Guadalupe Nettel: "La crianza tendría que ser más colectiva"
Por Natalia Viñes
Viernes 05 de marzo de 2021
Una entrevista a partir de La hija única (Anagrama), de la autora mexicana, ganadora del Premio Herralde de Novela 2014, quien elige el tema de la maternidad como punta de lanza para atravesar tres historias de mujeres.
Por Natalia Viñes. Foto de Lisbeth Salas.
“El amor y el sentido común no siempre son compatibles. Generalmente uno tiende a elegir la intensidad por poco que dure y a pesar de todo lo que ponga en riesgo”, dice Guadalupe Nettel, a través de Laura, la protagonista de su nueva novela La hija única (Anagrama). Esa frase es lo que piensa la narradora de la novela cuando Alina, su amiga, le cuenta los programas que hará con su beba durante las pocas horas que estará con vida luego de nacer. A causa de una malformación, los médicos diagnosticaron que Inés solo vivirá un breve instante.
La autora mexicana, ganadora del Premio Herralde de Novela 2014, elige el tema de la maternidad como punta de lanza para atravesar tres historias de mujeres: la de Laura, que se opera para no tener hijos casi como en defensa ante el error; la de Alina, su amiga, que había prometido no ser madre —como Laura—, pero cambia de opinión y, luego de intentarlo mucho, gesta una beba a la que no se le forma el cerebro; y la de Doris —vecina de Laura— que, vencida en su rol materno y suspendida de su propia vida, se acuesta en una cama y deja de alimentar y cuidar a su hijo Nicolás, con el que ya no puede entenderse.
Del diagnóstico de Inés, poco se sabe —incluso los médicos—, pero se está ante una situación en la que la muerte no es solo lo peor que se puede esperar. La autora escribió esta historia basada en el caso de una amiga suya. Llevó muchas charlas y entrevistas para poder componer los capítulos extraños y dramáticos que le tocó atravesar.
Sin embargo, Nettel lleva adelante el relato sin detenerse especialmente en el dolor: pasa por él, pero a partir de los detalles, no se hunde, sigue para poder avanzar, como si su voz llevara la misión de los testimonios. El tono sostenido debe seguir el relato para contar que esa madre puede dudar sobre si quiere que la beba sobreviva, para contar qué posibilidades económicas se necesitan para afrontar el tema, para contar que una sola persona no alcanza para maternar; que no tener hijos también traza rutas de encuentro que pueden ser del mismo tenor; que sin hacer lazos de red con otras mujeres, o con vínculos de amor, se hará difícil poder estar a la altura del azar.
Guadalupe Nettel (1973) es autora de Pétalos y otras historias incómodas, El cuerpo en que nací, Después del invierno y El huésped, entre otras. Sus libros han sido traducidos a más de diez lenguas y ha recibido prestigiosos galardones. En La hija única, como suele suceder en las obras de Nettel, los personajes no son convencionales, ni llevan vidas convencionales. El cuerpo en que nací, su novela más biográfica, cuenta en gran parte por qué ella tampoco lo fue nunca, y por qué siempre prefirió relatar desde el universo de la singularidad para hablar del mundo real.
¿En La hija única buscaste preguntarte qué es la maternidad”?
Es un libro lleno de preguntas. ¿Qué es ser madre? ¿Qué es la maternidad? Y también qué es un hijo, ¿no? ¿A partir de cuándo es un hijo? ¿A partir de que lo deseamos?, ¿a partir de que sabemos que va a nacer?, ¿sigue siendo un hijo aunque sepamos que se va a morir en cuanto nazca? ¿Habré tenido un hijo aunque lo haya tenido solo dos minutos o dos horas?, ¿voy a tener una hija si no es capaz de ver, de oír, ni de pensar, ni nada? ¿Qué es tener un hijo? ¿Tener a alguien a quien cuidar, que nació de mí, que es producto de mis genes y de los de mi esposo? Todas esas preguntas están en el libro y no hay respuestas en realidad. Me parece interesante plantearlas y que el lector busque sus propias respuestas.
Hay algo que está esbozado, “la maternidad como un rol a inventar”.
Sí, también. Creo que ahí yo sí quise poner muy claro que hace falta inventar otras configuraciones. Que la crianza tal como la estamos llevando desde hace mucho tiempo es extenuante, es desigual. Y sobre todo está llena de expectativas inmensas que nadie puede cumplir, y por lo tanto, quienes lo intentan suelen ser las mujeres que se sienten inevitablemente fracasadas, porque el ideal de maternidad es tan alto que quién puede cumplirlo, ¿no? O sea, quería poner el reflector sobre eso, porque creo que hay una culpa constante y una sensación de frustración y de fracaso que no deberíamos tener. La crianza tendría que ser más colectiva. Si encontramos otras configuraciones, como las que tienen otros animales, otras especies, otros mamíferos, podríamos disfrutarla más. Los niños tal vez estarían más cuidados, los padres y otros miembros de la familia y amigos podrían también gozar un poco de eso, de participar cada quien a su manera.
¿Deberíamos fijarnos en el mundo animal para comprender estas cosas?
Sí. Durante milenios los seres humanos desarrollamos estrategias sociales y de crianza más tribales, más de clan, de grupo. Y de repente con la aparición del capitalismo, y de la revolución industrial, las mujeres y los hombres se fueron a las grandes ciudades. Fueron arrancados de sus redes y se encontraron en pequeños hogares, donde los hombres se iban a trabajar a la fábrica y las mujeres se quedaban en casa cuidando, y eso se transformó en la normalidad. Se nos olvidaron todas las formas que habíamos inventado y puesto en marcha durante tantísimos milenios. En cambio, si volteas a ver a la naturaleza que es una inmensa fuente de diversidad, te das cuenta de que las elefantas crían en grupo, que con los delfines, cuando nace un bebé delfín, siempre hay unas cinco madrinas que también están ahí, siempre atendiendo y cuidando a la hembra que acaba de dar a luz. Hay otras configuraciones posibles aparte de ésta en la que ya estamos fijados, digamos, prisioneros.
Se puede no poder como mamá, como es el caso de Doris, y no se la pone en tela de juicio...
Definitivamente. Doris no tiene capacidades psicológicas para tener a su hijo. No lo puede hacer y ella misma se da cuenta. Y la única que se juzga es ella misma. Ella dice en algún momento “las madres normales no piensan en este tipo de cosas”, “las madres normales, etc”. Que es siempre algo que tenemos las madres. Este ideal al que tratamos de alguna manera de llenar. Estas expectativas sobre nosotras mismas, esta exigencia social que introyectamos. Y Laura, la protagonista, no la juzga. Porque yo creo que en algún momento cuando ella acepta a su amiga Alina, y acepta su cambio absoluto de rumbo, deja de juzgar a los demás, y baja los brazos. Dice “bueno, cada persona tiene sus circunstancias específicas y es libres de decidir”. Ella solamente puede acompañar. Yo creo que en eso consiste la amistad también. En aceptar que con gente con la que tenemos una relación muy íntima, muy cercana, pueda tomar decisiones con las que no estamos de acuerdo. Y bueno, definitivamente Laura no es de estas personas que están tratando de que las mujeres se comporten conforme a lo que las sociedad dicta.
Hay un recorrido por distintos tipos de soledad. Aparecen algunos personajes aislados, o como “descartados” para recibir amor. Como Nicolás, por ejemplo, el hijo de Doris.
Sí, a veces es esa la sensación que tengo. Como que vivimos en sociedades en que estamos aislados, cada vez más, y ahora con la pandemia ni te cuento. Y sí, de cómo podemos encontrar resquicios en estas inmensas soledades para que entre el amor, para que encontremos vínculos que nos unen a los otros. En realidad nunca es como lo dice la publicidad, sino a través de formas muy inesperadas. Como el vínculo que tiene Laura con Nicolás, que jamás lo hubiera creído ella. Pues a ella no le gustan los niños y nunca hubiera pensado que hubiera sentido tanto amor por un niño desconocido.
Motivados por la incertidumbre se producen encuentros insólitos, y con ellos la aparición de la singularidad y de la posibilidad del amor, ¿no?
Sí, la incertidumbre es uno de los grandes temas para mí. Y es, digamos, lo que más me hizo atractiva la historia. O sea, cómo la gente puede atravesar tanta incertidumbre, ¿no? Primero esta idea de que tu hijo se va a morir, o tu hija se va a morir en cuanto nazca, y después que te digan: “No, es que puede durar un día, o dos días, o una semana”. Yo cuando escuché que pasaba esto en la vida de mi amiga pensé: es que en realidad todos vivimos así pero no nos damos cuenta, o no nos podemos ni siquiera dar cuenta porque no lo toleraríamos. Es intolerable pensar que todo puede cambiar radicalmente de un día para otro. Pero el 2020 nos ha enseñado que es mucho más así de lo que nos imaginamos, que los planes, que la salud y que todo puede cambiar. Y que la ciencia, la medicina en particular, no tiene todas las respuestas. Que muchas veces se ve desafiada por los casos particulares de los seres humanos. Es algo que a mí me intriga muchísimo. Como si cada ser humano tuviera un potencial diferente. Y es que es eso, tú lo dijiste, la singularidad. Es algo que a mí siempre me ha llamado la atención. Esta idea de que en realidad todos somos únicos. No solamente Inés (la beba), que es muy obvio que es única, pero todos lo somos, y se nos olvida. Nos gusta pensarnos uniformemente. Y también son únicos estos encuentros de los que hablas. A mí me gusta mucho la idea surrealista del encuentro. Los surrealistas veían el encuentro entre dos personas como algo totalmente mágico y hablaban de encuentro cuando dos entidades se reconocían. Ahí está el encuentro de subjetividades. Y para mí esto siempre ha sido muy importante y muy mágico, y en esta novela también quería hablar de eso, de cómo se producen estos encuentros y qué son los grandes acontecimientos de la vida de estas personas que nos marcan.
Si bien la medicina es un agente esencial en este recorrido de acontecimientos, señalás algunas críticas en cuanto a los aspectos más sociales o humanitarios.
En medicina a mí me gusta mucho la figura del médico de pueblo que los conoce a todos, que los sigue desde pequeños, y que sabe todos sus achaques, y que conversa con sus pacientes... Pero eso es algo que se ha perdido muchísimo en las grandes ciudades. Y de repente se vuelve una especie de industria. Creo que es una lástima. Pero además, hay dos momentos en la vida de los seres humanos: cuando nacemos y cuando morimos, que son momentos de una fragilidad inaudita y donde necesitamos toda la dulzura del mundo, todo el acompañamiento, toda la humanidad del mundo. Y no tenemos eso en hospitales con gente que está acostumbrada a trabajar con seres humanos como si fueran zapatos a reparar. Entonces me parece que sí es importante hablar de esto, hablar de cómo se ha deshumanizado la medicina en este tipo de entornos. A mí me pasó cuando di a luz a mi primer hijo, me dejaron ahí con las gasas, las pinzas, todo lo que ya no servía y ya había sido utilizado para extraer lo verdaderamente valioso. Y en otras ocasiones sin que haya sido yo, he visto el trato con hombres y mujeres, sin importar el género, que a veces es demasiado frío, demasiado mecánico. La verdad es que me importaba mucho hablar de ello, y me gustaría muchísimo que cambiara.
En La hija única la medicina no puede vaticinar algo que las cartas de tarot sí anuncian. ¿Cuál es tu mirada con respecto al tema del destino, a la idea de un destino?
Me gusta, tengo una inclinación, una especie de fascinación por ese tipo de tradiciones y de prácticas ancestrales como el tarot o como la astrología, y creo que dialogan con una parte muy intuitiva, muy esencial de nuestra conciencia que es la que da las respuestas realmente. Es como si supiéramos, como cuando tienes un sueño que de repente se vuelve realidad. ¿Cómo lograste saber eso? ¿Qué parte de tu consciencia o de tu sabiduría primordial está despierta y no lo sabes? Creo que falta muchísimo por aprender sobre la muerte humana. Y por eso también me fascina la figura de Inés. ¿Por qué quiere vivir un ser humano? ¿Por qué los médicos que dicen “no tiene cerebro” son capaces de decir “la niña quiere vivir”? Entonces ¿qué es lo que quiere vivir? Su cerebro no, OK. Entonces, hay otra conciencia, ¿dónde está? Entonces ¿qué es la conciencia? También dicen que tenemos neuronas en el estómago. Tenemos tantas neuronas allí como un gato en el cerebro. Eso lo dicen los científicos.
Han descubierto y descubren cosas todos los días. Como la plasticidad del cerebro. Antes creían que si habías tenido algún tipo de malformación era siempre irreversible, y ahora se han dado cuenta de que no, de que hay muchas cosas que se pueden modificar todavía. Yo creo que ahí se unen en este tipo de casos la ciencia y otras tradiciones espirituales. En este tipo de preguntas: ¿Qué es la conciencia? ¿De dónde nos surge la voluntad de vivir o la voluntad de hacer cosas aunque no tengamos un cerebro?