Nomadismo, subjetividad y temporalidad en la escritura de Alicia Genovese
Un prólogo de Alicia Salomone
Martes 07 de agosto de 2018
Gog y Magog publicó este año la poesía reunida de Alicia Genovese: "Hay una pulsión dialógica en la poesía de Genovese que reenvía no sólo al campo de la cultura, sino a la relación entre la escritura y la realidad que la hace posible y que opera como un anclaje fundamental de la experiencia poética".
Por Alicia Salomone.
La línea del desierto. Poesía reunida es un libro que ha sido largamente esperado. Los lectores asiduos de la poesía de Alicia Genovese, desde hace mucho tiempo, sentíamos que este libro hacía falta y, por eso mismo, su concreción material es bienvenida. No hay más que celebrar, entonces, la presente edición de Gog y Magog.
El recorrido de este libro se inicia con un poemario inédito, que da nombre al volumen, y prosigue a través de otros nueve poemarios que Alicia Genovese publicó desde los inicios de su carrera literaria hasta la actualidad: El cielo posible (1977), El mundo encima (1982), Anónima (1992), El borde es un río (1997), Puentes (2000), Química diurna (2004), La hybris (2007), Aguas (2013) y La contingencia (2015). Ellos conforman un corpus orgánico que ha madurado en el tiempo y cuyas conexiones se revelan al lector atento a través de recurrencias semánticas (nomadismo, temporalidad y subjetividad) y de proximidades sonoras y rítmicas que otorgan a esta poesía una textura y personalidad inconfundibles.
Hay una pulsión dialógica en la poesía de Genovese que reenvía no sólo al campo de la cultura, sino a la relación entre la escritura y la realidad que la hace posible y que opera como un anclaje fundamental de la experiencia poética. El mundo es el espacio en el que se despliega una subjetividad lírica que, de un modo u otro, siempre se hace presente, observando, recorriendo y compenetrándose con el entorno. Asimismo, aparecen los otros, que son el centro de gravedad de una indagación en las complejidades de la condición humana, incluyendo las del propio yo, que se dejan ver tras el juego de afectos y deseos, y en los claroscuros y padecimientos del acaecer personal y social, como surge nítidamente en Aguas y La Hybris.
Alterando el sentido cronológico de su obra, Alicia Genovese introduce este volumen con “La línea del desierto” y esa opción no resulta casual, pues este libro constituye una suerte de síntesis que reúne preguntas, registros y obsesiones ya instaladas en los anteriores, pero que se reponen desde un lugar de habla y un punto de mira diferentes.
Entre los motivos recurrentes de este libro está el del viaje, ya anunciado en Anónima, que es tanto un trayecto exterior como interior. El primero, dibuja el desplazamiento por un espacio físico crecientemente despojado, del que “desaparecen los edificios, los autos / los semáforos” para ser sustituidos por “abrojos” y “pastos escuálidos”, dirigiendo la marcha hacia “lo inconexo, / lo áspero / lo faltante”. El segundo, es una exploración interior en la que, como indica el epígrafe de Edmond Jabés haciendo eco del J’est un autre rimbaudiano, la subjetividad poética se escinde, espejeando su soledad en un otro que es él o ella misma. Esa figura, que se alza frente a lo cambiante e incierto, interpela y llega a cuestionar la propia estabilidad identitaria: “Estás a la intemperie, / no hay engaño, lo visible / es lo existente / Manejás / por una ruta sin límites”. Pero, a la vez, esa segunda persona también permite vislumbrar un tono menos hosco, menos duro, una interlocución más amorosa: “En la hebra de la casualidad / están tus ojos, / sin ellos podría no ocurrir / sin ellos podría el afuera / reducirse a un desierto”.
Asociado al tránsito nomádico, en este poemario también se manifiesta una actitud reiterada en la poesía de Genovese, como es el impulso de separarse o distanciarse de lo conocido para hallar el lugar propio (“Irse lejos / para encontrar lo propio”). Se trata de la búsqueda de una voz singular, que quiere poblar de sonidos el silencio y demarcar un límite que, evitando la disolución del yo en la nada, construya para este un lugar de acogida y de resguardo: “Sigue el silbido y lo dejaría / para siempre / porque quiero que me diga, / aunque no haya palabras dulces / que estoy en casa / que el desierto es una línea imaginaria / y que no me atraviesa”.
En el mismo sentido, “La línea del desierto” alegoriza el viaje que la hablante realiza en pos de una palabra que le devuelva resonancias afines, rastreándola a tientas más allá del vacío y los sonidos secos. Es esta una voz donde el tono, el ritmo, la textura y la velocidad logran ajustar bien con el afecto: “Esa palabra que teme equivocarse / y se equivoca / aunque acierta siempre en su emoción”; y es también una voz que abre paso a un deseo que emerge siempre disparado hacia adelante: “En un lugar impensado / estará tu corazón / olfateando con hambre / una casa / sin puertas”.
Aguas es un libro intertextualmente ligado con “La línea del desierto” a partir de sus imágenes, del énfasis reflexivo-filosófico y de la indagación en las sonoridades y ritmos de la palabra poética. Esta conexión se hace visible en ciertos poemas del libro inédito, donde la imagen del desierto es comparada con la de los océanos, que preside Aguas, y el ejercicio del nado se equipara al estar situado dentro de un desierto. Según sugiere “Desierto de agua”, en ambos espacios el vacío rodeado de un fluido omnipresente (el aire o el agua) destaca la primacía de lo auditivo, haciendo perceptibles las variaciones de frecuencia, las distancias, lo tenue o estridente, y la relación entre sonido y afecto que sustenta la expresión poética: “Nadar / como quien necesita / el movimiento, la flotación / deslizarse a ese otro sitio / que amortigua golpes, / los estruendos callados / de la pena. / Un desierto de agua / para ir, / nada más ir.”
En el “Desierto rojo” y “Amplitud térmica”, por su parte, la imagen amortiguada de los movimientos en el agua muta en otras que muestran a la hablante en medio del desierto, mostrando el campo de una lucha agónica, de millones de años, entre la tierra y el agua. Como la testigo imposible de una contienda geológica cuya dimensión temporal no logra capturar, ella se observa detenida en un “no-tiempo”, en un compás de espera donde las temporalidades parecen anudarse. De este modo, evidencia la continuidad del presente y el pasado, metaforizándola en una materia transhistórica, como es el polvo del desierto, que termina por cubrirla, al igual que al fósil de una vida ya pasada (“el caparazón de una tortuga gigantesca”). Si bien la hablante sabe que podría permanecer allí hasta ser encontrada por los paleontólogos del futuro, comprende que el tiempo no puede detenerse y que debe continuar su marcha. Pues, en tanto humana, es consciente de que nada permanece y que se encuentra sometida a las leyes de la historia. Así, retomando enseñanzas de Heráclito, anticipadas en Aguas, sentencia de modo epigramático: “Todo lo que viene se va / todo lo que comienza se destruye. / Ninguna constancia en el afuera. / Ninguna paciente regularidad”.
La inevitabilidad del cambio, del tiempo y de la historia, así como su impacto en las vidas humanas, es otro motivo que conecta “La línea del desierto” con el resto de la poesía de Genovese. Así, el devenir es el marco que delinea una subjetividad siempre atenta a los desafíos del entorno y a las acciones que estos le demandan. En La contingencia, por ejemplo, la cercanía intempestiva de la muerte sitúa a la hablante en una emoción de duelo, que es experimentada en paralelo al aquietamiento vital de la naturaleza cuando el invierno cae sobre ella. El dolor sin embargo, no abate el deseo vital y este va retornando como un tránsito entre muerte y vida, entre oscuridad y luz, entre presente y futuro. Un trayecto es lo que se alegoriza, en el final del libro, mediante la eclosión (en cierto modo azarosa) de unas flores que la hablante hace florecer en el poema, representando un retorno al mundo de los vivos que sólo puede tener lugar por mediación de la poesía.
Otro poemario que también propone una reflexión sobre el nexo entre temporalidad y subjetividad es Puentes, donde la hablante lleva a cabo una recuperación de la historia personal y colectiva, revisando los momentos centrales de su constitución identitaria, como mujer y poeta. Así, situada en las orillas del Riachuelo y bajo la inspiración de sus puentes levadizos, se transporta poéticamente entre el presente, el pasado y el futuro, articulando los fragmentos que completan un relato necesariamente inacabado, pero que, “como cinta de Moebius”, desea contarse a sí misma y narrar a su hija, haciendo posible el traspaso de esas vivencias a los lectores del porvenir.
Desde un gesto complementario al anterior, en La contingencia y El borde es un río, la hablante vuelve el rostro hacia su genealogía, hacia las figuras de sus padres, para reconocer el legado que estos han proyectado sobre ella. Así, identifica en la libertad creadora la herencia paterna más valiosa y, en la labor esforzada que da frutos, la presencia materna con su impronta campesina. Dos pilares simbólicos sobre los que se sostiene su arquitectura poética.
La publicación de La línea del desierto. Poesía reunida, que implica el reconocimiento a la trayectoria de la poeta, sin duda contribuirá a acercar nuevos públicos a su obra, hará accesibles textos que ya no estaban en circulación, y estimulará seguramente nuevas lecturas y aproximaciones críticas desde la perspectiva que ofrece esta edición de conjunto.