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No Ficción

La recolectora de voces

Svetlana Alexiévich

"Tarde o temprano un gran periodista se convierte en un gran escritor", creía Tomás Eloy Martínez. Una nota de Patricia Nigro alrededor de la anteúltima Premio Nobel de Literatura, cronista bielorrusa: "La escritura de Svetlana es polifónica en todos los sentidos. Sus libros no son una mera transcripción de entrevistas".

Por Patricia Nigro.

Un año antes que Bob Dylan, ganaba el Premio Nobel de Literatura la periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich. Aunque lectores frecuentes, muchos no conocíamos su obra. A nadie se le ocurrió polemizar si era correcto darle el premio a una periodista, como ocurrió con el músico y poeta estadounidense. Algunos han llamado a las obras de la Nobel “novelas colectivas” o “novelas evidencia”, pero no son novelas. Son obras periodísticas, si bien tanto el periodismo como la literatura aprovechan el relato en sus textos.

Y es que el periodismo y la literatura han caminado juntos desde los comienzos del primero, y siempre hubo escritores que luego fueron periodistas o periodistas que luego fueron escritores. Tomás Eloy Martínez, cuyo séptimo aniversario de muerte recordamos el pasado 31 de enero, decía que tarde o temprano un gran periodista se convierte en un gran escritor. En Argentina, Sarmiento, José Hernández, Osvaldo Soriano o el propio Martínez son algunos ejemplos en ese sentido, sumados a Borges, Mujica Láinez, Eduardo Mallea, Roberto Arlt o Rodolfo Walsh. Es cierto que hay un intersticio por donde la ficción y la realidad se cuelan. Para Martínez, eran las “ficciones verdaderas”: relatos ficticios que partían de hechos reales. Muy claro estaba para él que periodismo y literatura no son lo mismo. El lector se preguntará entonces qué ocurre con el periodismo narrativo. Eso: es periodismo, solo que usa técnicas de la literatura.

Svetlana Alexándrovna Alexiévich nació en Ucrania en 1948 pero fue criada en la República Socialista Soviética de Bielorrusia, hoy país independiente y de nombre República Socialista de Belarús. Su tierra fue la más devastada por dos calamidades humanas: la invasión nazi desde 1941 a 1945, que destruyó más de un tercio de sus ciudades y pueblos, hizo desaparecer a la población judía y mató también a más de un tercio de sus pobladores, y la explosión de la central nuclear ucraniana de Chernóbill en 1986, cuya onda radioactiva afectó al setenta por ciento del país.

Svetlana se inició de joven como escritora de cuentos y estudió periodismo en la Universidad de Minsk. Trabajó como periodista y profesora de Historia. En 1983 publicó La guerra no tiene rostro de mujer, su primer libro, sobre las mujeres soldados rusas en la Segunda Guerra, lo que le significó viajar por todo el territorio buscando testimonios. Sobre esta guerra también escribió Últimos Testigos. Los niños de la Segunda Guerra Mundial, en 1985. Otros libros suyos e ineludibles, traducidos al español por Debate, son Voces de Chernóbil y Los muchachos de zinc. Voces soviéticas de la Guerra de Afganistán (1990 y 1997, respectivamente).

La escritura de Svetlana es polifónica en todos los sentidos. Sus libros no son una mera transcripción de entrevistas: la autora se disimula en las voces de los que sufrieron los horrores de la guerra, la tortura, la muerte de los seres queridos, la destrucción de sus formas de vida, el abuso, la humillación, el desprecio. Svetlana, la recolectora, ha evitado que esas voces queden en el olvido. Gracias a sus textos alcanzamos a vislumbrar la fuerza, las miserias y la humanidad de los más castigados, los postergados, los que no aparecen en los libros de historia ni en los diarios. Leemos: “Si algo queda, está en nuestra memoria.” O “Somos los últimos testigos. Nuestro tiempo se acaba. Tenemos que hablar...Nuestras palabras serán las últimas.” O “¡Querida mía, usted será feliz! Vaya con Dios. Cuénteles a los demás nuestra suerte gitana. La gente sabe tan poco...” Las voces de Svetlana hablan de lo irracional, del espanto, de la crueldad más inhumana hacia los otros, de la pérdida y de la vida antes de la guerra, esa vida sencilla que todos sus informantes añoran.

Sabemos que solo el lenguaje nos hace humanos. Por eso, estas obras de Svetlana nos muestran lo más profundo de nuestra condición: las voces que describen sentimientos y pensamientos de seres humanos en los momentos más atroces y más sublimes. Son voces que merecen ser escuchadas, leídas, comentadas –y esto lo supo enseguida la autora– para que todos tomemos conciencia de lo que somos capaces.

 

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