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David Bowie: "Sigo tratando de hallar al Duchamp que hay en mí"

Rescate: una entevista que concedió en los 80

"Sigo encontrando que mi punto de vista se enceguece y se estrecha todo el tiempo. Estoy tratando continuamente de abrirlo, de romperlo y destruirlo: y es entonces que se pone peligroso". Tomada del libro Bowie por Bowie (Planeta), editado por Sean Egan, un extracto de la entrevista realizada por Angus MacKinnon en septiembre de 1980 para la revista New Musical Express (Reino Unido).

Por Angus MacKinnon. (Extracto)

 

Estamos detrás de escena y nuevamente nos escoltan hasta el estrecho camarín de Bowie. Anton pregunta si puede sacar fotos durante la entrevista, pero Bowie lo rechaza firmemente: “Nunca les dejo hacerlo. Nunca. Me parece de lo más distractivo”. Así salen Anton y Coco Schwab, la enigmática asistente personal de Bowie, una chica reservada pero amable que está trabajando con él desde hace seis o siete años, acompañándolo adonde vaya, y que adopta una actitud perceptiblemente protectora hacia el hombre.

Bowie sonríe mucho, se ve extremadamente bien y, encendiendo el primero de una cadena de Marlboros, se pone cómodo frente a mí y adopta un aire adecuadamente expectante aunque dominante. Casi derramando mi vaso de papel con Coca-Cola, saco a colación la fastidiosa cuestión de De Witts y el tiempo límite de la entrevista. Bowie parece comprender mi posición, pero desapercibe mi desplante. Nunca estuve con él antes, pero rápidamente reparo en que no es de enfandarse. Comienzo a sospechar que, si se sintiera inclinado a ello, simplemente detendría el asunto saliendo de la habitación, elegantemente ofendido.

Sus lindos ojos se fijan en mí por un instante, le echa una profunda calada a su cigarrillo y luego, como si de pronto se resignara a mi presencia y a las obligaciones que esta implica, responde con sorprendente vacilación: “La cuestión es que, bueno, la razón por la cual no estuve concediendo entrevistas los últimos años es que simplemente me puse, creo, muy reservado. Además, (hace una pausa) para serte honesto, no creo realmente que tenga mucho que decir. Pero ¿por qué no empezamos y vemos adónde nos lleva?”.

Asiento entre dientes y comenzamos. La primera seguridad de Bowie parece abandonarlo ocasionalmente durante los cuarenta minutos de la entrevista. Si le hago preguntas concretas y directas, responde bastante rápido. Pero si me meto en zonas más sensibles, se pone extremadamente evasivo. Aunque cede de un modo irritante a todo lo que digo, revela mucho (no mucho) antes de decidirse a pasar el Rubicón psicológico de alguna pregunta y cambia de tema, o simplemente me responde con una pregunta suya.

Bowie ríe con frecuencia, a veces porque está entretenido, pero más a menudo porque es demasiado consciente de lo que más tarde Ian MacDonald me describirá como el “vector doble” de nuestra conversación. En otras palabras, Bowie ríe cada vez que se da cuenta de que afirmó algo, o admitió algo, en un encuentro privado, que está siendo grabado para consumo público. Es como si con esta reacción de reflejos pudiera de algún modo desatender a la ansiedad momentánea que siente por haber, tal vez, dado demasiado de sí.

Hablar con Bowie me hace más consciente que de costumbre de las diversas incoherencias del proceso de una entrevista. ¿Por qué debería Bowie decirme algo? Tiene poco que ganar y mucho que perder al hacerlo. Somos dos perfectos extraños obligados por nuestras respectivas posiciones y profesiones a confrontar el uno con el otro durante un tiempo ridículamente corto. Hasta donde Bowie sabe, yo acaso quiera salir corriendo a casa para desmenuzarlo luego, miembro por miembro, en la entrevista impresa. En situaciones así, la confianza mutua y la lealtad no son, comprensiblemente, fáciles de ganar.

Pero no hay necesidad de que Bowie se preocupe por esta cuestión. Yo hago un esfuerzo consciente por armarme de valor ante su efusivo encanto, un atributo al que accede, y ciertamente recurre a gusto, frente a hombres y pequeñas multitudes de meros curiosos que lo adoran fanáticamente y lo saludan cada noche que está en la entrada del escenario del Blackstone. Pero con todo a mí sigue gustándome este hombre; es, de hecho, asombrosamente sympa.

Pese a ser una de las personas más profundamente amorales que conocí, Bowie está sin embargo desprovisto de una autoconciencia que amenace constantemente con desconcertarlo o incluso agobiarlo. Yo no creo de verdad que se guste a sí mismo demasiado, y Bowie es extraordinariamente introspectivo. Su mente hiperactiva se asemeja a un vórtice entrópico que arroja una desconcertante sucesión de ideas diversas, intereses e influencias dentro de su órbita, ordenándolas y desordenándolas a la velocidad de la luz. Concentrarse en cualquier cosa por un lapso determinado de tiempo debe ser para él un problema serio.

Bowie es, además, o eso parece, exasperantemente inseguro. No es que haga alarde de ello en la esperanza de despertar compasión, sino más bien es algo compulsivo. Lo que él llama su “viejo programa de reexaminación” evidentemente denota una continua revaloración, y a menudo reformulación, de su pasado, una forma intensa de autoterapia que a su vez lo fuerza a estar siempre redefiniendo sus motivaciones y el comportamiento de los diversos personajes que creó y cuyos mantos adoptó.  

 

(...)

 

Me vienen a la memoria esas líneas de “Ashes To Ashes”: “I’ve never done good things / I’ve never done bad things / I’ve never done anything out of the blue”. Pareces estar diciendo que no estás preparado para juzgar tus propios logros. ¿Sientes alguna –¿cómo debería describirlo?– culpa con respecto a haber ayudado a propagar esa suerte de ilusión de la que estamos hablando?

Bueno, ¿cómo definirías esas tres líneas?

Igual que muchas de tus letras, son exasperantemente ambivalentes (a lo que Bowie sonríe). Podría referirse al personaje de Major Tom específicamente o, bueno, para decirlo de otra manera, puedo aceptar que en tu carrera hubo más que una cierta cantidad de cálculo, algo que, pienso, probablemente explotaste en retrospectiva. Eso para decir que declaraste haber planeado A, B y C…

Sí.

(Pausa) Cuando de hecho acaso hayas planeado también D, E y Z. Pero funcionó, y tuviste mucha suerte a ese respecto. No sé, tiendo a creer que la mayoría de las veces la moralidad de la gente se enrosca demasiado cuando se asumen posiciones de protagonismo público, y que el público presume mucho, tal vez demasiado, sobre aquellos en los que invierten tanto compromiso.

Estoy de acuerdo (pausa)…

Entonces, ¿te disociarías de esa declaración?

(Suspira) No, la verdad es que no. Esas tres líneas en particular representan una sensación continua y recurrente de inadecuación en relación a lo que hice. (Bowie pasa distraídamente un dedo sobre su boca y luego continúa, eligiendo muy cuidadosamente las palabras) Tengo una enorme cantidad de reserva hacia mi trabajo si consideramos que no pienso que nada de ello tenga alguna importancia. Y luego tengo días en que, desde luego, todo me parece muy importante, y pienso que realicé una gran contribución. Pero no estoy terriblemente feliz con lo que hice en el pasado, en realidad.

Entonces, ¿qué incluirías entre tus logros más positivos?

La idea de que uno no tiene que existir puramente dentro de un conjunto definido de éticas y valores, de que puedes investigar otras áreas y otros caminos de la percepción y tratar de aplicarlas a la vida cotidiana. Creo que procuré hacer eso. Pienso que lo llevé adelante con bastante éxito. En ocasiones, aunque solo sea a nivel teórico, pude manejarlo. En lo que respecta a la vida cotidiana, creo que no… Arrastro la cruz de la clase media a fin de cuentas, que sigue reprimiéndome y contra la que sigo luchando de alguna manera. Sigo tratando de hallar al Duchamp que hay en mí, es algo cada vez más difícil de encontrar (ríe).

¿Por qué la clase media debería ser un problema? ¿No es acaso una aflicción singularmente inglesa esa suerte de exagerada conciencia de clase?

Sí, desde luego, y una conciencia de clase es un muro de contención muy grande para mí, siempre entrometiéndose.

¿Qué sientes entonces? ¿Que deberías haber “sufrido” más por tu arte o algo así?

Oh, no, en absoluto. No a ese nivel. Simplemente sigo encontrando que mi punto de vista se enceguece y se estrecha todo el tiempo. Estoy tratando continuamente de abrirlo, de romperlo y destruirlo: y es entonces que se pone peligroso, supongo yo.

Pero ¿no entiendes mejor tus propias facultades creativas ahora que cuando empezaste a escribir? ¿Al menos una parte de la atención más crítica que recibes de los medios no te ayuda a ese respecto?

No lo sé, sabes. Hay unas pocas revistas o periódicos o programas de televisión que tratarían sobre mí al mismo nivel que, por ejemplo, lo haría tu publicación. En la mayoría de los medios estoy completamente suprimido. Lo estuve durante años. Nunca fui nada aparte de Ziggy Stardust para los medios masivos de comunicación.

¿Tienes planes de salir de gira?

Sí, la próxima primavera. Digo esto siempre y espero que suceda, quiero tocar en sitios más pequeños. Creo que esto, para el concierto, será de gran ayuda; me estimula actuar en ambientes más pequeños.

¿No sientes que eres demasiado viejo ya para escribir canciones de rock?

Ya no sé qué parte de ello sea rock. ¿Música entonces? No creo que sea demasiado viejo para escribir la música que escribo en cualquier caso (ríe). Eso fue algo extraordinario que decir. Quiero decir, Dios Santo, ¿cuándo fue la última vez que escribí una canción de rock? ¿Lo recuerdas tú? Estoy jodido si puedo recordarlo.

Depende. Si pones uno de tus últimos álbumes junto a uno de Van Halen, obviamente no estamos hablando de lo mismo.

Bueno, ahí vamos. No creo que yo trate de revitalizar ahora la misma energía y la sensibilidad que, digamos, Ziggy. No trataría de hacerlo nuevamente, porque no tengo la misma positividad dentro de mis creaciones ya. Es decir, ese tipo de confianza tan juvenil y la arrogancia de aquel período. Él ya lo hizo con mucha modestia (ríe). No puedo escribir como un joven.

Pero te diriges a los jóvenes, ¿qué hay de “Because You’re Young” de Monsters?

Creo insistentemente que tener un hijo de 9 años me pone en un lugar desde el que puedo tratar de hablarle a un grupo de una edad por la que pasé.

¿Crees que parte de tu público creció junto a ti, por así decirlo?

No necesariamente. Mi público disminuyó notablemente con el paso del tiempo.

¿Te molesta?

No, en absoluto.

¿Te molesta financieramente?

Sí. En esos términos hacer algo así no es algo que uno haga por la cantidad de dinero que los rockers pueden cobrar. Y además, claro, nunca hice dinero con las giras. Nunca. Nunca.

¿Por qué crees que la gente sigue encontrándote interesante?

Eso tendrías que responderlo tú. Ni siquiera me atrevería a responder eso.

¿Porque no quieres?

Porque no quiero, y no quiero porque no puedo. Es algo que realmente no me interesa tratar de desentrañar. Creo que preferiría mucho más pasar mayor cantidad de tiempo desentrañando si aún yo sigo interesado en mí, si aún siento, si aún me vinculo, si aún tengo alguna capacidad de comprensión acerca del sitio en el que estoy inmerso, esa zona muy pequeña de la sociedad en la que vivo físicamente. Para mí eso es mucho más interesante. Para serte honesto, que yo pueda transmitir mis propias dudas por medio de una pieza de música, pese a que se vincule con un público, es el lugar donde acaba mi responsabilidad. No puedo hacer otra cosa que escribir sobre cómo me siento respecto de las cosas o sobre cómo yo… sobre qué clase de idea ambigua tengo sobre dónde me encuentro y lo que realicé.

Dices que todo eso hace que te veas… vulnerable… bastante inseguro de ti mismo. Pero, ¿puedes redactar una suerte de directriz moral de tu obra? ¿Sientes que alguien como tú, que se expuso al escrutinio público, tiene algún tipo de responsabilidad de esa manera?

No creo que vaya por cuenta de una sola persona. Se convierte en una responsabilidad colectiva. Porque, guste o no, lo que sea que yo haga o diga va a ser interpretado de una manera justa o injusta por los elementos disparatados de los medios. De modo que la responsabilidad no es solo mía y yo tengo que considerar cómo debería contribuir, y aventurarme a acertar la forma en que esa responsabilidad deba ser manejada. Tal como digo, aún se siguen refiriendo a mí como el bisexual de pelo anaranjado. Bien, eso es lo que soy aquí. Y punto. Nada. No hay nada más. Después de todo (ríe), si alguna vez existió un país de estereotipos e íconos, este es uno de ellos. Si no caes radicalmente en un confinamiento o departamento, te señalarán hasta que encuentren algo tan superficialmente concreto para que se convierta en la bandera que van a flamear.

O en el ataúd donde enterrarte.

Absolutamente. Mucho más en Inglaterra o en Europa en general. El otro pueblo que tiende a hacer eso, por mucho que me gusten, son los japoneses. Siempre salen con ismos también.

Pero allí el proceso es al revés, el Japón que fue invadido culturalmente por Estados Unidos.

Oh, seguro. Y desde luego que hay un gran antiamericanismo allí.

¿Qué es lo que sigue fascinándote de Japón?

Para mí, es una representación física –o bien yo puedo leerlo en esos términos– de los grandes avances modernos equilibrados precariamente con un viejo modo mitológico de pensar y ser.

¿Te atrae la teatralidad externa del viejo modo de vida japonés? Digo, como el jugador de Go que vive toda su vida basándose en las reglas del juego, y se vuelve experto y dotado en él conforme envejece, la definición de esa suerte de libertad abnegada que concibe que cuanto más te subordinas a una determinada disciplina, más libre eres.

Oh, sí, mucho. Me atrae superficialmente, pero no es algo que yo pueda manejar (ríe). Sí, dar un paso hacia atrás y observar algo que siento que habría tenido lugar en mi vida en algún momento. Algo así…

¿A qué te refieres con eso?

A cuando estaba coqueteando con el ideal del budismo, que es también un conjunto de valores y disciplinas a las cuales debes adherir de forma estricta. En ese entonces, yo tenía alguna idea de mi camino, de mi potencial, con la naturaleza… y deseaba abocarme a ello. ¿Qué dice Merrich sobre las verdades? Que son “restricción, gobierno y castigo” (ríe). Es ese elemento de autoflagelación una vez más en mí…

¿Tiene además algo que ver con la idea del sentir del hombre occidental, típicamente culto pero insatisfecho, envidioso de las verdades “simples”, por así decirlo, de la rigurosa religión oriental? ¿Sientes eso de alguna forma?

Sí, lo siento, sí. No es infrecuente que me despierte una mañana fría y desee estar en Kioto o algún lugar así, y en un monasterio zen. Ese deseo dura al menos los cinco o seis minutos antes de ir a fumar un cigarrillo y tomar un café y (ríe) salir a dar un paseo por la calle para quitármelo de encima. Esa idea de estar controlado por un conjunto de valores estéticos es recurrente en mí. Aún tengo la quimera de que, cuando sea viejo, me marcharé al Lejano Oriente a fumar opio y llegar a una suerte de felicidad vaga y eufórica.

¿Reencarnarías?

Creo que tendría que hacerlo (ríe)… muchas, muchas veces.

¿En qué te gustaría volver?

Lo que yo quiera ser y aquello en lo que pueda convertirme son venenos de tazas muy diferentes (ríe). Veamos, ¿quién quisiera ser? Dios santo… bueno, no sería Lou Reed (lanza una carcajada). Pero… probablemente sería un periodista de rock and roll.

Bueno, a mí no me gustaría ser David Bowie.

(Riendo) No, nadie reencarna en David Bowie. Estoy bastante seguro de eso.

  

 

Publicación original: Angus MacKinnon | 13 de septiembre de 1980, New Musical Express (Reino Unido). Tomada de:

 

 

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