Julián López: “Escribo porque estoy perplejo”
Por Gustavo Yuste
Viernes 17 de febrero de 2023
"Me parece que no se sabe leer, que siempre se tiene que volver a aprender", dice el autor de El bosque infinitesimal (Random House, 2022) donde propone un tono distinto a Una muchacha muy bella y La ilusión de los mamíferos.
Por Gustavo Yuste. Foto de Alejandra Urresti.
Desde la aparición de Una muchacha muy bella (Eterna Cadencia, 2013) –libro que lleva 12 ediciones–, el público lector de Julián López se amplía con cada nueva publicación. Por ese mismo motivo, El bosque infinitesimal (Literatura Random House) puede pensarse como una apuesta sorprendente, ya que el tono se aleja de lo que se podía esperar dentro de su escritura.
En la nueva novela del escritor nacido en 1965 todo transcurre en una oscura ciudad de Europa del Este a finales del siglo XIX, en donde un aspirante a médico debe dar el paso final para ganarse un lugar en el ambiente de la mano de su viejo mentor y una asistente: estudiar a fondo la anatomía humana y sus inevitables variables. El proyecto higienista de la época, la cruel búsqueda de un progreso blanco y normativo, favorece la aparición de un lenguaje mucho más barroco y ostentoso, distinto al que se puede apreciar, por ejemplo, en los poemas de Meteoro (Random House, 2020).
Sin embargo, también se vislumbran puntos de unión entre esta novela con la obra previa del autor: el trabajo artesanal y pulido, el humor y la soltura como canales de sentido y la creación de climas envolventes. En diálogo con este blog, López no considera que esta novela –que comenzó a escribir hace más de veinte años y retomó en plena pandemia– implique un riesgo dentro de sus libros y escapa de esa definición: “La valentía como valor me da risa, ahí hay una validación que no me interesa”.
El bosque infinitesimal es un proyecto que empezaste hace más de veinte años. ¿Qué recordás de esa primera escritura de este libro? ¿Qué te llevó a retomarlo?
A finales de los 90 leí Médicos, maleantes y maricas (Beatriz Viterbo Editora, 1995), de Jorge Salessi, que me ayudó a recuperar un asombro y un interés que tenía desde siempre: cómo la estructuración de un proyecto de saber, de nación, necesariamente tiene que criminalizar la sola idea del imprevisto. Pero a esa voluntad de hegemonía se le opone una dinámica incontrolable que se dispara por la peripecia: el autómata que empieza a sufrir el temblor humano, el vampiro que se prodiga una escena propia que conjura la eternidad y logra morir, el varón que puede ofrecerse en cuatro, la mujer desafectada de la idea de maternidad, todo lo del medio. Y también recuerdo la admiración por el proyecto higienista argentino, esa megalomanía iniciática, el espanto por la sombra inmensa de esa proyección, creo que todo eso me hizo ponerme a imaginar El bosque infinitesimal. Aunque tiendo a creer que siempre escribo porque estoy perplejo.
El discurso higienista que se refleja en la novela, muy propio de fines del siglo XIX y principios del XX, ¿creés que se está retomando en pleno siglo XXI?
Siempre me fascinó el mito de Argentina potencia, sobre todo como ideal y en perspectiva, el sueño de la razón… Algo que ni siquiera necesita desplegarse, es potente y ya, una aspiración magmática, pre moral, algo que todavía sostiene el discurso político macrista: “La argentina es la sociedad más fracasada de los últimos 70 años”. Ahí hay una potencia descontrolada, la potencia del desprecio, otra vez la criminalización, el proyecto de supresión como programa político, la idea de que hay que extirpar lo negro y alentar el progreso hacia una blancura total. Mantengo aún la perplejidad ante esos discursos, ante la pedagogía de la infamia.
En relación a tus anteriores novelas y poemarios, El bosque infinitesimal muestra una búsqueda diferente en el lenguaje. ¿Cómo llevás el riesgo que eso implica para lectores que quizás esperaban otro tono?
A mí me parece que no se sabe leer, que siempre se tiene que volver a aprender. Por lo menos a mí me interesa cuidar ese estado silvestre en el que lo que tengo es una idea y que un libro que me conmueve logra desbaratar. Y espero que la escritura me ofrezca eso. Y a mis lectores les deseo lo mismo. Por otra parte, no entiendo la escritura en los términos del riesgo, la valentía como valor me da risa, ahí hay una validación que no me interesa.
¿En qué sentido ves una valoración?
No pienso la escritura posible como un proyecto ante el que uno se planta o hace tal o cual cosa; la perplejidad que te decía me genera desesperación y en todo caso la propiedad de una escritura no es nunca moral, ni riesgosa ni miserable, se escribe lo que se puede, lo que se deja escribir. Lo propio es cuánto uno puede dejarse arrastrar por lo impropio. Además, me parece que el riesgo o alguna cualidad de ese orden solo puede verse en perspectiva. Ser un hilito en el vendaval, como pienso la escritura de (Arnaldo) Calveyra, la idea del riesgo es la ternura inmensa que da leer, atestiguar la vida de otros que se asomaron a lo imposible.
En una entrevista anterior decías que en tus novelas previas jugabas con "narradores muy falsos" en relación a la literatura del yo. ¿Qué desafíos te llevó trabajar en este nuevo libro que posee un tono claramente ficcional?
No sé qué es la literatura del yo y voy a aprovechar la entrevista para abstenerme de hablar algo de lo que no sé nada. No es habitual en mí, agradezco la oportunidad. Sí es cierto lo de la falsedad, pero creo que en las tres novelas los narradores son muy fallutos, tal vez en las dos anteriores son más perversos porque hablan al oído y a los propios. También es cierto que esta vez quería una ultra ficción, quería divertirme y ser impune en un sentido más clásico, más conserva. Nadie va a asumir que soy médico, o hermafrodita, o que tengo algún recorrido académico, aunque me autopercibo todo eso, claro, y mis amigues saben que soy médico, me la paso prescribiendo recetas magistrales, salvo lo del recorrido académico creo que soy todo. Al final era literatura del yo lo que hacía…
Al momento de publicación de El bosque infinitesimal señalaste que era una novela de "amor al pop" por el rol formativo que tuvo en vos. ¿Cuál es el peso de esa educación sentimental en lo que escribís?
Creo que se puede entender: el primer disco que me compré fue Domingos para la juventud con Orlando Marconi, la única canción que recuerdo de ahí es “Llora el Teléfono” o algo así. Después, a los doce, nunca jamás voy a saber empujado por qué espectro porque eso en mi casa no se escuchaba, entré a una disquería y pedí un disco de Mina: Portami con te, un disco horroroso. Hay un destino en esa marca, un pibe arrojado a ese misterio. Entré a la adolescencia con un sello oprobioso, mientras mis amigos escuchaban AC/DC yo cantaba Puerto Pollensa completamente enamorado de Sandra Mihanovich y escuchaba las grabaciones de los espectáculos de Cipe Lincovsky, la canción romántica italiana, García Lorca, la lectura salteadísima de (Pier Paolo) Pasolini, un libro sobre Antoni Tapies que no sé de dónde salió, Claudina y Alberto Gambino, King Crimson, el interés por el psicoanálisis, por el cine, por el teatro.
Se podría decir que hay una búsqueda variada pero constante en ese gesto ahí…
Yo soy un bruto pero merodeé por muchas partes y esta novela, creo, es mi novela de amor al pop, a como yo entiendo el pop, una máquina falopa que sobreimprime todo el tiempo. El bosque infinitesimal es mi novela devocional, la novela de un desquiciado, hijo de Regina, claro, pero también de Alfonsina, de Mina, de Ornella Vanoni, de Catherine Deneuve, de Irene Papas, de Joan Báez, de Nelly Láinez.
En una entrevista reciente con Claudia Masin para este mismo blog ella mencionaba que veía un mayor acercamiento del público lector a la poesía. ¿Cómo ves vos ese fenómeno tras la publicación de Meteoro en 2020?
Ni idea. Pero trajiste a Claudia Massin a esta entrevista. ¿Leíste Geología?
Claro, hace poco lo reeditó Caleta Olivia.
Me vuelve loco que alguien se ponga a hablar con las piedras, me vuelve loco, como (Leónidas) Escudero. Qué impresionante que alguien pueda eso, estrellar palabras contra las estructuras de moléculas más estables, me llena de admiración y de agradecimiento y de ternura.