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Isabel Zapata: "Mis verdaderos secretos no los escribo"

Por Eugenia Pérez Tomas

"El camino que toma la escritura es el camino del artificio. La escritura del yo, la autobiográfica, tiene mucho de eso: el chiste está en que parezca que todo lo que estás diciendo es 'verdad'", dice la escritora mexicana, que llega a Argentina de la mano de Editorial Excursiones. 

Por Eugenia Pérez Tomas.

 

 

 

Isabel Zapata escribe, traduce y edita. Nació en la Ciudad de México en 1984. Sus libros se mueven entre el ensayo y la poesía. Publicó, entre otros, los libros Una ballena es un país, In Vitro y Alberca vacía.

En 2015, co-fundó Antílope Ediciones. Su más reciente libro, Maneras de desaparecer, es la primera publicación de la autora en la Argentina y llega de la mano del sello local Excursiones. La edición reúne parte de los textos ya publicados en Alberca vacía (Lumen, México) y puede leerse como un mapa de observaciones sobre las cosas en extinción.

Nos conectamos por video llamada y conversamos de Maneras de desaparecer, de las citas como posibles llaves a otras lecturas y sobre la maternidad como una perspectiva nueva desde la cual pensar el silencio y los sonidos.

A propósito, se escucha ladrar a un perro. Isabel me cuenta que el perrito de al lado es bueno pero ruidoso y que su hija se engripó y tuvo que faltar a la escuela, y que por eso ella, ahora, trabaja desde el bar…

 

¿La memoria te reenvía a alguna escena que pienses fundacional y en la cual te descubriste escritora? 

Desde muy niña escribía diarios y todavía lo hago, aunque ya no soy tan formal como antes, que escribía todos los días. Creo que ése es el ejercicio fundacional de escritura en mi vida, si bien en esos cuadernos generalmente hablaba de mi vida íntima, revelaba lo que entonces percibía como secretos tremendos: hablaba mal de mis padres, seguramente, o le escribía versitos a los chicos que me gustaban, cosas así. Fue en quinto de primaria, tendría diez, once años, que unos poemas míos sobre la amistad ganaron un concurso infantil de la Secretaría de Educación Pública y fueron publicados un libro de la educación oficial que de distribuyó en todo México. Recuerdo que eso me gustó muchísimo, que dije ¡Guau, eso es lo que yo quiero hacer! Suena un poco romántico y hasta me da pudor decirlo, porque es bastante cursi, pero desde chica supe que escribir me daba mucho placer, que me brindaba sentido. Supongo que es a lo que llaman vocación. 

¿La publicación de esos poemas te dio pie a imaginar por fuera de los diarios?

Sí, exacto. Los diarios los guardaba debajo del colchón y eran unos cuadernos con candadito y llave, que era un chiste porque los podías abrir muy fácil y seguramente a nadie les interesaba leerlos. Pero cuando pasó esa otra cosa más pública, pensé por primera vez que estaba escribiendo algo que los demás iban a leer y todo cambió. Eso se mantiene hasta la fecha, porque mis diarios siguen siendo muy míos. Hay toda una tradición de autores que escriben diarios con la intención de que sean leídos, al menos con la conciencia de que algún día lo serán, pero los míos son muy íntimos. No es que digan cosas excesivamente privadas, sino porque lo que escribo en ellos no responde, por así decirlo, a inquietudes literarias.

¿Cómo pensás hoy la relación entre escritura y secreto?

Creo que el camino que toma la escritura es el camino del artificio. La escritura del yo, la autobiográfica, tiene mucho de eso: el chiste está en que parezca que todo lo que estás diciendo es “verdad” y nunca es así. Para empezar, sería imposible recordar lo que vivimos con ese nivel de detalle, porque al recordar algo lo transformamos sí o sí. Decía Machado, “Se miente más de la cuenta / por falta de fantasía: / también la verdad se inventa”. Hay cosas que escribo y que quiero que parezcan secretas, claro, como si fueran una invitación a que la persona lectora se asome a mi privacidad, pero eso también es una herramienta literaria. Mis verdaderos secretos no los escribo.

La escritura como herramienta para detener… Y detenerse a desplegar sobre el territorio de la página…

Sí claro, detener el tiempo. Escribir es un modo de volver en el tiempo y acomodar el pasado de una forma que estorbe menos. Hay episodios que recuerdo más la manera en que los escribí que la manera en la que sucedieron. Es una apuesta medio egocéntrica quizás, o sin quizás, esa de imponer las narrativa propia. Decir cómo quiero que quede asentado esto, cómo quiero recordarlo y cómo quiero que se recuerde hacia afuera. Esto ha cobrado especial relevancia con lo que he escrito relacionado a la maternidad, porque mi hija tiene dos años pero sé que va a tener quince años pasado mañana, que falta muy poco para que se empiece a hacer preguntas y se encuentre con un “esta es tu historia”, de la manera que yo decidí contarla. Y claro que habrá otras fuentes, otros miembros de la familia y sus versiones, pero hay una historia oficial…

Y en ese sentido, ¿qué lugar ocupa la ficción en tus ensayos? 

Creo que los límites entre imaginación y memoria se dibujan como si fueran algo muy claro y no lo son tanto, la línea divisoria de géneros no es tan tan firme. Ahora que estoy escribiendo una novela me doy cuenta de que la metodología para escribir ficción es muy diferente. Escribir ficción pura, por decirlo de algún modo, me hace dar cuenta que inventamos necesariamente al escribir ensayos, aunque no parezca. Mismo el padre del género lo hacía, Montaigne escribió en sus ensayos un montón de cosas que, comprobadamente, eran ficción. Inventó toda una historia alrededor de los orígenes nobles de su familia, por ejemplo: a qué se dedicaban sus padres, que su madre lo había llevado en el vientre durante once meses, cosas que pertenecen al terreno de la ficción y que sin embargo están presentes en el texto fundacional del ensayo. 

Tu preocupación no está en el límite como definición de sentido, entonces, sino en palpar bordes para la explorar…

Exactamente. Además, ese tipo de libros son lo que más me gusta leer.

La narradora de tus ensayos es una yo que lee de todo, cada ensayo abre a una gran subjetividad lectora. Me imagino que tenés una libreta de citas… ¿Elegís primero el objeto para ensayar y después te ponés a investigar?, ¿o lees con una suerte de red medio mundo y eso entra en el radar de lo que estas ensayando?

Es un poco de todo eso que dices. Subrayo los libros y tengo esta libreta que llevo a todos lados. [La libreta es roja. Isabel la acerca a la camarita. Me la muestra en detalle. Las páginas a rayas y cada tantas hojas aparecen banderitas flúor, la letra: cursiva, clara y grande]. Anoto cosas que se me van ocurriendo, que voy leyendo, me dejo notas para después. Además me gusta mucho leer divulgación científica y cosas que no son necesariamente “literarias”. Y creo que de todas las identidades profesionales que tengo–escritora, traductora, editora– la que más atesoro es la de ser lectora. Imaginemos que llega un genio malvado y me dijera: tienes que dejar de hacer todo menos una cosa de tu vida profesional. Lo último a lo que renunciaría es a mi identidad lectora. Quizá es por eso que, como escritora, tiendo a dejar pistas a lo Hansel y Gretel, porque cuando una escribe citando tanto, puede volverse cansador, una cita tras otra. Yo intento meter esas referencias de manera fluida y natural, pensando que, si te interesa esto que estoy citando acá, puedes seguir este sendero, pero con cuidado de que no se vuelva una lectura pesada.

Así como los animales, los libros, las pérdidas son tus obsesiones recurrentes, el sonido pareciera ser, para mí, más que el silencio, una guía sutil en tus textos. ¿Se puede reflexionar respecto a qué seguís en términos de escucha a la hora de escribir?

Tengo muy grabada esta idea de contar las sílabas de los versos aplaudiendo, como me enseñaron en la escuela. Al leer busco qué música propone tal escritor o tal escritora, qué ritmo, o a qué suenan sus palabras sobre la página. Y también hay algo que se dio a partir del nacimiento de mi hija, que es el cambio de perspectiva de silencio y sonido. Nació al mismo tiempo que empezó la pandemia y todo lo que yo sabía se reconfiguró a partir de ese momento. Nunca vuelves a estar en silencio a partir de que tienes una hija, o no sé cuándo volveré a estarlo, pero me queda claro que no pronto. Hace poco, vi en una exposición una pieza de Raquel Friera que hace referencia a 4′33″, de John Cage. Friera se sienta al piano, en silencio y sin tocar, pero de fondo está el sonido de su hija en la casa: los llantos, los pasos, los golpes, las risas. Así suenan cuatro minutos de silencio para ella como madre, en comparación a los cuatro minutos de Cage. 

Para terminar, Isabel, en el ensayo que abre el libro aparecen posibles formas de clasificar libros en una biblioteca, Maneras de desaparecer ¿es un libro de día o un libro de noche?

Yo creo que es un libro de noche. Es un libro oscuro y no en un sentido de que los temas sean escabrosos. Sí la pérdida, el duelo, lo que desaparece, sí, pero no es de noche por eso, sino por la atmósfera que intento construir en él. La otra clasificación que me encanta me la dio mi amigo Daniel Saldaña, que visitó una librería donde la lluvia había caído sobre algunos libros y los estaban vendiendo más baratos: estaban clasificados como libros mojados y libros secos. Me gusta pensar que escribo libros húmedos.

 

 

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