Caminar: un género literario
Por Luis Gusmán
Martes 02 de mayo de 2017
"Se caminó antes y después del flȃneur, antes de la prescripción médica, cuando el caminar era posesión del viajero o el meditabundo, antes de que la medicina o el deporte se apoderaran de esta actividad demasiado humana".
Por Luis Gusmán.
El caminante es un tópico que el flȃneur de Benjamin parece haber creado de la nada. La historia de la literatura suele incurrir en estas tropelías. Por supuesto que no se puede confundir a Benajamin con los benjaminianos. Basta imaginar la escena de algunos personajes de un dialogo de Platón, o una conversación entre sofistas, para imaginar cómo sus pasos, no sé por qué los imagino silenciosos, levantaban una brizna imperceptible de polvo.
Imagino la caminata de Moisés por el desierto, a Jesús y a sus apósteles evangelizando mientras caminaban por Galilea, lo imagino al judío errante, y a Frankenstein deambulando tambaleante y torpe por el bosque y un camino de hielo. ¿Por qué no los peregrinos de Chaucer y la cruzada de los niños? Y a los locos de los pueblos caminando desasosegados, aparentemente a la deriva, pero sin poder escapar del círculo de su infierno.
Este breve recorrido, esta indicación, muestra que siempre se caminó. Se caminó antes y después del flȃneur, antes de la prescripción médica, cuando el caminar era posesión del viajero o el meditabundo, antes de que la medicina o el deporte se apoderaran de esta actividad demasiado humana. Esta introducción nos señala que ya entramos en el recorrido al que nos invita el libro de Scott: Caminantes.
El epígrafe de Kafka que inaugura la caminata, es la flecha que indica la dirección a tomar como un letrero al principio de un camino: “La historia de los hombres es un momento, entre los pasos de un caminante”.
La cita de Kafka introduce el tiempo. El momento entre un paso y otro. Los pasos apagados son señal de suspenso, los pasos tenues son pasos de ballet. Pero, ¿cómo son los pasos del caminante? Para Scott, el caminar mal, se opone al paseo que introduce el paisaje que desvía e interrumpe no solo la mirada del paseante, sino su marcha.
En el punto de partida, los caminantes de la ruta de Scott son escritores y poetas. Sebald, Rimbaud, Wilcock, Borges. Y una mujer, la poeta Diana Bellesi.
Primero argumenta por la figura de la inversión: “flȃneur es un atributo de las ciudades, de las Metrópolis y no al revés. La ciudad inventa un caminante que puede ser un taxi driver, o un músico de subte”.
El primer caminante del libro es un personaje de un cuento de Poe: El hombre en la multitud. Por lo tanto, hay un pasaje del caminante fantasmal de Poe, al flȃneur de Baudelaire. Scott elije paseantes fantasmales, caminantes siniestros, gemelos caminantes. El hombre en la multitud, es una ráfaga negra. Entonces ensaya una hipótesis: el hombre en la multitud, es el mellizo horrible, el gemelo absurdo y desfigurado del flȃneur parisino. Pero es en este punto, donde invierte la cuestión cronológica, quizás esté utilizando la lógica retroactiva de Kafka y sus precursores: “El flȃneur es un fantasma. ¿Una célula muerta? No. Una molécula falsa y vital. Un traidor”.
Scott prosigue con el itinerario de sus caminantes escritores y cita una frase genial de Sarmiento, elegida con ojo de poeta de un texto de Jorge Fondebrider, La París de los argentinos: “El flȃneur persigue también una cosa que él mismo no sabe qué es”.
Sarmiento demistifica al flȃneur de Mansilla, y se anticipa a ese mundo de viajantes dobles que describió David Viñas en su libro de: Sarmiento a Cortázar: “Por eso escribe: “Je flȃne, yo ando, como un espíritu, como un elemento, como un cuerpo sin alma, en esta soledad de París”.
Si seguimos el recorrido que inicia Poe y prosigue Sarmiento, podríamos decir, gemelos de una ráfaga negra, una sombra, un espíritu, un fantasma.
Es posible que esa figura gemelar del flȃneur y el hombre la multitud sean un dúo, como Bouvard y Pecuchet esos dos copistas jubilados que caminan juntos por el jardín botánico de París y que a la distancia no se puede distinguir uno del otro.
El tópico de los caminantes se ha vuelto un camino muy transitado y por eso se ha convertido en tierra de nadie. Creo que este libro introduce una primera diferencia. Podemos decir que se ocupa de los caminantes zombies, gemelos, sombras, sonámbulos, fantasmas. Otro hallazgo de este itinerario, es decir que el peregrino, San Ignacio de Loyola, camina en estado de gracia. Por eso, podría ser incluido en la lista de los caminantes espectrales.
Hay en el libro algunos caminantes excepcionales como R. Walser, quien se murió caminando o huyendo del sanatorio de locos donde estaba internado. La última caminata lo encontró muerto en la nieve.
El paseante de Rousseau, no es el paseante solitario. Es un paseante que no tiene semejante, no hay prójimo posible para Rousseau, por eso habla de su soledad esencial. Esta radicalmente solo, porque es único. No es lo mismo que el paseante solitario de Stevenson al que encontramos en este mismo itinerario.
Quizás a este breviario le falte: “El salón de los pasos perdidos”. La versión autóctona del salón de los pasos perdidos indica que en los primeros días estaba cubierto por una alfombra mullida, y cuando los legisladores repasaban sus discursos iban y venían, y a veces se perdían los pasos y a veces las ideas. La pregunta es ¿qué sucede cuando para un discurso, no alcanza ninguna figura retórica, cuando la ironía es pobre, el sarcasmo insuficiente, y la metáfora brilla por su ausencia? Es decir: una literalidad brutal.
Podemos concluir con la hipótesis más arriesgada de este libro que está dicha en el fragmento que se refiere a Sebald, pero que está prefigurado en un comentario de David Markson cuyo personaje es el que da nombre al título del libro: La soledad del lector, donde se habla del paseo como un estilo. Este fragmento, precipita otro fragmento que está en el libro de Sebald Los anillos de Saturno: “Pero no solo en este libro, la caminata, la marcha, es un procedimiento narrativo. En todos sus libros, Sebald camina. Camina y camina. Camina y contempla, camina y reflexiona, camina y describe”.
Prosiguiendo la apuesta de Scott, podemos proponer al caminar como un género que va desde el rezo hasta la meditación, desde el sueño hasta el despertar. Por lo que se puede caminar con los ojos bien abiertos o con los ojos cerrados. Lo mismo que con este libro en que se puede ir y volver.