"Silvina tenía a todos fascinados pero no sé si alguien la conoció de verdad"
Mariana Enriquez y La hermana menor
Martes 14 de agosto de 2018
"El proceso de conocer a una persona para después poder escribir sobre ella tiene todos los momentos", dice Mariana Enriquez sobre La hermana menor, su trabajo sobre Silvina Ocampo que se editó primero en Chile por encargo de Leila Guerriero y acaba de publicar Anagrama. "En algún momento el personaje se te hace ambiguo y es ahí donde hay que escribirlo, porque se vuelve verdaderamente complejo."
Por Lala Toutonian.
Escrito y publicado en Chile en 2012, celebramos la decisión de Anagrama de editarlo en nuestro país. La hermana menor es un perfil que traza la autora Mariana Enriquez y nos acerca a Silvina Ocampo desde una óptica muy característica: la de su particular pluma. Cualquiera de las circunstancias vitales que narra sobre Ocampo bien podrían ser un cuento de Enriquez.
Silvina Ocampo, como se destaca aquí, nunca fue muy consciente de sus privilegios o, al menos, casi nunca los usó. Colegas suyos cuentan que no sabía qué era el dinero, cuánto valía, qué se hace con un billete de cinco pesos. Las anécdotas son muchas y muy de final abierto, todos con su propia percepción, nada muy certero. Las fuentes (desde Cozarinsky hasta María Moreno -quien se enamora de Silvina y se lo hace saber-, pasando por Jovita Iglesias, su ama de llaves, o Ernesto Montequin, su albacea) se prestaron a armar ese gran rompecabezas que fue la vida de la menor de las seis hermanas Ocampo. Su casi patológica relación con la comida, su sexualidad en teoría casi libertina, su capacidad de predecir hechos cual digna bruja -“Ve cosas que ni el diablo ve”, decían los sirvientes-.
Hay de parte de Mariana Enriquez un minucioso trabajo de crítica cultural sobre la obra: cada cuento argumentado (hay un capítulo por cada libro), cada poesía como respuesta a un evento vital. Fanática de la soledad (“la soledad es una riqueza que el mundo ha perdido”, escribe), de Tina Turner, de sus turbulentos amores-amoríos, obsesa madre adoptiva de su hija Marta, la vida de Ocampo se lee de la mano de su autora. No es reconocimiento tardío, ni siquiera un homenaje: es la exploración de una de las personalidades más fascinantes de la literatura. Hay en La hermana menor un Bioy mujeriego, una Victoria lejana y un impensado Borges exhibicionista.
Hay que hablar el mismo idioma del autor, y no solo la lengua, sino tener la perspectiva única que da la épica expositiva. Ese es el mayor logro de Enríquez, que delinea un retrato de una también pintora, actividad que Ocampo prácticamente abandonará para dedicarse a la escritura. Y el final es como el final de cada una de libros de Enriquez: te deja boquiabierto.
Esto no es una biografía.
No.
Tampoco es lo que hizo Busqued con Magnetizado, ¿quizá lo de Critchley con Bowie?
Es menos personal. Hay apreciaciones mías pero no muy sentimentales.
¿Cuán involucrada estuviste?
Poco.
Lo que te despoja de subjetividades a la hora de la narrativa.
No. A mí me gusta mucho Silvina Ocampo pero no soy fan de Silvina Ocampo. Fui a investigarla y a releerla desde una posición más profesional. Puedo dibujar cercanías con el estilo pero como soy una persona que por lo general se fanatiza con cosas no era esa mi razón con Silvina: es una escritora a la que admiraba más que ser fan. O una personalidad de la que fuera fan: es más, no sabía mucho de ella.
¿Leila Guerrero te convoca a escribirla?
Ella estaba haciendo una colección que se llama De vidas ajenas y me ofreció a la Ocampo.
Para este perfil, entonces, el proceso fue la investigación, la relectura…
Y las entrevistas. De Silvina hay muchísimo escrito, hay mucha crítica literaria académica muy dura, muy difícil. Más que nada porque yo no estoy formada así. De todos modos lo leí todo, hablé con algunos y a otros los cito porque los leí. Me vi con gente que la conoció, fijate que hay entrevistas transcriptas textuales. Francis Korn, por ejemplo, una antropóloga de la pareja, de Bioy y de Silvina; Hugo Beccacece, un crítico cultural de La Nación que había entrevistado mucho a los dos también, Ernesto Schoo y otros que ya murieron, María Esther Vázquez que también falleció y fue novia de Borges y fue biógrafa de Victoria Ocampo y mucha gente más, Torres Zavaleta. Con Montequin, que fue el albacea, hablé mucho.
Durante el proceso de escritura, mientras ibas conociendo su historia, ¿te encantó ella?
El proceso de conocer a una persona para después poder escribir sobre ella tiene todos los momentos: te enamorás locamente, la defendés, la bancás y hablás con la gente sobre ella todo el tiempo, en cada descubrimiento te parece que es lo más. Es como parte del psicoanálisis: cuando te distanciás -porque nadie es tan genial, nadie es una persona tan copada-, no sé si necesariamente te empieza a caer mal pero sí te parecen antipáticas algunas cosas.
¿Cómo qué?
Como personaje público me empieza a caer un poco gordo, como el tema político, que en su clase social es muy complejo. Yo vengo de un lugar tan diferente… Eso de la mujer millonaria de toda la vida que nunca tiene que trabajar. Había algo del privilegio que me empezó a irritar. ¡Que no es culpa de ella! Ella no puede hacer nada respecto a eso por el lugar de donde viene. Pero en el proceso de entendimiento de su lugar social, eso me cayó antipático: su falta de interés total a trabajar. Que eso mismo más tarde me empieza a caer simpático. Y a eso voy: en algún momento el personaje se te hace ambiguo y es ahí donde hay que escribirlo porque se vuelve verdaderamente complejo. Como con cualquier persona: al principio solo te puede fascinar, si no, no entrás.
Esa ambigüedad es necesaria. Recuerdo la biografía de Ian Kershaw sobre Hitler y estoy convencida que tenía el autor una fascinación por el tipo que no puede leerse como admiración, más allá de la subjetividad férrea de una biografía.
Exacto. Luego te distanciás. Es increíble también las ambigüedades que tenían los otros. Muchos de los que entrevisté no se la bancaban. Lo de María Esther Vázquez se evidencia: ella creía que la hermana interesante es Victoria y no Silvina.
La hermana menor de Victoria, la mujer de Bioy, la amiga de Borges… La última, la menos, la otra, quizá sin esa gran identidad que podría haber trabajado.
El título es irónico en ese sentido, es un título que no rescata a una figura. En el lugar donde estaba posicionada teniendo de hermana a Victoria Ocampo, de marido a Bioy Casares, el mejor amigo de su esposo y amigo suyo, Borges. En esa situación creo que para ella era muy difícil ser la que se destacaba y en esa época y siendo mujer, etcétera. Ahí está la ironía: ese semi anonimato le sirvió muchísimo, ella pudo hacer una vida que no todas las mujeres de su clase hacían. No tenía vida social. Una mujer de la familia Ocampo que toma la decisión de dedicarse a la literatura, a su marido, no ir a ágapes, no hacer beneficencia… O vestirse con la ropa de él, andar en alpargatas. Toda esa libertad. Ella se arma un personaje lateral y si querés, excéntrico que en un punto era real pero le sirve mucho para tener libertad en un ámbito que debía figurar de alguna manera.
¿Era como logró sobresalir?
Era la identidad que ella pudo encontrar. Quería ser leída y es más leída de lo que parece y quería que la conocieran pero era una mujer muy poco convencional.
No me queda claro si ella lo tuvo que trabajar de ese modo para no ser opacada o si le sale naturalmente.
Yo creo que le sale naturalmente pero una cosa es que le salga naturalmente y luego te encauces por un montón de compromisos sociales pero ella no lo hace. Vive muy libremente.
¿Qué es esta fascinación morbosa con los pobres que desarrolla de niña?
Era muy caprichosa. Creo que tenía esas actitudes para provocar, para diferenciarse y había algo también como una sensibilidad que los demás ni siquiera consideraban. Es la primera que introduce el “vos”, antes que Cortázar, inclusive. Creo que Bioy Casares se muere escribiendo con tú, ella no, tiene un oído para con la gente y tenía una relación, me decía Francis Korn eso, una relación muy horizontal con los demás. Toda esa cosa de fascinación con el pobre se me ocurre como una provocación, me parece que tenía que ver con eso. Como pensar: “Yo desprecio a mi clase”.
Como cuando desprecia a las primas que siendo todas ellas niñas, se mantenían estáticas y pulcras sin jugar para no ensuciarse.
Le gustaban los nenes pobres que se acercaban a la casa con esas crenchas sucias espléndidas. Por supuesto tiene un componente de frivolidad pero ella lo sabía y era provocador en todo terreno: molestaba al progre, molestaba al rico. Era algo absolutamente incorrecto de decir.
Cuando contás que muere la hermana y se refugia entre los sirvientes, ya determina que no le gusta su clase. “Ahí empezó mi odio a la sociabilidad”, dice. Eso es medio punk. O retomando lo de hasta, digamos, su crueldad, que asustaba a la planchadora sorda valiéndose de su discapacidad.
Era mala. Tenía cosas perversas, tenía rasgos de personalidad que la hacían genuinamente extraña. Y eso es algo que se puede caretear pero no lo careteó nunca, no sintió la presión de hacerlo. Bioy tenía doce años menos que ella, se fueron a vivir juntos al campo antes de casarse y se casaron mucho tiempo después de convivir juntos en esa época.
Una atrevida.
Una atrevida, sí. Nunca dio una explicación. Y por supuesto que existía la presión, sobre todo en ese contexto social y familiar, en esos tiempos y en ese ambiente. Pero eso no está registrado en su literatura ni el recuerdo de nadie, ni en los diarios de Bioy porque justamente ella nunca le dio importancia, para ella es totalmente inexistente. Y eso es muy difícil.
Porque Victoria quizá sí hizo una vida más, diré, dentro de los cánones de la aristocracia.
Yo no creo eso. Creo que también fue una atrevida pero desde una óptica más política. Era feminista, fue la primera mujer en manejar un auto, deja a su marido y toma a un amante con el que pasa toda su vida, se enfrenta políticamente a Perón inclusive hasta el absurdo: no apoyó el voto femenino porque lo promovió Perón. Arma Sur, una revista literaria que fue la más importante de América Latina y probablemente lo sigue siendo, es la primera en publicar a Borges, inclusive yo creo que sin gustarle tanto Borges, no se llevaban bien, además. Cuando vas a la casa de San Isidro observás los muebles de la Bauhaus que se hace traer, le pide una caja a Le Corbusier; era una mujer muy de avanzada y muy de su época. Silvina no hacía nada, no tenía ningún interés en decorar la casa.
No tenía ni compromiso cultural.
No. En ese sentido, como la hermana, no. Fijate que Victoria los lleva a Silvina y a Bioy a Nueva York, a Harlem, y trata de transmitirles el entusiasmo de ver bandas de jazz y ellos no se copan para nada. Victoria se lo toma muy mal.
Y con razón.
Claro, tiene razón Victoria. “Son unos provincianos”, pensaba Victoria. No era el interés de Bioy ése, pero Silvina tenía un mundo tan cerrado y tan particular. Ella era fan de Brahms, de Clarice Lispector, cosas rarísimas. No era una persona que tuviera una conexión con su época como la tenía Victoria. Que Victoria también era muy poco convencional: decide no tener hijos, cuestiones muy radicales y muy públicas. Decide ser una gran gestora cultural, escritora, feminista y Silvina es todo lo contrario. Al punto que hay cosas que no se sabe qué opinaba. Victoria era opinión constante, una intelectual con un compromiso, Silvina no.
Hablemos de su sexualidad. ¿Fernando Noy te dijo lo de Pizarnik? Que se suicidó de amor por ella.
Noy está convencido. Noy fue muy amigo de Alejandra y él dice que ella se lo contó. Además están las cartas. Cartas de Alejandra a Silvina muy eróticas, cartas de amor. Eduardo Paz Leston no me terminó de definir pero deja la sugerencia, hay gente que lo niega rotundamente inclusive al punto de destacar que a Silvina no le gustaba físicamente Alejandra porque la consideraba fea. Tengo que apoyarme en Montequin que sí a partir de las cartas que él conserva -pero no tuve acceso porque está en su derecho, son suyas- se desprende que no pasó nada entre ellas. Hay un abanico que va desde el no absoluto al quizá y al sí fueron amantes. Por eso es un retrato medio poliédrico. Yo creo que tuvo aventuras sexuales con hombres y con mujeres, pero muy discreta. Ella hablaba de “personas”, no daba a entender nada.
Lo de la supuesta relación amorosa con la madre de Bioy se me antoja hasta incestuosa.
Y sí. Eso es un rumor que aparece en el libro de Juan José Sebreli. A Sebreli se lo contó Arturito Álvarez, un dandy de la época: en teoría una mujer de sociedad en su afán de tapar su relación lésbica con otra mujer de la alta sociedad, había casado a la amante con su hijo. Pero es un mito. Y Silvina no llevaba un diario. Y su marido que era un diarista excepcional, hace muy pocas alusiones a Silvina, entonces no se desprende nada al respecto. Las hay pero poco confesionales y esto como apreciación mía pareciera que Silvina le hubiera dicho: “No escribas sobre mí en los diarios”.
¿Qué podemos adivinar de la relación de matrimonio?
Muy apasionada sobre todo esos primeros años en el campo. Pero una vez instalados en Buenos Aires, Bioy volvió a ser el mujeriego que era. Otra vez, miles de versiones: que a ella no le importaba, que estaba enamorada de él y no le importaban (una anécdota que me contó Beccacece: Silvina entra a una habitación y lo encuentra a Bioy con una de sus amantes y le dice “Adolfito, no tanto”). Según Jovita, sufría como loca y lo esperaba en el sillón de entrada. Hasta la inclusión de terceros entre ellos (Genca, una sobrina adolescente de Silvina, amante de Bioy y a quien se llevaron de luna de miel con ellos y la habrían compartido sexualmente, cosa que Victoria nunca les perdonará). Lo de la hija, Marta, es otro misterio. Es hija de Bioy pero no de Silvina y no sabemos si así lo quisieron, si se dio o cómo fue. Yo creo que fue una pareja larga y que cambió con el tiempo y lo que se mantuvo es que se leían, tenían onda. Él decidió no dejarla, pensá que tenía amantes a diario. Fue una relación compleja que mutaba. Ella se alimentaba de eso, está ese cuento "Amada en el amado", por ejemplo, poemas de ella sobre celos. Hay una retroalimentación creativa de ese vínculo que no se podía descartar. No digo que lo aguantaba por eso pero sí una fascinación por lo poco convencional. Bioy decía que no había antecedente de la literatura de Silvina, que se había influenciado a sí misma. Y es un poco así. Cuando se escribe, lo autorreferencial es prácticamente imposible de sortear. Ella lo deforma completamente, lo hace con mucho ahínco, no le interesaba lo suyo personal salvo en el primer libro, El viaje olvidado. Victoria se lo reseña en Sur y la mata, o no tanto pero dice: “Me encontré con una persona disfrazada de sí misma”. Pasa que en esos cuentos Silvina relata acontecimientos de la infancia que claramente Victoria había vivido y no eran así. Luego hace unos cuentos muy borgeanos en Autobiografía de Irene, lo que muestra una ductilidad de su parte considerando que es muy difícil hacer cuentos borgeanos. Finalmente La Furia, el tercero, mi favorito, donde hay perversión, niños. Había encontrado su voz en el anterior y acá lo deforma en modo muy extremo. Ella es pintora y como tal tiene muy presente las imágenes y una interpretación sobre las figuras, esas impresiones que tienen que ver más con una imagen desconcertante que con una narración. Esa voz adquirida no la perderá nunca. Lo que se dice que era una escritora juguetona es verdad pero está muy buscado, tiene un plan.
Se me ocurre a partir de esto que quizá no tuvo lo avant garde de la hermana en lo intelectual pero sí en su literatura.
Literariamente, sí. Ella eso no lo tenía como intelectual pública, no le interesaba ser moderna o interés por cuáles ideas andaban por ahí.
¿Se te volvió un fantasma?
No. Sí me da pena que hay mucha gente que participó y ya murió. Noemí Ulla, por ejemplo, una escritora muy buena y poco reconocida que la estudió mucho y me ayudó con sus libros de conversaciones. Schoo, María Esther Vázquez ya no están.
Dedicaste el libro a tus padres, es la primera vez que lo hacés y es justamente algo muy diferente a lo tuyo.
Porque a Silvina la encontré en la biblioteca de ellos. Tenían una recopilación que creo se llamaba Pecado mortal, lo leí de chica y tuve una impresión de muchísima extrañeza. Y yo tengo una gran extrañeza con respecto a ella.
Se desprende del libro.
Sí, nunca me resultó familiar. No sé si es bueno o malo para escribir sobre ella. No hay un momento que diga “Ah, la entendí”, por eso quise hacer un libro con todas las versiones que pude recoger inclusive en mi propia impresión. Silvina tenía a todos fascinados pero no sé si alguien la conoció de verdad. Salvo Bioy o la hermana… En el Borges de Bioy, cuenta que estando en Mar del Plata, Silvina se quejaba: “Tuve que tapar a Borges en la playa porque como está ciego no se da cuenta que anda en bolas”. Bioy la nombra en sus diarios pero muy poco y casi no habla de su literatura, Borges la felicita públicamente pero como amigo sin mayor alusión y su hermana que la había reseñado, pero es muy llamativo que su núcleo más cercano no hable de ella, es raro. Yo no creo que se pueda conocer a alguien y me pareció lo más honesto poner todo lo que contaron y poner mucho de su obra. Quise hacer una lectura más de lector que de académico, que hay mucho desde un núcleo de sistema teórica más duro. Algo más periodístico.
¿De quién más harías un perfil así?
Manuel Puig me parece interesante. Ya lo hice con Alejandra Pizarnik. No lo sé, íntimamente te digo que hago Richey de los Manic (N. de R.: Richey James Edwards, guitarrista de los galeses Manic Street Preachers, desaparecido en circunstancias no resueltas), idealmente Nick Cave. Como fan lo pienso pero no querría decepcionarme en el camino, cosa que no me pasó con Silvina, todo me resultaba interesante. Mujica Lainez haría, esos gays icónicos, pero desde el chusmerío respetuoso.