Monstruos para la reina
Miércoles 28 de mayo de 2014
Conversamos con Jesse Ball, autor de Toque de queda, acerca de ese libro, del dibujo, del silencio y de la mentira.
Por Valeria Tentoni.
Jesse Ball nació un 7 de junio de 1978 en Long Island, Nueva York. La Bestia Equilátera acaba de publicar en Argentina Toque de queda, con traducción de Carlos Gardini y un prólogo en el que Luis Chitarroni dice que “la realidad y la literatura tienen que seguir abasteciéndose, abasteciéndonos”. Es el único libro de Ball que se consigue traducido aquí, pero no es el único ni el último que escribió. También son suyos Samedi the Deafness (2007), The way through doors (2009) y Silence once begun (2014): ojalá alguna vez podamos nombrarlos como El camino a través de las puertas o El silencio una vez comenzó. O con traducciones más certeras de esos títulos.
Ball comenzó escribiendo poesía, como hizo en March book (2006), y seguiría haciéndolo, incluso en sus novelas. También se dedica al dibujo: de hecho, la portada de la edición que comentamos lleva estampado un zorro de traje amarillo que sostiene una marioneta. Es una ilustración suya: las líneas son gruesas y ostentan la misma “sencillez aparente” que el libro. El producto visual es un sistema de siluetas infantil pero, a la vez, perturbador. Una suerte de falsa inocencia que no parece accidental. Chitarroni también asegura en el prólogo que la novela “entabla con el lector una partida inmediata”: podría decirse que esa partida se inicia desde la portada.
Toque de queda es protagonizada por Molly -una nena muda, cuyos diálogos resuelve Ball maravillosamente- y su papá, William, quien se gana la vida redactando epitafios ahora que no puede seguir tocando el violín porque la música está prohibida. Y es que un sistema totalitario e intempestivo ha tomado el poder; sus reglas no están del todo claras, aunque sus víctimas ya estén intentando organizar un “método para el desgobierno”. Este régimen invisible se ha llevado, además de la música, a la mujer de William y mamá de Molly. Para desarrollar la trama, Ball aprovecha las hojas modificando el tamaño de algunas palabras, rompiendo el pacto de desparramo de párrafos en la caja de diseño. “Una especie de teatro aleatorio de la página”, define mejor el editor.
Actualmente, Ball se dedica a escribir y a dictar dos cursos extravagantes en la carrera de Escritura creativa de la School of the Art Institute of Chicago: uno es sobre sueños lúcidos. En el otro enseña a mentir.
-Claro que no es necesario que estas cosas sean ciertas para creer en ellas. Lo entiendes, ¿verdad?
Molly asintió.
-El efecto de las creencias irracionales en tu arte es invalorable. Debes cultivarlas y protegerlas…
Eso encontramos en una de las escenas de la novela. Una en la que a Molly se le enseña cómo montar una historia con un teatro de títeres. Pero Ball responderá que la mentira no le parece una herramienta para escribir mejor sino para vivir de modo más interesante. Y que una vida más interesante producirá, necesariamente, una mejor escritura. Antes de decidir dedicarse a crear libros, él quería ser basurero. Una película lo impresionó de chico; Badlands. Le parecía emocionante el trabajo del personaje que cumplía un muy joven Martin Sheen, metiéndose en la basura ajena, habilitado a hundirse en la intimidad más elocuente que puede producir un ser vivo: sus desperdicios. Ese personaje, de vuelta del trabajo, un día se cruza a una chica y la invita a pasear y conversar. “¿Para qué?”, responde ella. “Supongo que tengo cosas para decir. Supongo que soy un suertudo, en ese sentido. La mayoría de las personas no tienen nada en su cabeza, ¿no?”.
Jesse Ball responde e intercala una risa tibia y serena entre sus palabras. Habla a más de ocho mil kilómetros de Buenos Aires, y asegura que con esa misma risa lee a Kafka, con quien lo han comparado no pocas veces. Y es que Kafka le resulta divertido, igual que Borges o Cortázar. Su modo de leer al autor de La metamorfosis tiene que ver con el epígrafe con el que inicia la novela, de Piet Soron: “Nacemos en este cementerio, pero no debemos desesperar”.
Te han leído cerca de Kafka. Hay preocupaciones comunes, como el asunto del control y el poder, pero quisiera saber cuál es tu lectura de ese escritor.
Creo hay algo que es interesante sobre Kafka. No puedo hablar sobre otros lugares, pero puedo hablar sobre los lugares de lengua inglesa; la gente, por lo general, lo malentiende completamente. Amo a Kafka, y lo encuentro muy divertido, la cosa más divertida del mundo. En la vida puede que te toque morir en una cama de hospital con cáncer, o que te choque un camión y pierdas las piernas, digo: todas las cosas horribles van a pasarnos, sí, pero tenemos que saber que esas cosas van a ocurrirnos y así y todo tener un poco de alegría. Si pensás que vas a terminar en un campo verde en el cielo con ángeles cantando, probablemente te sea muy difícil entender a Kafka. Pero si ves al mundo como este maravilloso lugar áspero y horrible, puede que la cosa cambie. Kafka es una regla, una unión de medida para lo que una persona de hecho sabe. Lo que podés sacar de él esta en proporción a lo que sabés sobre la vida. Mi favorito de todos los suyos es Josefina la cantora.
Escribiste en varios de tus libros acerca del silencio. En éste elegiste a un personaje como Molly que directamente no puede hablar. ¿Por qué?
Definitivamente creo que el silencio es una parte crucial de la existencia humana. Y que ahora mismo nuestro mundo está sobrepasado de ruido y de discurso que se ha convertido en ruido. La televisión, la radio e Internet empujan cosas hacia vos, todo es siempre palabras, palabras, palabras. Y, entonces, hay muy poco espacio para que las cosas sucedan en la mente con su propio acorde. Creo que silencio como elemento es maravilloso, y que debe ser considerado. Por ejemplo, antes, si no te podías acordar de algo (de un nombre, de un animal, o de qué es un oricteropo o algo así), si te ponías a caminar, a pensar un rato o empezabas a hacer otra cosa, de repente eso saltaba apareciendo en tu cabeza. Ahora, las personas simplemente lo googlean. Y lo encuentran inmediatamente. Yo no soy una persona que realmente crea que una época es demasiado distinta de las otras; de hecho, creo que muchas cosas son iguales. Pero, en ésto, por lo menos, sí creo que somos bombardeados, constantemente asaltados por el discurso y por la información -mucha de la cual no es buena. Y también por nuestras propias imágenes. Creo que nos vemos reflejados a nosotros mismos demasiado.
Y en tu cabeza, ¿hay silencio o ruido?
Intento estar en silencio. Siempre trato de estar en calma.
¿Cómo es que terminaste dando un curso sobre sueños lúcidos y otro sobre mentiras?
Cuando me dieron el empleo para enseñarle a las personas a ser mejores escribiendo, o desempeñándose en distintos tipos de arte en una escuela para escritores y artistas, yo, en realidad, no creía en que se podían estudiar esas cosas. Creo que solo si leés libros y escribís (o pintás o hacés las cosas que hagas), eventualmente, si lo haces con pasión, va a funcionar. Y no me gusta indicarle a la gente qué tiene que hacer, entonces no quería ponerme en el lugar de decir “tenés que leer esto”, “tenés que hacer esto o lo otro”. No tiene mucho sentido, salvo que decidas hacerlo por vos mismo. Entonces pensé, en cuanto a la escritura: si tomás a todos los escritores en el mundo e intentás ponerlos en dos grupos, uno podría ser el de los que son más interesantes y el otro sería el de los que son menos interesantes. Y algo de eso es solo producto de vivir una vida más interesante. Si uno anda por ahí, ve las cosas, las percibe. La gente más interesante es la que está más viva, entonces pensé que, quizás, una buena aproximación pedagógica posible sería la de pensar clases que traten de hacer las vidas de los estudiantes más interesantes. Y si sus vidas se vuelven más interesantes su escritura debe mejorar -o su modo de pintar. Eso es lo que va a ocurrir.
¿Y cuál es tu idea de mentira? Leí que dijiste que las cosas más duras que decimos son, de hecho, verdad, y que hay un malentendido con la mentira.
Me parece a mí que uno puede ver algo y sentir, o saber, que es verdad en su contexto. Pero luego hay tantos contextos, hay tantas personas distintas: cada persona es el centro del mundo. Hay seis millones de mundos dentro de este único mundo, y esa es la especie humana. Bueno, eso sin contar al resto de los animales y a los insectos. Entonces, creo que es muy difícil para algo ser “cierto” o “verdadero” en todos estos mundos a la vez. Y creo que el poder de los medios hace que la gente sienta que todo el mundo está de acuerdo en todas las cosas, pero, de hecho, yo no creo que eso sea cierto: la gente está de acuerdo en estar de acuerdo sobre las cosas, pero no están de acuerdo sobre las cosas. Hay una fuerza tratando de normalizarlo todo. Quiero decir, por ejemplo: es tan triste que si viajás a París no haya nada ahí para comprar que no puedas comprar en Nueva York o en Tokio. Todo es lo mismo. Todo está disponible en todos lados, y esto contribuye a un modo de pensar en el que parece que hay más verdad común de la que pienso que hay. Creo que en realidad estamos en pequeñas islas de lugar y tiempo, orbitándonos entre nosotros. Y así, pienso que es mejor hacerse preguntas prácticas con la vida, no ser tan abstractos sino decir “¿Qué puedo hacer hoy?” Y luego tratar de comportarse bien y amablemente, antes que insistir en que algo que es verdad para vos lo sea para alguien más.
¿Cómo empezaste a escribir?
Decidí que quería ser poeta cuando tenía doce años o algo así. Antes de eso quería ser basurero. Porque, no sé cómo es en Argentina, pero en Estados Unidos hay unos camiones y ellos pueden andar atrás, saltan. Está la escena inicial de la película Badlands; en el comienzo hay un basurero, y es muy emocionante, me parece a mí. Esa fue la primera cosa que quise ser, pero, después de eso, quise ser poeta. Aunque en verdad no sea algo que decidís hacer sino algo que sos. Y también creo que escribir es algo que terminás haciendo si tratás de hacer muchas otras cosas y ninguna te queda bien. Es como el traje que vestís debajo de todos los demás trajes.
Creo que nadie que escriba poesía puede suspender su condición. Sería como el último traje antes de la piel, entonces. En Toque de queda es evidente, por ejemplo, en los epitafios que escribe William.
Ese es un gran título para un libro de poesía: “El último traje antes de la piel”. Por lo general trato de, en mis libros, encontrar maneras de incluir poesía de modo que todo el contexto de la vida que rodea al poema sea presente y lo sostenga. En la novela, William es un epitaforista que va por ahí haciendo las inscripciones de las tumbas. Creo que la poesía es algo muy útil y que es para todos. Pero por el modo en que se presenta, no sé allá pero sí en Estados Unidos, todo el mundo cree que no es para ellos. Entonces ven un poema y, de hecho, no le encuentran utilidad, porque no son capaces de asimilarlo en el contexto de sus vidas. Es como si hubiera un cuchillo de manteca sobre la mesa y alguien lo estuviera mirando, pero no sabe que lo puede levantar: no ha intentado ni siquiera ver si puede ser levantado de la mesa. Lo que pensé, entonces, es que en las novelas, quizás, si proveo de contexto a la poesía se produzca algo así como un plano de reacción [Reaction shot] en una película, esas tomas en las que se muestra la reacción de un personaje a algo que está sucediendo en la escena y así la gente sabe, de algún modo, qué sentir. De ese modo, pensé, podía llenar mis novelas con poesía y funcionaba, porque la poesía es el arte más viejo, y sí que es para cualquiera. Pero se han causado a sí mismos no ser capaces de usarla. De algún modo, lo que intento enseñarles es cómo usarla de nuevo.
En Toque de queda hacés un uso particular del espacio de la hoja. Si bien ese movimiento no es exactamente nuevo, en el sentido de que podemos pensar como antecedente ya en ese poema de Mallarmé de fines del Siglo XIX, Un golpe de dados jamás abolirá el azar, sí es algo que no muchos optan por hacer. Sigue siendo una manera extraña de escribir.
Bueno, me gusta mucho ese poema de Mallarmé del que hablás. Hay una escuela de poesía, Language Poetry, donde pegan volantazos con las palabras en las páginas, juegan. A mí eso nunca me gustó demasiado, porque a veces lo encuentro más superficial que sustancial. Sí me interesa si alguien está queriendo profundamente significar algo: entonces todos estos hermosos trucos, todas estas hermosas acciones tipográficas que podés tomar se pueden volver muy poderososas, porque tienen un núcleo. Pero la más de las veces creo que pueden no tener nada en su centro, y no le encuentro mucho valor.
¿Dibujás mientras escribís?
No mucho, porque por lo general, cuando escribo, trato de hacerlo rápido, en la computadora. Estoy tipeando, tipeando y tipeando sin parar, pero como casi siempre escribo por períodos específicos cada año, entonces eso dura un par de semanas, algo así, una vez al año. El resto del tiempo doy vueltas por ahí y leo libros, y entonces sí hago un montón de dibujos. Mientras estoy pensando, dibujo. Fue lo primero que hice, de hecho, cuando era muy chico. Tenia cuatro o cinco años y hacía un montón de dibujos de monstruos. En esa época me fascinaba la reina de Inglaterra, creía que era muy genial, y una vez le mandé en una carta algunos de esos monstruos que hacía. Un año después recibí un mensaje de vuelta, ya tendría unos seis años yo, de puño y letra de su dama de compañía diciendo que a la reina le habían gustado mucho mis monstruos. Todavía tengo esa carta de la reina en mi posesión, con el sello del Buckingham Palace. Y eso fue lo primero que hice, pero a nadie le gustaron mis dibujos durante muchos años. Tuve que ir al psiquiatra, porque decían que dibujaba demasiados monstruos. Pero como la reina de Inglaterra me había dicho que estaban bien no me importaba para nada lo que los demás decían.
Entonces no son cosas que sucedan a la vez.
Bueno, quizás si hay un tiempo, como cuando estaba escribiendo mi último libro y me levantaba a eso de las siete de la mañana, iba a un café y escribía ahí por algunas horas, pedaleaba hacia otro café y escribía otras horas, iba a otro y escribía ahí, y cuando se hacían las cinco de la tarde me iba a casa, cenaba… Y ahí quizas sí me sentaba y dibujaba un poco. Pero, por lo general, de todos modos es algo que mi mano hace por sí misma.
¿Escribís en cafés, fuera de tu casa?
Sí, me gusta hacer eso.
¿Por qué? ¿No te resulta ruidoso eso?
Bueno, de hecho, prefiero escribir en lugares en los que no entiendo el idioma, y entonces eso no es un problema. Pero sí, si estoy en Estados Unidos lo que hago es ponerme auriculares y listo: escucho un poco de música clásica o algo así, y escribo.