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En busca del tiempo perdido: 100 años sin Proust

Aniversarios

El 18 de noviembre de 1922 muere Marcel Proust, novelista, ensayista y crítico francés que en ese momento tenía 51 años y estaba en pleno trabajo literario. Pablo Gianera y Walter Romero recuerdan, a modo de homenaje, el primer encuentro con su obra maestra.

Por Valeria Tentoni.

 

 

 

Un 18 de noviembre de 1922, el escritor nacido en París en 1871 dejó este mundo, hace exactamente cien años. Cumbre de la literatura del siglo XX, la obra de Marcel Proust ha influenciado, desde su aparición, a un sinnúmero de escritores y escritoras, tantos que quizás sean todos, incluyendo las plumas más diversas. No pocos le rindieron reconocimiento y homenaje expreso (Jack Kerouac, por ejemplo, escribió: "Mi obra comprende un vasto libro semejante al de Proust, excepto por el hecho de que mis recuerdos están escritos sobre la marcha, y no, mucho después, en un lecho de enfermo"), y las bibliotecas del mundo guardan incontables estudios sobre su obra.

 

"¿Quién no se acuerda como yo de aquellas lecturas hechas en tiempos de vacaciones, en las que uno iba a esconder sucesivamente esas horas del día que eran bastante apacibles e inviolables como para poder darles asilo?", reflexionaba el mismísimo Proust. Con la excusa del aniversario de su partida, le pedimos a lectores del clásico francés que compartan su experiencia de lectura con su obra magna. 

"Proust fue mi primer taller de escritura", dice María Inés Krimer. La escritora nacida en Paraná, autora de novelas policiales, eligió a En busca del tiempo perdido como uno de sus diez libros imprescindibles y elige un fragmento del último tomo, El tiempo recordado, entre sus predilectos, y advierte que "a Proust hay que leerlo como si fuera Kafka, de a pedacitos":

“Solamente la impresión, por mísera que parezca su materia, por inconsistente que sea su huella, es un criterio de verdad y por eso sólo ella merece ser aprehendida por la mente, pues sólo ella es capaz, si la mente sabe captar esa verdad, de llevarla a una mayor perfección y de darle una pura alegría. Lo que no hemos tenido que descifrar, que dilucidar con nuestro esfuerzo personal, lo que estaba claro antes que nosotros, no es nuestro. Sólo viene de nosotros mismos lo que extraemos de la oscuridad, que está en nosotros y los demás no conocen”.

 

El Dr. Walter Romero es especialista en la obra del francés, es autor del libro Formas de leer a Proust que se editó recientemente en el sello del MALBA a partir de sus clases magistrales alrededor de la lectura de En busca del tiempo perdido. ¿Pero cómo fue su primer encuentro con este libro, mucho antes de analizarlo y estudiarlo? 

"Leí a Proust por primera vez a mis veinte años en una edición del primer tomo Por el camino de Swann en traducción del poeta Pedro Salinas. Nada hacía prever una fascinación última y persistente que en su primer contacto faltó a la cita. Costaba entender que ese comienzo postergado, esa novela que nunca termina de empezar, con ese narrador insomne, en ese “drama parsimonioso de la hora de acostarse” en espera de un beso materno fuera el pórtico de una obra mayor cuyos tomos no tenía y desconocía del todo", cuenta. Y sigue: "Leí por vez primera a Proust en verano, acompañando el trozo de magdalena más ensopado que embebido en el agobio de un diciembre porteño. Proust no llegó a la playa. O, por lo menos, esa vez, me detuve en ese tomo, que no entendí bien cómo estaba estructurado, con ese comienzo moroso, los amores de Swann por Odette y una rara delectación mórbida por nombres y sonoridades que daban cuenta de un más allá de las palabras, pero por fuera de toda noción de trama que traía y creía tener ejercitadas por lecturas post adolescentes. Tuvieron que pasar muchos años para que me encontrara con el segundo tomo, que también abandoné enseguida: acaso sin intuir a las muchachas en flor y a las refrescantes playas de Balbec que me estaban aguardando".

Romero dictó sus clases en el MALBA sobre esta obra maestra durante 2016, 2017 y 2018, y de la revisión surgió el libro que mencionamos y recomendamos para acompañar esta lectura monumental. Así, nos advierte: "Klossowski habla de Proust como una de las formas del trance. Rescato esa instancia modulatoria de la frase proustiana que es, sobre todo, una unidad de desafío. Una prueba del poder suspensivo de la lengua, de esa lengua alada de Proust que conoce todos los períodos y cláusulas posibles, todas las comparaciones y proposiciones imaginables, para sostenerse en un poder encantatorio que desbarata excursus y digresiones. No se puede saltear nada en Proust porque nada es ripio. Todo es lenguaje. Sólo se puede leer todo Proust a modo de automandato. Ofrendándole todo el tiempo. Entregándose como lector a la manera en que Marcel somete a sus personajes a los caprichos a la vez crueles y benéficos de eso llamado Tiempo y sus sorpresas. Se trata de eso: entregarse".

"Hay un pasaje de la Recherche en el que, para referirse, creo, a la necesidad de recuperar la petite phrase de la sonata de Vinteuil, se habla de un hombre que se cruza con una mujer en la calle y a quien esa contemplación muy fugaz (la de la petite phrase) hace entrar en él una belleza nueva, cuyo nombre ignora y que lo hará crecer sensiblemente. Podría entenderse esto como la descripción del burdo “amor a primera vista”. Pero no es así, porque no hay nunca nada burdo en ninguna página de Proust. De lo que se habla es en realidad de la misteriosa unidad de belleza y novedad, de cómo lo bello es siempre nuevo y de cómo la belleza es una simiente en el campo de la experiencia estética y afectiva. Eso nos pasa a los lectores de Proust, aunque, en mi caso, esa simiente cayó, en principio, al lado del camino", dice el ensayista, crítico y traductor Pablo Gianera.

Crítico de música y de literatura, su primera lectura de la Recherche fue en la traducción de Pedro Salinas completada por Consuelo Berges, todavía como estudiante, hace más de un cuarto de siglo: "Podría concluirse que fue una lectura informativa, escandalosamente estéril. Pero algunos pocos años después volví en la edición en tres tomos de la Pléiade", cuenta Gianera.

"Leonardo Castellani se sorprendía de que en la Comedia de Dante la sucesión no se opusiera a la simultaneidad. Es así también en la Recherche: uno puede elegir un motivo cualquiera (la música, las mujeres, los celos, el mar, los colores, lo que sea) y seguirlo de principio a fin de los cientos de páginas. Esa nueva lectura la hice como si el libro fuera lo que sigo pensando que es: un ensayo amorfo y, sin contradicción, rigurosamente configurado. Es decir: no como una biografía ni imaginaria ni velada, no como una narración novelesca: como un ensayo que tiene partes de biografía y de ficción, pero que es una teoría del arte, “un traité d’esthétique romancé”, para decirlo en palabras de Michel Leiris. Fue por ahí por donde entró para mí la belleza nueva de la Recherche. Esa belleza nueva proviene de un tipo de atención sensible, traducida en estilo, que no tiene mayores antecedentes. Siguieron entonces numerosas lecturas parciales, lecturas de otros (como cuando mi hija, que leyó la versión de Carlos Manzano, me hacía revisar las páginas del día y fiscalizar la traducción) y ahora apenas la lectura de las innumerables notas y pasajes copiados. (La Recherche es también un narcótico y el adicto no puede permitirse una recaída). “Cosa difícil es lo bello”, decía Platón en Hipias mayor. La Recherche cumple eso doblemente, porque cuesta definir lo bello, y porque la definición difícil es de por sí una obra bella. La compensación de la dificultad es que ella misma (la dificultad) es la compensación, y que en cada belleza particular está la belleza toda. Pero, claro está, hablo aquí de mi Recherche", concluye el autor de Formas frágiles.   

 

 

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