Álvaro Bisama: "Contar es esconder"
Por Luciano Lamberti
Viernes 07 de diciembre de 2018
"Las novelas no son herramientas de conocimiento y si lo son, funcionan como oráculos dañados, trabajan desde las fisuras, los roturas", dice el autor chileno en esta entrevista a partir de su nueva novela, El brujo (Alfaguara).
Por Luciano Lamberti.
Álvaro Bisama nació en 1975 en Valparaíso, Chile. Ha publicado siete novelas, una recopilación de cuentos (Los muertos, del 2013) y varios libros de no ficción, entre crónicas y volúmenes de crítica. Su obra ha sido premiada en Chile y en el exterior. Hablamos por Skype acerca de El brujo, que acaba de ser editada por Alfaguara. Una historia en la tradición de “novelas sobre el padre”, en un marco policial y con resabios de la vida política chilena de las últimas décadas.
¿El brujo es una novela autobiográfica? ¿Te proponés que sea leído de esa forma?
Eso es divertido. Esa posibilidad de que se lea de modo autobiográfico es un efecto inesperado de la novela. Hay gente que se ha acercado a hablarme del fotógrafo como si fuera mi padre. No sé qué significa, la verdad, y me da un poco de pudor porque nunca me planteé que fuese de esa forma. La historia que estaba contando me parecía lo suficientemente lejana a mi experiencia, nunca la vi de otra forma que no fuese una ficción. De hecho, quería eso, quería que partiera en un tono medio realista hasta mutar en una pesadilla de la cual no se pudiese volver, algo que fuese lo más alejado posible del punto de inicio. Pero hay una intuición ahí, algo que me ronda y que tiene que ver con que no hay un género más fantástico o irreal que el de la autobiografía: a veces no hay nada más tenebroso que las ficciones del yo.
¿Cómo fue el trabajo con un género tan transitado como la novela sobre el padre? ¿Tenés algún referente en ese sentido? ¿Considerás que hay una cruza en tu texto con el género policial?
Quizás el mejor género para hablar del tema del padre es el policial. Los padres como un misterio que resuelven los hijos, los padres como una colección de pistas desperdigadas por la memoria, por el paisaje. De hecho, vives leyendo sobre el padre una y otra vez, lo tienes internalizado, es una especie de esqueleto, una especie de radiación, algo que vuelve siempre, una tradición propia. Quizás la clave en la fórmula de la ecuación de la anti-vida que dejó Kafka: se escribe porque no se puede vivir o casarse o ser medianamente normal, se escribe para dejar de ser hijo, se escribe para que la propia voz no se parezca a del padre pero a la vez sea capaz de contenerla.. Ahora, respecto a lo policial, obvio, sobre todo por la violencia final, por el modo en todo se rompe pero también por el enigma. Hay algo ahí.
¿Uno de los sentidos de la novela es que la dictadura no terminó, que nunca terminará del todo?
A veces pienso eso. Yo creo que hay cosas que no ha terminado. Piensa que recién Pinochet fue juzgado el 98, cuando lo detuvieron en Londres y luego volvió como un ancianito bibliófilo que coleccionaba libros militares. Lucía Hiriart, su mujer vive todavía y parece que no va a morirse nunca, mientras ve cómo su fortuna y su legado se pierden. Pero es una ilusión porque la dictadura toma otros rostros, adquiere una forma de la representación psicotrónica, mutante. Pienso en por ejemplo en Alberto Plaza, un cantante romántico chileno miembro de la Iglesia de la Cientología, que se pasea ahora por los medios hablando contra los chicos y chicas trans, el feminismo y los derechos de la mujer. Sus canciones sonaban en los ochenta: ahora los podemos leer como himnos románticos de la extrema derecha, quizás. O sea, todo es idiota y delirante pero las señales siguen ahí, la dictadura quizás continúa de ese modo, como un repertorio de gestos, como una actitud hacia el lenguaje, como una violencia agazapada, como una manera de disponer el orden de la memoria. O sea, tuvimos un ministro de cultura que duró menos de una semana porque dijo que el Museo de la Memoria era un montaje. Acaba de publicar un libro sobre cómo lo echaron y se presenta como una víctima; todo es bien penoso, la verdad.
¿La literatura se ocupa del secreto, de aquello que “no se cuenta”?
Sí. Obvio. Me gusta la idea del enigma, trabajar desde ahí. De hecho, mis narradores casi nunca tienen nombre porque no sé quiénes son. No me interesa definirlos más allá de los contornos de su voz. Pero también creo que contar es esconder. Narrar es huir, tapar, tratar de merodear eso que no sabemos qué es pero que quizás sea esencial o tal vez no sea nada, lo más posible es que no sirva de nada. Piensa en las novelas de Beckett donde leer es escuchar a alguien roer la lengua como si fuese un muro donde no hay ninguna cosa más allá porque quizás no hay otro lado y el misterio es ese espacio horadado, un vacío que no te deja.
Y en ese sentido ¿la novela sobre el padre es siempre sobre la imposibilidad de conocer al padre?
Te prometo que no lo sé. En serio. Las novelas no son herramientas de conocimiento y si lo son, funcionan como oráculos dañados, trabajan desde las fisuras, los roturas. Espejos que no son espejos, puntos de fuga, vidas alineadas al otro lado del espejo, cielos con los firmamentos cambiados. En El brujo yo sabía que no iba a conocer nada y lo transformé en una eso una especie de procedimiento: escribí de manera lineal, sin demasiadas notas, tirando de una hebra porque sabía que tenía que inventarme la voz del hijo para poder escuchar cómo hablaba el padre. Las dos eran parte de lo mismo. Yo no sabía cómo era, cómo iba a desplegarse y ese misterio era lo que me atraía de la novela, lo que me permitía seguir escribiéndola.
¿Cómo se lleva en tu caso la actividad académica con la escritura?
Sin drama, creo. Un equilibrio constante, donde entra lo que escribo para la prensa. Por otro lado, soy afortunado porque dicto clases sobre materias que me interesan, escribo sobre ellas a veces. Tengo la suerte de que se relacionan como las ficciones que quiero leer, que quiero escribir. La clase es un espacio de preguntas, de ensayo de ideas, de conexiones, de discusiones. La escritura es lo mismo, creo, otra clase de preguntas, esta vez sobre el lenguaje, sobre qué significa contar historias. Hay un diálogo ahí, hay cruces, anotaciones. La escritura es una especie de disciplina sintética, donde caben todos esos destellos que vienen de mil lados distintos. Todo vale. Todo se mezcla.
Sos un escritor prolífico, ¿cúales son tus hábitos de escritura?
No sé si sea prolífico. O yo no me veo así. Escribo novelas breves, la verdad. Creo que eso lo explica. De hecho, a estas alturas creo que lo único que sé es que me gusta cambiar de estilo o de género de una a otra pero que también sé que no voy a cambiar demasiado. Tengo una especie de método que funciona cada cierto tiempo, cada tres o cuatro años, a lo más y que es agotador: escribo las novelas de un viaje, de modo medio obsesivo, como si me fuera a vivir dentro de lo que escribo. Esas primeras versiones salen de una sola vez, en un estado que yo recuerdo casi como de posesión. Eso puede durar unas semanas o hartos meses. Pero eso pasa poco, no se puede forzar, así que no sé qué me va a interesar. No lo puedo calcular. Por lo mismo, trato de darle cierta libertad al asunto, no cuestionarlo e incorporar el murmullo del entorno, que va colando ahí, quedándose como un sedimento, como una acumulación. Son señas secretas que yo recuerdo. Tiendo a escribir varias cosas a la vez, a tantear caminos, a aceptar las digresiones. También fracaso mucho, me pierdo en el camino. Por otro lado, cuando termino esas primeras versiones las dejo descansar mucho tiempo, varios meses, incluso un par de años. Luego las releo y las voy reescribiendo como si fuese algo ajeno. Muchas veces las rompo, las escribo de nuevo, las desfiguro pero siempre tengo la nostalgia de ese impulso inicial, el recuerdo de algo que vi y que determinó la escritura. Pero bueno, es un ejercicio raro, que aún no entiendo.
La última: ¿Cómo ves la literatura latinoamericana joven? ¿Qué autores te interesan?
No sé. Rara. De hecho no sé lo que es América Latina, no lo tengo claro porque es un mapa en movimiento, algo en permanente mutación. Llena de cruces y de sorpresas, metida en mil crisálidas de las que no se sabe qué va a salir, tensionada por un presente que parece de locos, donde los parámetros de lo real están cambiando, rompiéndose una y otra vez. Sobre los autores, me parece que es una lista bien bizarra, muy weird, no sé, se me van varios o muchos, que va cambiando. Anoto a algunos, sin orden: BEF, Pedro Mairal, Mariana Enríquez, Alejandra Costamagna, Julián Herbert, Oscar Contardo, Guadalupe Nettel, Cristian Alarcón, Liliana Colanzi, Pato Jara, Mike Wilson, Alejandro Zambra, Simón Soto, Rafael Gumucio, Jeremías Gamboa, Pablo Toro, Romina Reyes, Gabriela Wiener, Patricio Pron, Dan Hidalgo, Matías Capelli, Dany Salvatierra, Francisco Ortega, Federico Falco, Edmundo Paz Soldán, Maliki Trujillo, Gonzalo Elstech, Fabián Casas, Soy Una Pringada.