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Ficción argentina

La preparación de la escritura

Por Francisco Bitar

"La escritura se vuelve a confirmar en mí gracias a que, cada tanto, rescato un episodio que la dignifica y la protege incluso de mis propias dudas acerca de ella". El poeta santafecino, autor también de libros como Luces de Navidad o Teoría y práctica, comparte su proceso de escritura en El muñeco de nieve (Marciana Editora).

Por Francisco Bitar.

 

 

FUNDAMENTO. El origen del Muñeco de Nieve se pierde en la noche de los tiempos. Los relatos que dan cuenta de él (el Muñeco de Andersen, la Muñeca de Hawthorne) lo consideran algo así como una formación de la naturaleza, sin comienzo y sin infancia, y por lo mismo, sin la nada que lo precede: el Muñeco llega a ellos ya hecho, como si hubiera existido desde siempre.

A tal punto brillan los datos por su ausencia que toda la cuestión despierta suspicacia. ¿Cuál es la necesidad de la pregunta por el origen cuando mis mayores la pasaron por alto? ¿No se tratará de un reflejo condicionado por la tradición, que confiere prestigio filosófico pero que no tiene nada que ver con la manía de contar historias? 

Bueno, creo que sin una exploración del origen, nada que asome en mí logrará hacer pie en el mundo. Me refiero a la idea de origen no en su versión pastoral, como una fuente fulgurante que, por su incandescencia, me impide ver el principio; hablo sencillamente de un episodio del pasado que puedo tomar como referencia para afirmar mi sentir actual.

 

Quizá ninguna otra experiencia gane consistencia hoy (al menos en una vida como la mía, que suele tender a la desmaterialización) si no recupero al mismo tiempo ese viejo encuentro, que proyecta el origen no hacia adelante sino hacia la totalidad de mi vida. 

El origen quizá lo sea de algo que siempre estuvo en mí. Pero la única forma de saberlo es gracias a un episodio en concreto, que está en el pasado.

 

UN EJEMPLO. Doy un ejemplo, que salta a la vista porque lo tengo enfrente: escribir. La escritura se vuelve a confirmar en mí gracias a que, cada tanto, rescato un episodio que la dignifica y la protege incluso de mis propias dudas acerca de ella: “De chico yo amaba más que ninguna otra cosa formular proyectos, varios por día, que luego naufragaban al llevarlos a la práctica. Pero un día tomé lápiz y papel y me di cuenta de que había encontrado el lugar adonde fracasar con estilo”, etcétera.

Se le llama infancia (al menos yo lo hago) a esa reserva de encuentros significativos, a la que sin embargo no acudo a voluntad sino que viene solo desde el pasado, en una rememoración parecida al sueño, cada vez que en el presente algo se desordena o se desmorona, pero reclama una aclaración. 

En otras palabras: se le llama infancia a lo que está en el pasado pero no le pertenece por completo a ese pasado.

 

PROPÓSITO. En suma, si no intento escribir sobre su origen, el Muñeco de Nieve quedará borroso, entrampado en ese estado intermedio: entre la existencia y el desvanecimiento final, igual que un alma en pena pero al revés (lo que busca un alma en pena es un significado, no para ratificar su existencia, sino para, al fin, desaparecer). 

Además, sin origen (sin leyenda), el Muñeco permanecerá repetible, que es el riesgo de automatismo que hay ahí donde veo uno y sigo de largo. El primero permanece equivalente al de al lado y así todos juntos mezclados en el montón, una auténtica bola de nieve que se lleva puesto a cada uno.

 

 

LAS PREGUNTAS. Pero está también la aclaración que el Muñeco reclama en mí. Hay algo en él que me llama con el mismo magnetismo con el que crecieron mis otros libros, a partir de una información igual de precaria y poderosa. Como no sé desde dónde viene ese llamado, y quizá porque se trata de la primera forma de resolverlo que se me ocurre, decido que venga desde el principio, con las preguntas del principio: ¿cómo fue que alguien levantó uno en primer lugar, qué sentimiento lo dominaba? ¿Fue durante un arrebato de alegría, entre compinches? ¿Fue en soledad? ¿Fue en recuerdo del padre? ¿Fue por el sólo hecho de hacerlo? ¿Qué clase de silencio le siguió a la creación, en el frío de una noche clara y estrellada, barrida por el viento?

 

ORDENAMIENTO. Hay pistas que ayudarán a preparar las bases y sólo después a fabricar un origen decente.

No son lo mismo: preparación y fabricación, imbricados como se presentan al final de un relato, suponían al principio momentos, si bien sucesivos, diferentes. Si no se nota la diferencia es porque la preparación, por mínima que sea, se detiene justo en el momento en que comienza la fabricación, es decir, en el punto mismo del comienzo, lo que hace de ella, de la preparación, el sustrato no dicho del relato: al momento de empezar, los preparativos retroceden de una vez hacia un pasado silencioso y todo pasa a ser actualidad cantante y sonante.

Se nos escapa esta diferencia, habituados como estamos a tratar ambas cosas juntas en historias de una actualidad relativa: allí, preparación y fabricación pueden darse a la vez, a tal punto que la condición de posibilidad de un personaje y el personaje resultante son simultáneos. 

Pero en la medida en que una historia se sitúa más atrás en el tiempo histórico, la preparación se desvía de la fabricación hasta convertirse cada una en una parte distinta del trabajo, así como por ejemplo un director de cine, verdadero especialista al momento de seccionar y montar, de separar y unir, selecciona locaciones antes de empezar con la filmación (el cine es, más que ningún otro, el arte de lo previo, al punto de que la realización cinematográfica lo es de todos sus preparativos).

En suma, si dedico a cada una su propia sección, la fabricación dará como resultado el Muñeco de Nieve Legendario, mientras que la preparación tendrá por resultado esta primera parte del libro, donde ya estamos. 

El conjunto será el equivalente a un tipo de película en la que se muestran primero las locaciones, los modelos de un personaje, los bocetos del todo, para luego instalar allí al Muñeco y darle vida. 

 

A MODO DE COMIENZO. Este será entonces el movimiento de la Preparación: parto de un paisaje inmediato y voy tanto hacia afuera en el espacio como hacia atrás en el tiempo.

Situado, como estoy, en la casa, más precisamente en la cocina de la casa, la primera cuestión sale al cruce: ¿por qué el Muñeco de Nieve? Es decir, ¿qué hay en él que no encuentre yo en otros objetos como, digamos, esta silla que apunta hacia la pared?

Seguro: es una silla cualquiera. Pero hace falta mirar una segunda vez para que su discurso empiece a expandirse: no es difícil ver que flota sobre ella el recuerdo de su último ocupante, el amigo que anoche, así como bebió su vino y comió su pan, alimentó también la conversación sólo por saber que estaba cómodamente sentado.

Ya estoy imaginando un libro igualmente deseable, de composición amorosa. 

Pero incluso cuando lo poco que anoté me invita a seguir, la Silla que Apunta a la Pared no podría ingresar sin cierta violencia en el orden del relato, que es el orden del tiempo y lo que en él sucede. El libro de la silla podría crecer únicamente en base a una férrea descripción, porque, como es sabido, mientras más fuerte se hace un libro en el plano de la descripción, menores son sus chances de ingresar en la oralidad, que apunta al tiempo, y de ir de acá para allá en la voz del pueblo. ¿O alguien imagina a los abuelos, agentes fundamentales en la transmisión de la leyenda, contando a sus nietos la historia de una Silla que Apunta a la Pared? 

A la pregunta de por qué el Muñeco de Nieve, respondo: porque él me permite pasar eventualmente al relato o, en todo caso, me permite salir de mi elucubración sobre el libro que voy a escribir y no escribo. Y el libro de la Silla nunca saldría de allí, por su clara vocación de crecer sin avanzar: estaría todo el tiempo empezando (ese sería su encanto) pero sin perder nunca ese estado de comienzo. 

De hecho, tampoco lo pierde aquí, en el libro del Muñeco de Nieve, porque es gracias a la Silla que Apunta a la Pared que puedo empezar.

 

MUÑECO DE LOS PARQUES/MUÑECO DE LOS PATIOS. Y sin embargo, aunque este examen parte del paisaje inmediato, lo cierto es que el reino del Muñeco de Nieve está afuera, en los parques o en el patio delantero. 

Este no es un rasgo entre otros; es la clave en su carácter: el Muñeco mira hacia los interiores como si quisiera integrarse él también a la escena que tiene delante. El problema es obvio: si pusiera un pie en la casa, empezaría a deshacerse allí mismo, hasta quedar reducido a un charco. Su condición, como la de muchos otros, es la de querer y no poder, o la de poder pero solamente a un precio muy alto, el de la propia desaparición.

De los dos, el Muñeco de los Parques es testigo de los recreos escolares o de la risa de los patinadores sobre el lago congelado. Este es un Muñeco público, una demostración del trabajo espontáneo y en equipo. Como nace de una vocación por ampliar el grupo de amigos, aquí el Muñeco de Nieve es el que se agrega.

El Muñeco de los Patios, en cambio, siendo como es parte de las familias, debe afrontar el desprecio de seguir la vida a distancia para quedar a salvo de las emanaciones peligrosas de la casa, la salida de la estufa y la radiación de los ladrillos que acumularon el calor del día.

Este Muñeco fue construido en soledad o bien, si fue levantado por los hermanos, se hizo sin los padres, o incluso, si participó la familia entera, pone a todos a soñar con quien no está.

 

MUÑECO DE NIEVE Y RECOMIENZO. Está claro: la estación del Muñeco de Nieve es el invierno. Lo señalo porque, en mi proceder, voy hacia el mundo exterior desde lo más cercano, que a veces es también lo obvio. Y no importa adónde uno esté o hacia dónde uno vaya: no hay nada más cercano que las estaciones.

Los años, se dirá; los años son todavía más cercanos, desde que no hay manera de ser ajeno a ellos. Cada día al que uno despierta y, todavía más, cada minuto que pasa, va a parar al año que lo recibe y crece con ellos.

Pero más allá de servir como referencia para saber qué día es hoy o para planificar la agenda de la semana que viene, no estoy seguro de qué cosa son los años por anclarse en ellos el asunto de más difícil decisión: el tiempo transcurrido, que por cada hecho de importancia se me presenta más o menos ambiguo.

¿En qué momento se dispersó la familia? ¿Cuándo murió papá? Si es que, luego de abismarme por un rato, acierto a responder, lo hago con alguna aproximación. ¿2004, una cosa? ¿2012, la otra? O si lo sé con claridad, la cifra se me presenta fría, hueca, injusta.

En cambio, sí creo reconocer la idea de repetición que viene de la rueda de las estaciones, acaso mi primera aproximación a un retorno en la sorda sucesión de la vida.

Y bien, el Muñeco de Nieve es aquí el tope, el clavo donde se fija la correa del cinto: es el punto donde se dobla el año para devolver la ilusión de circularidad. 

Miren: donde antes había un ciego ir hacia adelante ahora hay recomienzo, la ilusión de que, a pesar de la separación de la familia o de la muerte de mi padre, es posible seguir con vida, volver a empezar.

 

 

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