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Nueve preguntas

Nueve preguntas a Sebastián Martínez Daniell

Cuestionario fijo

Escritor y editor argentino en Entropía, el autor de Dos sherpas nos deja sus respuestas a nuestras preguntas de siempre.

 

1. ¿Cuál es el objeto más antiguo que conservás? 

No lo sé con exactitud. Supongo que debe ser algo mineral, algo de los años en que el planeta estaba definiendo su morfología... Hace no mucho tiempo, yo vivía sobre la calle Gurruchaga y la municipalidad resolvió levantar el empedrado de mi cuadra para asfaltarla. En un gesto nostálgico, de noche, quizá de un modo innecesariamente furtivo, me hice con dos adoquines que estaban apilados en la calzada. Creo que conservo uno, aunque tampoco sabría decir dónde lo tengo. Este adoquín, como la mayoría, está hecho de granito, una roca que contiene cuarzo, feldespato y mica, una mezcla muy antigua. Su origen es ígneo y plutónico: es un adoquín nacido a gran profundidad, debajo de la corteza terrestre, por el enfriamiento del magma volcánico. Lo debo tener por ahí, en el lavadero, creo.

  

2. ¿Qué libro de otro autor produjo en vos el efecto que te gustaría producir en quienes te leen?   

Qué difícil... No tengo demasiada claridad sobre el tema. No llego a definir con precisión cuál es el efecto que busco, si es que busco alguno en particular. Creo que es más ambiguo el proceso, menos programático, más orgánico: escribo porque quiero, desde ya, porque algo fértil, transformador, me ocurre cuando escribo; a veces, al menos. Y también me reconfortan algunas lecturas de mis textos, me enriquecen otras, por supuesto. Pero quizá la parte luminosa del asunto es que no se pueden anticipar esas transformaciones, y tampoco la reverberación que un texto pueda tener en el otro. Si uno se propusiese algo y fuese perseverante y diligente al punto de cumplir con esa meta del modo en que se ha planificado, sería todo muy eficaz y certero, amén de desangelado, mecánico, desleído. Inútil, en un punto, ¿no? Ahora bien… nada de esto responde la pregunta… Hay libros que, en distintos momentos, me resultaron inspiradores; es decir, que alimentaron mis ganas de leer más y de escribir un poco. Menciono algunos, cuyos autores o autoras ya han muerto: Molloy, de Samuel Beckett, Cosmos, de Carl Sagan; Ficciones, de Jorge Luis Borges; Glosa, de Juan José Saer; Ada o el ardor, de Vladimir Nabokov; Opus nigrum, de Marguerite Yourcenar; Claus y Lucas, de Agota Kristof; Nuestros antepasados, de Italo Calvino; Así habló Zaratustra, de Friedrich Nietzsche; Austerlitz, de W.G. Sebald; Eisejuaz, de Sara Gallardo; Mis dos mundos, de Sergio Chejfec… En fin, son un montón, hay más.

  

3. ¿Lo mejor y lo peor que te dio la literatura? 

Me parece importante, en principio, marcar una diferencia semántica. No quiero que confundir escritura con literatura. Escritura es, propongo, un concepto que engloba todo aquello atinente al proceso de producir textos: leer, hacerse un tiempo, sentarse, pensar, leerse, corregir, descartar, frustrarse, encontrarse con alguna epifanía, releerse, reescribir… En cambio, literatura, me parece, podría aludir a todo el entramado que rodea a la puesta en circulación de esos textos: la publicación, los libros, las librerías, las editoriales, los festivales, los premios, las lecturas públicas, los sistemas de validación, etc. Si nos referimos específicamente a esto último, creo que lo mejor han sido los amigos, las amigas. Me gusta hablar con ellos, con ellas; en especial, de otras cosas, de asuntos que no tengan que ver con lo literario específicamente. Lo peor… no sé. Cierta ansiedad: propia y ajena, siempre un poco tonta, siempre contraproducente, siempre viciada.

  

4. ¿Cuál es el libro que más regalaste y por qué? 

Me cuesta mucho regalar libros. No quiero decir que no lo haga; lo hago seguido, de hecho. Pero siento que implica una gran responsabilidad. Porque es una curaduría que no sólo dice algo de mí –lo que sería algo más bien irrelevante– sino que además deja expuesta la imagen que tengo de la destinataria, del agasajado. De modo que primero, antes de entrar a la librería, hago un estudio bastante sesudo de los gustos y las tendencias lectoras de quien vaya a recibir el regalo. Y luego trato de hacer una selección oblicua a esos gustos y tendencias, apuntar a un libro que pueda formar serie con los que esa persona ya viene leyendo, pero que provoque cierto desfase o sorpresa. A veces me funciona, a veces no. Pero no recuerdo haber regalado dos veces el mismo libro. Hay tantos… Me parece que los últimos que regalé fueron, por mencionar algunos títulos, Infocracia, de Byung-Chul Han, y Todas las crónicas, de Clarice Lispector.

 

5. ¿Como qué disco suena la música funcional de tu cabeza? 

Escribo en silencio, o con música de piano, en general. Salgo a caminar con música clásica en los auriculares. Así que una respuesta rápida podría ser: Sacred Hymns, las obras de Gurdjieff ejecutadas por Keith Jarret. Pero ya que estamos, amplío un poco… Resulta que hace unos años caí en la cuenta de que muchas mañanas (no todas: pero muchas) amanecía con una canción sonando en mi cabeza. Me despertaba “cantando para adentro”, debe haber un modo de decirlo mejor. Durante varios años no supe qué hacer con esa,  llamémosle, información. Pero el año pasado entendí que una posibilidad era transformarla en una playlist de Spotify. Al día de hoy, esa lista tiene cincuenta y cinco canciones, unas cuatro horas de música. Un muestreo de los primeros temas: “Suzanne”, de Leonard Cohen; “Zombie”, de Cranberries; “Washing of the Water”, de Peter Gabriel; “I Me Mine”, de The Beatles; “All the Way to Reno (You’re Gonna Be a Star)”, de REM; “Romeo and Juliet”, de Dire Straits; “No surprises”, de Radiohead; “Life on Mars?”, de David Bowie; “21st Century Schizoid Man”, de King Crimson…

 

6. ¿Cuál fue el color más hermoso que viste en tu vida y dónde aparecía? 

Me pongo sentimental, sepan disculpar... Mi primer hijo empezó a nacer adentro de un auto. Cuando llegamos a la sala de partos, ya tenía casi toda la cabeza afuera y no había emitido sonido alguno. Ni siquiera llegaron a poner a su madre sobre la camilla; el parto terminó encima de una silla de ruedas. El bebé, Moreno, mi hijo mayor, salió del vientre materno –como suele ocurrir y sorprende cada vez a los padres primerizos– completamente azul, cianótico, quién sabe qué más. Recién en la salita de neonatología tosió, respiró, lloró, y su cara mostró un matiz rosáceo, estaba vivo. Creo que esa tonalidad vital merece estar entre los primeros puestos. Mi hija menor, por su parte, tiene un lunar hermoso debajo de una oreja. Anotemos ese color también.

 

7. ¿Con qué escritor o escritora que ya no pisa el mundo de los vivos quisieras tomar un taller literario? 

Tengo poca experiencia tomando talleres. Hice, como alumno, uno solo en mi vida. Con Mauricio Kartun, un taller de dramaturgia, en su casa, a comienzos de los noventa. Fue extraordinario. Y eso que luego, jamás –hasta el momento al menos– escribí una obra de teatro. De lo muertos… No sé, hay gente que no entiendo cómo hace lo que hace, y me encantaría que me lo explicara: Beckett, Woolf, Rulfo, Borges, Shakespeare mismo… Pero me temo que todos ellos serían intratables como talleristas.

  

8. Un libro que hayas prestado y no te devolvieron. 

Le presté a mi madre, en el verano, El corazón del daño, de María Negroni. Se resiste a dármelo de vuelta. Pero como yo debo tener seis o siete libros de mi madre en la biblioteca, siento que no tengo autoridad moral para reclamarlo con más ahínco.

   

9. ¿Cómo ordenás tu biblioteca? ¿Nos mandás una foto? 

Es un tema de candente actualidad. Tengo tres, quizá cuatro bibliotecas en casa. Dos en la sala de estar, una en el estudio donde trabajo y colgamos la ropa, y una más en el dormitorio (pero esta última cumple otras funciones además de tener libros). Ninguna es muy grande. La organización hasta hace pocos días era la siguiente: en la biblioteca más espaciosa de la sala, los libros escritos originalmente en castellano, ordenados alfabéticamente por autor o autora; en la pequeña que está en esa misma habitación, los libros en otros idiomas originales, no traducidos podríamos decir; en el estudio/tender, los libros traducidos al castellano desde otras lenguas, siempre por autor o autora, alfabéticamente, y algunos diccionarios, enciclopedias, los libros sobre artes plásticas; y en los estantes de la habitación, libros que hacen al trabajo más inmediato mío o de mi mujer, y algunos libros repetidos, y algunos ejemplares de libros que escribí yo. Ahora bien: resulta que la primera de todas estas bibliotecas, la de los libros escritos originalmente en castellano, hace tiempo que está desbordada. De modo que, hace menos de una semana, traté de reparar esta situación quitando de ahí las antologías y pasándolas al dormitorio. No funcionó, seguían sin entrar. Así que volví a meter las antologías ahí, y retiré los libros de autores y autoras nacidos en España y Latinoamérica pero no en Argentina. Mi idea es colocarlos en la biblioteca del estudio. Pero aún no pude encarar esa tarea, que imagino titánica. Así que en este momento estoy rodeado por pilas más o menos arbitrarias de libros que no encuentran su lugar de reposo. A esto se suma que recientemente tuve que encarar un trabajo que requirió muchísima consulta bibliográfica, y eso colaboró al agravamiento del estado efervescente, caótico de los libros de mi casa. Si algún alma caritativa quiere venir a dar una mano, es bienvenida.

 

 

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