Luciana Sousa: "Creo que uno trata de escribir lo que le gusta leer"
Seleccionada por Bogotá39 por su novela Luro
Lunes 27 de agosto de 2018
"El tema no es la inmigración, sino ese desplazamiento que empieza con el deseo", dice Sousa a Gonzalo León en esta entrevista sobre su novela, primero publicada por la editorial artesanal Funesiana, que la llevó a quedar en la lista de Bogotá 39 y hoy reedita Tusquets. “Me gusta mucho escribir pero soy insegura con mis textos”, agrega.
Por Gonzalo León.
Luro, de Luciana Sousa, es una novela que transcurre en una estación de servicio en medio de la pampa, es un lugar de tránsito, donde supuestamente nada pasa hasta que en el baño del almacén de la estación aparece un negro, y todo cambia y los sucesos se desatan. Al parecer bastaba con un hecho simple como ése para que la intriga se echara andar, y es que el negro desaparece y dos de los tres personajes del almacén se lanzan a buscarlo por los alrededores. ¿Era verdad o una aparición el negro? Y si era verdad, ¿hasta qué punto no es sólo una excusa narrativa? Algunas de estas interrogantes responde Luciana Sousa, una de las tres autoras argentinas seleccionadas en Bogotá 39, entre 39 autores latinoamericanos menores de cuarenta años. Las otras autoras argentinas fueron Lolita Copacabana y nada menos que Samanta Schweblin, finalista del Man Booker International Prize.
Luro, en todo caso, fue publicada antes en una pequeñísima editorial, Funesiana, donde vendió setenta ejemplares, hoy acaba de editarse en Tusquets donde de seguro tendrá una repercusión más grande.
Lo primero que llama la atención es la aparición del negro, primero como hecho y después como aparición casi fantasmal, eso le da a la novela, sobre todo en el arranque, un tono de intriga que va desatando una búsqueda. ¿Cuál es el papel que cumple en la narración?
Para mí, el negro era como una excusa para empezar a mover esta aparente quietud en un lugar donde no pasa nada y en donde, de pronto, pasa algo, que es muy atípico; para nosotros en Buenos Aires no es atípico ver inmigrantes africanos, es absolutamente normal, y desde hace unos años hay una comunidad de africanos muy grande. Pero sí en este lugar donde está situada la novela, que es la pampa, y donde ningún inmigrante quiere ir a radicarse allá, porque está también esta idea de que allí no hay nada. El negro entonces me permitía iniciar la historia de la protagonista, que va a comenzar a preguntarse por su propio desplazamiento y de esta idea de viajar, que es algo tan delirante que sea negro y que no intervenga, que no dialogue con ellos, que no dé explicaciones, que también permite esto que vos decís: no tener que centrarme en él, porque si hubiera sido colombiano ya hubiera podido interactuar en esta pequeña comunidad que es la estación de servicio.
¿Querías abordar, la inmigración o el desplazamiento?
El desplazamiento. Me interesa la idea de pensar que todo lo que está más allá es mejor, por eso la protagonista empieza a pensar en irse cuando ve que alguien llega, porque ella se da cuenta de que no conoce nada, y eso fue lo que más me gustó de este personaje, esto de que hay un allá y qué pasa allá y por qué viene este negro, qué imaginario tuvo ese inmigrante para venir acá, cuáles fueron sus expectativas. El que llega desata el movimiento o el querer desplazarse de la protagonista. O sea el tema no es la inmigración, sino ese desplazamiento que empieza con el deseo.
Hay otra cosa que aparece, que es la inminencia. La protagonista está a punto de parir, pero también está la inminencia del lugar, que es un lugar de paso, y de la naturaleza, de esta plaga de langostas. ¿A qué se debe esta inminencia?
Para mí tiene que ver un poco con el ritmo del relato, ponerlo en una zona donde aparentemente no pasa nada pero pasan un montón de cosas; no sólo aparece este negro, sino que aparece algo muy monstruoso en los primeros capítulos. Yo quería que pasaran cosas, que combatieran por así decirlo al tedio del lugar, que es un poco la literatura que a mí me gusta, y sí me pareció interesante esto de que todo está por suceder, y a la par van sucediendo cosas que obstaculizan o aceleran el relato.
Otro papel importante es el afuera, y el afuera es el mundo: la naturaleza, los que llegan, los que se van. La pensaste en serie con novelas de escritoras que abordan precisamente el afuera, que no está en la ciudad o en la capital. Pienso en El viento que arrasa, de Selva Almada, Adentro tampoco hay luz, de Leila Sucari, y Como si existiese el perdón, de Mariana Travacio.
La verdad es que la novela la pensé porque yo viajaba mucho a pescar con mi papá a un pueblo de pescadores que está por la ruta 3, y parábamos en muchos pueblos a comer o a cargar nafta, y siempre nos preguntábamos qué pasaba en esos lugares donde aparentemente no pasa nada. Hay un pueblo que se llama Pedro Luro que está por ahí, que igual no quiero atarlo a la realidad de ese pueblo porque tampoco vivo ahí y no lo conozco demasiado, sino que es como una excusa para pensar historias en zonas geográficas microscópicas. A mí la verdad es que la ciudad no sólo no me gusta, sino que me parece muy aburrida, chata, la gente no se habla, no hay vocación de conocerse. En cambio siempre me gustó y me pareció más real otro tipo de vínculos que no están en la ciudad y eso fue por lo que elegí ubicarlo ahí. No me la imaginaba en una estación de servicio de Buenos Aires o del Gran Buenos Aires, donde los vínculos son muy diferentes. Estos personajes de la estación de servicio miran en un televisor que no les habla de cosas del lugar, están viendo constantemente lo que pasa en Buenos Aires, o sea qué les importa si está parado el subte a un montón de gente que no va a usar nunca el subte, y ese tipo de cosas me parecían muy atractivas y cada vez que salgo de Buenos Aires me detengo mucho a observar eso.
¿Y te sientes familia con esta serie de novelas escritas por mujeres?
Bueno, a Leila la leí hace muy poco, me gusta mucho lo que hace, y a Selva Almada la leo hace un montón de años porque para mí siempre fue lo que me gusta leer. Pero cuando estaba escribiendo Luro, que fue hace bastante tiempo atrás, estaba leyendo a La ciudad, de Mario Levrero, que es esa cuando un personaje llega y no se explica demasiado, y cuando la leí me encantó, y a Selva Almada la leí después de escribir Luro, El viento que arrasa quizá tenga un matiz parecido. Yo creo que uno trata de escribir lo que le gusta leer, no igual, pero hay algo que va quedando y me doy cuenta de que esas lecturas que tuve en ese momento fueron pregnando mucho en el texto. Si bien nadie va a leer Luro y va a encontrar a Levrero, yo sí.
Ese Levrero influenciado por Kafka, ¿no?
Claro, es como es la escalera de lecturas, está todo muy transformado, muy reelaborado, pero sí yo me reconozco ahí. También pienso en Onetti y cómo usaba el tema geográfico.
¿Parece que te atrae la literatura uruguaya?
Bueno, Felisberto Hernández me encanta, siempre me gustó esa idea de entrar a las casas a mirar, pero creo que en ese momento estaba leyendo eso o más atenta a esa literatura. Más que uruguaya, me gusta mucho la literatura latinoamericana, y obviamente no toda va a decantar en mi escritura. Roberto Bolaño… Ahora por ejemplo estoy leyendo a Sara Gallardo y me siento muy involucrada con su obra.
¿Hubo alguna apelación a la gauchesca cuando escribiste Luro?
Hubo una lectura sugerida en ese momento, que fue en una novela poco conocida de Ricardo Güilardes, en donde hay una plaga de langostas, entonces cuando me propuse escribir una plaga de langostas traté de buscar cómo habían sido esas plagas, y es probable que toda la cuestión de la pampa se haya colado. Pero también está toda esa discusión por las retenciones a propósito de la 125 que se produjo en 2008 en la que se hablaba de el campo, eso a mí siempre me llamó la atención, sobre todo para sacar la novela de la ciudad y ponerla en un lugar no tan trillado.
Dijiste que antes de Luro estabas escribiendo cuentos, ¿escribiste alguna vez relatos situados en Capital?
Para mí son muy importantes los lugares donde ocurren las historias, pero sí, hay un relato que me gusta bastante y trata sobre las cosas que pasan alrededor de una pileta. Ahora todos los edificios tienen pileta en los techos y me atraía ese vínculo entre vecinos que compartían pileta. Lo que por ahí no me atrae tanto es un gran relato sobre la ciudad, por ahora no.
Volviendo a tus lecturas, decías que escribías más o menos lo que te gustaba leer, además de las lecturas de Levrero, de Felisberto, ¿hay otros autores que te interesen del panorama latinoamericano?
Un montón: Ribeyro, Rulfo, las primeras novelas de Vargas Llosa, y los leo más de una vez. Pero en general fueron lecturas iniciales de más chica. Ahora estoy aprovechando de leer autores que no conocía, como Sara Gallardo, buscando un poco lo que no estaba en el centro del canon. Entre los argentinos que leí mucho y que no son de Buenos Aires puedo mencionar a Antonio di Benedetto, Héctor Tizón, Saer, Juan L. Ortiz.
Recuerdo que en una entrevista Beatriz Sarlo mencionó esos escritores, de hecho en un momento de la historia de la literatura argentina estos escritores no capitalinos eran más importantes que ahora. Hoy parece que todo sucede en Buenos Aires.
Bueno, Sarlo fue una gran promotora de Saer, ella tenía la cátedra de literatura argentina en la UBA al regreso de la democracia, y desde ahí ella fue parte de esa operación de rescate de autores que habían sufrido mucho el tema de la dictadura, la cárcel y el exilio; en el caso de Di Benedetto creo que se apagó con la dictadura. Pero Sarlo desde la cátedra convocó a autores que no eran de Buenos Aires y dejó de hablar un poco de autores que quizá ya estaban muy leídos: Borges, Arlt, Marechal, Cortázar. Todo lo que hay que leer. Entonces ella planteó “ok, esto hay que leerlo, pero ahora te planteo que leas a otros autores y otras formas”. Además creo que después de los 90 empezaron a florecer editoriales fuera de Buenos Aires que promovieron a un montón de escritores que no son de aquí…
…Aira empezó a publicar regularmente en Beatriz Viterbo, que es una editorial rosarina.
Exacto. Pero yo pienso en algunos autores más actuales: Federico Falco en Córdoba, Francisco Bitar en Santa Fe, una constelación de escritores muy buenos y de mucha producción, que quizá no tienen que venir a Buenos Aires a legitimar ese lugar de escritor, y eso está bueno. Eso se logró con el auge de muchas editoriales independientes que apostaron por estos autores.
Has nombrado mucho este eje centro/periferia de distintos modos: editorialmente, de autores, de locaciones. Y a la vez tú misma publicaste Luro primero en una editorial muy chiquita como Funesiana y luego en una grande como Tusquets. ¿Qué significó ese movimiento para ti?
Nunca me había planteado publicar, yo escribo desde muy chica, iba hasta hace muy poco a muchos talleres; de hecho de nena era muy mentirosa, inventaba muchas historias y también excusas, y cuando empecé a escribir eso se organizó. Mis viejos se dieron cuenta de que no era mentirosa, sino que me gustaba contar historias. En 2016 no sé qué proceso decantó que hizo que me acercara a Funesiana, que para mí debe ser de las editoriales más chiquitas de Latinoamérica, porque hay una sola persona que es el editor, el encuadernador, el distribuidor, el comunnity manager, todo junto, que es Lucas Oliveira, y la verdad no la había mandado a ningún otro lugar; yo un poco no tenía la autoestima tan alta para mandarla a una gran editorial y no sólo la autoestima de creer que era bueno sino de quizás recibir un rechazo. Me gusta mucho escribir pero soy insegura con mis textos. Bueno, la novela le gustó a Lucas y la publicó, y las cosas se aceleraron mucho con esto del Bogotá, que yo no sabía lo que era. A mí Lucas me había propuesto presentarnos, pero más por una cuestión de que la editorial empezara a estar en un circuito más amplio. Y con eso fue más fácil tocar las puertas de Tusquets. Pero hoy todo el mundo publica sus primeras obras en editoriales independientes, me parece que por lo que pude charlar con mis compañeros de Bogotá es así en toda Latinoamérica, y ahí yo encuentro el gran valor de que haya estas editoriales.
¿Y cómo sentiste este cambio o este salto editorial?
Enorme. Todo funciona de otra manera, es una estructura trasnacional, que tiene alguien que se ocupa de prensa, que tiene una distribución donde gente que no me conoce va a poder encontrar el libro, y eso me da mucha satisfacción.