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Lenguaje inclusivo: ¿adentro o afuera?

Opinan quienes escriben y leen

Corren ríos de tinta sanguínea en busca de una comunicación más humana. Lejos de acuerdos generalizados, los escritores y las escritoras se debaten ante la novedad del lenguaje inclusivo. ¿De dónde salió y por qué? ¿Lo usan? ¿Aparecerá pronto la primera novela con lenguaje inclusivo en Argentina? En esta nota de Lala Toutonian, opinan al respecto Agustina Paz Frontera, Gabriela Cabezón Cámara, Rafael Toriz, Pablo Maurette y Claudia Piñeiro.

Por Lala Toutonian.

 

Son tiempos de cambio -siempre lo son-. La intención de hacer extensiva la pluralidad genérica de la comunicación toma las herramientas de cuanta disciplina progresiva se precie de tal. Por supuesto, se debaten primero en el campo de la lingüística (la histórica, principalmente, entre enfrascamientos y reconstrucciones), la psicología evolutiva y hasta la antropología. Pero, sobre todo, la filosofía.

Los problemas filosóficos de la narrativa viven un constante enfrentamiento ontológico y hoy, con el feminismo como bandera, se intenta desentrañar el restablecimiento abstracto del lenguaje. ¿En búsqueda de justicia? Corren ríos de tinta sanguínea en busca de una comunicación más humana.

En esta nota, opinan al respecto quienes trabajan con la lengua. ¿Consideran usarla en su ficción, por ejemplo? Le preguntamos a Gabriela Cabezón Cámara, autora de La virgen cabeza y La china Iron, entre otros, por el lenguaje inclusivo y respondió: "Yo lo uso poco y nada  -en estos días estaba pensando en probar en una ficción a ver qué pasaba, pero la verdad es que aun no lo he hecho, y  tampoco lo uso mucho en mis otros usos de la lengua, fuera de la ficción-, pero de ninguna manera estoy en contra de ese uso. De hecho, como digo, estoy considerando tomarlo en cuenta. Me parece que la lengua es una materia política y que está bien que se la use y se la cambie de acuerdo a los objetivos de visibiización que tienen algunos sectores ahora, sobre todo los pibes, y las pibas. Les pibes". 

El escritor mexicano Rafael Toriz, por su parte, toma otro carril:Creo que una de las ideas más sexies y sin embargo más acotadas o un tanto caducas de Roland Barthes es aquella donde dijo que el lenguaje es fascista. Desde luego que es el lenguaje el que nos da el pensamiento y la realidad, pero creo que la manera cómo está planteado lo pone como un problema de segundo orden, prohibir ‘puto’ en los estadios, como una represión degradada. Y desde luego creo que el todes y las equis me resultan una cuestión cosmética que no atiende verdaderamente a los fundamentos ontológicos, porque si bien no olvidamos que el lenguaje es el que le da forma al pensamiento, pues la realidad es la que nutre a la sustancia verbal. Sí creo que el lenguaje es sexista, el lenguaje es terrorista, pero me gustaría más un desarrollo en lo epistemológico y lo filosófico. Claro que hay que darle lucha política a todo, cada cual con sus molinos de viento, pero frente a estas formas que proponen no tengo opinión, me resisto a caer en la opinología barata y creo que si de algo somos presas, es como dijo Barthes: el fascismo no es obligar a callar sino obligar a decir, a dar una opinión, a tener que estar a favor o en contra de algo”. Así como Toriz considera que la lengua da forma al pensamiento, también cree que las palabras son el cáncer de las ideas y que si bien hay muchas gramáticas -la de la creación (Steiner), la de los sueños (Foulkes), la de los motivos (Burke), las generativas transformacionales (Chomsky) y tantas otras, aún falta la de la del sentimiento.

Formula Saussure que no hay pensamientos sin signos. Ahora bien, la identidad del signo referirá a lo que representa y a lo que se interprete: esa asociación de componentes da por resultado un significante. Tomemos por signo el arroba que intenta neutralizar el género; ejemplo: “mis amig@s”. La imposibilidad de la pronunciación se suma a que el significado de “mis amigos” tampoco pondrán en manifiesto el significante, pues en amig@s y amigos puede haber tanto mujeres como hombres, cada quien con su inclinación sexual.

La escritora Claudia Piñeiro, abanderada de las letras en la lucha por la legalización del aborto y en poner de manifiesto los femicidios a los que se ven sometidas las mujeres por su condición de género, opina sobre la modalidad de cambiar por la letra e: Yo no lo uso pero tampoco lo desprecio. El lenguaje se modifica por el uso. Son los más jóvenes quienes la usan y quizá algún día lo usemos todos. A mí no me surge la necesidad de usarlo, me siento incluida en el lenguaje tal y como está armado porque es el modo en que lo hemos usado siempre. Entiendo que políticamente se lo fuerce para visibilizar una situación donde hay gente que no se siente representada por la "a" o por la "o", pero eso desde la política social. En cambio desde el lenguaje de la literatura eso se mantendrá hasta que su uso se modifique y la Real Academia diga ‘Ah, sí’. Hoy no me sale decirlo con naturalidad; lo escucho en otros más jóvenes y sí me parece natural, pero yo no lo usaría, no me sería natural decirlo”.

Desde la cuenta de Twitter de la Real Academia Española, hace días, se pronunciaron ante una consulta diciendo: "El uso de la letra «e» como supuesta marca de género es ajeno al sistema morfológico del español, además de ser innecesario, pues el masculino gramatical funciona como término inclusivo en referencia a colectivos mixtos, o en contextos genéricos o inespecíficos". Las ciencias cognitivas estudiarán si la etiquetación y subetiquetación de definiciones (gay, homosexual, bisexual, heterosexual, queer, transgénero, cisgénero, intersexual, metrosexual, etcétera) caracterizan y visibilizan identidades mientras que, quizá en contraposición, la neutralización explicativa resulte menos descriptiva y las oculte o, al menos, desoriente. La ambigüedad, sin facilitar una filosofía verbal, deberá aportar nuevos procesos creativos.

La periodista y poeta Agustina Paz Frontera, una de las integrantes de LatFem y del movimiento Ni una menos, dice: “El lenguaje me resulta sexista. Me parece que lo es en tanto claramente tiene marcas del poder. En este momento donde estamos todos y todas inmersos en una expansión de las teorías de género y el feminismo lo ha tomado todo, a mí personalmente me enloquece, no puedo controlar la molestia que me resulta cuando leo una generalización en masculino. Más allá de si esa generalización esconde sexismo o no, hay una actitud sexista de quien la escriba de la RAE, más allá de la voluntad de quien generalice en masculino, sí hay en la lectura, en mi lectura y en la de muchas y muchos y muches, una disconformidad con eso. Es ahí donde empieza a operar la transformación discursiva del lenguaje. Por eso creo que hay poder en quien emite las reglas del lenguaje, y que no es actual sino que arrastra siglos de mundo occidental. Las soluciones también tienen que ver con la política, con el poder. Cómo ciertos grupos somos capaces de querer torcer esas reglas como una estrategia política no sólo para que haya cambios en el lenguaje sino en todo. Ahí es donde las sujetas femeninas usamos la generalización en femenino. Dar escucha al clamor de quienes están ocupadas y preocupadas por el machismo de la sociedad. Luego hay otras disputas políticas muy interesantes también donde las sujetas políticas trans y los políticos sujetos trans tiene más visibilidad y han construido mayores niveles de participación política, reclaman el borramiento de las identidades masculinas trans que se da cuando generalizamos en femenino. Si por ejemplo te metés en Facebook en un grupo de feministas donde participan varones trans, no podés generalizar en femenino porque estarías dejando afuera el masculino trans. Ahí es donde la solución transitoria es el 'todes'. Claro que en el 'todes' también se encontrará el pelo al huevo y haya que modificarlo hasta el infinito, pero eso es lo gracioso que tiene el lenguaje, que se le notan las marcas del poder. No me preocupa, es interesante, me divierte. Tiene que ver con la plasticidad que tiene el lenguaje y con imprimirle justicia y poesía que tenemos nosotras, nosotros y nosotres”.

El contenido semántico, de tan pragmático puede estar anquilosado socialmente. El tiempo le dará o no, el espacio a las nuevas modalidades narrativas del idioma. Ya no tenemos a Umberto Eco para que nos dé luz y guíe desde la perspectiva de la semiótica, pero seguramente insistiría en que saber, conocer e interpretar el significado de una palabra nos otorga el poder filosófico de generar una frase y así darle voz al pensamiento. ¿Para qué? Para lograr una comunicación y un entendimiento más humano.

Pero la semiótica no se limita a la clasificación de los signos, también está la representación acústica (¿lxs amigxs?) y es ahí donde el significante puede hacer aguas como eufemismo de fracaso.

El ensayista y profesor de literatura comparada Pablo Maurette, autor de El sentido olvidado, dirá: “Puedo hablar como alguien que se dedica a leer y escribir. No creo que se pueda decir que el lenguaje en sí es sexista, o que ciertas lenguas son sexistas. El lenguaje es un método de comunicación que se puede usar para expresar lo que uno quiera: ideas sexistas, racistas, xenófobas, pero también lo contrario de todo esto. Por supuesto que, como todo elemento de la cultura es convencional y refleja hábitos y maneras de ver mundo. Estas maneras de ver el mundo van cambiando y es normal que las lenguas se hagan eco de estos cambios (o que produzcan estos cambios, francamente). Cuando uno habla, por ejemplo, de ‘la historia del hombre’ se refiere efectivamente a la historia del género humano que comprende todos los géneros. Ver sexismo en ese giro me parece forzado, un ejercicio intelectual sin mucha sustancia y bastante intrascendente. La igualdad de géneros se logra con hechos concretos, con leyes, con cambios en el trato entre las personas. Si a esto le siguen cambios espontáneos en la lengua, eso es otra cosa. Respecto de los cambios: cualquiera que sepa algo de historia de la lengua, o que simplemente preste atención a su propia lengua a lo largo de su vida sabe que las lenguas cambian constantemente. Pero estos cambios se dan en el uso, suelen suceder sin que nadie los planifique y tienden a simplificar, a quitar más que a agregar. Por eso me parece que todo esto del plural en "e" que comprende masculino y femenino ('les amigues', por ejemplo) no va a echar raíces. Puedo equivocarme, desde luego, pero lo veo como algo que viene de arriba hacia abajo, de ciertas elites académicas o ideológicas. Cuando las lenguas cambian suelen cambiar de abajo hacia arriba. Y aparte este nuevo género en 'e' complejiza, agrega algo que no estaba, es algo nuevo para aprender y las lenguas tienden a simplificarse y arreglarse con lo que tienen. Por estas razones, no le veo futuro. Vivo en el exterior hace quince años, mi vida es en inglés y trabajo en el mundo académico. Conozco mejor este tema allá que acá. Un gran tema en Estados Unidos son los pronombres. He tenido alumnos que no se identifican ni con el masculino ‘he’ (él) ni con el femenino ‘she’ (ella) y piden que se refiera a ellos como ‘they’ (ellos). Cuesta adaptarse, pero es posible. De todos modos, 'they' ya existe en inglés, es simplemente cambiarle el uso a algo que la lengua ya incluye. Hace años ciertos grupos feministas quisieron imponer, desde la academia, que no se dijera más ‘history’ porque la consideraban una palabra sexista, y que se dijera, en vez, ‘herstory’. Obviamente no prosperó, era un absurdo. Lo del lenguaje inclusivo en 'e' creo que tendrá la misma suerte”.

Nada más vigorizante e instructivo que un nuevo debate. Bienvenidos los que confrontan, los que dan batalla. Todo sea en pos de una humanidad más justa.

 

 

 

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