En Cuba la lengua tiene otro color
Por Hugo Salas
Jueves 05 de agosto de 2021
"Para el resto de los hispanohablantes, leer cubanos es siempre, por fortuna, sumergirse en una lengua que es la nuestra y es otra". Leé el prólogo a Cuentos cubanos, la antología de Asunto Impreso.
Por Hugo Salas.
Acaso porque la dominación de España se extendió allí más que en el resto del continente, o porque sea cierta la afinidad entre el barroco y la isla que desveló a Lezama Lima, en Cuba la lengua tiene otro color. No es solo cuestión de variantes léxicas, ni siquiera de adopción de extranjerismos singulares (como el itálico “máquina”para los automóviles), sino de ritmo, sintaxis, respiración. Se hace sentir en las letras de sus sones, en las charlas sobre el malecón, en la retórica inflamada que acompañó sus procesos políticos y también, desde luego, en su literatura. Para el resto de los hispanohablantes, leer cubanos es siempre, por fortuna, sumergirse en una lengua que es la nuestra y es otra.
Existiría la tentación de identificar como una de las constantes de esta literatura su relación con la oralidad, hecha la salvedad de que la conversación,en esta isla, parece una formamediada y distante de escritura en el aire, trazada bajo los influjos de un tiempo compuesto de infinitos segundos, cada uno de ellos interminable, bañados por la luz cegadora del Caribe. Cuba siempre hace dudar, como si toda ella fuera un material espejismo.
Sin duda, el primero de los autores de esta antología, Onelio Jorge Cardoso, pertenece al linaje de los grandes cuentistas latinoamericanos que a principios de siglo se afanaron por alcanzar la maestría técnica del género, fuertemente influenciados por los modelos de Poe y Maupassant. Su preferencia por el ámbito rural, campesino, llevó a encuadrarlo de manera reduccionista dentro del criollismo, pero su atención a los dispositivos de la narración y la trama, como descubrirá el lector, lo hacen exceder largamente esa categoría.
Lacerante, incómodo, contundente, surrealista, frío de muerte, los epítetos se agolpan a la hora de pensar en el impar Virgilio Piñera, poeta y dramaturgo que contrapuso a las armonías alambicadas de sus enormes contemporáneos una lengua implacable y afilada. El cuento que aquí se incluye pertenece a su serie de sátiras sociales, que bajo la apariencia deseguir las coordenadas del artículo de costumbres, en realidad no hacen otra cosa que destruir todas sus condiciones de posibilidiad.
Más académica, sin duda, es la producción de Mirta Yáñez, representativa de cierto tono didáctico y moralizante, afín a la fábula y la parábola laica, que caracterizó a buena parte de la literatura producida en sintonía con la revolución. Con una poética similar, el cuento de Jesús Díaz pone de manifiesto todas las tensiones que subyacían a los sistemas de identificación y valores en que se fundó esa narrativa.
Como si hiciera caso omiso de estas discusiones, el cuento de Reinaldo Arenas, con sus dobleces del decir, recupera todo el sabor y la complejidad de una marea de la oralidad en la que cuesta hacer pie y enderezar los sentidos, a la manera de la representación más palmaria de una realidad que se ha vuelto inestable, incierta y amenazadora. En su caso, las experiencias desdobladas del exilio interno y exterior se trasladan en un anonadamiento respecto de la relación misma entre el narrador y el relato.
La imagen de un espejo habitado por muertos que nos propone María Elena Llana acaso constituya una de las expresiones más potentes de la experiencia cubana durante los últimos años, en que para muchos el presente parece no ser otra cosa que una superficie donde se refractan y desdoblan los fantasmas de una historia que aun no se termina de contar.
El acento en la contraposición intergeneracional, una de las constantes a partir de la época de privaciones conocida como Período Especial, posterior a la caída de la Unión Soviética, se hace sentir con fuerzas en el sencillo y limpio relato que Eduardo Heras León elige situar en un espacio emblemático del imaginario de la Cuba revolucionaria: la Escuela Taller.
Cierra el volumen un cuento de Carlos Victoria que se erige como claro representante de la óptica de los exiliados en los Estados Unidos frente al proceso de apertura de los últimos años. Más allá de sus méritos, llama la atención, en todo caso, que los sistemas de valoración e identificación y el tipo de realismo que propone coincidan, notoriamente, con aquellos que ya advirtiéramos en Yañez como elementos característicos de la avanzada ideológica de la revolución.