Cecilia Fanti: "Mi criterio fue un poco pulsional y caprichoso"
Serie de entrevistas a libreros
Miércoles 21 de febrero de 2018
Rescató la librería Céspedes del cierre y acaba de publicar La chica del milagro, libro debut de Rosa Iceberg editora en el que narra los 35 días que pasó internada luego de un accidente. "Las mujeres ya somos una minoría, y la enfermedad duplica esa marginalidad, de algún modo. Hay una manera de exponer y de contar eso que para mí es muy propia de lo femenino".
Entrevista y foto Valeria Tentoni.
Desde agosto de 2017, Cecilia Fanti es la dueña de Céspedes: una pequeña librería en Belgrano que alberga 5000 ejemplares cuidadosamente seleccionados y expuestos con la misma delicadeza con que se distribuirían en una galería de arte. Céspedes había sido abierta por su dueña original en agosto de 2016, pero antes de cumplir el primer año de vida decidió cerrarla. "Yo estoy acá un poco de casualidad", avisa Fanti. Un mensaje al pasar de una amiga en un grupo de Whatsapp hablaba del cierre del local. "Yo estaba sentada en la oficina en la que trabajaba y pensé: ‘Tengo que hablar con esta chica’". No la conocía, sólo había ido una vez a la librería en una lectura.
Al poco tiempo estaba sentada frente a su jefa, contándole que a fin de mes dejaba el puesto. "Abrí a lo guapo, con lo que había quedado, porque con todas las devoluciones no había casi libros. Algunos amigos editores me trajeron sus cajas ese día. Se fue armando de a poquito", recuerda. Fanti es, además, autora de La chica del milagro, libro con el que debutó la editorial Rosa Iceberg y que debieron reimprimir pocas semanas después del lanzamiento.
Antes de publicar su primer libro, pasó por Letras en Puan, por la Maestría en Escritura Creativa de la UNTREF, formó parte del comité editorial en Garrincha, fue docente y se metió en el estómago de la ballena del mercado editorial en Random House para salir de todo eso por la puerta de vidrio que separa la vereda de su librería. Una puerta que cruza todos los días salvo los domingos, que es cuando más escribe. En el medio, tuvo un accidente que la postró durante un mes en un hospital. Y millones de dudas acerca de si escribir sobre eso era o no avanzar sobre la intimidad y el corazón de quienes la rodearon durante esos días.
¿Cómo te decidiste a dejar tu trabajo y abrir una librería?
No es que el trabajo necesariamente me desagradara; yo estaba muy cómoda ahí, pero me había empezado a pasar algo... Yo estaba trabajando cada vez menos con libros, y eso me empezó a afectar de manera más vital, a nivel desgano. Yo trabajaba directamente con el departamento de marketing, más con las campañas alrededor de los libros que con los libros propiamente dichos. Sentía que estaba trabajando cada vez más en una empresa que en una editorial, y necesitaba volver al vinculo vital con el libro. Al principio hay algo muy estimuante al conocer todo el proceso: estás como en el vientre de la ballena. Es un momento para aprender.
Estudiaste Letras, ¿cómo fue tu carrera?
Estudié Letras en Puan. Dejé la carrera un montón de años y me recibí recién el año pasado. Yo fui a un colegio perito mercantil, nada que ver, y siempre me sentí un poco sapo de otro pozo. Mi familia es súper lectora, en mi casa estaba rodeada de libros, y yo era bastante tímida y lo único que verdaderamente me gustaba era leer y escribir. Todo el mundo en el colegio me decía que me iba a morir de hambre; me anoté sin tener tampoco mucha idea de qué era el programa de la carrera. Fue todo una sorpresa. El primer cuatrimestre lo padecí bastante. No entendía nada. Fue un shock y un desafío. Los primeros cuatro años estaba ahí todo el tiempo, estudiando, aprendiendo, leyendo. Pero dejé de escribir.
¿Y cuándo habías empezado a hacerlo?
Siempre escribí con formato diario, es una práctica que tengo incorporada. Y después escribía cuentos, participaba en concursos escolares o barriales. Pero cuando entré a Puan dejé. Volví a escribir cuando me empecé a alejar un poquito de Puan y me empecé a acercar más al mundo de los talleres.
En Puan, ¿se lee algo de autoficción?
Depende mucho del programa que te toque, en general las cátedras arman un eje temático y alrededor de ese eje se da el resto de la materia. Es esencialmente canon. Pero también puede ser la autoficción de autores canónicos. Recuerdo mi primera lectura de París era una fiesta, fue en Literatura Norteamericana. Pero era Hemingway, qué se yo, y me parece que en la literatura norteamericana está más integrado o ya pasó la rompiente de ese debate de la autoficción que acá todavía está, ¿es literatura, no es literatura? Hay un debate que para mí ya está zanjado, pero cada tanto veo que vuelve y se discute sobre el valor literario de algo autobiográfico o de la literatura del yo. También leímos La autobiografía de Alice B. Toklas, de Gertrude Stein. Me acuerdo que en Literatura Argentina II el eje era la violencia y el programa estuvo buenísimo pero había una sola mujer en todo el programa, y era Griselda Gambaro. Ojalá haya cambiado algo de todo eso.
Y en ese momento, en las aulas, ¿se preguntaban por qué no había mujeres?
Creo que no. Hubo algún comentario, pero no mucho más.
Después seguiste en la UNTREF.
Claro, hice la Maestría en escritura creativa de la Untref. Dejé Puan en 2010, me faltaban un par de finales y una materia. En 2011 me dediqué a ir a talleres. En ese momento formamos Garrincha con Santiago Llach, Cucurto, todo un grupo de gente amiga de Santiago, de los talleres. El suyo fue mi primer taller literario. Tuve un breve paso por el taller de Esteban Schmidt, volví al de Santiago, y más adelante también fui al taller de Federico Falco. Y fue como todo un despertar; medio que me olvidé de Puan, no me sentaba a estudiar. Yo tenía una formación recontramil clásica, no había leído nada de mis contemporáneos. Leí a Fabián Casas en 2009, por ejemplo. La carrera es muy canónica, y el entrenamiento fuerte es para convertirte en crítico. Es cierto que yo era bastante ratón de biblioteca: había colectivos, estaba la revista El interpretador, que estaba Juan Diego Incardona, y todos ellos estaban recontra empapados de lo que estaba pasando en el mundillo literario actual. Yo era medio ajena: iba a Puan, estudiaba, volvía a mi casa. Siento que me tuve que poner a tiro, que llegué re tarde. Me acuerdo que en 2008 tenía un novio que me dio Opendoor de Iosi Havilio y ahí lo descubrí. Fue todo un mundo de descubrimientos. Pero cuando tomé la decisión de hacer la maestría, te exigían un título de grado entonces dije bueno, vuelvo.
¿Durante la maestría empezaste a escribir La chica del milagro?
No, antes. La chica del milagro la empecé a escribir en 2012, apenas salí del sanatorio. Cuando empecé la maestría, yo ya tenía mucho escrito. Hubo distintas etapas de escritura: la primera, para mí la menos valiosa, era la catarsis post accidente. Una escritura cien por ciento documental. Luego vino una con el trabajo en los talleres, y también con la distancia y el tiempo, las lecturas sobre la temática, que para mí fueron fundamentales a la hora de pensar cómo mirar, qué mirar, dónde detenerme, cuándo vale la pena hacer alguna construcción más metafórica, cuándo no.
¿Qué libros leíste?
A Susan Sontag, de hecho uno de los epígrafes del libro es suyo, de La enfermedad y sus metáforas. Joan Didion. Sylvia Molloy. Virginia Woolf. Catherine Mansfield. Mujeres, básicamente.
¿Por qué te rodeaste de mujeres para contar la enfermedad?
Mi mapa de lecturas se armó un poco de casualidad, y también creo que hay algo de la enfermedad en la mujer que te vuelve doblemente menor. Las mujeres ya somos minoría, y la enfermedad duplica esa marginalidad, de algún modo. Hay una manera de exponer y de contar eso que para mí es muy propia de lo femenino. Hay libros muy hermosos, como el de Mauro Libertella que cuenta la muerte de su papá, hay libros muy lindos que abordan el dolor, la enfermedad, la pérdida, el cuerpo, escritos por hombres, pero mis lecturas fueron esencialmente femeninas. Hubo muchas lecturas que hice recomendadas en la maestría, que fue muy rica en ese sentido. Yo ahí ya venía escribiendo textos -porque el libro vino después- sobre el accidente y sobre la experiencia, y en la maestría vas ganando herramientas.
¿Y cómo apareció la editorial?
Seguí escribiendo, hasta que en un punto uno de los textos llega a las chicas de Rosa Iceberg, y después de un par de meses Marina Yuszczuk me escribió preguntándome si tenía más material. Y yo le dije que sí, que tenía un montón de material, que lo tenía todo desordenado y que le podía mandar un Word de un montón de páginas pero que eso había que revisarlo, armarlo. Faltaba reescribir mucho. Ese material crudo les gustó y nos juntamos en Los Galgos en agosto. Me preguntaron si para diciembre podía tenerlo listo y yo me comprometí a intentarlo. Trabajé incansablemente, muy codo a codo con ellas, sobre todo con Marina, en el ida y vuelta. Fue buenísimo el proceso de armado del libro. Y cuando estuvo ya armadito ahí empecé a ver los huecos, cositas que iban faltando, y hacia finales del año yo todavía no lo tenía terminado al libro. Cuando el Ideame estaba ya a punto de salir, escribí los últimos dos textos. Cerré los ojos, y lo mandé. Así que en el libro conviven materiales desde 2013 hasta 2016.
Cuando decidiste entonces que ibas a publicar el libro, ¿tenías dudas con respecto al material, a si publicarlo o no?
Cuando lo entregué completo, fue a lo guapa. Tuve un pequeño dilema sobre si debía o no mandar el original a las personas que se convierten en personajes en el libro, las personas reales que existen en este mundo real y que en esos treinta y cinco días que están congelados en el libro son personajes. Fue un dilema que no pude resolver, y decidí no resolverlo. Había leído a Carrére hacía poquito, y él contaba la diferencia entre uno y otro, y que en De vidas ajenas él mandó el manuscrito antes de publicarlo y estaba dispuesto a cambiar absolutamente todo lo que estuvieran en desacuerdo los personajes que todavía estaban vivos implicados en el libro; a diferencia de El adversario. En ese caso le había mandado el manuscrito y le había dicho: "Usted no tiene ni voz ni voto". Decidí no hacer ninguna de esas dos cosas. No se lo mandé a ninguno de los implicados.
Los médicos, tu papá, tu mamá, ¿lo leyeron al libro?
Mi papá lo leyó, mi ex novio que está en el libro lo leyó, mis médicos uno lo leyó, el otro creo que no. Y mi mamá no. Lo tiene, pero no está dispuesta a leerlo. A ella le cuesta mucho verle el valor literario, lo padeció mucho. Yo vi a mi mamá envejecer en 35 días por el estrés, el dolor y el miedo. Así que ella vino a la presentación y todo pero no, todavía no lo leyó. Y antes de publicarlos no se los mandé porque a mí me costó mucho romper esa barrera, la del pudor, la del contar descarnadamente, sin pensar en cómo podía eso afectar a nadie. Y no quería que eso volviera. Finalmente todo el mundo lo tomó muy bien.
No es un libro cruel con ninguno de los implicados.
No, no es un libro cruel, pero es la intimidad de los otros y ahí hay algo; uno se arroga un derecho ahí. También es tomar esa decisión: esto es esto, mi mirada de esos días en la cual obviamente hay un recorte para poder convertirlo en libro, en literatura, en una novela, en autoficción. Al final, con todos esos miedos, nadie se lo tomó mal y mi papá se lo regala a todos sus amigos.
Después de tu primer libro, ¿qué estás escribiendo?
Estoy con dos proyectos. Uno es terminar una novela que empecé a escribir hace muchos años, una novelita de aventuras, más barrial que otra cosa. Me cuesta mucho. Después estoy haciendo otro trabajo más vinculado con la autoficción: mi mamá creció en una colonia rural, y mi papá estuvo pupilo en Esperanza, Santa Fe, muchos años, y estoy recuperando todas las historias de su infancia para armar con eso algo, que no sé si va a tener alguna pata audiovisual.
¿Escribís acá en la librería?
Acá a veces hay días muy tranquilos que me permiten escribir, o por lo menos tomar algunas notas. Pero en la librería sobre todo leo, y después escribo en casa, sobre todo los fines de semana, el domingo, que no vengo acá, o a veces a la noche. La liberia como espacio me sirve mucho para leer.
¿Qué tipos de lectores llegan?
Hay mucho lector recreativo que viene a buscar una recomendación, viene con la certeza de que se va a ir con un libro que le va a gustar, y hay lectores que vienen por primera vez y entran a buscar libros más comerciales, que yo no tengo. Y esa también es una decisión. Decidí no tener literatura comercial. Por una cuestión de espacio y porque en principio quiero ofrecer un catálogo que yo leería, que a mí me guste recomendar y que yo conozca, con el que me sienta cómoda en mis ideales, por decirlo de alguna manera. Y a veces ese lector que buscaba un libro comercial se termina llevando un libro más literario, y eso está buenísimo. Hay lectores después que vienen decididamente a buscar x libros y si ese libro no está no negocian con otro similar. Vienen muchos niños, hay muchos colegios por acá. Se construyó algo muy lindo que está dado por el barrio, que ya incorporó a la librería. Y después hay mucho heavy reader que viene a buscar libros nuevos toda las semanas.
¿Cómo armaste tu yo librero? ¿A qué librerias ibas de chica?
Iba a librerías de usados todo el tiempo. Por un lado, mi papá estaba asociado al círculo de lectores, por lo tanto venía todos los meses una señora muy petisita con una revista, la dejaba, y de ahí podíamos seleccionar dos o tres libros. Mi papá siempre elegía un par y en general mi hermano y yo podíamos elegir otro. La primera experiencia es que la librería venía a casa. Pero además, mis papás todas las noches después de cenar salían a caminar. Vivíamos en Belgrano, y salíamos a caminar por Cabildo todos para el lado de Saavedra. Y en ese momento las librerías de Cabildo funcionaban un poco como las librerías de calle Corrientes; estaban abiertas hasta muy tarde, entonces esa caminata se convertía en un recorrido por librerías y terminaba siempre comprando dos o tres libros de saldo. Mis primeros botines literaros eran de liberrias de usados. Y después, ya de más grande, me agarró la obsesión de Parque Rivadavia y Parque Centenario, de buscar esas joyitas cuando uno empieza a tener fetiches o libros inconseguibles, inhallables y agotados. Y después Libros del Pasaje, Eterna Cadencia; mi librero favorito en el mundo es Fernando de la Galerna de San Telmo, que me quedaba a la vuelta del trabajo e iba todo el tiempo. Mi criterio fue un poco pulsional y caprichoso, mi yo librero se está construyendo todavía. Que te encante leer y que te encanten los libros no es lo mismo que estar de este lado y tener que tomar la decision de qué ponés en la vidriera y qué ponés en las estanterías, qué ofrecés primero, cómo armás tu mesa. La mesa de exhibición de acá no son novedades, son un poco los libros que a mí más me gustaría recomendar en este momento, y los voy rotando.Este momento es muy estimulante para mí porque estoy aprendiendo mucho, me falta un montón.