"Pizarnik era una adelantada a su época"
La Biblioteca Nacional recibe una donación inesperada del archivo personal de Pizarnik
Miércoles 12 de setiembre de 2018
Material desconocido de la autora de La condesa sangrienta, compuesto por una donación de más de cien ejemplares de la biblioteca personal de la poeta, además una caja y una serie de carpetas que conservaba su hermana mayor, acaba de ingresar al archivo de la Biblioteca Nacional y pronto estará disponible para el público. Juan Rapacioli conversó con la investigadora a cargo de relevar el ingreso, Evelyn Galiazo.
Por Juan Rapacioli.
“En el eco de mis muertes / aún hay miedo”. Innovadora, rupturista y oscuramente misteriosa, la obra de Alejandra Pizarnik (1936-1972) se mueve como un río caudaloso que siempre encuentra un nuevo cauce. Dolor, miedo, desdoblamiento y muerte son puntos claves de una poesía enigmática, imitada y celebrada que se mantiene vigente a través de generaciones: un fuego que nunca se apaga.
Gracias a la gestión de Evelyn Galiazo, investigadora de la Biblioteca Nacional, se podrá acceder a material desconocido de la autora de La última inocencia, compuesto por una donación de más de cien ejemplares de la biblioteca personal de la poeta, además una caja y una serie de carpetas que conservaba su hermana mayor, Myriam Pizarnik de Nesis.
El material (que está en pleno proceso y no disponible para el público todavía) podrá ser consultado en la Sala de Tesoro de la Biblioteca Nacional, e incluye papeles personales, reseñas de sus poemarios, notas periodísticas, separatas, fotocopias de cartas y de algunos manuscritos, entre muchos otros documentos que están siendo procesados. “Aún no está establecido con exactitud el número de documentos porque la donación se terminó dando de una manera muy personal e inesperada”, explicó Galiazo.
Estas revelaciones sirven como espejo de la nueva edición ampliada de Diarios -a cargo de Ana Becciú y publicada por Lumen-, donde queda claro que su imagen cristalizada de "poeta suicida" no era una pose sino el único modo que Pizarnik encontró para vivir: a través del sufrimiento. Como Kafka, disolvió su personalidad en el lenguaje. La muerte la persiguió toda su corta pero intensa vida, hasta que la encontró el 25 de septiembre de 1972, luego de ingerir 50 pastillas de Seconal. Tenía 36 años. “No quiero ir / nada más / que hasta el fondo”, escribió. Su obra representa uno de los puntos más altos de la poesía argentina.
Evelyn Galiazo es Licenciada en Letras (UBA) y docente de Metafísica en la carrera de Filosofía de la misma universidad. Está finalizando su tesis doctoral sobre la relación entre escritura y animalidad en las obras de Friedrich Nietzsche y Jacques Derrida, e integra la Dirección de Investigaciones Bibliohemerográficas de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. En esta entrevista, la investigadora cuenta cómo fue el proceso íntimo que se concretó con la donación de un material que ilumina zonas reveladoras de una escritora que sigue resonando con singular potencia: “alejandra alejandra / debajo estoy yo / alejandra”.
¿Hace cuánto que estudiás la obra de Pizarnik?
Empecé a leer a Pizarnik a los 18 pero pasé mucho tiempo hipnotizada con su lengua narcótica como para poder hacer una lectura crítica. En la Biblioteca Nacional adquirí también la debilidad por las primeras ediciones, los manuscritos y los archivos de los escritores. Aprovechando que Horacio González le dió un fuerte impulso a las investigaciones durante su gestión, cuando en 2007 la BNMM compró parte de la biblioteca personal de AP –el Fondo Pizarnik, conformado por 650 libros y publicaciones periódicas– presenté un proyecto de investigación para elaborar un catálogo razonado de esos volúmenes, en una línea similar a la de “Borges. Libros y lecturas”, que Laura Rosato y Germán Álvarez publicaron en la editorial de la Biblioteca. Los libros de Pizarnik me impactaron. Ella leía profesionalmente, marcando y anotando mucho los márgenes y a veces ensayando algún texto propio en las páginas de guarda. Intervenía sus lecturas con el fervor y la irreverencia que la caracterizan. Del mundo que esos libros me revelaron fue decantando una lectura crítica acerca de su proyecto poético.
¿Cómo accediste a este material?
En diciembre de 2016 Cristina Piña –biógrafa y editora de Pizarnik durante los noventa– le comentó a Leopoldo Brizuela –encargado de rastrear archivos de escritores de interés para la institución– que la familia de Pizarnik todavía conservaba algunos de sus libros. Leopoldo me avisó y con ese único dato me puse en contacto con los herederos. Luego de dieciocho meses de gestiones se concretó la donación de otros 122 ejemplares de la biblioteca personal de Alejandra, además una caja y una serie de carpetas con papeles de la poeta que aún atesoraba en silencio su hermana mayor, Myriam Pizarnik de Nesis. Durante más de un año Myriam me atendía por teléfono, evasiva y reticente pero nunca terminante. Era confuso. Al principio yo no sabía ni de cuántos libros hablábamos ni qué planes tenía para ellos, e ignoraba por completo la existencia de los papeles. Cuando me estaba dando por vencida me llamó para que nos encontráramos en su casa de Villa del Parque. Fui sin grandes expectativas pero nos entendimos muy bien apenas nos conocimos. “Disculpame –me dijo mientras yo revisaba los libros y los papeles. Quería hacer algo porque ya estoy grande pero una parte de mí se resistía a soltar todo esto. Le di muchas vueltas al asunto hasta que me di cuenta de que dejarlo en un lugar donde lo aprecien como yo es lo mejor que todavía puedo hacer por Alejandra”. Esa misma tarde, después hablar muchísimo, firmamos un acta de donación con un inventario somero y me prestó una valija y un par de cajas para llevar las cosas a la BNMM. Me despidió en la puerta con un abrazo, emocionada y finalmente convencida de la importancia de que el material permanezca en Argentina, accesible a los investigadores de nuestro país. Días después se hizo el acto formal con el convenio de donación firmado por el ex director Alberto Manguel –que durante su juventud fue amigo de Pizarnik– y por Myriam, previa lectura de su hijo Fabián, que es abogado.
¿Cuántos documentos pudiste conocer y qué te parece lo más relevante?
Aún no está establecido con exactitud el número de documentos porque la donación se terminó dando de una manera muy personal e inesperada. El relevamiento técnico de los papeles y la catalogación de los libros se están haciendo ahora. Son tres carpetas oficio, una carpeta más chica y un cuadernillo, además de material suelto. Hay papeles personales, reseñas de sus poemarios y notas periodísticas sobre ella y su obra –que la misma Pizarnik recortaba y clasificaba, anotando fechas y fuentes–, separatas, fotocopias de cartas y de algunos otros manuscritos. Hay originales mecanografiados y corregidos a mano de textos publicados en Sur, El nacional o El corno emplumado y el borrador de las traducciones de Evgueni Evtouchenko que Pizarnik hizo para la revista española Índice. Entre otras sorpresas felices, descubrí la hoja verde agua donde Enrique Pezzoni mecanografió con tipografía cursiva el texto que escribió para la presentación de Extracción de la piedra de la locura. También está la invitación al evento, que tuvo lugar en la Galería Bonino, de la que autora y presentador eran habitués. Hay rarezas como una partitura para canto y piano que Alejandro Pinto compuso sobre 18 pequeños poemas de Pizarnik y la aplicación para la Beca Guggenheim, que Pizarnik obtuvo en 1968, incluidos los requisitos, anotados en tinta verde con su inconfundible letra. Todo el fondo documental me parece relevante precisamente como conjunto heterogéneo donde las zonas gobernadas por cierta lógica –la de las carpetas– se ven interrumpidas por textos inclasificables e indeterminados y por materiales inesperados. Como decía Derrida, el archivo es en sí mismo un texto, un campo de fuerzas que cada cual habrá de organizar en función de la lectura que haga. Para mí, por ejemplo, la experiencia de este archivo está atravesada por el modo en que llegó a mis manos. Esas charlas en Villa del Parque ocurrieron frente al retrato de Pizarnik y sus dibujos enmarcados, y entre café y café fueron apareciendo más fragmentos del extraño mundo de Alejandra: cajitas, muñecas, anécdotas, costumbres de la infancia. Objetos que llegaban como las cosas que vuelven a la playa después de un naufragio y para las que hay que construir un relato.
¿Cómo se complementan estos documentos con su obra publicada y qué aspectos desconocidos de la escritora iluminan?
Mariana Di Cio sostiene que cualquier estudio de la obra de Pizarnik puede empezar con las expresiones Hinc sunt leones o Hinc sunt dracones que los antiguos cartógrafos empleaban para señalar regiones desconocidas. Mariana apunta a que, aunque en las últimas décadas se publicaron numerosos inéditos, aunque se multiplicaron las ediciones raras y los facsimilares, las traducciones y los estudios críticos que intentan desenredar los hilos de su poética, la obra de Pizarnik continúa siendo en cierta medida una terra incógnita. Vastas zonas de su trabajo todavía esperan ser descubiertas, recorridas y descifradas. Hasta 1999, cuando se conformó el archivo de la poeta en la Biblioteca de la Universidad de Princeton, la existencia de esa nutrida colección de manuscritos fue un secreto a voces que circulaba entre iniciados. Y luego continuó siendo, sino un secreto, al menos un privilegio para investigadores acreditados que pudieran viajar a los Estados Unidos. En este sentido, el conjunto de documentos que acaban de llegar a la BNMM inaugura una nueva etapa en los estudios sobre Pizarnik en nuestro país. Las carpetas con los recortes de prensa sobre sus publicaciones, los premios y las becas que recibió, testimonian tanto el devenir autora de Pizarnik como la intención de registrar esa profesionalización. En espejo, los borradores o redacciones preparatorias muestran, a través de sus tachaduras y correcciones, los hilvanes de la escritura y sus procedimientos constructivos. Con sus cambios de rumbo, su inestabilidad y su ambivalencia propias, los papeles de trabajo dejan al descubierto la arquitectura de una obra que en ellos se revela nunca completa, siempre por ser descubierta y en estado de permanente work in progress.
A diferencia de otros autores y autoras, la obra de Pizarnik parece estar siempre vigente. ¿Te parece que esto es así? ¿Por qué?
En principio porque Pizarnik era una adelantada a su época. Para comprobarlo basta leer el reportaje que le hicieron –a ella entre otras trabajadoras del ámbito de la cultura– en el número triple que en 1970-71 la revista Sur le dedica a la mujer. Pizarnik responde sobre la condición de su género y sobre el aborto asumiendo una posición de rabiosa actualidad. Su obra entera cuestiona el modo en que el discurso heteronormativo produce identidades y segrega sujetos abyectos. Pero su potencia y su singularidad también tienen algo de intempestivo, presentan una cierta dislocación con respecto a cualquier tiempo, que es la condición de todo clásico. La propuesta estética de Pizarnik es una de las más rupturistas de la poesía de los 60 y los 70 y sin embargo no envejece como las vanguardias. Sus chistes siguen haciendo gracia y sus golpes bajos, siguen dando en el blanco. Tal vez porque todavía no terminamos de comprender los misteriosos resortes de su poética, que en parte su archivo ilumina o deja entrever.