La biopolitización de la procreación
Penelope Deutscher y su Crítica de la razón reproductiva
Miércoles 06 de marzo de 2019
¿Cómo movilizar un discurso de derechos reproductivos que no refuerce formas convencionales de entender los diferenciales sociales y raciales, las normas de la conducta responsable o los valores heteronormativos u homonormativos? Alejandra Uslenghi nos introduce en el aterrizaje de Deutscher a las librerías.
Por Alejandra Uslenghi.
La razón reproductiva engendra monstruos, fetos de cartapesta. Esta imagen 3d en tamaño gigante sobrevoló en 2018 las manifestaciones de sectores en oposición a la descriminalización de la interrupción voluntaria del embarazo durante los meses de contienda política en la ciudad de Buenos Aires, cuando el Congreso debatía una ley que obtuvo la aprobación de la cámara de diputados pero fue rechazada por mayoría en el senado. El feto de cartapesta, ese niño/a imaginario en estado embrionario, flotaba festivamente cual globo sobre las manifestaciones que lo usaban como insignia, o era reproducido en miniatura cual muñequito fetiche que cabe en el hueco de una mano, magnificando la visibilidad de la figura fetal para la cual se exige personería. Allí suspendido, la fantasía y proyección de su autonomía del vientre humano se consumaba, ocluyendo el cuerpo de la mujer que la razón reproductiva del discurso de las “dos vidas” biopolitiza, a los fines de una producción y reproducción heteronormativa. La fantasía de un futurismo reproductivo para asegurar la persistencia de un supuesto nosotros continuo, homogéneo, y en consecuencia la demonización de esas otras y otros cuerpos que se presumen como obstáculos para ese futuro nacional, para la supervivencia, en suma, de la sociedad que debe ser defendida. Ese niño/a imaginario proyecta las quimeras de esa continuidad, al mismo tiempo que estimula la producción de igualmente imaginarias “madres” sobre las que se imponen los objetivos de preservación, continuidad, florecimiento de lo social, subordinándolas a los fines de la reproducción y el futuro colectivo. De esa experiencia social, el movimiento feminista contemporáneo ha prorrumpido más consciente, movilizado y con una comprensión más clara acerca de las formas de resistencia necesarias frente a un poder que proyecta la agencia y la capacidad política de un cuerpo femenino colectivo soberano como amenaza o poder de muerte. La crítica literaria Josefina Ludmer supo marcar el camino y advertir en sus análisis de las ficciones de las “mujeres que matan”, cuyos delitos escapaban al poder punitivo del Estado y mostrar cómo las tretas del débil construían una cultura femenina que disputaba las diferencias de clase, raciales, de género resistiéndose a su captura.1 Oponiéndose desde el lenguaje de la vida, enarbolando el poder movilizante del deseo y la trama del afecto, el movimiento feminista contempla una serie de interrogaciones fundamentales en el horizonte social y político: ¿cómo emancipar esos cuerpos de la responsabilidad que sobre ellos impone y proyecta una razón reproductiva que biopolitiza su capacidad de procreación, sometiéndola a formas de control, cálculo, administración y regulación? ¿Cómo actuar sobre los auxiliares legales y políticos que enmarcan esos cuerpos en espacios de precariedad civil, soberanía horadada, revocación constante de derechos y, en última instancia, pura excepción? ¿Cómo subvertir la concepción de una legalidad bajo la cual se puedan ejercer derechos reproductivos y que no constituya la excepción a un estatuto de permanente ilegalidad? ¿Cómo movilizar un discurso de derechos reproductivos que no refuerce formas convencionales de entender los diferenciales sociales y raciales, las normas de la conducta responsable o los valores heteronormativos u homonormativos?
Esta ha sido y es la tarea intelectual del feminismo crítico, su horizonte constante de activismo, pensamiento y sus nuevas formas de imaginación de la comunidad. Un movimiento que ya desconoce las fronteras nacionales y continúa a cada paso derribando las barreras étnicas y de clase y que en los últimos años ha ido refundando un espacio de soberanía, hilado en el afecto y la sororidad.