Hay que impedir que juegues para el enemigo
Dos nuevos libros de Fogwill
Viernes 25 de marzo de 2016
Este mes salió La introducción (Alfaguara), novela póstuma de Fogwill, y a la par se publicó la entrevista completa que Horacio González, Christian Ferrer, Eduardo Rinesi y María Pía López le hicieron en 1997 para la revista “El ojo mocho”, con el título Diálogos en el campo enemigo (Mansalva).
Por Patricio Zunini.
Foto: Lucio Ramírez.
Quiso la casualidad que Fogwill reapareciera en las mesas de novedades con dos libros: Diálogos en el campo enemigo (Mansalva) y La introducción (Alfaguara).
Diálogos… es la famosa entrevista de cuatro horas que le hicieron Horacio González, Christian Ferrer, Eduardo Rinesi y María Pía López para “El ojo mocho” en 1997. Un extracto había aparecido ya en Los libros de la guerra (Mansalva), pero ahora se publica la versión completa —128 páginas—, que viene, además, con un prólogo muy esclarecedor de Juan Laxagueborde. A diferencia de las entrevistas tradicionales, las de “El ojo mocho” se publicaban como pura transcripción, sin editar ni corregir. Esto permitía apreciar la magnitud de la charla, los movimientos y alianzas durante el encuentro —algo en lo que Fogwill tenía diploma—, pero también, ante ciertas ideas esbozadas o menciones que se dan tácitamente, sin las explicaciones de Laxagueborde, serían difíciles de interpretar.
Diálogos en el campo enemigo es un libro maravilloso. Por aquel tiempo Fogwill debía estar escribiendo o reescribiendo En otro orden de cosas (se publicó por Interzona en 2001) porque refiere algunos temas que allí se narran, como, por ejemplo, un concepto psicológico clave en la novela llamado “convulsión exonerativa”. Fogwill lo ejemplifica con «el caso de un nene que se pega la cabeza contra la pared hasta sangrar para que le perdonen que rompió un florero con la pelota». En Diálogos… aparece la mejor versión del Fogwill: el polemista lúcido que se alimenta de anécdotas y «charlas de mamado», rápido de reflejos, intransigente aún con las propias contradicciones.
En el núcleo de la entrevista está la ética de Fogwill, que ponía a la literatura por delante de cualquier debate político o concesión económica. «Si llenás un formulario de la beca Antorchas», dice, «no si ganás la beca Antorchas, si llenás un formulario de la beca Antorchas, yo no sé cómo podés seguir escribiendo». La escritura, para Fogwill, era rebelión: al escritor que deja a las palabras en manos de otro, dice, «le han desactivado el fal». Otra cita aún más clara: hablando de Los pichiciegos —que todavía se escribía pychy-cyegos— Fogwill dice que tuvo que pelear porque «quisieron hacer guita, todos quisieron que le cambiara el final, que le pusiera una escena heroica, que pusiera cartas de gente que vivía en Venezuela que quería volver a la Argentina, ¿no? Querían un negocio con eso. Y era un librito, loco.» Sigue Fogwill: «Lo que permite escribir ese libro (…) es estar absolutamente afuera de los pactos de silencio, los pactos de ocultamiento y los pactos de reciclar fraudes en los que te impone moverte el sistema de cultura».
Hay que señalar que Horacio González funciona como un contrapeso sin par en la entrevista. Laxagueborde, incluso, propone pensar al libro como una coautoría. Con gentileza y erudición, González nunca lo arrincona —no es su estilo— pero evita las boutades y los falsos espadeos de Fogwill en pos de la riqueza de la charla.
La banalidad del cuerpo
Más o menos en la mitad de la entrevista, Fogwill dice que considera que hay un continuum entre el lenguaje y pensamiento: «escribir es pensar», dice con la capacidad del que puede resumir todo en un eslogan. Un ejemplo preciso de aquella frase es, sin dudas, La introducción. Novela breve —tiene la misma cantidad de páginas que Diálogos…—, la trama es sencilla: un hombre va a unas termas, una suerte de spa/gimnasio muy exclusivo, cerca del aeropuerto de Ezeiza donde hace ejercicios físicos para «que la vida recupere su pulso». La historia va pegada al movimiento de este hombre acomodado, del que casi no se sabe nada, ni tampoco es necesario saberlo. Fogwill dice en la nota preliminar, que «se trata de una obra del siglo XXI y se limita a narrar lo que hacen, piensan, desean y padecen sus personajes, humanos del tercer milenio con deseos, acciones, sufrimientos y pensamientos que rondan la banalidad, aunque siempre algo provoca que una banalidad narrada termine pareciendo más digna de atención que la que cotidianamente habita el lector».
La contratapa advierte que Fogwill trabajó en esta novela hasta poco antes de morir, pero hay algunos indicios que indicarían que todavía estaba aún en una etapa borrador. Por ejemplo, por ciertas menciones como la relación un peso un dólar o la mención a la cadena Blockbuster, podría creerse que estamos en la década del ’90, pero también hay un momento en que el narrador dice que pasaron un par de décadas desde que la conscripción dejó de ser obligatoria, lo que sucedió en 1994 (Fogwill murió en 2010; de todas formas, se puede considerar que a ese par de décadas como una manera de decir), con lo que estaríamos ya en la década actual. Son ajustes que tal vez no hacen a la historia, pero que Fogwill no habría dejado de lado.
La introducción está atravesada por una serie de metáforas sobre la física, con palabras como inercia, aceleración, gravedad, elipsis, big bang. Los seres humanos son como cápsulas lanzadas al espacio. Fiel a los intereses de Fogwill, el narrador orbita sobre marcas de clase, cálculos económicos y la lucha de poder subyacente en los diferentes discursos. El comienzo evoca al cuento “Dos hilitos de sangre”, con el protagonista mirando las nucas de las personas que viajan con él en el ómnibus. De ahí pasa a una mirada sociológica y cuando llega a las termas, el texto se vuelve moroso e introspectivo —el control del cuerpo, el ritmo cardíaco, la resistencia de los músculos. En Diálogos en el campo enemigo, Fogwill dice que no escribe ensayos. O, mejor dicho, que los escribe pero que nunca los va a publicar: La introducción es un largo ensayo escondido dentro de novela. Hacia el final, plantea una serie de definiciones sobre el amor. Ninguna llega a convencerlo del todo, pero insiste e insiste. «El amor», dice, «también podía ser un largo viaje por el tiempo destinado a coleccionar recuerdos de recuerdos».
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