De Hitchcock a Spielberg

Una vida en el cine
Martes 13 de marzo de 2018
El crítico Leonardo D'Esposito analiza en su nuevo libro Spielberg. Una vida en el cine (Planeta) los aportes del cineasta al séptimo arte: "Los críticos no somos controles de calidad de nada, sino, en algún sentido, provocadores. Aseveramos algo para generar una discusión".
Por Leonardo D'Esposito.
Originalmente, este libro iba a ser sobre Alfred Hitchcock. Así lo habíamos pactado con la editorial y así comencé mi trabajo. Ya tenía un esbozo escrito y varios capítulos redactados que se transformarían en su columna vertebral. El sumario estaba completo y solo había que poner manos a la obra y “llenar”, como si se tratara de un álbum de estampillas, cada uno de los capítulos. Como corresponde, revisé no solo la bibliografía que ya tenía leída (todos los críticos de cine pasamos por El cine según Hitchcock, esa entrevista larga que le hizo François Truffaut), sino también aquella que no conocía. Esta implicaba artículos, libros de variado tono y largo, reportajes y un extenso etcétera. La lista era inacabable, y eso implicó que me diera cuenta de qué significaba redactar un Todo lo que necesitás saber sobre Hitchcock: crear un mapa de lecturas, regurgitar bastante y vulgarizar —en el mejor sentido del término— aquello que ya estaba formulado con precisión. Dicho en otras palabras: todo lo que se puede decir sobre Hitchcock está dicho y, en todo caso, lo que quedaba por hacer era realizar una lectura crítica de lecturas críticas, una cartografía sobre territorio ya explorado.
Soy, antes que nada, crítico de cine. Los críticos no somos, como escribí en otras partes, controles de calidad de nada, sino, en algún sentido, provocadores. Aseveramos algo para generar una discusión, una confrontación de miradas, para “provocar” que el lector ejerza su propia opinión sobre lo que ha visto. Enfrentarse con Hitchcock implicaba que cada idea, por muy original que me pareciese, se vería rápida y retrospectivamente reiterada en textos mucho mejores de los que podría escribir. No solo somos provocadores hacia los demás: queremos también provocarnos a nosotros mismos, espolear nuestra imaginación tratando de producir alguna idea nueva, una mirada propia. Hay artistas sobre los que tal cosa ya es imposible: Mozart, Van Gogh, Shakespeare… y Hitchcock, por ejemplo. Hay artistas a los que hay que descubrir. Y hay una zona que es para mí —y espero que para el lector también— más rara: la de los nombres consagrados a quienes aún no se ha tomado suficientemente en serio. Steven Spielberg es uno de esos nombres.
Sobre Spielberg hay también mucho escrito: las críticas de sus películas, artículos periodísticos, entrevistas, algunos libros. Pero no hay un intento de estudio transversal que permita demostrar su importancia. Spielberg forma parte de un reducido grupo de showmen del séptimo arte: esos realizadores que hacían su nombre tanto o más conocido que sus películas, que se transformaban en una marca. Frank Capra, Walt Disney, Alfred Hitchcock y Quentin Tarantino, por ejemplo, son parte de esa tradición: no por nada la autobiografía de Capra se llama El nombre delante del título. Hitchcock, el maestro Hitchcock, era conocido por mostrarse en TV y porque su nombre aparecía en juguetes, libros de cuentos, revistas, golosinas y cuanto artefacto pudiera venderse, como un Disney un poco más macabro (y mucho más humorístico). Tarantino lo hace hoy, como puede saber cualquiera que busque las bandas de sonido, los guiones o la memorabilia que se genera alrededor de sus películas. Una de las tesis de este libro consiste en que Spielberg es un poco el producto de la suma Disney más Hitchcock y, también, el antecedente de Tarantino y toda su generación (que incluye nombres tan disímiles como J. J. Abrams, Paul Thomas Anderson, Wes Anderson o Brad Bird).
Spielberg es interesante no solo por este juego de semejanzas e influencias, sino también porque se trata del primer gran cineasta que ha vivido únicamente a través del cine. Hay algo de personaje de Dickens en ese niño que siempre supo que deseaba hacer películas y cuya determinación lo llevó a ser el más exitoso de una generación de realizadores que dio vuelta —para bien y para mal— el negocio del séptimo arte. Lo raro, en su caso, es que ha construido una obra original, totalmente “suya”, que se reconoce al primer fotograma, a partir de materiales predigeridos, vistos cientos de veces, parte de una memoria global. Spielberg es el primer realizador auténticamente posmoderno, aunque es más que probable que no comprenda esa palabra.
La paradoja es que, a partir de construir con los escombros de viejas construcciones, también ha inventado cosas. Y sus inventos son sustanciales, tanto técnica como narrativamente, para la manera como accedemos hoy a las películas. Es el primer realizador personal que comprendió la televisión, su alcance, sus virtudes, sus defectos y sus posibilidades en relación con el cine, por ejemplo. El primero en entender cuál es el uso correcto del efecto especial y, sobre todo, de la imaginería digital. Eso también es extraño: en películas como Jurassic Park (1993), no solo es un pionero en el uso de cierta tecnología, sino que además lo hace como si eso hubiera existido desde siempre, con la seguridad de quien ve esa novedad como algo cotidiano que maneja a la perfección desde hace tiempo. Andrew Sarris decía que una de las marcas de los cineastas más importantes (ese “panteón” sin el cual el cine no es el cine) consiste en haber superado todos los problemas técnicos del arte. Dicho de otro modo, lograr toda imagen que deseen. No cabe duda de que Spielberg posee el dominio técnico. La pregunta que trataremos de responder es si es más que eso. Si Steven Spielberg es un cineasta imprescindible o no. Pero ajustemos el término: “imprescindible” en este contexto implica que el estado actual del cine no sería el que es sin la existencia de ese director, sin su obra. Uno cree que sí, que es “imprescindible” en este sentido, para bien y para mal; que el cine que vemos cada semana no sería el que es si no existiera Spielberg y no hubiera filmado lo que filmó. Veremos hasta dónde nos lleva tal tesis.
Este libro tiene en realidad dos sectores bien definidos. La primera y la segunda parte hablan de procedimientos e influencias, de dónde vienen los materiales básicos de Spielberg y qué cosas ha creado o sistematizado para forjar su propio estilo. El segundo sector es un recorrido por las películas que no deja de lado lo técnico pero se concentra en la mirada crítica. Las tres partes que lo integran dividen su filmografía entre piezas decididamente fantásticas, filmes basados en hechos reales pero no necesariamente con contenido maravilloso —más su trabajo como productor— y películas que recrean acontecimientos históricos. No quise hacer esto con rigurosidad cronológica, aunque hay una línea de tiempo más o menos evidente, sino encontrar correspondencias, un relato que atraviese todas las películas y que hable tanto de la obra como de la imagen del mundo del autor. De allí que la última película mencionada no sea Puente de espías (2015; al momento de redactarse estas líneas, fue el último trabajo estrenado, aunque el libro irá a imprenta cuando llegue a las pantallas The Post y saldrá a librerías en consonancia con Ready Player One). Es un procedimiento arriesgado y menos seguro que el recorrido cronológico, pero también más interesante. En algunos capítulos, se habla de más de una película; en otros, solo de una. Aquí ha funcionado la imaginación del crítico —errada o no, lo decidirá el lector— para hallar un camino en una obra especialmente rica.
Por lo demás, se trata de recorrer un mundo que incluye extraterrestres, monstruos, artefactos mágicos, tesoros ocultos, guerras, dinosaurios, barcos, piratas y mucha gente corriendo. También tiene política, pero entendida como una aventura. De eso se trata el cine de Steven Spielberg y de eso, también, se trata este libro: de aventurarnos en el territorio maravilloso y encontrarle un sentido.