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El policial como excusa

Una pizca de maldad, del chino Ah Yi

"Una pizca de maldad pareciera ser un pequeño tratado sobre qué mueve a una persona a hacer lo que hace. Y las repuestas pueden ser tan huecas como terroríficas": Leonardo Sabbatella lee la novela del escritor chino Ah Yi, que publicó Adriana Hidalgo con traducción de Miguel Ángel Petrecca.

Por Leonardo Sabatella.

La voz del narrador y protagonista de Una pizca de maldad se parece a su propia forma de vida: indolente y áspera. La novela firmada por Ah Yi no es otra cosa que el efecto de haber puesto a actuar a un personaje del tenor de Zhou, un joven con cierto vacío existencial de una ciudad periférica que decide cometer un crimen para investir de sentido su vida (o tal vez para ratificar el sin sentido).

La novela bien puede leerse como un policial atenuado y menor, un policial anómalo y por eso atractivo. Sin embargo, el policial es una excusa, más bien una estrategia, para trabajar sobre los comportamientos del personaje y los efectos en las vidas marginales. Al fin de cuentas, Una pizca de maldad pareciera ser un pequeño tratado sobre qué mueve a una persona a hacer lo que hace. Y las repuestas pueden ser tan huecas como terroríficas.

En el policial, como en el fantástico, (géneros predilectos de Jorge Luis Borges y Hugo Santiago, por nombrar solo a dos prodigios del anacronismo), nada termina de parecerse a lo que finalmente es, como si siempre hubiera algo más –o algo menos. Y ese es el caso del protagonista de Una pizca de maldad, donde el asesinato que ejecuta termina siendo un hecho que lo condena y lo salva en el mismo movimiento. Un acontecimiento central pero no por lo que significa matar a alguien sino por haber torcido el destino por su propia cuenta (y en su contra). La pregunta sobre por qué Zhou mató a esa chica se vuelve una idea fija de los investigadores, un punto ciego sobre el cual todos giran en falso.

Los preparativos para el asesinato y la huida posterior se llevan buena parte de la novela y son quizás los momentos más logrados (la escena inicial del personaje probándose ropa en una tienda alcanza para conocerlo casi de forma completa). Zhou tiene un plan, tiene un método pero quizás lo que no tenga sea una meta o una misión (incluso cuando hacia el final pareciera confesar un objetivo secreto). No es menor que el momento del crimen sea breve, casi un relámpago en la narración. Ahí no radica el centro de lo que se quiere ocupar Ah Yi. No se trata de una novela que quiera aclarar un asesinato sino, por el contario, demostrar que todo siempre puede ser un poco más confuso, que las causas nunca son claras y que los intentos por disciplinar o normalizar el comportamiento de Zhou (“el caso del asesinato sin móvil”, “el caso del principie destronado”) terminan siempre por hacer agua, por diluirse en la lengua psiquiátrica o judicial.

Una pizca de maldad no es el primer texto que llega traducido de Ah Yi. En la antología Después de Mao, Miguel Ángel Petrecca ya había incluido un relato del autor chino (donde el personaje curiosamente comparte apellido con el protagonista de ésta novela). Ah Yi entró a los 18 años en la escuela de policía y trabajó cinco años como agente. De ahí quizás la influencia o la inclinación por las referencias policiales. Una pizca de maldad viene a aumentar la colección de novelas chinas de la editorial Adriana Hidalgo que se había iniciado con El invisible de Ge Fei. Las dos novelas coinciden en narradores en primera persona y en el trabajo sobre una experiencia aunque en el caso de Ge Fei se trate de una escritura menos cruda que la de Ah Yi.

Una pizca de maldad es una novela que trae el eco de El extranjero de Albert Camus y en la que el autor oriental trabaja una visión cruel e impiadosa sobre los efectos de la vida moderna en un joven de la China profunda.

 

 

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