Martín Zariello: "Siempre me interesó ser el observador, estar afuera"
Por Matías Moscardi
Martes 30 de abril de 2019
"Yo estudié Letras y por otro lado trabajo en una lonería. En cierto punto estoy como oscilando entre dos mundos (...) Eso soy yo. Me tocó eso. Y lo voy drenando así. También es algo generacional: uno siente que nació después de todo. Si no te lo tomás en joda ¿qué vas a hacer?". Una entrevista con el autor de 1988. El fin de la ilusión (Sudamericana), libro que podría leerse como un rompecabezas de época.
Por Matías Moscardi.
Martín Zariello es conocido, en el mundo del periodismo de rock, como el Corvino. Publicó, justamente, Sobre el rock (Puente Aéreo, 2013); un libro de cuentos: La luna y la muralla china (La Bola, 2013); uno más de ensayos, llamado En realidad quería hablar de otra cosa (Puente Aéreo, 2014); y un libro dedicado por completo a Charly García: No bombardeen Barrio Norte (Perro Andaluz, 2016). A fines del año pasado salió 1988. El fin de la ilusión (Sudamericana, 2018), libro que podría leerse como un rompecabezas de época donde encastran piezas clave como Alfonsín, Soda Stereo, Cacho Castaña, Sting, Charly García y la imagen mental colectiva que los medios construyeron de nuestro país en ese momento. Todo está conectado con todo y las cosas suceden al mismo tiempo: la de Zariello es una escritura inquieta como un cuerpo al que le hacen cosquillas, curiosa como un gato metiche; no conoce el recorte quirúrgico de la historia; va para atrás y para adelante, como si 1988 fuera un punto en donde enhebrar obsesivamente la aguja de la lectura para tejer el texto de la sociedad argentina de la época. Mientras desgrababa la entrevista que sigue a continuación, empecé a poner, entre corchetes, la aclaración «risas». Después, cuando estaba terminando de transcribir, me di cuenta que, cada dos oraciones, aparecía la aclaración. Me pareció que una entrevista minada de «risas» sería ilegible. Más sencillo es generalizar: imagínense una conversación en donde, cada un par de frases, o me río yo, o se ríe el Corvino.
¿Cómo empezaste a escribir? ¿Te acordás de alguna escena iniciática?
Yo era un chico sin amigos en el barrio. El barrio me parecía hostil. Para los chicos del barrio yo era un nene de mamá o pasaba desapercibido. Aparte, no iba a la escuela del barrio, iba a una escuela que quedaba a treinta cuadras. Cuando el barrio te parece hostil, te replegás. ¿En dónde? En tu habitación. Y en la habitación había una alacena, que no era una biblioteca sino una alacena chiquita, de un metro por cincuenta centímetros, donde mis viejos guardaban la polenta, el arroz, y que, de repente, quedó en desuso porque mis viejos se compraron un mueble. Y a esa alacena fueron a parar los libros que había en mi casa. Mi viejo compraba libros, best sellers. Y si vos no tenés amigos en el barrio, tenés mucho tiempo libre: no sabés qué carajo hacer. De repente, un día supongo que abrí esa alacena y empecé a agarrar los libros. Creo que no los leía enteros. Leía ciertas escenas. Recuerdo que había uno de Charles Berlitz que se llamaba Fin del mundo, año 1999. El primer libro que yo leí para mí es ese. Otro se llamaba La isla de Arturo, de Elsa Morante, un libro iniciático sobre un chico que nace a su vida sexual y social. Y en esa alacena estaba Bestiario, de Cortázar, una edición con tapa amarilla y un caleidoscopio en la portada. Recuerdo que, incluso antes de empezar a leerlo, miraba mucho la tapa: la miraba, la miraba, hasta que un día lo empecé a leer sin entender absolutamente nada. Leí también Teorema, de Pasolini, un libro al que volví hace poco y tampoco lo entendí todo, imaginate a los 10 o 12 años, esa mezcla de marxismo y psicoanálisis. ¿Viste que empezás a leer y de repente querés escribir, querés copiarte? Entonces empecé a escribir cuentitos intentando imitar a Cortázar.
¿Cuántos años tenías?
Cuando empecé a escribir así, tendría 12 o 13. Pero ya desde antes escribía sobre fútbol, compraba cuadernos y escribía sobre River. Ahora me doy cuenta que yo era como un niño con ciertos modales de viejo: escuchaba la radio, leía los diarios. Eso me llevó a la escritura. Ya en la adolescencia, cuando leí Historias de cronopios y de famas, escribí historias de Corvinos. Y de ahí viene mi apodo.
¿Cómo se te ocurrió esa palabra?
Era una copia de los cronopios.
Pero el corvino es un pescado, ¿o no?
Claro, sí. También significa «cuervo» en italiano. Pero yo no lo sabía. Después hay un poema de Vallejo en donde aparece un corvino. Pero en el momento simplemente se me apareció esa palabra en la cabeza sin saber lo que significaba; pensé: «yo soy un corvino». Por eso, cuando alguien me pregunta de dónde salió el nombre de mi blog, es muy difícil explicarlo.
Pensé que era mucho más motivada la elección.
No, para nada. De hecho, varios años antes del blog, yo ya era el Corvino: mi hermana me decía Corvino, algunos amigos me decían Corvino. Y nunca supe qué significaba. Pero ahí está el hecho de no tener amigos en el barrio: nadie me puse un apodo, me lo puse yo.
¿Y qué te aportó la escritura, pero también qué te sacó?
¡Ya estaba sacado! Lo que me quitó es vida social, interacción social. Paradójicamente, me aportó interacción social, porque en los últimos años conocí un montón de personas por leer, me invitan a algún lugar, me hice amigos. Es como un movimiento compensatorio.
¿Por qué 1988? ¿Cómo fue escribir en función del recorte temporal, producir a partir de una consigna?
La idea es de Mariano del Mazo, que yo conocía porque le hice una entrevista por mi libro sobre Charly García. Él conoce a Juan Ignacio Boido, que en un momento le dice que le interesaba que yo escribiera un libro para la editorial. Ahí empezamos a hablar con la gente de Random. La cuestión era que se cumplían 30 años de 1988 y a mí me interesó por los discos que salieron ese año: Tester de violencia, Un baión Para el ojo idiota, Doble vida… El libro, en principio, iba a ser sobre rock. Cuando llegué a Mar del Plata –la reunión fue en Buenos Aires– me di cuenta que me pasó lo mismo que con el libro sobre Charly; llegué, me senté, abrí el Word y cuando estaba a punto de ponerme a escribir me dije: «¡No sé cómo escribir un libro!». Tiene que ver con escribir en un blog: se me ocurre un texto en 40 minutos pero a largo plazo tal vez no se me ocurre nada; y también tiene que ver con cierta necesidad que yo tenía –después de tantos años de escribir lo que se me cantaba: veo un perro por la calle y escribo un post–, cierta necesidad mía de que alguien me marque los límites. Estuve varios días así; llegué a pensar que no lo iba a escribir, porque no se me iba a ocurrir nada y un día salgo a caminar por la costa mirando los nombres de los edificios y ahí veo el Maral 39. Entonces llego, googleo «Maral 39», me sale que es el edificio donde se murió Olmedo ¿Y en qué año se murió Olmedo? ¡1988! ¿Qué hizo Olmedo en 1988? Estrenó su última película: Atracción peculiar. Entonces ahí se me ocurrió escribir un texto sobre Olmedo, se lo mandé a del Mazo y me dijo que estaba todo bien, me dio piedra libre para que escribiera lo que se me cantara. A partir de ahí se me ocurrió que el libro estuviese centrado en la escena del rock argentino de fines de los ochenta, porque en realidad tampoco es un libro sobre el 88…
Claro, porque la pregunta detrás de la consigna también es: ¿qué es 1988? Y más aún: ¿qué es un año?
De hecho, escribiendo el libro pensaba que muchas cosas que pasan ese año –inflación, negociaciones con el FMI, la interna peronista– están pasando 30 años después. Yo no quería que el libro tenga una carga tan nostálgica sino que sirva para pensar el presente: acordarse de cosas que nos habíamos olvidado, descubrir cosas que no sabías que habían ocurrido. A partir del texto de Olmedo –como yo ya había escrito mucho sobre rock– me pareció que estaba bueno darle una respiración a esa cosa tan rockera…
Pero en tus libros, el rock nunca funciona como foco temático. Digamos que las ciencias humanas son verticalistas: la sociología explica la sociedad y no al revés. En tu caso esa lógica se invierte: ¡el rock lo explica todo!
Yo encontré ese canal de expresión para escribir. A mí me interesa muchísimo el rock pero al mismo tiempo no sé si me lo tomo tan en serio, porque siempre, al final, termino hablando de otra cosa. Yo no sé si toda expresión artística es el rebote de un hecho social, porque también está atravesada por individualidades. Pero sí es verdad que el rock argentino, de alguna manera, explica la historia de manera no lineal, es como el lado b de los titulares de los diarios. Eso es lo que más me interesa. En el medio de una canción de Charly o de Fito aparece un pantallazo de la época inesperado. En el libro menciono un tema de Calamaro que, de repente, dice «Veira salía en libertad». Casi 20 años después tenés «Crímenes perfectos» –que es como el tema para escuchar cuando te abandona una novia o un novio– que dice «Me parece que soy de la quinta que vio el mundial 78». Y eso es lo que le da fuerza a los temas: lo que me interesa es ese cruce entre lo público y lo privado, que es también lo que más me interesa de la carrera de Charly. «Cerca de la revolución» lo podés entender como un tipo que le está hablando a una mina que no lo quiere más o podés entender que le está hablando al Estado.
Bueno, también está eso de leer revistas en la tempestad: se parece bastante al lado b de los titulares de los diarios…
Tiene algo de vulgaridad: ¿cómo vas a leer una revista en la tempestad? Y al mismo tiempo es lo que sucede a veces. Y aparte Charly en muchas entrevistas dice que él lee más revistas que libros.
¡Lo contrario de Borges!
Igual Charly es borgeano también.
Eso te iba a preguntar, ya que estamos. Muchas veces lees las letras como si fueran poesía. Incluso así lees los discursos de Alfonsín. Hay una sensibilidad especial por lo discursivo. Cualquier material, alto o bajo, se absorbe como algo significativo. ¿Qué te aporta tu «formación literaria» en relación a esos objetos?
Yo creo que eso es todo. Al mismo tiempo lo que yo escribo lo puede escribir cualquier estudiante de Letras: yo pongo en práctica un montón de clichés de la carrera de Letras. Siempre estoy hablando de lo ominoso, de nociones básicas de Saussure. Por ejemplo, el tema de Cacho Castaña: lo que quise hacer con eso fue agarrar una letra de Cacho Castaña –que se llama «Septiembre de 1988»: era imposible no escribir sobre eso– y analizarla con el nivel de paranoia con el que se suele analizar una letra de Spinetta o el Indio Solari. Eso también tiene que ver con algo que me pasó en los últimos años: yo era muy elitista para escuchar música. Decía: yo escucho Spinetta, Frank Zappa y todo lo demás es una mierda. Después me di cuenta que cuanto más ampliás el campo de referencia, sobre más cosas podés escribir. Entonces voy a escribir sobre Cacho Castaña, sobre Shakira y también sobre Frank Zappa. Para mí es como una evolución: el rockero es ortodoxo y casi fascista por momentos; está contra la cumbia, contra el reggaetón. Ahí hay como una objeción social dentro de un movimiento que supuestamente se dice progresista, libertario, etcétera. En el caso de Alfonsín, cuando ya tenía la consigna del libro, dije: voy a escribir sobre Alfonsín, como si Alfonsín fuese una banda de rock.
También Youtube es una cosa importante en tu libro: volvés mucho a los registros de época –en este caso a discursos políticos– y analizás frases, los grandes éxitos de Alfonsin, por ejemplo…
¡Es como la Enciclopedia Británica! Ahí se ve la degradación del tejido social, ¡de la Enciclopedia Británica a Youtube!
Y hay algo que tiene que ver con el humor en esto, con la comedia de la política.
Lo que pasa es que en la política en cierto punto es una teatralización de los conflictos sociales. El político tiene que tener algo de actor. Creo que una de las cuestiones por las que le va tan mal a Macri es porque es un pésimo actor, no tiene expresividad, no tiene gestualidad, cuando quiere parecer histriónico, no lo logra. Volviendo a Alfonsín: era alguien que tenía –como Cristina– consciencia de la carga histórica de cada una de las cosas que dice. Por eso siempre me interesa Alfonsín: no solo ese discurso de la Rural, sino cualquier discurso de Alfonsín –por más que yo pueda estar en desacuerdo– el tipo tiene una carga histórica en todo lo que dice.
Y a la vez, esa carga histórica aparece al lado de las grandes hazañas de Hollywood: escapar de la cárcel siendo inocente, correr siendo Forrest Gump, ganar el Nobel siendo un esquizofrénico… ¡Ganar las elecciones siendo radical! Ahí está el gesto cómico creo: ¿cómo pensaste ese cruce de materiales en el libro?
Se da naturalmente. Yo estudié Letras y por otro lado trabajo en una lonería. En cierto punto estoy como oscilando entre dos mundos: un mundo sofisticado –por decirlo de algún modo: ver películas de Herzog, escuchar Spinetta–; y por otro lado tomarse el colectivo todos los días, vivir en el mundo de la clase trabajadora en donde las ideologías básicamente no cuentan. El mundo no es una columna de Página 12, es como algo totalmente caótico. Eso soy yo. Me tocó eso. Y lo voy drenando así. También es algo generacional: uno siente que nació después de todo. Si no te lo tomás en joda ¿qué vas a hacer?
Por otro lado, en un momento decís que no sabés tocar ningún instrumento ¿Qué te aportó ese no saber?
Una vez me compré una guitarra acústica, estuve a full una semana y la dejé: no me interesaba. Siempre me interesó ser el observador, estar afuera. Hay una letra de Charly que dice: «Mirar toda la fiesta de afuera/ buscando la emoción verdadera». Y a mí eso me parece como una postura: estar afuera –aunque nunca estás afuera– te permite ver las cosas de una manera mucho más objetiva. Tampoco soy del palo del rock. La distancia es fundamental para lo que yo escribo: sentirme como alguien que está aparte, más allá de que yo sé que no estoy aparte. Y en cierto punto la ignorancia es lo que te permite decir barbaridades, bardear, y al mismo tiempo, entre esa concatenación de barbaridades, puede aparecer algo interesante. Vuelvo al principio, al chico que no tenía amigos en el barrio: es el respaldo de la soledad. Ahora soy demasiado consciente.
¿En qué se diferencia 1988 de tus otros libros?
El libro sobre Charly es el primero que escribo sabiendo que va a ser un libro. Ya la consciencia de saber que lo que estás escribiendo va a ir a parar a un libro le da un marco de solemnidad que te genera cierto cagazo. Y en ese libro lo que hago es escribir desde el punto de vista de un fan: lo decidí deliberadamente. Digo cosas como que Charly es un genio, me permito esas cosas. Quizás otros se paran en un lugar más aséptico. A la vez, en ese libro me alejé un poco del estilo del blog y me acerqué más a lo periodístico: está basado en fuentes, hay un archivo muy grande, etcétera. Para 1988 lo que quise hacer es combinar lo que había aprendido en el libro de Charly –gracias a Roque Di Pietro, que es el editor–, que es la parte más periodística, con el blog. Es decir: por un lado, los textos de 1988 están basados en archivos y fuentes, en videos de Youtube, pero al mismo tiempo los textos son cortos, se leen rápido. Esa fue mi idea. Antes del ensayo sobre Olmedo, tenía uno sobre Spinetta que ocupaba como 15 páginas de Word. Estaba repitiendo la experiencia del libro sobre Charly. Cada libro es una ecuación que tenés que resolver: no podés repetir la fórmula. Y no es por una cuestión de «salir de la zona de confort»: eso es para David Bowie y Stanley Kubrick, no para mí. No podés hacerlo porque no tenés ganas, te aburre.
Vos también escribís literatura, narrativa ¿Qué hay de eso en tus ensayos?
Yo no quiero ser periodista. Pero escribo libros periodísticos. Decanté por el ensayo porque en cierto punto hubo mucho más interés en lo que yo escribía sobre rock y sobre política que en mis cuentos. Yo le pongo toda la energía que se le puede poner a un texto narrativo, que para mí es diferente a la que le podés poner a un texto ensayístico o periodístico. En la narrativa aparece una pulsión más salvaje, con menos ataduras. Mi hermana una vez me hizo una remera. Habíamos empezado a discutir y yo me fui a la mierda y dije una frase que quedó para la historia: «Bueno, exageré mi opinión» o algo así. Eso es lo que hago en los ensayos: lo que estoy diciendo nunca es exactamente lo que pienso, pero si veo que hay un hilo que me va a dar algo, yo agarro el hilo y me dejo llevar. Yo estoy pescando: yo me voy con el pez.
Por último: ¿ventajas y desventajas de escribir en Mar del Plata?
Todas ventajas: por la distancia, por no sentirte el centro de ningún lugar. Es la idea de ser el último orejón del tarro, la idea de que a nadie le va a importar lo que escribís entonces podés escribir lo que se te canta. Eso te da una libertad increíble.