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Daniel Guebel: "Me entregué al azar de la narración"

Y su última novela, Enana blanca

La joven editorial Obloshka publica una novela breve del Premio Nacional 2018, que forma parte del “ciclo oriental en la narrativa de Daniel Guebel” junto a La perla del emperador. "Lo real en tanto dado me produce en lo inmediato menos interés en el arte combinatorio; cierta distancia, cierto anacronismo, me permite imaginar más", respondió a Gonzalo León.

Por Gonzalo León. Foto de Manuela Martínez.

 

Daniel Guebel (1956) viene de haber obtenido el año pasado el premio de la crítica de la Fundación El Libro por su novela El hijo judío, cosa que no es nada rara en este autor que siempre cuela los suyos entre los mejores libros del año. Ahora, la joven editorial Obloshka publica Enana blanca, una novela breve que forma parte, como consigna la contratapa, del “ciclo oriental en la narrativa de Daniel Guebel” junto a La perla del emperador.

La historia trata del astrónomo chino Chiang Kwai Feing, quien descubre una supernova en plena Edad Media y que cree que debido a su brillo intenso y creciente el fin del universo está cerca, por lo que escribe un poema cosmológico. El poema es copiado por su amante Mei Nung y enviado al eunuco de la corte imperial, a cargo de los servicios de inteligencia. La lectura que hace el funcionario es errónea y lo lleva a interpretar que ese poema en realidad es una conspiración contra el emperador, por lo que hay que eliminarlo antes de que concrete sus planes.  

Estos zigzagueos continúan y al final cuesta saber de qué se trata Enana blanca, salvo que es una metáfora de la creación literaria. Es decir, así como nacen y mueren estrellas, así también nace y muere la creación literaria, y obviamente ésta es mucho más pequeña e insignificante que el universo. Se trata entonces de un impulso fugaz, y mientras lo sentimos hay que aprovechar ese impulso. Así ocurrió la creación de esta novela y esto es lo que, entre otras cosas, cuenta Guebel en esta entrevista.

 

 

Así como César Aira tiene varias líneas en su proyecto de obra –una gauchesca, una que aborda problemas literarios, otra ensayística– una de las zonas de tu obra tiene una clara línea oriental: La perla del emperador y Enana blanca están en esta línea. ¿Cómo pensás esta parte oriental de tu obra?

Supongo que en principio fue la fascinación infantil por el oriente, el influjo de Borges, que tiene que ver con una frase que ya no recuerdo dónde la escribió: "Situé esta historia en la India para que su inverosimilitud fuera tolerable". Digamos que cierta distancia me permite el despliegue de mayores recursos imaginativos y también una idea de “cuanto más lejos más cerca”. No es que piense mucho en los textos una vez publicados, pero hace poco, de golpe, me fijé en la situación del país: ¿esta historia no es el relato de un apocalipsis que la Argentina siempre está a punto de ocurrir? Y, por otro lado, ¿la relación entre el eunuco y el emperador no es la relación entre Perón y López Rega? En uno de mis libros, La carne de Evita, escribí que el peronismo es nuestro cuento oriental. Es decir, una serie de operaciones que realiza el peronismo son operaciones del lejano oriente, y me parece que aquí ocurre lo mismo. Por supuesto, no estoy diciendo que Enana blanca es un texto sobre el peronismo, sino que hay funcionamientos homologables.

Para seguir con Borges, me viene a la mente eso de que en el Corán no hay camellos, y en esta novela, a excepción de los nombres de los personajes, no hay muchos camellos, o color local digamos. En ese sentido la historia podría transcurrir en cualquier parte.

En realidad la remisión a China es estrictamente histórica, la primera página de Enana blanca es absolutamente literal. Desde hace años que yo quería escribir una biografía de Tycho Brahe, que era el matemático, astrólogo y astrónomo danés más importante del periodo precopernicano, y en el 1572 descubre la supernova que ahora lleva su nombre, la SN 1572. Le pasó lo que yo cuento: que en un combate con espadas le cortaron la nariz y vivió el resto de su vida con una prótesis de oro y plata tapándole el agujero. Yo me siento a escribirla y doy por hecho que es una novela biográfica, pero buscando material leo que esa supernova ya había sido descubierta dos siglos antes por astrónomos chinos y coreanos. No sé por qué elijo China, y en ese momento me largo a contar la historia del astrónomo chino sin tener la menor idea y me olvido de Tycho Brahe. Es decir, no había ninguna determinación de la voluntad, me entregué al azar de la narración, que es como me gusta que vayan los libros.

Y ese azar de la narración se nota, porque en un comienzo uno cree que la novela trata de la historia de este astrónomo chino, pero pronto ve que no. Luego uno cree que se trata de una intriga o un secreto, pero pronto ese secreto es develado. Y como todas las expectativas van fracasando, al final uno tiene la sensación de que Enana blanca se trata de la creación literaria, es decir de escribir.

Sí, exactamente. Así como una estrella explota y su luz se expande después de su muerte. Y sí, se trata del acto puro de escribir, además ahí me encontré con algo a lo que nunca había podido acceder, que es escribir un poema. Y uno lee el libro y tiene veintipico páginas de poemas cosmológicos.

Como la novela tiene varias capas de sentido, en una de ésas pensé que los poemas no los habías escrito tú.

No, espérate. En principio, lo que hay en los poemas es información cosmológica. Había una poeta, Marianne Moore, que escribía sus poemas recortando palabras de los afiches turísticos. Yo escribí esos poemas recortando frases de información cosmológica, más lo que yo agregué. Las disquisiciones sobre el amor son disquisiciones propias.

¿Vendría siendo algo parecido a la escritura no-creativa de Kenneth Goldsmith?

No lo conozco y no sé qué es eso.

Básicamente una escritura que favorece el plagio, la intertextualidad, el montaje… mucho más que invención.

No sé cómo se puede hacer ese distingo, porque el acto de apropiación, el plagio y el montaje son actos creativos, no es el primer texto en donde trabajo así. Hay un texto publicado en Eterna Cadencia que se llama El caso Voynich, que es una novela donde combino información que está en las redes sobre un manuscrito medieval cuya existencia es históricamente cierta, y que hasta hoy día ha sido mi libro más arduo y más intelectual.

Recurres a las redes y para algunos, entre los que no me cuento, eso contrasta con la imagen de Borges consultando la Enciclopedia Británica, que sería una imagen de seriedad.

¡¿Quién dice que recurrir a las redes es poco serio?! Pero en Borges tenés un ejemplo. Si uno lee las críticas de Borges a libros que publicaba en El Hogar ahí uno encuentra el nudo de alguno de sus mejores textos. ¿Pero qué son? Son lecturas críticas que hace sobre obras ajenas, de las que después se apropia y transforma, enriqueciendo y condensando. En ese sentido actúo igual que Borges. Con la ventaja de que estoy vivo, por ahora no estoy ciego y no me fumé a María Kodama [risas].

Bolaño, en un cuento incluido en El gaucho insufrible, plantea la posibilidad de leer a otro escritor como si uno fuera un detective, entonces cuando mentalmente resuelves el crimen se abandonaría la lectura…

Primero una confesión: Bolaño es uno de los autores que menos he leído, con el perdón de los chilenos. Pero por lo que entiendo, vos decís que cuando otro escritor lee rastrea el sistema o el procedimiento del colega que está leyendo.

Habitualmente una novela a medida que transcurre la incertidumbre que te plantea va disminuyendo y en el caso de esta novela la incertidumbre aumenta, unido a los ideogramas chinos, que son varias páginas.

No sé, pero lo chino es una traducción del poema al chino. Te garantizo que es lo que dice, aproximadamente. Ahora bien, si hacés la operación inversa y ponés esos poemas en chino en Google Translate y los pasás al castellano vas a encontrar algo bastante parecido, pero no idéntico. Pero en relación a la política detectivesca sobre el texto no hay manera de reconstruir el procedimiento –si uno busca el enigma del procedimiento y no el puro acontecer de la historia narrada- porque el procedimiento se hizo solo, yo no busqué nada por anticipado, no predeterminé nada, y me lancé a algo que no sabía lo que era. De hecho sólo veía la frase siguiente.

¿Cómo llegaste a la astronomía y a ese mundo, que tiene sus propias reglas?

En rigor es la astronomía y la cábala, porque las conversaciones entre el astrónomo Chiang Kwai Feing y su amante Mei Nung son de orden cabalístico, no de orden taoísta.

¿Qué papel jugó la lectura en esta escritura? Me recuerda a Borges: libros y lecturas, donde se ve cuáles fueron los libros que Borges leyó no sé si como inspiración pero sí momentos antes de la escritura de algunos de sus cuentos.

Antes de comenzar Enana blanca, en unas vacaciones leí La cábala y su simbolismo, de Gershom Scholem, y mientras lo leía pensaba cómo hacer una novela con estas discusiones. Después me olvidé. Cuando aparece Enana blanca en mi horizonte voy corriendo a buscar ese libro, porque recordé el momento de ese placer de lectura originario, y de ahí tomé algunas cosas sobre Dios y la creación del Universo. Ya no era una novela sobre la cábala, ahora ni recuerdo lo que había imaginado en esas vacaciones.

Insisto: leer textos que no son literarios me hace pensar que eres un lector borgeano.

Puede ser, pero Borges ya no tiene la culpa de eso. Fijate: el primer poema que escribe Chiang Kwai Feing comienza como "Sombras sobre un vidrio esmerilado" el cuento de Saer. No quise ni burlarme ni apropiarme de Saer: en mi recuerdo me aparece el interés que me había producido cómo un narrador desplegaba la construcción de un poema, cómo convertía el poema de una mujer, una poeta que está viendo a su cuñado, un hombre que se está bañando, a medias oculta tras una mampara de vidrio esmerilado, en un proceso de escritura narrativa. No me acuerdo de nada de ese cuento, pero sí del sistema de reflexiones y correcciones que hace ella a medida que va escribiendo mentalmente el poema. Y en ese sentido ese pequeño poema de Chiang Kwai Feing, que es como un disparate romántico, es leído, (y aquí vamos a lo que planteaba Bolaño a leer como detective), el lector privilegiado de la producción estética del astrónomo es el eunuco que lee de manera paranoica el poema y le produce sentidos conspirativos que no están en la intención de su autor. Hay dos lectores en realidad: Gong Li, el eunuco, y el emperador, que es un lector más sensato porque tiene experiencia.

En los cuentos de El ser querido hay varias marcas pop en los cuentos -la mesa de Mirtha, la gomina o gel Lord Cheseline, Felisberto Hernández- pero en esta novela no hay marcas pop. ¿A qué se debe eso?

Lo que pasa es que El ser querido es un libro que tiene 30 años, ya ni sé qué hacía en aquel entonces. En ese libro hay un cuento, "Flores para Felisberto", que escribí a los veinte, o sea que ya tiene 43 años, y ese cuento es la puerta de entrada de un libro que escribí 23 años más tarde, que es El absoluto.

Vuelvo al comienzo, ¿por qué preferiste entonces una época tan alejada?

Lo que pasa es que lo real en tanto dado me produce en lo inmediato menos interés en el arte combinatorio; cierta distancia, cierto anacronismo, me permite imaginar más. En el fondo es eso.

La actitud del astrónomo chino me recordó el programa Cosmos, de Carl Sagan, que decía que ante la inmensidad del universo, la vida humana era nada, y el astrónomo chino no hace nada para salvar su vida, como si lo importante fuera la inmensidad del universo.

Hay un acto doblemente demencial: primero revelar la cercanía del fin del mundo por parte de un astrónomo y por parte del poder, pretender ocultarlo. Si el fin del mundo está cerca, ¿qué sentido tiene impedirlo? Solo disparar la máquina narrativa.

Juan José Becerra dijo en una entrevista que su generación, es decir él, Martín Kohan, María Sonia Cristoff, se sintió más libre de escribir novelas porque en buena medida la generación precedente, es decir tú, Sergio Bizzio, Alan Pauls y Matilde Sánchez habían demostrado que escribir novelas era posible, en el fondo que fueron una especie de dique de contención ante el imperio Borges.

Yo no puedo dominar los efectos de lo que hago ni menos lo que hace mi generación, pero supongo que cada cual frente a la influencia de la figura más poderosa tiene sus propias estrategias para abrirse camino, en principio el efecto Borges en mí fue un efecto creciente en el tiempo. Lo conocí estando vivo, lo leí vivo y, es más, acompañé a un amigo a hacerle una entrevista, en la que estuve callado todo el tiempo y, cuando nos despedimos, Borges le da la mano a él, le da la mano al fotógrafo, y le doy la mano yo. Entonces Borges dice: “¡Ah, había otro!”, y agregó: “El hombre invisible”. Borges es la lectura más duradera. Lo primero que leí de él es el cuento "La casa de Asterión" en una antología del cuento argentino y no me pareció nada, bastante flojo era, en esa época yo estaba dominado por el realismo mágico latinoamericano, por Cortázar, etcétera. Pero lentamente Borges fue haciendo desaparecer esas otras lecturas, empezó a tener una pregnancia tal que borró todo el resto en términos que de ellos ya no hay relectura y de Borges sí. Borges sigue siendo Dios sin ateos en mi tierra. Como la madre.

 

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