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Literatura y revolución: Leon Trotsky

Un texto histórico

"El desarrollo del arte es la prueba suprema de la vitalidad e importancia de cada época.La cultura se nutre de la savia de la economía, y es necesario un excedente material para que ella crezca, se vuelva compleja y se refine". Las palabras preliminares de Trotsky a una de sus obras capitales, publicada por Razón y revolución ediciones.

Por León Trotsky.

El lugar que ocupa el arte puede determinarse de acuerdo a las siguientes consideraciones esquemáticas. Si el proletariado triunfante no hubiera creado su propio ejército, el Estado obrero haría tiempo que habría estirado la pata y ahora no tendríamos que andar reflexionando sobre los problemas económicos ni, menos aún, sobre los ideológico-culturales. Si en los próximos años la dictadura resultara incapaz de organizar la economía y de proporcionar a la población siquiera un mínimo vital de bienes materiales, el régimen del proletariado se haría inevitablemente polvo. La economía es actualmente el problema de los problemas.

Y aunque la exitosa resolución de las cuestiones elementales de la alimentación, de la ropa, de la calefacción e incluso de la alfabetización constituyera un gran progreso social, en modo alguno significaría la victoria total del nuevo principio histórico: el socialismo. Solo el avance del pensamiento científico sobre una base popular y el desarrollo de un nuevo arte indicarían que el germen histórico no solo ha brotado, sino también florecido. En este sentido, el desarrollo del arte es la prueba suprema de la vitalidad e importancia de cada época.

La cultura se nutre de la savia de la economía, y es necesario un excedente material para que ella crezca, se vuelva compleja y se refine. Nuestra burguesía se apropió de la literatura, y rápidamente además, en aquel período en que comenzó a fortalecerse y enriquecerse. El proletariado podrá disponerse a crear una cultura y una literatura nuevas, es decir socialistas, no siguiendo un método de laboratorio basado en nuestra actual miseria, indigencia y analfabetismo, sino por medio de vastos métodos económico-sociales y culturales. El arte necesita abundancia, excedente. Es necesario que los altos hornos ardan más intensamente, que las ruedas giren más rápido, que las lanzaderas se muevan más animadamente, que las escuelas funcionen mejor.

Nuestra vieja literatura y “cultura” era noble y burocrática, con base en el campesinado. El noble seguro de sí mismo y el noble arrepentido han estampado su sello en el período más importante de la literatura rusa. Luego surgió, con base en la pequeña burguesía rural, el intelectual raznochínets,1 que escribió su capítulo en la historia de la literatura rusa. Pasando por el “simplismo” populista, el intelectual raznochínets se modernizó, se diferenció y se individualizó en sentido burgués. En esto reside el papel histórico del decadentismo y del simbolismo. Ya desde principios de siglo, sobre todo a partir de los años 1907- 1908, la transformación burguesa de la intelliguentsia y, con ella, de la literatura, avanzaba a todo vapor. La guerra confirió tintes patrióticos a la culminación de este proceso.

La revolución derriba a la burguesía y este hecho decisivo irrumpe en la literatura. La literatura cristalizada en torno al eje burgués se desmorona. Todo lo que quedó de vital en el ámbito del trabajo espiritual, y sobre todo de la literatura, ha intentado e intenta aún hallar una nueva orientación. Su nuevo eje, luego de que la burguesía ha pasado a la historia, es el pueblo sin la burguesía.

¿Y qué es el pueblo? Ante todo el campesinado, en parte la masa de la pequeña burguesía urbana y después los obreros, dado que aún es posible no separarlos del protoplasma popular-campesino. Tal es la concepción de todos los compañeros de ruta. Tal era el caso del difunto Blok, tal es el caso de los sanos y salvos: Pilniák, los hermanos de Serapión, los imaginistas. En parte, tal es el caso incluso de los futuristas (Jlébnikov, Kruchiónij, V. Kamiénski). La base campesina de nuestra cultura –habría que decir más exactamente: de nuestra incultura- pone de manifiesto toda su fuerza pasiva.

Nuestra revolución es el campesino devenido en proletario que se apoya en el campesinado y señala el camino. Nuestro arte es el intelectual que oscila entre el campesino y el proletario, incapaz de fusionarse orgánicamente con uno o con otro, pero que por su posición intermedia, por sus lazos, propende más hacia el campesino: no puede hacerse campesino, pero puede campesinear.2 Ahora bien, sin el dirigente-obrero no hay revolución. De aquí deriva la contradicción fundamental en el enfoque de este tema. Hasta es posible afirmar que los poetas y escritores de estos años cruciales y críticos se distinguen unos de otros principalmente por cómo escapan de la contradicción y con qué llenan los huecos: uno con misticismo, otro con romanticismo, un tercero con cauta evasividad, un cuarto con un grito que todo lo ahoga. Pero a pesar de la diversidad de métodos para superarla, la esencia de la contradicción es la misma: la división que la sociedad burguesa establece entre el trabajo intelectual, incluyendo el arte, y el trabajo manual, ya que la revolución es asunto de personas vinculadas al trabajo manual. Una de las tareas culminantes de la revolución es la de superar plenamente la separación entre ambas formas de actividad. En este sentido, como en todos los demás, la tarea de crear un nuevo arte guarda íntima relación con las tareas fundamentales de la organización cultural socialista.

Sería ridículo, absurdo y extremadamente estúpido figurarse que el arte puede permanecer indiferente a las conmociones de la época actual. Son los hombres los que preparan los acontecimientos, son los hombres los que los realizan y es sobre los hombres que aquellos se precipitan, afectándolos. El arte refleja directa e indirectamente la vida de las personas que hacen o padecen los acontecimientos. Esto es válido para todo el arte, para el más monumental y para el más íntimo. Si la naturaleza, el amor, la amistad no estuvieran vinculados con el espíritu social de la época, la lírica habría dejado de existir hace mucho tiempo. Solo una profunda transformación de la historia, es decir un reordenamiento de las clases sociales, puede estremecer los cimientos de la individualidad, establecer un nuevo ángulo para el enfoque lírico de los temas básicos de la poesía personal y, a la vez, salvar al arte de las eternas muletillas.

Pero ¿acaso el “espíritu” de la época actúa de manera invisible e independientemente de la voluntad subjetiva? ¿Cómo decirlo…? Desde luego, en última instancia, él influye sobre todos. Sobre los que lo acogen y encarnan, sobre los que lo combaten desesperadamente y sobre los que intentan pasivamente resguardarse de él. Sin embargo, los que se resguardan pasivamente de él van desapareciendo de forma imperceptible. Los que lo combaten quizás solo sean capaces de hacer revivir el viejo arte con algún que otro resplandor tardío y efímero. Pero el nuevo arte, que trazará nuevos horizontes y ampliará el cauce de la creación artística, solo puede ser creado por aquellos que viven en consonancia con su época. Si hoy se trazara una línea hacia el futuro arte socialista, habría que decir que actualmente apenas si estamos en la preparación de la preparación.

En términos sumamente esquemáticos, nuestras principales agrupaciones literarias son las siguientes:

La literatura ajena a octubre, desde los folletinistas suvorianos3 hasta los líricos más refinados del sequedal de la nobleza, va desapareciendo junto con las clases a las que servía. En sentido formal-genealógico, constituye la culminación de la línea principal de nuestra vieja literatura, que primero fue noble y, hacia el final, se aburguesó por completo.

La literatura “soviética” campesinesca, que formalmente, aunque no sin grandes controversias, puede derivar su genealogía de las corrientes eslavófilas y populistas de la vieja literatura. Obviamente, los campesineadores no provienen directamente del campesino. Ellos serían inconcebibles sin la anterior literatura noble-feudal, de la que constituyen una línea menor. Actualmente, se están dando vuelta conforme a las nuevas condiciones sociales.

El futurismo es también una indiscutible ramificación de la vieja literatura. Pero el futurismo ruso no llegó a desarrollarse en el marco de esta ni sufrió la necesaria transformación burguesa que le hubiera valido el reconocimiento oficial. Cuando se desataron la guerra y la revolución, el futurismo seguía en ese estadio de bohemia característico de toda nueva corriente literaria en las condiciones capitalistas urbanas. Arrastrado por los acontecimientos, el futurismo orientó su desarrollo hacia el nuevo curso revolucionario. De aquí no salió ni podía salir, por la propia esencia del asunto, un arte proletario. El futurismo, que en muchos aspectos sigue siendo una ramificación bohemio-revolucionaria del viejo arte, participa más íntima, más directa y más activamente que las otras corrientes en la formación del nuevo arte.

Por importantes que sean los logros de algunos poetas proletarios, en general el denominado arte proletario se halla en su etapa de aprendizaje, sembrando por doquier los elementos de la cultura artística y adaptando los antiguos logros a una nueva clase representada aún por una capa intermedia muy débil; en este sentido constituye también una de las fuentes del futuro arte socialista.

Es totalmente incorrecto contraponer la cultura y el arte burgués a la cultura y el arte proletario. Este último no existirá jamás, ya que el régimen proletario es temporal y transitorio. El sentido histórico y la grandeza moral de la revolución proletaria residen en que sienta las bases para una cultura sin clases, que por primera vez será auténticamente humana.

Nuestra política en el arte durante el período de transición puede y deber estar orientada a facilitar que las distintas agrupaciones y corrientes artísticas que se han colocado en la arena de la revolución comprendan el verdadero sentido histórico de esta y, colocando por sobre todas ellas el criterio categórico de “por la revolución o contra ella”, brindarles una absoluta libertad en el ámbito de la autodeterminación artística.

La revolución poco a poco va encontrando en el arte su reflejo -si bien por ahora muy parcialmente- dado que los artistas dejan de considerarla una catástrofe exterior y dado que el gremio de los poetas y artistas, tanto jóvenes como viejos, se está compenetrando con el tejido vivo de la revolución y va aprendiendo a interpretarla desde dentro y no a mirarla de lado.

El torbellino social no se calmará pronto. En Europa y en América habrá decenios de luchas. Los hombres no solo de nuestra generación, sino también de la siguiente, serán partícipes, héroes y víctimas en ellas. El arte de esta época estará íntegramente signado por la revolución. Este arte necesita una nueva conciencia. Ante todo, es incompatible con el misticismo, tanto con el manifiesto como con el disfrazado de romántico, ya que la revolución parte de la idea central de que el único amo debe ser la persona colectiva y que los límites de su potencial solo están trazados por el grado de conocimiento de las fuerzas naturales y por la aptitud para utilizarlas. Es incompatible con el pesimismo, el escepticismo y todas las demás formas de parálisis mental. Es realista, militante; está henchido de un activo colectivismo y de una fe ilimitada y creadora en el porvenir…

* * *

Los capítulos dedicados a la literatura actual, que componen la primera parte del libro, fueron concebidos unos dos años atrás como prólogo para viejos artículos, pero dicho trabajo se amplió con creces durante el descanso veraniego del año ’22. Siguió inconcluso hasta el verano del año ’23. Hemos tenido que completar y reelaborar significativamente los esbozos del año pasado sobre la base del nuevo material literario. Sin embargo, también ahora, desde luego, distan mucho de estar acabados y completos…

* * *

En la segunda parte del libro se han reunido artículos que comprenden –sin sistema alguno- el período interrevolucionario (1907-1914). No he incluido aquí los artículos de crítica literaria anteriores a la revolución de 1905, y esto por dos motivos: primero, aquella era otra época, radicalmente diferente, y segundo, en los artículos mismos había aún mucho de principiante.

Los artículos de la segunda parte abarcan, en modo alguno agotándolo, el período de transformación egoísta, de “refinamiento” estético, de individualización y aburguesamiento de la intelliguentsia. Del laboratorio que significó la época interrevolucionaria, la intelliguentsia “oficial” salió tal como la vemos durante la guerra: patriótica y burguesa, y como la vemos durante la revolución: egoísta, saboteadora, odiosa, carente de ideología, contrarrevolucionaria.

Los artículos que se refieren a la vida artística y cultural de Occidente han sido incluidos en la medida en que servían a un mismo fin: mostrar en qué dirección avanzaba la transformación ideológica de la intelliguentsia rusa.

La relación entre la primera y la segunda parte del libro reside en que el arte de transición, es decir el actual, hunde todas sus raíces en el ayer, en la víspera prerrevolucionaria. La relación también viene dada por la unidad de la concepción marxista del autor.

En los viejos artículos que forman la segunda parte del libro hay no pocas líneas dedicadas a la censura. Obviamente, esas líneas darán a más de un crítico hostil a la revolución un buen motivo para sacarle la lengua al Poder Soviético. Para no privar a los señores críticos de esta feliz ocasión, no hemos eliminado ninguna de dichas líneas, incluso en aquellos casos en los que puedan claramente llevar a conclusiones “simétricas” respecto al Poder Soviético. En los viejos artículos decimos que la censura zarista fue creada para luchar contra el silogismo. Y eso es cierto. Nosotros hemos luchado por el derecho al silogismo en contra de la censura. Por sí mismo, el silogismo –como hemos demostrado, además- es impotente. La fe en la omnipotencia de una idea abstracta es ingenua. Una idea debe encarnarse para hacerse fuerte. En cambio, el cuerpo social, incluso cuando pierde por completo su idea, sigue siendo fuerte. Una clase que históricamente ha perdido relevancia sigue siendo capaz de mantenerse por años y decenios por la fuerza de sus instituciones, por la inercia de su riqueza y por una estrategia contrarrevolucionaria consciente. La burguesía mundial es actualmente esa clase retrógrada que interviene contra nosotros pertrechada de medios de defensa y ataque. Se muestra vacilante a la hora de invertir capital en las concesiones soviéticas, pero no vacilará ni un minuto en invertir recursos en periódicos y editoriales a lo largo y a lo ancho del país revolucionario. El imperialismo ha creado en todo el mundo “democrático” una situación tal para los periódicos (precios, condiciones de crédito, sobornos, etc.) que le permite afirmar que ningún periódico comunista, es decir independiente del imperialismo, podrá editarse sin ayuda material… del Poder Soviético. En contrapartida, Stinnes en Alemania y Hirst en Estados Unidos tienen a su disposición cualquier periódico para darle el uso que sea necesario. La revolución no puede permitir un régimen semejante. Nosotros también tenemos censura, y muy despiadada. No está dirigida contra el silogismo (¡los “silogismos” de Kerzon y Poincaré!), sino contra la alianza del capital con los prejuicios. Por eso no tememos las analogías históricas a las que tan propensos son los demócratas baratos, tremendamente descontentos cuando la reacción les pega en la mejilla derecha y la revolución en la izquierda. Nosotros luchábamos por el silogismo en contra de la censura de la autocracia, y teníamos razón. Nuestro silogismo no resultó estéril. Reflejaba la voluntad de la clase progresiva y triunfó junto con dicha clase. El día que el proletariado triunfe firmemente en los países más poderosos de Occidente, la censura de la revolución desaparecerá por innecesaria… Reeditamos los viejos artículos sin modificaciones, con todos los convencionalismos y reticencias que imponía la censura. De otro modo, nos hubiéramos visto obligados a rehacer algunos de ellos de principio a fin. Solo en aquellos casos en los que, por lo demás, son demasiado evidentes los cortes y modificaciones realizados por mano del redactor –siguiendo las consideraciones de la censura-, hemos hecho el intento de restablecer de modo aproximado el texto original. En algunos pasajes nos hemos permitido no solo suavizar el estilo, sino también bajar el tono de algunas apreciaciones que ahora nos parecen excesivas, o eliminar detalles que fueron refutados por la trayectoria posterior de uno u otro escritor. No obstante, es necesario decir que las correcciones de esta naturaleza son relativamente poco relevantes y conciernen a aspectos secundarios.

1 Intelectuales que no provenían de la nobleza ni tenían su origen en los sectores tradicionales de la sociedad rusa. [N. del T.]
2 Aquí Trotsky emplea el término “muzhikóvstvovat”, que significa “comportarse como un campesino”, “adoptar las actitudes de un campesino” o “simular ser o hacerse pasar por un campesino”. El término aparece por primera vez en un ciclo de cuentos de SaltikovShedrín, “Cuentos de Poshejonie”, en 1884. Hemos decidido traducir el término y sus derivados como “campesinear”, “campesinesco” y “campesineador” para caracterizar esa actitud de algunos intelectuales. Creemos que en esa forma transmiten mejor el dejo irónico y despectivo del original ruso, que se perdería si adoptáramos el más cartesiano “campesinista”. [N. del T.]
3 Trotsky se refiere seguramente a los escritores de folletines de la revista Nóvoie Vremia, cuyo propietario era Alekséi Suvorin (1834-1912); en un principio de ideas liberales, se convirtió luego en un defensor de los poderes constituidos. [N. del T.]

 

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