El Indio está desnudo
Una lectura de las memorias del Indio Solari
Miércoles 10 de abril de 2019
"Recuerdos que mienten un poco (Sudamericana) es un libro donde lo bueno tarda en llegar. ¿Qué es lo bueno, qué es lo que queremos leer los que vamos a buscarlo? Naturalmente, la historia mítica de la formación de una de las bandas más importantes del rock argentino".
Por Luciano Lamberti.
Recuerdos que mienten un poco (Sudamericana) es un libro donde lo bueno tarda en llegar. ¿Qué es lo bueno, qué es lo que queremos leer los que vamos a buscarlo? Naturalmente, la historia mítica de la formación de una de las bandas más importantes del rock argentino.
En ese sentido, el libro se hace desear. Comienza con la infancia del Indio, con la relación entre sus padres, con un largo monólogo de la madre. ¡Nadie quiere leer eso! Queremos saltar sobre el cuerpo del Indio y extraer hasta la última gota de sangre de su identidad negada, de la verdadera historia, de lo que pasó. Queremos destruir el mito y encontrar la persona detrás de la máscara. (¿Cierto? ¿Queremos destruir el mito y encontrar la persona detrás de la máscara? ¿Queremos?) Queremos sangre, como cualquier fan: la sangre de nuestro ídolo en chorros sobre la cara.
El libro está estructurado como un largo reportaje, o como una larga charla. Hay dibujos del Indio (impresionante su talento), hay fotos, hay un largo recorrido desde sus comienzos como hippie, donde nada o casi nada auguraba el futuro que le esperaba, hasta la actualidad. Hay detalles sorprendentes, pero que ya formaban parte de la mitología: el Indio como encargado de un hogar de menores, los monólogos de Enrique Syms y su extraño (por no decir perverso) sistema ético, los caóticos comienzos de la banda (que eran más performáticos que musicales), la alianza Polly / Skay y sus orígenes aristocráticos. Hay fotos del Indio, del hijo del Indio, de la esposa del Indio, del bunker del Indio. Hay, lo que resulta cansador, también, un largo punteo sobre cada una de las canciones de cada disco solista o de la banda.
Además, en gran medida, estas “memorias en conversaciones con Marcelo Figueras” funcionan como réplica. Como respuesta a toda la mitología -buena, mala, mitológica- que se levantó alrededor de los Redondos durante años de ostracismo. Los Redondos no daban entrevistas, no salían en la tele, no se promocionaban: eran nuestros Salinger, nuestro Pynchon locales, y acá está: la verdad sobre todo. O la verdad de El Indio Solari, que hasta el momento había hablado más bien en forma de parábolas, algo que no hizo más que agigantar la figura del Indio en todos estos años.
Era inevitable: ante cada cuestión que se volvía pública (como la muerte de Walter Bulacio o la propia separación de la banda) el Indio, que veía “afectado su prestigio”, salía a responder. Pero lo hacía en “su idioma”, dentro de los límites de una poética de misterio y sugerencia. En estas memorias, por el contrario, encontramos al Indio sin su máscara, desnudo.
En ese sentido, una de las preguntas fundamentales que rodea el problema es ¿por qué ahora? ¿Por qué ponerse a hablar ahora, cuando no lo necesita? ¿Por qué replicar aquello de “en la bohemia todo es chusmear"? ¿Por qué hablar de sus canciones, por ejemplo, cuando él mismo dijo que explicar una canción era arruinarla? ¿Porqué el Indio llora al confesar su enfermedad en un documental de Mario Pergolini, participa en un programa de radio bajo diversos alias y publica un libro con su historia?
Quizás deberíamos entender el libro en la misma órbita que su último disco; un disco hermoso, melódico y visceral, que en gran parte es una despedida. El Indio tiene setenta años, sufre mal de Parkinson, anunció hace poco su retiro de los escenarios. El ruiseñor, el amor y la muerte tiene en la tapa una foto de sus padres. El tiempo de callarse terminó, parece decir. Y también: en esta nueva era de redes sociales y celulares con cámara de fotos, esconderse ya no tiene sentido. Mostrarse es una forma de esconderse, como bien lo sabe Charly García, que saltó de un noveno piso para esconderse ahí atrás. Y, por último: adiós, amigos queridos, lo único que me rodean son fantasmas, y yo estoy a punto de transformarme en uno.
Los Redondos es una banda que pasó por muchas etapas de la historia argentina (desde la recuperación democrática al Kirchnerismo), pero que alcanzó su estatura ideal durante el menemismo: ahí se encontraron, para decirlo de algún modo, el hambre y las ganas de comer. Los personajes picarescos, oscuros y decadentes de las canciones del Indio tenían en esa época su mejor exponente en la realidad. El mismo Indio, con sus camisas cuadriculadas de mangas cortas y sus lentes negros, parecía un resabio del menemismo, una parodia de aquellos años de locura y tristeza, y en gran parte su poética viene dada por la historia argentina. Si Charly, la gran bestia pop, es un reflejo vivo de las etapas de nuestra historia, incluso en sus cambios de aspecto físico y de peinado, el Indio es una estatua congelada del menenismo: siempre igual, siempre idéntico a si mismo, enclavado en esa etapa. Él mismo lo dice en alguna parte de estas conversaciones: de haber nacido en un lugar idílico no hubiera tenido sobre qué escribir. Este libro es su cambio, quizás el último: el de alguien que prometió no darnos nunca su cuerpo y que aquí lo entrega, en bandeja, para las fieras.
Empecé a leer este libro y volví a escuchar Los Redondos. Bailé “Mi perro dinamita” (esa reescritura de “Martha My Dear”) y “Un poco de amor francés” con mi hijo (que me pedía “locanlol”) en el comedor de casa. Las canciones de Los Redondos volvieron a sonar en las radios. Hay una redondomanía en el aire, y no es casual que venga acompañada a nivel político por uno de los peores gobiernos de la historia democrática argentina (aunque los pícaros y chantas de este gobierno sean distintos a los del menemismo). No dejé de recordar, en estos días, al que fui en los 90, al que esperaba los discos de la banda al pie de la montaña. Ahora, a veinte años, con demasiada agua bajo el puente, creo que el proyecto de la banda sigue siendo válido. Creo que, con todos sus matices, la figura del Indio mantuvo una ética coherente. Creo que su poética, algo que está levemente explicado bajo la necesidad de “mantener el misterio”, sigue siendo una de las más bellas, cerradas y potentes del rock argentino, y que escucharlas a la edad en que lo hizo fue una de las cosas que me convirtió en escritor. Y creo que todos los que se vieron interpelados con la banda alguna vez van a encontrar una Biblia en este libro, incluso con las partes más aburridas, como “Números” o “Levítico”.