libro?´”, una narración hermosa sobre la génesis de un libro y sobre el trabajo que lleva adelante un autor que todavía está aprendiendo de qué se trata el oficio (aunque el propio Roth afirma que es algo que no se aprende nunca), que muestra cómo cuatro (¡cuatro!) novelas inconclusas, aparentemente una pérdida de tiempo, de repente se juntan y entre todas forman una novela terminada, publicada y exitosa. Roth nos lleva de la mano por los vericuetos de su mente y es como si nos paráramos detrás de su hombro cuando está escribiendo y su propio yo nos relatara, en voz baja y al oído para no molestar al escritor, las decisiones que va tomando, los errores que va cometiendo y las soluciones que encuentra para enmendarlos. Lo más rescatable de esta “sección” es que Roth tiene la valentía de escribir acerca de tópicos que otros autores ignorarían por pudor o por considerarlos menores, como “¿de dónde sale una novela?” o “¿hasta dónde es importante el oficio y hasta dónde la inspiración?”. Las reflexiones acerca de la “literatura del yo” son súper actuales (Roth rastrea un texto en el que Virginia Woolf ya hablaba al respecto en 1915, si nos descuidamos vamos a encontrar a Homero opinando del tema), y sus palabras acerca del “trabajo con la naturalidad”, de las “estrategias confesionales” y de las “máscaras” de los escritores son perfectamente aplicables a discusiones que se siguen teniendo en nuestros días. Una muestra: “Hay que ser muy ingenuo para no comprender que un escritor es un intérprete que representa el papel que mejor sabe hacer, y que no lo es menos cuando se pone la máscara de la primera persona del singular. Esa puede ser la mejor máscara de todas para un segundo yo.”.

Es importante recordar que Roth es de los pocos escritores que, en total dominio de sus facultades mentales, decidió dejar de escribir pero no de leer ni de pensar, especialmente acerca de su propia obra. Esa mirada retrospectiva, fundamental para hilar toda una vida de trabajo y para encontrar puntos de unión que de otro modo no se verían, le permitió analizar su propia obra con una tranquilidad y una distancia muy poco habitual. “La implacable intimidad de la ficción”, un discurso que escribió para un homenaje que le hizo el museo de Newark con motivo de su cumpleaños número 80, es un texto impecable en el que reflexiona acerca del uso del detalle en la novelística con una lucidez llamativa. Si, como dice Kierkegaard "La vida sólo puede ser comprendida hacia atrás, pero únicamente puede ser vivida hacia adelante", con la propia obra parece suceder algo similar, solo puede ser producida hacia adelante, pero la comprensión total que aporta la mirada retrospectiva es un diamante que muy pocos autores encuentran, ya que no suele ser común que al final de sus días se tomen el trabajo de buscarlo.

Finalmente, el último conjunto de textos corresponde a entrevistas, tanto que le hicieron al propio Roth como hechas por él a otros colegas (incluido el capítulo “El oficio”, que ya ha sido publicado con anterioridad como volumen independiente). Son especialmente rescatables una que le hace Joyce Carol Oates en 1974 y otra que le hace Roth a Bernard Malamud, uno de los textos más lindos del libro y uno de los mejores que existen sobre Malamud. Para el final, la joya del libro: un texto que no se podría encuadrar en ninguna de las categorías que mencionamos y que se llama “`Siempre he querido que admiraseis mi ayuno´, o una mirada a Kafka”. La primera parte es una especie de biografía crítica sobre Kafka y la segunda, una biografía apócrifa que narra la vida del autor checo si hubiera sobrevivido a la tuberculosis y al nazismo y se hubiera mudado a Estados Unidos a enseñar literatura, algo similar a lo que hace Piglia en “Homenaje a Roberto Arlt”. Una mezcla perfecta entre crítica y ficción.

Como cierre, una frase de Roth que quienes escriben podrían anotar, imprimir, enmarcar y tenerla a la vista en el escritorio para mirarla todos los días. Consultado sobre la sensación que le genera haber decidido dejar de escribir, Roth dice que lo que siente es básicamente paz, porque “Una mañana tras otra, a lo largo de cincuenta años, me enfrentaba a la página siguiente indefenso y sin preparación. Para mí, escribir era una hazaña de supervivencia. La obstinación, y no el talento, me salvaron. También he tenido la suerte de que la felicidad no me importase y de no tener compasión conmigo mismo”. Quizás el trabajo de escritor no sea ni más ni menos que eso.

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