El fin del mundo está del otro lado de la puerta
Por Ana Paula Maia
Jueves 10 de noviembre de 2022
La escritora brasilera regresa al catálogo de Eterna Cadencia Editora con una novela impactante: compartimos el arranque de De cada quinientos un alma.
Por Ana Paula Maia. Traducción de Mario Cámara.
¡Arrepentíos, pecadores! La muerte ha llegado.
Es tiempo de matar, es tiempo de morir.
El fin del mundo está del otro lado de la puerta, pero eso él todavía no lo sabe. Con su espalda, Bronco Gil empuja las puertas venecianas mientras sostiene una pila de platos y la coloca sobre el mostrador del restaurante. Se seca las manos en el delantal y sale a fumar un cigarrillo de paja antes de que el asunto del almuerzo comience. El día está parcialmente nublado, a lo lejos es posible ver los rayos del sol. Lo que bloquea el cielo sobre su cabeza todavía no afecta el horizonte a kilómetros de distancia, sin embargo, es visible la tormenta que se aproxima.
Un hombre camina hasta él.
–Me enviaron a hablar con usted.
–¿Sobre qué?
–Un encargo.
–¿Para quién?
–Para un tipo dispuesto a pagar bien.
–¿Él ya sabe cómo trabajo?
–Sí sabe… Le estuvieron robando.
Los primeros clientes comienzan a llegar y el polvo que levantan los neumáticos de los autos forma una nube irrespirable. Bronco Gil pretende dejar ese empleo ese mismo día. Hace algunos cálculos mentalmente y se asegura de haber ahorrado lo suficiente para los próximos tres meses. La dueña del restaurante, una mujer corpulenta, a quien le gusta usar tacos altos y calzas de lycra, lo mira por la ventana del restaurante.
Ansioso, el hombre espera una respuesta.
–Acepto.
–Me encuentra más tarde en esta dirección. Le paso las coordenadas.
Bronco Gil guarda en el bolsillo del pantalón el pedazo de papel con la dirección. Sabe que es hora de entrar en el restaurante y terminar con el asunto. Así lo hace. Cuatro horas después, pone el delantal sobre el mostrador, se ajusta la camisa dentro de los pantalones y presenta la renuncia.
–¿Seguro?
–Ya estuve demasiado tiempo.
–¿No puede esperar hasta mañana? Necesito encontrar un sustituto.
–No tengo hasta mañana.
Ella arquea las cejas, pero sin dudar. Entra en la cocina y va hasta su pequeño escritorio. Regresa con un sobre amarillo y lo pone sobre el mostrador.
–Creo que está todo.
Él comprueba el dinero en el sobre y percibe que hay un poco más de lo que debería haber. Antes de que pueda decir algo, ella golpea con las uñas grandes y decoradas sobre el mostrador y dice:
–Trabajó para merecerlo.
Le hace un guiño, él apenas gesticula cordialmente con la cabeza, se pone su sombrero estilo panamá y sale.
Enciende su camioneta y se aleja de allí lo más rápido posible. Verifica el mapa rutero en la guantera y sigue hacia el oeste. No desea cambiar la ruta, seguirá hacia el oeste siempre que sea necesario, basado en una intuición. Moverse en esa dirección le ofrece un sentido de continuidad.
Frena al ver cruzar por la ruta un rebaño de ovejas guiado por un pastor. Es común verlas por esa región, atravesando las rutas, pastando por todas partes. Permanece mirando a los animales que, así como él, marchan obedientes siguiendo un flujo continuo. Irracional. Intuitivo.
Antes de que caiga la noche estaciona en un bar al borde de la ruta. Intentaron darle algún refinamiento al lugar, pero no pasa de un puterío miserable. Al entrar siente el olor a sudor, a papas fritas y a perfume barato, y una nube de nicotina por todo el ambiente. La música no es gran cosa y la iluminación es escasa, pero hay algo que vuelve al lugar incomparable. Se acomoda en la barra y pide un vodka. Prende su cigarro y eso lo reconforta. No cree que todavía esté permitido fumar en ambientes cerrados, pero en un bar de ruta cualquier cosa está permitida.
El mismo hombre que lo buscó más temprano se sienta a su lado en la barra. Le hace una señal al mozo y pide una cerveza.
–Estoy feliz de que haya venido –dice el hombre–. Confieso que pensé que no lo haría.
–¿Para cuándo es la encomienda?
–Cuanto antes. Mire, no se preocupe. Le está haciendo un favor a la sociedad.
El hombre da un sorbo a su cerveza helada.
–Adoro este lugar. Es cosa fina. Buena música, buena comida, mujeres a gusto. Puedo presentarle a una de las chicas.
–Preciso ir hacia el oeste.
–¿Qué? –El hombre frunce el ceño y se inclina para intentar oír cuando una banda comienza a tocar con el volumen alto.
–Preciso ir hacia el oeste.
–¿Qué hay allí?
–Preciso llegar mañana.
–¿Quiere hacer el servicio hoy? –se sorprende el hombre.
–Si no hubiera problema…
Bronco Gil toma el resto del vodka que queda en su vaso, retira el dinero de la billetera y lo deja sobre la barra. Toma su sombrero y camina en dirección a la puerta. El hombre bebe rápidamente la cerveza que resta en el fondo de la copa y le señala al mozo que lo ponga en su cuenta.
–Si quiere hacer eso ahora, por mí todo bien –dice el hombre agitado mientras camina hasta el auto y toma un sobre grande–. Aquí tiene la dirección y la foto de ella. La hija de puta es conocida como Berta, tiene el pelo colorado y una araña tatuada en el cuello. Trabaja hasta tarde en una estación de servicio. Si se apura, la encontrará todavía. Ah, y la entrega es directamente para el cliente. Aquí tiene su dirección.
El hombre escribe la dirección en el sobre.
Sin decir nada, Bronco Gil sube en la camioneta y arranca de allí con las luces bajas y la radio encendida. Muchas horas después, el día ya está cerca del amanecer. Bronco Gil camina agotado, arrastrando las botas de cuero en el asfalto rajado y polvoriento. Abandonó toda esperanza. Cubre con una lona la caja de la camioneta para esconder lo que carga. Conduce durante dos horas hasta el lugar de entrega.
Al atravesar el portón de la chacra, los perros comienzan a ladrarle a la camioneta. Las primeras luces del día invaden el vehículo, donde Bronco Gil se sacude agotado después de la larga noche que pasó en vela cazando la encomienda.
En el porche de la casa, el hombre, sentado en una mecedora, limpia cuidadosamente una escopeta desmontada cuyas piezas están esparcidas sobre el piso.