Nueve preguntas a Flavio Lo Presti
Cuestionario fijo
Martes 02 de febrero de 2021
1. ¿Cuál es el objeto más antiguo que conservás?
La planilla que anunciaba titulares y suplentes de Newell´s en un amistoso con Belgrano en el año 82, en cancha de Belgrano. Mi papá me llevó al vestuario a conocer a los jugadores y Víctor Hugo Civarelli, arquero de Newell’s, me alzó hasta donde estaba la planilla y me dejó llevármela. Conservo solo tres de los cuatro pedazos en los que estaba doblada. En Newells jugaba con la cinco un jovencísimo Gerardo Daniel Martino (ese día perdimos 1-0, creo que con gol de Germán Ricardo Martellotto).
2. ¿Qué libro de otro autor produjo en vos el efecto que te gustaría producir en quienes te leen?
La Opera Flotante, de John Barth.
3. ¿Lo mejor y lo peor que te dio la literatura?
Lo mejor que me dio es la ilusión de un sentido para la vida: me despierto leyendo, armo mi vida en torno a la escritura de mis lecturas, pienso qué escribir y cómo, escribo, y en el tránsito imagino que olvido que voy a morir, que van a morir quienes me rodean. También ciertas formas de la amistad que no imagino llegando a mi vida por otra vía. En un momento, lo peor que me dio es la angustia de las influencias.
4. ¿Cuál es el libro que más regalaste y por qué?
La luz argentina, de César Áira. Fue el primer libro de Aira que leí, y cuando lo leí lo hice confundido, pensando que me encaraba con un ensayo “de interpretación nacional”. Lo que encontré fue (en fin) Aira. Voy a citar de memoria para poner en evidencia la fascinación que me produjo a los dieciocho años, la herida que le infligió a alguien cuyo temperamento está inclinado naturalmente al realismo: “la vida semiociosa, desgajada de la naturaleza, el medio post-capitalista del que habían hecho su morada y santuario les prohibía, bajo el veto del absurdo, toda seriedad”. No he repetido muchos regalos de libros, y a La luz lo regalé tres veces: al suizo Phillip Lotenbach como intercambio de banderines nacionales (el me regaló El encargo de Dürrenmat); se lo regalé en el 2004 a la vicedirectora de un colegio en el que trabajaba (la mujer me gustaba pero yo no lo tenía del todo claro) y que había leído a Abelardo Castillo como última novedad literaria; finalmente me olvidé un ejemplar en casa de una amiga porteña y lo di por regalado. Supongo que la verdadera razón fue una forma suave de autosabotaje: Aira no quería reeditarlo, y no circulaba digitalizado en la WEB (recientemente me hice con un ejemplar escaneado en una universidad yanqui gracias a la generosidad de Nicolás Ricci).
5. ¿Como qué disco suena la música funcional de tu cabeza?
Los días bajón, como la banda de sonido de Petróleo sangriento; los días eufóricos, como Ca7riel y Paco Amoroso, especialmente "Cono Hielo".
6. ¿Cuál fue el color más hermoso que viste en tu vida y dónde aparecía?
El sol de la siesta contra la pintura rosada en una columna de mi casa de Alta Córdoba en la década del ochenta.
7. ¿Con qué escritor o escritora que ya no pisa el mundo de los vivos quisieras tomar un taller literario?
Eso tiene que ver con lo que yo imagino que son mis problemas “técnicos”. De vez en cuando, a Dolina (a quien adoro) se le da por pegarle a Nabokov porque en sus Cursos no parece equipado con “herramientas críticas más modernas”, como “la semiótica” (sic). A mí me gustaría que el Nabokov de los cursos me monitoreara la escritura de una novela, pero también me lo imagino irritable y altaneramente aristocrático como el Mr. Pitt que Ian Abercrombie componía en Seinfeld y me da un poco de fiaca. Creo que me quedo con Dickens.
8. Un libro que hayas prestado y no te devolvieron.
La maravillosa vida breve de Óscar Wao, de Junot Díaz.
9. ¿Cómo ordenás tu biblioteca? ¿Nos mandás una foto?
Siempre la ordené por literaturas nacionales, con un espacio aparte en el que mezclaba las menos representadas (los clásicos griegos, los rusos, los centroeuropeos, los asiáticos), y otro compartimento para ensayos, crónicas, periodismo (antes también estaban separados el teatro y la poesía pero terminaron por absorberse en sus respectivas casillas nacionales). En la casa en la que me mudé también hay una zona marginal de tres estantes flotantes en los que puse los libros que estoy utilizando, los que no utilizo para nada y ejemplares de los libros que escribí yo. Alguna vez tuve la intención de conservar una relativamente precisa cronología en el orden de cada espacio, pero las mudanzas me cansaron y terminé por acomodar todo a la bartola, lo que hace difícil encontrar rápido las cosas. Hay ciertos criterios difusos de “calidad/época/estatus en el canon” en la zona de literatura argentina, pero pierde sentido a medida que saco y meto libros sin control. La literatura escrita por quienes alguna vez residieron en el territorio de mi provincia ocupa un sector aparte, no importa la dimensión que haya alcanzado ese escritor (los libros de Busqued-que nació en Chaco- y María Teresa Andruetto se codean con los libros escritos por buenos escritores que no tuvieron una difusión tan afortunada, pero también con los de oscuros polígrafos a los que ni siquiera he leído).