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Un relato envolvente y expansivo

Carlos Battilana lee La Circunstancia, la última novela de Jorge Consiglio, "maestro del equívoco, el delirio y la ficción"

Por Carlos Battilana.


Leo La Circunstancia de Jorge Consiglio. El campo, la ciudad, las relaciones. Parece que no globalmente, parece que sí al comienzo, pero en algún punto puede leerse como una novela policial. La sospecha y la acusación están descriptas en el primer capítulo cuando la protagonista declara en la comisaría. Nos preguntamos: ¿Cómo un policial? Para conocer la circunstancia del acto trágico, la narradora debe dar un rodeo, como si dijera de manera análoga a la frase habitual de su amante: “No puedo contarles lo que ustedes están esperando, si antes no describo a mi abuelo”. ¿Un policial como Edipo rey? Rodeos. Circunvalaciones. Desplazamientos familiares. Esta novela no responde al enigma del policial clásico (¿quién es el asesino?), desde ya; sin embargo, luego de leerla nos trabaja una pregunta: ¿Cómo es posible cometer un crimen? ¿Cómo se gesta un asesinato durante toda la vida aun sin saber que se lo cometerá? ¿Qué capas geológicas y genealógicas se acumulan para que ese episodio estalle? Consiglio responde narrativamente: conocer cómo piensa, qué aspiraciones tiene un sujeto enclavado en la ciénaga de una clase social es conocer los límites de sus humillaciones y sus pasiones.

El rodeo, la circunvalación, entonces, no acontecen para saber cómo sucedieron los hechos sino para reconocer los dispositivos ideológicos de una mentalidad. Los acontecimientos se suceden vertiginosos. ¿Qué cubre esa numerosa cantidad de hechos y de personajes? Tantos afluentes y desvíos, tantos personajes y peripecias de distinta índole son vividos y observados por una narradora implacable que sostiene su relato con dos procedimientos predominantes. Por un lado, el uso de adjetivos y sustantivos, devenidos subjetivemas, condensan un modo de ver en torno: “Desayuné a las apuradas y me fui a buscar a Chaine, el peoncito”. La lengua del poder no sólo se activa a través de esas predicaciones despectivas sino también a partir de la clara conciencia del maltrato: “(…) íbamos a la cocina a desquitarnos con Cristela. La obligábamos a hacer cosas. Le decíamos que, si se negaba, le íbamos a pedir a mi abuela que la castigara. Se convirtió enseguida en nuestra esclava”. Por otro lado, la máquina de teorizar por parte de la narradora en forma de axiomas revela un costado enunciativo que no se permite dudar acerca de una visión dominante y reacia a la compasión: “Desde siempre, me guía un axioma: nada de lo que pasa en la vida es casual”. La proliferación de frases afirmativas de este estilo -frases sentenciosas que sostienen su verdad mediante el uso del presente genérico- da cuenta de un sujeto que necesita de discursos que confirmen un sesgo sobre el mundo. El repertorio proverbial nos recuerda el tono de los remates de las sextinas octosilábicas del Martín Fierro. Las sentencias procuran dotar de una enseñanza. Simulan ese efecto. El caso delas frases proferidas por la señorita Kendell, la protagonista, por más seguras que aparezcan, no indican necesariamente una enseñanza respecto del contenido sino que obran como un síntoma lingüístico que abre una puerta a un repertorio de creencias. Es así que esos adagios, precarios y relativos, más que confirmar la relación de la lengua con el mundo, la pone en cuestión.

Otro procedimiento significativo es la prolepsis: anunciar lo que vendrá como algo decisivo: “En el fondo de su alma, sin que él mismo lo supiera, estaba tomando decisiones que alterarían la vida de todos”. Vaticinios, difusas amenazas, formas prospectivas del relato. El lector va en busca de eso que se prometió. Pero pronto se olvida. Las frases que anuncian cuestiones cruciales y definitivas no dejan de ser una coartada que consiste en relativizar cualquier afirmación. Nos olvidamos progresivamente de esos anuncios, de esas aserciones funestas sobre el porvenir. Seguimos leyendo. Ya no solo las teorías que parecían sólidas se desvanecen en el aire sino también aquellas aseveraciones respecto del futuro -que se presentan como decisivas y contundentes- forman parte del fárrago del olvido: cartón pintado, frases absorbidas por la fluidez del relato. Los personajes cambian de vida, lo que parecía seguro se desintegra, lo que era convincente, de pronto resulta tan frágil como cualquier hecho: “En ese momento, dos horas antes de que amanezca, estuve segura de que acababa de iniciar una nueva etapa de mi vida y de que, en ese período, con toda seguridad, me convertiría en otra persona distinta de la que había sido hasta entonces”.

La Circunstancia remite a un sitio rural. En el texto se lee algo del orden de la hostilidad: “El campo es barbarie”. Esa máxima de índole sarmientina no deja de ser el residuo de una perspectiva ideológica. La brutalidad y la crueldad son exigencias del medio y según la narradora responden a una “ley natural” que exige su domesticación. Pero también aquel axioma es un hecho de lenguaje. Actúa como el ingreso paulatino a una psicología (“Le gustaba decir que los estancieros eran el sistema circulatorio del país”) y como un modo de pensar los presupuestos de una clase (“Yo, como siempre, ofrezco esta cara maravillosa que la naturaleza -y la excelente genética de mis ancestros- me dio”). Los dueños de la tierra regulan los parámetros de la belleza. Son producto de una naturaleza modélica construida en base a una alianza sólida, endogámica, “biológica”. Esta novela de Consiglio es un libro permeable al avatar, a la historia, a la circunstancia (para usar el vocablo del título). Recuerda que el azar es un hecho esencial de nuestras vidas. El aquí y el ahora son coordenadas un tanto misteriosas que bien pueden ser un eslabón más de la inercia vital, o bien el desvío hacia algún afluente imprevisto. Decidir. Sí. Ese dilema existencial plantea la narración. No obstante, la clase patricia se cree inmune a la circunstancia, como si el eterno retorno y la perpetua repetición de quienes mandan fueran el lubricante de sus acciones: “La vida se organiza en círculos concéntricos y, en algunas ocasiones, en esas órbitas se repiten acontecimientos”.

No obstante lo dicho, Consiglio usufructúa ese saber sobre la clase dominante en función de la ficción. No se plantea formalmente ningún propósito de denuncia. Todo es un relato envolvente y expansivo. Las desventuras del personaje, sus amoríos, sus juegos eróticos, sus berrinches, sus vacilaciones y luchas internas revelan que moverse en algún sentido responde a una proyección sostenida, implícitamente, por un par de interrogantes: ¿qué es el amor?; ¿qué es el tedio? Agregaría, qué es el afecto, que podemos distinguir del amor. Como sugiere el texto, cuando se trata de lo emocional, la parte vale por el todo. “Jamás se pelea por un motivo claro, se discute para sacarse el aburrimiento, para expulsarlo a como dé lugar”. Narrar para no aburrirse. Las acciones son determinadas por mitos que mitigan aquellas preguntas. Consiglio tiene un don. Capta bien las fábulas de la época. Prácticas sociales, sistemas de creencias, consumos. Yoga, esoterismo, dietas, sectas espirituales dominadas por el capital, menúes, devociones variopintas, todo entra en esa observación minuciosa que arma un universo sostenido en su propia lógica. Y, no obstante, esas prácticas son históricas, los individuos que la sostienen por un tiempo caen, frecuentemente, en la decepción en busca de una nueva algarabía. En busca de un nuevo flujo narrativo.

Narrar para esquivar el tedio, el verdadero horror. Como en Sodio, la novela anterior de Consiglio, la infinita cantidad de hechos insólitos y el registro de sensibilidades diversas obran en la superficie como una trama proliferante. Se narra con la aparente convicción del que está convencido. ¿Qué es narrar? La pregunta emerge en La Circunstancia casi como algo natural. Consiglio manipula los relatos, los vuelve masilla o plastilina, y lo que resulta imposible se torna narrable, verificable a los ojos del lector. Lo que es un delirio ingresa en el campo de lo verosímil. ¿Qué magia narrativa soporta este relato? La novela aproxima algunas respuestas: “(…) el tono que usaba -una rabiosa certeza- hacía que la información resultara creíble. Hay personas que tienen esa habilidad: hablan convencidas de cualquier tema, incluso de aquellos sobre los que no tienen la menor idea”; “Todos mentimos, me dije, pero los artistas son los reyes del engaño. Se meten con asuntos de los que no tienen la menor idea. Usan falsificaciones, equívocos, y con ese material arman sus obras. Hasta los más realistas diagraman escenas imposibles”. He aquí a Jorge Consiglio, el maestro que mitiga cualquier tedio. El maestro del equívoco, el delirio y la ficción. 

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