Nueve preguntas a Milita Molina
Cuestionario fijo
Martes 01 de febrero de 2022
Nacida como Juana Emilia Molina el 22 de agosto de 1951 en la ciudad de Santa Fe, hoy responde la escritora, traductora y profesora de Literatura, autora de libros como Mi ciudad perdida, Fina voluntad o Trilogía (Editores Argentinos).
1. ¿Cuál es el objeto más antiguo que conservás?
Nunca lo pensé ni podría precisarlo. Pero pienso inmediatamente en cosas ligadas a mis padres. Tal vez lo más antiguo sea una caja de costura de mi abuela materna o un diploma de 1926 de la misma abuela que fue Química industrial de la fábrica Granja Blanca. Es de papel transparente rosa pálido. O tal vez conserve cosas más antiguas que no recuerdo. Como una acuarela que mi padre amaba. Tanto la amaba que la guardaba en un armario y la miraba todos los días y la volvía a guardar. Lo que me lleva a pensar que contesto esta pregunta llevada por lo familiar, por el linaje -no en el sentido aristocrático vulgar de la palabra sino en esa leyenda del linaje que uno crea y lleva al cielo cuando escribe. En el sentido de Tsvietáieva de lo “que no se aprende en la infancia no se aprende más”. Algo así. La memoria no es ropa colgada en el tendedero como dijo Beckett de Proust. No es un archivo. Y por eso me asombran las memorias cronológicas precisas y modulo la respuesta. Los recuerdos de objetos que conservo -incluso los que nombré- ya son una invención, ya están tocados por la memoria. Ya son evocaciones. Se conservan en la memoria: eso es lo que importa para la escritura si no hacés realismo.
2. ¿Qué libro de otro autor produjo en vos el efecto que te gustaría producir en quienes te leen?
Hay un autor que traduje que es Raymond Federman -gran amigo de Beckett y gran escritor- que dijo “Beckett me inventó la vida”. Bueno, creo que la pregunta apunta a eso. Yo no puedo nombrar a un solo autor. Y ni digo “un solo libro”, porque todos los autores que me han inventado la vida son “autor de un solo texto”, como escribe Osvaldo Lamborghini, uno de los que me inventó la vida. Pero no más que Macedonio o Beckett, no más que James, no más que Kierkegaard o Mansilla o Néstor Sánchez o Hugo Savino o Lowry o Jane Bowles. Y siempre ahí José Hernández en la voz de mi padre que lo decía siempre como quien silba. ¡Te imaginás que un lector diga “me inventó la vida”! No tengo esa pretensión loca de que a alguien le pase eso con algo mío pero me gusta mantener esa idea de Federman para seguir.
3. ¿Lo mejor y lo peor que te dio la literatura?
Es que lo peor y lo mejor van de la mano. La literatura te vacía, te aniquila, incluso lo que se escribe se va haciendo casi sin uno, te manda a soledad radical, a falta de puente con lo que no ocurre entre la mano y la página. Como decía Leónidas Lamborghini: “Uno empieza a escribir creyendo que va a hacer más amigos, y con cada libro está más solo.” Y al mismo tiempo -y sigo con Leónidas-: “Uno lleva un hijo de puta adentro que quiere ir corriendo a anotar”.
El hijo de puta que anota al mismo tiempo que se va vaciando también es el que siente, como decía Kerouac: “Soy el gran recordador salvando la vida de la oscuridad”. Tal vez esos modestos resplandores de la memoria que rasca la olla sean parte de lo mejor. Por lo demás repito lo que escribió Osvaldo Lamborghini: “La literatura es una perfecta máquina de vaciar”. Beckett escribiendo “Al fin sin recuerdos”. Esa empresa de restar y restar hasta escribir solo resplandores. Ensoñaciones. Hay una frase muy conocida de Virginia Woolf que sintetiza mucho: “Los escritores no tenemos problemas para escribir, tenemos problemas para vivir”.
4. ¿Cuál es el libro que más regalaste y por qué?
A partir de la pregunta me doy cuenta que no suelo regalar libros. Mis amigos que leen son ávidos y se compran sus libros y tienen gustos muy propios -van solitos su alma en sus elecciones y no sabría qué regalarles que ya no tengan-, y a los que no leen no les regalo libros. Claro que he regalado libros algunas veces pero son excepciones y, por lo mismo, no recuerdo haber regalado nunca el mismo libro.
5. ¿Como qué disco suena la música funcional de tu cabeza?
Como un mix de muchas músicas distintas. Escucho de todo. Y sin transición puedo pasar de un tango al pop británico o al tan denostado latino. Me gusta mucho el fraseo del trap. Un “sin transiciones” se llamaría mi música funcional. Pero sobre todo, y en lo que importa a la escritura, contrastar mucho con el silencio, como decía Beckett.
6. ¿Cuál fue el color más hermoso que viste en tu vida y dónde aparecía?
No sé si alguna vez tuve esa experiencia de un casi satori de un color. En todo caso llevo conmigo el recuerdo de un color y de una luz. Y es siempre el mismo: el color del río en santa Fe. Un cuadro de Supisiche lo resumiría todo. Cualquier cuadro. Nada de colores brillantes ni pasteles. Ocres, grises, verdes agrisados y la luz, el color de la luz húmeda y penetrante de Santa Fe. Un color sin lustre.
7. ¿Con qué escritor o escritora que ya no pisa el mundo de los vivos quisieras tomar un taller literario?
No quiero molestar a nadie pero, en materia de literatura, los talleres literarios me resultan incomprensibles. Los niego casi de tan inverosímiles que me resultan. Si se trata de enseñar a escribir bien, a “hacer buenos ejercicios en Francés”, como decía Claudel, supongo que un taller puede llegar proveerlo -en el mejor o más bien en el peor de los casos, porque de ahí sale una especie de literatura “comunicacional”, bien armada, que todavía está en cosas tan viejas como la composición, los personajes, los comienzos y finales: el cuentito como decía Sánchez. Pero la escritura no se trata de eso.
Aparte no soy fantasiosa y no se me daría por imaginar esa clase de encuentro. Porque creo que cuando uno lee -o escribe lo que lee- está eligiendo a sus contemporáneos y, en ese sentido, los escritores nunca están muertos. Están de muy buen vivir, uno habla con ellos. Tsvietaieva a los escritores muertos les decía Voces. Yo escribí Tierra Adentro más cerca de Mansilla que de cualquier escritor vivo y Bola de Fuego es un diálogo con Lowry como contemporáneo.
8. Un libro que hayas prestado y no te devolvieron.
Dos tomos encuadernados de tapa dura de historietas de mi infancia que me había hecho hacer mi madre. Un préstamo alocado que merecía tamaño castigo. Los libros no se prestan. Si los prestás, sabés -generalmente- que lo estás regalando.
9. ¿Cómo ordenás tu biblioteca? ¿Nos mandás una foto?
Hace unos años vendí casi toda mi biblioteca y me quedé con una biblioteca reducida. Fue una liberación. Y siempre ordené por nacionalidad y por género si eso era posible. Y ahora sigo el mismo criterio pero cada vez son menos los autores que leo así que prácticamente se podría decir que ahora ordeno por autor. Los agrupo. Los tengo a la mano.
