Así comienza la nueva novela de Stephen Dixon
Jueves 05 de diciembre de 2024
Leé la primera de las Cartas a Kevin, novedad de diciembre de Eterna Cadencia Editora.
Por Stephen Dixon. Traducción de Ariel Dilon.
Querido Kevin:
Te escribo esta carta porque cada vez que quiero llamarte pasa algo que me impide hacerlo.
Primero que nada pensé en llamarte desde mi departamento, en Nueva York, pero no tengo teléfono. Así que levanté mi almohada, la sostuve cerca de mi boca y dije:
“Hola, ¿Operadora? Me gustaría hacerle una llamada a un tal Kevin Wafer de Palo Alto, California”.
No contestó nadie, así que levanté mi reloj despertador y lo sacudí para que se pusiera otra vez a hacer tic tac.
Después tiré de la perilla de la alarma para asegurarme de que el reloj volviese a sonar cuando se hiciese la llamada, y le dije a la esfera del reloj: “Operadora, me gustaría hacer una llamada de persona a persona a California”.
Por supuesto que yo sabía que para hacer una llamada de larga distancia necesitaba un teléfono de verdad. Pero pensé que utilizar mi reloj o mi almohada sería una vía mucho más barata.
Me acordé de que la familia que vive frente a mi casa en la misma calle tiene un teléfono. Nuestros departamentos están los dos en el último piso de edificios de cinco plantas, y prácticamente todas las veces que he mirado por la ventana para ver cómo estaba el clima, alguien de esa familia se encontraba al teléfono. Así que grité hacia el otro lado de la calle: “Hola, ¿puede llamar por mí a un número en California y pedirle a Kevin Wafer, allá, que hable súper fuerte en su teléfono para que yo pueda oírlo desde acá enfrente?
Después, yo también voy a hablar súper fuerte desde acá, para que él me pueda oír a través de su teléfono”.
Una niña, que estaba hablando por teléfono esa vez, me hizo señas de que me callara para poder terminar su llamada. Grité hacia el otro lado de la calle: “Pero mi llamada como que es importante también, así que ¿podrías, por favor, apurarte con la tuya?”.
Se puso una mano sobre la oreja libre, como si, debido a que yo le estaba gritando demasiado fuerte desde el otro lado de la calle, no pudiese oír a la persona con la que hablaba por teléfono. Esperé a que colgara. Luego grité el número de Palo Alto que quería que ella discara. Bajó la persiana. Desde entonces, ninguna de las veces que miré para afuera a ver cómo estaba el clima he visto a nadie al teléfono allí, porque nadie ha vuelto a subir la persiana desde que ella la bajó.
Después tamborileé en el suelo para enviarle un mensaje al hombre que vive justo abajo. El mensaje decía: punto punto punto, raya raya raya. Eso en código morse significa sos, a pesar de que el mensaje que yo quería transmitir era: “¿Podría, por favor, marcar por mí este número y preguntar por Kevin? Cuando él se ponga al teléfono y usted le cuente que lo está llamando de mi parte y le pregunte cómo está, ¿podría tamborilear en código morse en su cielorraso lo que él le diga? Entonces yo tamborilearé una respuesta para él y otra vez usted puede decirle simplemente en inglés lo que yo haya tamborileado, y así”.
Pero lo único que no paraba de tamborilearle al hombre del departamento de abajo era sos... sos... sos, puesto que es el único mensaje en morse que me sé. Después de una media hora de tamborilear estos sos sin recibir del hombre una respuesta tuya, la policía llamó a mi puerta y preguntó si había algún problema.
–No, ¿por qué?
–Porque el tipo del departamento de abajo ha estado recibiendo mensajes de sos enviados por usted como si estuviera en peligro desde hace media hora.
–No le estaba mandando un sos para que me consiga auxilio. Solo un mensaje para que llame a Kevin Wafer, en California.
–De ahora en más, ¿le molestaría tamborilear ese mensaje en su propio cielorraso?
–Arriba de mi techo no hay nadie a quien tamborilearle, excepto la terraza.
–Entonces tamborilee con sus dedos nerviosamente sobre la mesa, si es que no puede evitar tamborilear, pero deje de hacérselo al hombre de abajo –y después se fueron.
Así fue que renuncié a tratar de llamarte a través del hombre de abajo, quien puede ser que tenga o no tenga teléfono, pero que sin duda lo único que sabe en código morse es sos.
Después le escribí una carta a mi tío en Cantón, China.
La carta decía: “Querido tío. Por favor, llama de mi parte a este número y pregunta por Kevin Wafer. Mantén con él una conversación basada en las preguntas que escribí enel dorso de esta página. Luego responde mi carta y cuéntame lo que dijo. Si el dorso de esta página no te llegara con la carta, pregúntale a Kevin lo que quieras y escríbeme las preguntas que hayas decidido hacerle, así como sus respuestas. Tu sobrino, Rudy”.
Yo no sé si hay conexión telefónica entre Cantón y Palo Alto. En un diario leí que Shinking, una pequeña ciudad a unos pocos cientos de kilómetros de Cantón, tendrá un servicio telefónico a Palo Alto y a ningún otro lugar de Estados Unidos, ya que Palo Alto es la ciudad hermana de Shinking. Supongo que a la mayoría de las hermanas les gusta poder seguir hablando entre sí cuando llegan a viejas y se van a vivir la una lejos de la otra, lo cual es bueno para mí porque mi tío puede tomarse un avión hasta Shinking y llamarte desde ahí. En cualquier caso, si llegas a recibir una llamada de mi tío desde China, pregúntale si recibió mi carta.
Después me fui a la esquina, donde hay una cabina telefónica, puse una moneda en la ranura y no obtuve ni el tono de discar ni la devolución de mi moneda. Puse otra moneda, disqué Operadora y me pasaron con Información. Le pregunté a Información cómo me podía comunicar con la Operadora. Ella dijo: “Ponga otra moneda y disque Operadora”.
Puse una tercera moneda, disqué Operadora y le pedí que me devolviera mis primeras dos monedas y que después discara tu número por mí.
“Sí, señor”, dijo ella, y de la ranura del vuelto salieron varios cientos de dólares en monedas y me cubrieron y cubrieron el teléfono y después llenaron toda la cabina.
Para el momento en que logré escarbar un camino hasta el exterior, algunos transeúntes ya se habían llevado todas las monedas, la cabina telefónica y la esquina entera. Lo que aprendí de este incidente es:
1) Antes de pedirle a la Operadora que te devuelva tus monedas, asegúrate de haberlas perdido.
2) Si efectivamente perdiste tus monedas, asegúrate de haberlas perdido en el teléfono.
3) Antes de pedirle a la Operadora las monedas que ahora estás bien seguro de haber perdido en el teléfono, sacude el teléfono para asegurarte de que no esté lleno de monedas hasta las ranuras.
4) Si la Operadora insiste en devolverte tus monedas perdidas antes de que hayas sacudido el teléfono, dile que te dé treinta segundos para salir de la cabina y que solo después de eso presione el botón que libera las monedas.
5) Si antes de que logres salir a tiempo ella presiona el botón, ábrete camino escarbando más rápido hasta afuera, si quieres hacer una llamada desde el mismo teléfono del cual acaban de salir todas las monedas.
Fui a la cabina de teléfono en la esquina de enfrente y me comuniqué con la Operadora. Ella tomó tu número, me pidió que introdujera mi cambio y un chico dijo hola.
–¿Kevin? –dije.
–¿Kevin quién?
–Kevin Wafer, por supuesto.
–No, quise decir que mi nombre es Kevin Quien.
–Disculpa, Kevin Quien. Yo estaba llamando a Kevin Wafer –y presioné la horquilla del receptor para hablar con la operadora. Ella dijo que sentía haber discado el número equivocado y si quería que me devolviesen mi dinero.
–No, gracias. Todo el dinero que necesito lo tengo de la cabina de la esquina que en cierta época se encontraba al otro lado de la calle, en la esquina que en una época estaba también allí –puesto que mis bolsillos se habían llenado accidentalmente de cambio cuando las monedas me cubrieron–. ¿Podría simplemente discar el número que le he dado?
Y ella:
–Enseguida.
Esta vez atendió otro chico y dijo que su nombre era Kevin Wafer.
–Hola, Kev. Aquí Rudy Foy, en Nueva York.
–¿Rudy qué cosa dónde?
–Escucha, ¿realmente habla Kevin Wafer, de Palo Alto?
–Sí.
–Entonces tienes que ser el mismo Kevin Wafer que vi por última vez hace un año.
–Pero yo soy Kevin Wafer También.
–Ya veo el error. Porque yo estoy llamando a un Kevin cuyo nombre Wafer no es su segundo nombre sino su primer apellido.
–Soy yo. Mi primer apellido, y probablemente el último.
–¿Kevin Wafer de Leary Street?
–No. Kevin Wafer de O’Leary Street.
–Oh –dije yo.
–Exacto: O.
–Quise decir Oh de decepcionado.
–Pensé que había dicho que su apellido era Foy –y cortó.
Esa última llamada me desalentó de hacer otro intento por dar contigo desde aquella cabina. Tal vez tuviese más suerte desde una cabina en la calle siguiente, pensé, y empujé la puerta para salir. Pero mientras estaba hablando con ese otro Kevin Wafer, alguien había puesto su coche en aquel reducido espacio de estacionamiento, con el paragolpes trasero arrimado a la puerta de la cabina, y no pude salir. Golpeé la puerta. El conductor salió de su auto.
–¿Podría mover su coche, así yo puedo salir de esta cabina? –dije.
–Y usted ¿saldría de esa cabina, así yo puedo usar el teléfono para llamar a mi taller?
–No puedo salir porque su coche está estacionado contra la puerta.
–Y yo no puedo mover mi coche hasta que me traigan algo de combustible desde mi taller mecánico para poder salir de este lugar.
–Llame al taller desde la cabina telefónica de la otra calle.
–Más vale que haya lugar para estacionar frente a esa otra cabina. Porque me tomó tanto tiempo encontrar este que cuando por fin logré estacionar me quedé sin combustible, y no voy a mover mi coche y perder este espacio hasta que encuentre otro sitio –y se fue a llamar al taller.
Disqué Operadora y le conté que estaba atrapado en una cabina telefónica. Ella dijo que enviaría a un técnico.
El técnico llegó en una grúa. Dijo:
–No traje las herramientas adecuadas para retirar un panel lateral de la cabina. La operadora dijo que por el sonido de su voz había percibido que se trataba de una gran emergencia, así que he traído la herramienta más grande que tenemos: la grúa.
–Más vale que haga algo pronto –dije–, o destrozaré esta cabina a patadas.
–No haga eso. Piense en toda la gente que en caso de que usted destruya la cabina no podrá llamar a la Operadora para que la saquen de allí dentro. Haré lo que pueda con la herramienta de la que dispongo.
La grúa alzó la cabina de su base de concreto, atravesó las calles con la cabina y conmigo dentro de ella colgados en el aire, después la hizo bajar a través del techo del de-
pósito de la compañía telefónica y la dejó allí con la puerta hacia abajo. El técnico miró su reloj.
–Pucha –dijo–, ya llevo trabajada una hora después de mi turno regular y esta compañía no paga horas extra, a menos que te las hayan asignado de antemano. Y mañana no puedo venir porque empiezo mi mes de vacaciones. Qué lindo sería ser como usted y no tener jefes a los que rendir cuentas y poder ir y venir y tomar vacaciones cuando a uno se le dé la gana –apagó las luces del depósito y se fue.
Bueno, yo no iba a esperar todo un mes metido en una cabina hasta que él volviese. Tal vez el teléfono todavía funcione, pensé. Puse una moneda y disqué Operadora.
El que me atendió era un hombre encerrado en una cabina telefónica en un depósito de la compañía telefónica de las tierras altas de Alaska. Dijo: “Yo también un día no pude salir de mi cabina cuando un témpano de hielo llegó flotando de pronto calle abajo y obstruyó la puerta de mi cabina. Así que llamé a la Operadora y vino una grúa y alzó la cabina por encima del témpano y la bajó en este depósito con la puerta hacia abajo. Entonces el técnico dijo que se tenía que ir en un viaje de cacería por todo un mes, y he estado en esta cabina por tres semanas y las únicas personas con las que consigo comunicarme desde mi teléfono son las que están encerradas en cabinas dentro de los depósitos de otras compañías telefónicas por todo el mundo”.
Tal vez en alguna de mis llamadas consiga comunicarme con alguien que esté encerrado en una cabina en el depósito de la compañía telefónica de Palo Alto. Le diré que deslice por debajo de la puerta de la cabina una nota destinada a ti. Y que esa nota te pida que llames a la compañía telefónica de Nueva York para decirles que hay un hombre encerrado en una cabina en uno de sus depósitos del centro, y dos hombres con nombres diferentes al mío encerrados en depósitos de cabinas telefónicas en la alta Alaska y en Palo Alto.
Fue ahí cuando decidí escribirte también una carta para contarle a la compañía telefónica dónde me encuentro. De una u otra forma, voy a lograr salir de esta cabina. Afortunadamente, siempre que salgo llevo conmigo mi máquina de escribir portátil. Es la única cosa medio decente que poseo. No la puedo dejar en mi departamento, puesto que alguien ya se robó las cerraduras de mi puerta principal. Supongo que cuando llegue a casa descubriré que se han llevado también la puerta. Y poco después, tal vez se roben la escalera a la altura de mi piso y a continuación mi departamento y después el edificio entero.
Pero me está dando sueño. Voy a cerrar esta carta, deslizarla a través de la puerta, esperar que alguien la encuentre y la despache, y decirte buenas noches.
Tu querido amigo,
Rudy