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Gonzalo Heredia: "Me siento mucho más expuesto en el libro que en un escenario"

El actor presenta su primera novela

"Todo se puede escribir: desde lo ínfimo hasta lo máximo, desde el universo hasta una partícula de polvo. Todo tiene literatura, todo se puede narrar con palabras", dirá el actor en esta entrevista a partir de Construcción de la mentira, su primera novela, editada por Alto Pogo y protagonizada por un actor que se llama igual que él pero cuyo nombre está tachado.  

Por Valeria Tentoni.

 

“Capaz yo también acá puedo ser otro y no el que soy”, se dice el narrador de Construcción de la mentira, primera novela del actor Gonzalo Heredia, que presentará Alto Pogo en la Feria del libro. Se trata de un juego de espejos al que se rinde la voz interior de un actor famoso, uno que se llama igual que él (aunque con su nombre tachado). Pero también es una historia mamushka que retiene otras más, entre ellas un culebrón típico de televisión -que el narrador tiene que encarnar todos los días en el set-, o la novela de la vida privada de ese Gonzalo Heredia tachado, el desmoronamiento de una familia mientras el personaje público sonríe a los flashes. "La novela es una cámara en mano. Como si fuera un corresponsal de guerra, siempre para delante", explica ahora Heredia. Está sentado en La Giralda, un café que le queda cerca del teatro en el que dentro de un par de horas deberá convertirse en otro, de nuevo, para actuar en Perfectos desconocidos.

Nacido en Munro en 1982 -el mismo día que Jack Kerouac, advierte-, en su casa no había libros y nadie lo alentaba especialmente a leer, pero una edición de El túnel que llegó con el diario lo cambió todo. Se iniciaron sus primeras exploraciones solitarias a la librería del barrio y a la biblioteca, buscando algo que le produjera “eso” que le había pasado con el libro que acababa de leer, sin demasiadas pistas al respecto. “Lo que me mantenía vivo era eso”, dice sobre aquellos tiempos de trabajo en el taller mecánico de su papá, llenando las horas muertas con libros y con las cosas que por entonces escribía. Algunas de esas historias sobreviven en hojas manchadas con grasa. Por estos días, se encuentra rescatando un cuento que tiene más de 15 años, convirtiéndolo en novela, a mano, en una de las muchas libretas que tiene. Será su segunda novela, entonces.

Desde hace poco más de un par de años, Heredia se ha convertido en un promotor incansable de la lectura, conferenciando al respecto frente a grandes audiencias, ejercitándose como reseñista en medios como Radio Metro (Días como estos) y FM Radio Cultura (Notas al pie, junto a Ana Correa y Sebastián Lidijover), o en la cuenta de Twitter La gente anda leyendo, incluso como entrevistador. “Un interesante cambio de perfil”, titularon en Clarín, al enterarse que iba a publicar un libro. Aunque, ¿quién es Heredia? ¿Cuántos a la vez? Las escaleras de Escher que instalaron en su mente la posibilidad de este libro por el que lo entrevistamos podrían dejarlo en cualquier piso también a él.

 

¿Por qué elegiste una editora independiente? ¿Por qué elegiste no hacer la fácil, ir a un sello grande?

Primero quizás por eso, porque es fácil, y segundo porque hay algo de la literatura independiente, en realidad de las editoriales independientes, que me conmueve y me convoca. Me gusta descubrir autores contemporáneos que quizás no tienen posibilidad o no tienen cabida en los monopolios; me gusta revolver, me gusta ir a los festivales, me gusta estar ahí. Y también porque me gusta cómo le pone el cuerpo La Coop a la literatura. No sólo me gusta, sino que me representa, en algún punto. Yo siento la literatura de la misma forma: lo que tracciona es solamente la pasión, no otra cosa. Yo no niego que soy un personaje público, un personaje popular, entonces me gustaba esa idea de usarlo de alguna forma positiva, me parecía que estaba bueno. Y si hay una persona de las que me sigue por ese lado del mostrador, el lado de la popularidad, que pueda conectar con el lado de la literatura independiente, para mí está buenísimo.

¿Cómo trabajaron la edición?

Trabajamos mucho por mail, también nos juntábamos. Marcos Almada, de Alto Pogo, me hizo marcas pero también sugerencias; me abrió todo un caudal que la novela no tenía, que el narrador no tenía. Había diálogos antes, y él sugirió que estuvieran dentro de su cabeza, por ejemplo. Yo me fui a filmar a Uruguay una película y tenía que estar un mes allá, y era filmar todo el día, recibir el mail y trabajar toda la tarde noche, solo en la habitación, a lo Roberto Arlt. Con Marcos empecé a trabajar después de que leí su libro Lengua muerta. Quise trabajar con él porque vi que había algo de la literatura que lo atraviesa de la misma manera que me atraviesa a mí.

¿Y el título cómo apareció? ¿Fue una sugerencia suya?

El título apareció en el taller de dramaturgia de Mauricio Kartun. En un momento, hablaba de cómo escribir y dijo: "El teatro, la dramaturgia, es la construcción de una mentira. Nosotros somos mentirosos que construyen verdad, verosimilitud".

¿Cómo fue el proceso de escritura, antes?

Yo venía trabajando el libro en la clínica narrativa de Virginia Cosin. Paralelamente, hacía la carrera de narrativa en Casa de Letras, por una cuestión también de que yo no terminé el secundario. Sabía que necesitaba herramientas, sé que todavía sigo necesitando herramientas técnicas. No por una cuestión de que sepas escribir solamente si cursás una carrera, sino porque hay una técnica que me gusta tener a mano para después usarla o no usarla. De hecho, ahí conocí a Jorge Consiglio, a Hugo Correa Luna, con quien ahora estoy haciendo clínica. Pero la novela la construí con Virginia, ahí.

¿Cómo te cruzaste con su taller?

Fue en Eterna Cadencia, justamente. Siempre voy. Una de esas veces estaba revolviendo y me llevé cuatro o cinco libros, y uno de los libreros vio que me estaba llevando Partida de nacimiento y me avisó que la autora estaba en la librería. Yo no la conocía. Señaló el patio, pero no señaló a nadie en particular, y ella después me confesó que había soñado conmigo hacía dos días. Después yo me enteré que ella había estudiado con Alejandro Tantanian, de quien soy amigo. Fue una serie de casualidades. Yo quería hacer taller, había tenido una experiencia muy mala en otro taller antes, como 14 años atrás. Me acuerdo que había que escribir relatos y cuando yo llegué con el mío y leí la palabra "escroto", las caras que me pusieron fueron tremendas. Me censuraron sin decírmelo, pero fue como decirme: "Eso no es literatura". Pensé: "Qué error. Yo no soy de este mundo". Bueno, empecé a hacer taller individual con ella. Era el año 2014. Y después ya ahí empecé a leer. Empecé a leer posta. ¿Viste cuando empezás a leer de otra forma? Y ahí me empecé a llenar de norteamericanos y a descubrir argentinos; Saer, empecé a leer a Di Benedetto… Y después de eso empecé a escribir la novela.

¿Cómo fue eso?

Puntualmente, si yo tengo que decir cuál fue el disparador, es un relato de David Foster Wallace: "Octeto", de Entrevistas breves con hombres repulsivos. Ese libro me voló la cabeza.

En tu novela tenés una especie de entrevista breve con un hombre repulsivo: la entrevista que da Julián, la contrafigura del protagonista. ¿Puede haber sido un homenaje?

Si es un homenaje, es totalmente involuntario. Lo que sí me quedó del Acertijo pop número 9, uno de los microrrelatos que está ahí, fue la intención del autor de tocar al lector. De saber lo que vos estabas pensando en el momento en que estabas leyendo lo que él había escrito. Me acuerdo de pensar: "¿Qué está haciendo? ¿Qué es esta cuarta dimensión? ¿Cómo hace esto?", ahí fue cuando me pensé en qué pasa cuando un actor se mira al espejo y se pregunta "¿quién soy?". ¿Qué pasa realmente ahí? Con las voces que te hablan en la cabeza… ¿Quién le contesta? ¿Se puede actuar dentro de la cabeza? ¿Se puede llegar a ese lugar? Y ahí empezó todo. Lo metaliterario siempre me interesó, yo creo que toda la vida voy a tratar de escribir cosas buscando ese quién-soy, a través de esas preguntas. “¿Quién soy?”, “¿Cuál es mi verdadera voz?”, es algo que no me suelta.

En esa cuarta dimensión, sos muy impiadoso con el personaje de Gonzalo Heredia.

Es un juego de espejos, depende de dónde pongas el espejo lo ves distinto. Me parecía que estaba bueno construir la voz del personaje público, del Gonzalo Heredia tachado, desde el lugar que David Foster Wallace encuentra en Algo supuestamente divertido que jamás volveré a hacer: cuando sube  a ese crucero de lujo en el que se supone que debería pasarla bien pero se da cuenta de que es un lugar diseñado para no pensar, donde es imposible pensar. O sea, el Gonzalo Heredia está tachado por algo: para mí representa mucho esa raya. Es justamente el ser y el no ser, la voz del personaje público, la voz de ese mismo narrador que dice soy, pero no soy. Es casi algo infinito, que no termina. A mí me resultó muy divertido construirle la voz al personaje público.

Hay muchos elementos que podrían abonar una identificación completa con el narrador, ¿te da miedo?, ¿es un juego que alentás?

En un principio, sí me daba un poco de miedo. Pero ya... Se manosea tanto el material, se deforma tanto; se estira, se corta, se contrae, se cocina, se reposa, sobre todo, mucho tiempo, que ya no me da miedo absolutamente nada. No por una cuestión de rebeldía, sino porque todo eso también me hizo despegar de esa pregunta que se hacía el personaje. Pasó tanto tiempo, pasaron cuatro años desde que la empecé.

¿Cómo la empezaste?

Empecé con un monólogo, que era como una especie de caldo de sopa, concentrado. Y escribí ese monólogo en 2014, por ahí. Y todas esas preguntas que el personaje se hace, se van dejando en el camino. Todas las preguntas que se hace el personaje, ya las tengo claras. Y sé perfectamente que no soy el personaje porque nunca hubiese podido aprehender la realidad, jamás. Para mí hubiese sido muy fácil si todo lo que escribí hubiese pasado de verdad. Pegar y cortar, y ya. Pero, justamente, como la novela es un círculo, como empieza en un lugar y termina en el mismo lugar, eso está construido. Obviamente que son elementos que conozco, y sí conozco el terreno, el mapa está. Pero cuando todo es funcional a una ficción, es mucho más difícil. Hay muchas cosas que quedaron afuera. De hecho, el monólogo original no está. No aparece en ninguna parte. Sólo en un pasaje. Son dos líneas, sólo eso quedó del monólogo. Y esa fue una de las últimas cosas, también, cómo construir ese Gonzalo Heredia tachado: es una tercera persona. Fue muy reveladora la obra de Escher en ese momento: "Relatividad", la de las escaleras. ¿Cuál es la escalera por la que está caminando el narrador? Bueno, la que vos quieras. Depende dónde te pares.

Y la idea del guión de la novela que el personaje actúa a su vez, esta novela-dentro-de-la-novela, ¿de dónde salió?

Por una cuestión de oxigenación, para que haya otra ficción paralela, y porque me parecía que estaba bueno porque es un actor, que haya una ficción impostada. Me parece que el género del culebrón, la pasión bien subrayada, jugaba en esos bordes y a la vez del humor.

Y cuando, como actor, leés esos diálogos en las novelas que interpretás; vos que sos un lector, y te los tenés que llevar a la boca, ¿cómo es?

Hay algo muy puntual: yo no pienso la novela que actúo. Yo no la construyo. Viene construida, y yo necesito una parte mía para aportar, como si fuera una maquinaria. Yo soy un engranaje más de esa maquinaria que pensaron otros, a la cual me convocan. Ahora tengo que actuar en dos horas, y tengo que hacer un personaje ahí, a media cuadra, y acá estoy. Lo hago, me divierto, me súper divierto, es el trabajo.

¿Y escribiendo ya no te sentís un engranaje?

No, no. Todo lo que está escrito, todo fue pensado y construido de una forma, todo fue artesanalmente seleccionado y pulido. Hay muchas cosas que me convocan de la novela, que me representan a mí como persona, casi en su totalidad. En todo sentido. En que es un actor que actúa, pero también en las preguntas que se hace, en esta búsqueda eterna del ser, en esta pregunta existencial, una angustia, hay una angustia todo el tiempo que no se sacia con nada. Lo que le pasa en la casa con el hijo, por ejemplo.

Esa sería la tercera novela, digamos, la del derrumbe de una familia.

Claro, el derrumbe de una familia, o también se puede ver de otra forma; la deconstrucción para la nueva construcción, o un derrumbe y no hay ya vuelta atrás. Son lecturas, como las escaleras.

¿Recordás alguna otra impresión tan fuerte como la que te produjo El túnel, más adelante en tu vida lectora?

Yo con Glosa tuve un ataque de pánico real, en el cuerpo. Y nunca había tenido un ataque de pánico. Es como encontrarte con el aleph, como decir "ves todo con esto". Es como un diamante desde el que podés ver absolutamente todo. A mí Glosa me hizo saber que todo se puede escribir. Todo se puede escribir: desde lo ínfimo hasta lo máximo, del universo a una partícula de polvo. Todo tiene literatura, todo se puede escribir, todo se puede contar y narrar con palabras. Glosa lo habré leído hace tres, cuatro años, cinco como mucho. No más que eso. Yo empecé a leer de grande. Me leían de chico, sí, pero con este caudal, de grande.

Y cuando empezaste a estudiar teatro, ¿aparecieron textos dramáticos?

No, no, cero. No te enseñan a buscar. Y hay algo también muy de postura, de que si no leíste a Shakespeare o a Tennessee Williams sos un actor raro. Está todo sobreentendido. Y hay lugares muy esnobs, en los últimos años eso se empezó a unificar, cuando ya el actor under empezó a ser popular y no renegó más de la popularidad porque ya la tuvo, ahí ya las cosas se empezaron a estrechar.

¿Y por qué se te ocurrió irte para el teatro si ya estaba apareciendo también esta vocación, si ya estabas leyendo y escribiendo?

Porque hacía castings para publicidad, y empecé a pegar publicidades. Y al segundo casting que hice para televisión quedé, y empecé a trabajar en la televisión. Trabajar en la televisión está bueno, tiene costados muy sabrosos, muy gustosos. La fama, sobre todo. El tema es cuando vos te preguntás, como en el tema de Babasónicos, para qué querés la fama. Es un lugar donde vos te podés aburguesar tranquilamente y está todo bien, porque llegaste a algún lado, conseguiste algo. Imagináte que yo salí de la fosa de un taller mecánico. La cagada es esa voz interior que no te deja en paz, que te atormenta todo el tiempo. Yo podría hacer eso. Yo podría pero...

En el libro también se refleja cómo la fama es una especie de veneno.

Es un costado, ese. Está ese costado, pero no es así, no es tan así, quizás. Yo construyo de esa manera porque le sirve a la novela, sólo por eso, y es la ley de la novela ver todo de esa manera. El personaje mira de esa manera. Pero no, hay costados buenísimos.

¿Y te da miedo que te lean como un-actor-que-escribe?

Yo creo que ya la novela habla sola. Confío mucho en la novela. Va a haber gente que siempre critique. Si yo en vez de escribir una novela hubiese hecho una novela en la televisión, lo más probable es que me hubiesen criticado porque hago siempre los mismos personajes, o siempre voy por el mismo andarivel dramático. Siempre va a haber alguien que te diga algo. Yo estoy muy contento con la novela, de verdad; me representa como ser humano, como existente dentro de este puto mundo. Así, a ese nivel. Y no sé si no es lo único que me representa a ese nivel.

¿Más que cualquier obra, película, programa de televisión?

Sí, porque la arquitectura es mía. El lugar adonde se va es mío. La circunferencia está pulida con mi ojo. Todos los materiales, las herramientas, todo eso es artesanal. Entonces es imposible que no. Pero obviamente, no lo tengo que aclarar, no es que yo soy el personaje: no es por ese lado. Justamente, es por todo. Es una novela que el día de mañana me gustaría que lea mi hijo. Y creo que me va a conocer mucho más así que con cualquier otra cosa que pueda ver. El vértigo de todos modos sigue ahí, el vértigo no se va a ir. Siempre está.

¿Es más adrenalínico que subir al escenario?

No es lo mismo, para nada. Es totalmente lo contrario. Yo me siento mucho más expuesto en el libro que en un escenario, quizás porque es la primera vez. En el escenario ya sé lo que tengo que hacer, acá no. Al escenario voy y ya lo hice ayer, lo vengo ensayando, conozco herramientas actorales que tengo, que no. Igual sí, hay una energía en el público que se recibe, sabés cuando sucede o cuando no sucede. En el escenario se precibe. Acá yo lamento no poder estar con alguien mirándolo, sin que me vea, cuando ojalá que le pase algo con un párrafo que escribí.

Y el libro también es una cosa que nos sobrevive; el teatro sólo puede producirse a condición de que los actores estén ahí, el público esté ahí. Un día tu libro va a estar, y vos ya no.

Eso me parece alucinante. Yo pienso todo el tiempo en la muerte, es muy recurrente, pero sobre todo con la novela. Si con respecto al tema muerte tenía una pila de cincuenta piedras, después de escribir esta novela hay una piedra menos, porque la novela sé que va a quedar, sé que va a estar. Leo diarios del francés Jules Renard, que nació a mediados del siglo XIX, y lo estoy leyendo acá, en Argentina, en 2018, en mi casa. Esto atraviesa el tiempo. Con el teatro es aquí ahora. Existo, existo sin existir: porque voy, hago lo que tengo que hacer, y me voy. Esto es justamente eso, una razón para que yo exista. El hecho de imaginar -no porque se vaya a transformar en bestseller o se convierta en el libro del año- que atraviese diez años, o que después de mi muerte siga estando en pie, a mí me da una razón para existir.

¿Por qué decidirste tomar una actitud tan activa para difundir la lectura?

Al yo ese que estaba en el taller limpiando piezas del carburador le hubiese gustado que alguien le mencionara libros. A mí leer me abrió la cabeza, yo sé que está todo en los libros. Está todo en los libros, de verdad. Hoy leía a Sylvia Plath, a Idea Vilariño; está todo ahí. Si alguien agarra a Vilariño porque yo tuiteé algo, sin tener una puta idea, y lee eso, y siente que eso que lee es lo que le está pasando, está adentro. No lo suelta más. Estás como infectado. Si yo puedo ser el tipo ese que está en el medio: buenísimo.

¿Seguís escribiendo?

Sí, ahora estoy trabajando con un relato que tenía desde hace como quince años. Lo venía reescribiendo y no había forma, pero ahora que leí a Miguel de Unamuno, Cómo escribir una novela y Niebla, creo que ya sé cómo. Me parece que va a ser una novelita.

¿Poesía escribís?

No. Creo que nunca voy a escribir poesía. No me veo escribiendo poesía, me parece el pico literario.

¿Cómo escribís?

A mano. Tengo muchas libretas escritas. Tengo acá los apuntes de la segunda novela. Construcción de la mentira, toda esa novela, está en libretas. Después desgrasé todo y lo puse en otro cuaderno, de nuevo a mano. Y después a computadora. Pero para esta también tengo dos máquinas de escribir, y las uso como si fuera un cadáver exquisito. Hace un año que vengo escribiendo todos los días, y hay algo de eso que quiero traer. Tengo libretas desparramadas por todo el circuito en que vivo. En el auto, en la mochila, en la mesita de luz, en el escritorio.

¿Obras de teatro escribiste?

Tengo adaptaciones, quise adaptar a Carver y a Chéjov, La gaviota. En algún momento, sí, puede ser.

Últimas: ¿podés estar sin leer?

No. Ya no.

¿Y sin escribir?

No, creo que ya tampoco.

 

 

 

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