Canción animal
Miércoles 21 de mayo de 2025
Impedimenta traduce Oso, la obra maestra de la canadiense Marian Engel que le valió elogios de Alice Munro y Margaret Atwood.
Por Valeria Tentoni.
“Arráncame la cabeza, oso mío”: la canadiense Marian Engel (1933-1985) escribió un parlamento tal para una joven bibliotecaria introvertida que apenas conoce de pasiones, y lo hizo hace unos cincuenta años, mucho antes de que las teorías del amor interespecie alcanzaran estatus de obviedad.
Lou, así se llama la protagonista, es una empleada gris que no duda en aceptar la misión de dejar su escritorio de sótano y arrojarse a la aventura de inventariar los libros de una mansión victoriana situada en una isla remota. Remontando varios kilómetros río arriba, la isla de Cary guarda no sólo un prometedor testamento sino también la compañía de una excéntrica mascota: eso es lo primero que le advierte Homer, prácticamente su único contacto con el mundo humano en esas latitudes.
Leñador que oficia de anfitrión y guía en el recorrido, Homer se mantiene a distancia prudente de Lou, en el continente, aunque ofrece visitas esporádicas en lancha. En cada una de ellas, la advertencia se renueva pero, lejos de surtir efecto, el miedo al animal se convierte poco a poco en atracción. Largas caminatas entre los árboles hasta llegar al río, donde nadarán en calmos círculos de felicidad, Lou y el oso comparten noches mirando las estrellas o al calor del fuego.
Lejos de constituirse como reemplazo humano, es la otredad total del oso lo que despierta en la bibliotecaria un deseo irrefrenable de contacto, hundiendo los pies en su mullida piel, perdiendo su propio perfume en el olor del animal, al punto de que el dentífrico le provoque náuseas. Mientras la biblioteca heredada la desilusiona y el trabajo avanza más rápido de lo esperado, la vida pastoril de la isla estalla y captura a la joven, una flor carnívora con el oso dentro. Comienza, así, su propia metamorfosis: “Se miró en el espejo de cuerpo entero (...). Tenía pelo y ojos de loca. Tenía la piel marrón, el cuerpo distinto, y su cara no era la misma de antes. Se dio miedo”.

Elogiada por escritores como Alice Munro y Margaret Atwood, Oso llegó a librerías a mediados de los años setenta, no desprovista de críticas y sorpresa. Parábola transgresora de la vuelta a la naturaleza, escenifica mucho más que el entusiasmo mascotero del nuevo siglo. Desde una protagonista en apariencia débil y tímida, Engel diseña un encuentro indecible entre la bestia y el ser humano: “Al día siguiente se sentía inquieta, culpable. Había roto un tabú. Había cambiado algo, la naturaleza de su amor ahora era distinta. Había ido demasiado lejos”. El erotismo no es, únicamente, lo que define esta amistad peligrosa, compuesta también de compañerismo y ternura, del “más puro néctar”. Es la comunión del silencio que escucha la luna, a treinta tierras de distancia de dos vidas que se encuentran.
Uno de los títulos “más hermosos y significativos de la literatura canadiense”, en palabras de Robertson Davies, Oso llega a Argentina con traducción de Magdalena Palmer en editorial Impedimenta. Su autora fue la primera mujer en pertenecer a la junta directiva del sindicato de escritores de Canadá, y en 1982 fue nombrada Oficial de la Orden Canadiense.