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"Me interesa separarme un poco de lo que se viene escribiendo en Argentina"

Pablo Ottonello

"Me pregunto, siendo un escritor de esta época, si es posible salir del yo, y creo que una de las respuestas es a través del juego, a través de la fantasía", dice en esta entrevista con Gonzalo León el autor de El verano de los peces muertos (Marciana). "Siento que el género fantástico me da más libertad".

Por Gonzalo León.

El verano de los peces muertos es el segundo libro de cuentos de Pablo Ottonello (1983) y constituye una grata sorpresa, porque no se adscribe a ningún género en particular, aunque coquetee con varios. Tampoco busca alinearse con una tendencia, ya que lo suyo va por el planteamientos de problemas literarios a través de estos tres relatos y una nouvelle publicados por Editorial Marciana. Y precisamente constituye una grata sorpresa, porque es más habitual que autores con más títulos en el lomo se atrevan a eso. Cómo se convierte la simple experiencia en experiencia literaria y cómo la memoria salta a la ficción son problemas que ya han tratado, entre otros, Marcel Proust, César Aira, Mario Levrero y Fogwill.

En uno de sus célebres ensayos sobre Proust, José Bianco escribió que para el autor francés el presente estaba unido con el pasado a través de la memoria involuntaria y que el pegamento que unía ambos tiempos era la metáfora. Aira, por su lado, en Una aventura, reflexiona sobre cómo convertir una aventura en la vida real en experiencia literaria sin tener necesidad de contar esa peripecia. Sería injusto para Ottonello ponerlo a la misma altura de estos escritores, porque recién empieza, pero es justo reconocer que lo suyo va por esta senda.

La nouvelle ‘Klimowicz’, por extensión y recursos literarios, concentra mucha de la atención de este libro. Primero porque parece un relato fantástico, plantea esa típica duda del género que consiste en ese vaivén que hay entre un hecho que puede ser la manifestación de una locura o derechamente el hecho fantástico; siempre este tipo de relatos apelan a este movimiento o vaivén. También está presente el tema de la memoria. ¿Cómo recordamos? ¿Qué papel juega la escritura en la fijación de nuestros recuerdos? Y otro tema bien abordado es la locura y aquí la interrogante es: ¿Pueden los neologismos, o la innovación en el lenguaje, conducirnos a la locura? Hacia el final el relato se vuelve policial, pero ni el fantástico ni éste son abordados desde la perspectiva del género, Ottonello prefiere coquetear con ellos, porque les sirve como excusa para tocar estos problemas literarios. Puede haber muchos defectos en los relatos de El verano de los peces muertos, pero sin duda aquí hay un autor leyendo, pensando y escribiendo.

Ottonello actualmente vive en Estados Unidos, donde cursa un doctorado. El próximo año Editorial Entropía publicará Veteranos de la guerra del día, y junto a Emilio Jurado Naón, Leonardo Sabbatella, Natalia Rodríguez, Leila Sucari, Javier Fernández Paupy, Martín Felipe Castagnet y Michel Nieva, entre otros, pertenece a una camada de autores argentinos a tener en cuenta.

 

¿Hay un coqueteo que haces con el género fantástico, pero no sé si lo haces sólo en este libro o en el otro también? Y digo coqueteo porque no alcanzan a configurarse los relatos como de género, sino que están justo en el medio. ¿Es así?

La verdad es que este libro salió un poco así, metido en el género fantástico. En ‘Quiero ser artista’, el cuento que arranca el libro homónimo que publiqué hace dos años, y que es sobre un cineasta que ve moléculas vivas en la película y las empieza a medir, también hay una cosa medio fantástica. La verdad no es una cuestión que haya pensado deliberadamente, sí me interesa separarme un poco de lo que se viene escribiendo en Argentina: literaturas muy personales, literaturas de autoficción, etcétera. Siento que el género fantástico me da más libertad con respecto a eso; me pregunto, siendo un escritor de esta época, si es posible salir del yo, y creo que una de las respuestas es a través del juego, a través de la fantasía, y en mi caso, agrego algunos temas ambientales, que me interesan, pero sin que se conviertan en folletos, cruzarlo un poco por ahí, con la distopía, con la contaminación como disparador de cuestiones fantasiosas.

El fantástico se cuela a través de una rendija que queda entre la locura y la realidad fantasiosa, ¿es lo que vemos o el personaje se volvió loco? Sin embargo en el coqueteo que haces en el primer relato o nouvelle, ‘Klimowicz’, claramente el personaje Sara se está volviendo loca y uno se queda esperando la manifestación de ese mundo fantástico que nunca llega. ¿Eras consciente de esto?

Sí, porque como bien vos decís creo que no pertenecería ese relato al género fantástico. Porque yo quería hacer un cuento que fuera lo inverso a ‘Funes el memorioso’, de Borges, es decir alguien que en vez de tener una memoria perfecta tiene una memoria perfectamente imperfecta, pero a su vez como los personajes son neurólogos y tratan de recuperar capacidades cognitivas en enfermos de Alzheimer, y por eso la prosa es súper obsesiva, porque desarrolla la obsesión por su tema de trabajo, y esa obsesión además del trabajo es Sara Klimowicz, que desarrolla una percepción pura, es decir no recordar. Entonces el protagonista y narrador es una persona que se obsesiona mucho con una mujer a tal punto que llega a volverse loco, porque pensar en Sara implica pensar en todo el tiempo de su día, de la misma manera que para Funes veinticuatro horas de vida le llevan veinticuatro horas de relato: él se vuelve Funes y ella en alguien que no tiene memoria, quise hacer esa cosa espejo aquí. También ella abandona la ciencia y él por el contrario reafirma su creencia en la ciencia.

La memoria como tema aparece en El alma de Gardel, de Levrero, donde aborda la manera que tenemos de acordar y, por otra parte, planteas cómo se organiza la experiencia y señalás que la escritura organiza, organiza no ordena. Creo recordar que Levrero y Fogwill en La gran ventana de los sueños escribieron que allí donde falla la memoria aparece la ficción. ¿Hay algo de esto también?

No leí ese libro de Levrero, pero me gusta mucho y acabo de escribir un paper sobre La novela luminosa, donde investiga sus estados de ánimo y la manera de saber cómo se siente cuando escribe, y es muy minucioso en organizar la experiencia a través de la escritura. Yo coincido en que es raro decir que ordena porque ningún relato, siguiendo a Borges, va a ser un relato exacto porque esa exactitud no es algo que el lenguaje pueda lograr, es decir, todo relato va a ser imperfecto, y eso es un poco la crítica que Borges le hace a la literatura realista, que tanto le perturbaba un poco por una especie de vagancia metafísica que le atribuye a la literatura realista en tanto que la realidad existe. Pone en duda, sin ir más lejos, la relación entre la palabra y la cosa, entre signo y referente. Ahora volviendo a ‘Klimowicz’, sí es cierto que lo que tiene esta novelita es escribir para tratar de entender, y por supuesto hacia el final cuando el narrador dice pensar en la primera falange de un dedo me llevó seis horas es un poco una cita de Funes, que es capaz de contar con precisión cuántos crines tiene un caballo. La pregunta es qué otras herramientas tendríamos para organizar la experiencia, si no es el lenguaje, o antes de la escritura; no soy fenomenólogo y estoy muy lejos de manejar esas teorías pero me interesa la relación entre percepción y escritura, sobre todo cuando la percepción sufre algunas alteraciones. Por ejemplo, Sara enloquece, porque dice que no tiene percepción pero en realidad después escribe palabras y justamente el narrador le dice pero si estás escribiendo palabras, evidentemente hay algún tipo de registro, pero ella responde que es libre asociación, y en ese lenguaje aparecen metáforas. Ahora que recuerdo todos los personajes de estos relatos escriben: el segundo es una mujer que escribe una carta a su hijo, el tercero es una poeta que escribe. Me gustaría pensar que todo el libro es una reflexión sobre cómo organizar la experiencia, me gustaría encontrarle esa coherencia, porque cuando estaba escribiendo los cuentos no sabía cómo iban a terminar o si iban a terminar juntos.

‘Klimowicz’, más allá de la historia, plantea, como vemos, problemas literarios, como por ejemplo estos neurólogos creen que la invención de neologismos conduce inevitablemente a la locura. Parecen normativos o derechamente inquisidores del lenguaje. ¿Los pensaste así?

Sí, y qué bueno que lo remarcás. Yo no soy ni sicoanalista ni siquiatra ni neurólogo, pero hablando con un amigo sicoanalista hace mucho me dijo esto de que el diagnóstico de la sicosis, si bien es súper complejo, pero un síntoma es la invención de palabras, y como que la explicación me gustó y la quise convertir en algo literario, es decir quien no encuentra en el código tal cual como está la manera de relacionarse y necesita fundar la realidad verbal es alguien que está en un límite. En este punto me gusta la palabra normativo, porque ellos son médicos con toda la entidad y la carga que tiene eso, un poco esta falta de lenguaje normativo es lo que le critica el narrador a Sara cuando empieza a perder rigor en sus estudios y textos y volverse más impulsiva y a dejar de ser científica. Y también por eso mismo me gusta lo que vos decís que son inquisidores, porque ellos notan que los que se van de la norma entran en una dimensión complicada, que es un poco lo que él le va a criticar a Sara, que básicamente sus investigaciones que en el mundo académico siempre fueron bien recibidas, críticamente aclamadas, con premios y doctorados, de repente se pone a girar en falso, y él le llama la atención que está dejando de hacer lo que históricamente hizo bien, y se pone a hacer esas escrituras que, de nuevo, para él son boludeces, porque son anormales en un punto. Lo loco es que el que termina medio anormal es él. Foucault trata de responder esto en Los anormales, cuando la siquiatría se mete en lo jurídico, eso es un gran tema, no sé si eso está insinuado en ‘Klimowicz’.

Siguiendo con los problemas literarios que planteas, y a propósito de una cosa que publicaste en un sitio web sobre César Aira, en su última nouvelle, Una aventura, aborda los mismos problemas que vos, por ejemplo reflexiona cómo contar una aventura y transformarla en experiencia literaria sin contar esa aventura. Me parece que en tu primer relato hay algo de eso, porque no se sabe qué le pasó a Sara concretamente, de hecho al final el relato se vuelve policial.

Para mí, la aventura de escribir es el gran tema. Por supuesto esto no lo inventó Cervantes, pero de Cervantes para acá es imposible que una literatura no se interrogue sobre cuáles son los medios que está empleando. Ahora con respecto a Aira, hubo un momento en que escribía cartas a escritores en Bastión Digital y la que vos mencionás se llama ‘En busca de César Aira’ y era un juego, es ridículo tratar de imitar a Borges o a Aira porque siempre va a salir mal, pero sí se puede jugar con ellos. Borges jugó con Cervantes y con todos los autores que se nos ocurran, Aira un poco también, Katchadjian hizo lo propio con Borges, o como hacen todos los que se preguntan sobre escribir. Pero volviendo a tu pregunta, cómo es que la experiencia vivida se convierte en experiencia literaria me parece una gran pregunta, de hecho es algo que yo me quiero responder. Hay autores que la han respondido no separando literatura de obra, si pensamos en los beatniks; en el caso de Aira, que me gusta mucho, hay uno de sus libros que se llama Cumpleaños, donde hace una especie de manifiesto: dice algo así como que se ha dado cuenta a los cincuenta años que la literatura es algo absurdo, por lo que lo único que le quedaba es hacer juegos literarios. En otras palabras: Como me di cuenta de que no soy un genio me doy a dedicar a romper las bolas. Y eso lo vuelve más genial.

En el segundo cuento, ‘Cambió todo tanto’, donde una madre le escribe la carta a su hijo y le relata la grave contaminación que sufre un pueblo más que una carta que efectivamente le vaya a llegar a su hijo es como un testamento, y en ese sentido parece que desde un inicio todos estuvieran muertos: la gente del pueblo y la madre misma.

No lo pensé así, pero me gusta la asociación porque me hace pensar obviamente en Pedro Páramo y en todas esas voces de muertos que interactúan y rompen la temporalidad, pero bueno, Pedro Páramo es una novela demasiado prodigiosa para querer comparar mi cuento con eso. En realidad estaba tratando de construir una voz desesperada y no creíble, porque no sé si a esa vieja le podemos creer que ella está bien y qué sé yo. Si es evidente que el agua no se puede tomar y están casi todos semi zombis, todos medio infectados por mercurio, si nos ponemos en agentes de la verosimilitud, cómo es que esa carta sale de ahí. Quizá la carta es solamente un acto literario, porque parecería raro que existieran las capacidades logísticas de correo o de quien sea para sacar una carta en papel de ahí. No diría entonces que están todos muertos, sino más bien que esa señora está súper afectada neurológicamente por el mercurio y lo que está diciendo es una especie de manotazo de ahogado a un hijo para que no venga, aunque también está pidiendo atención.

Tanto en el primer relato como en el segundo abordas el tema de la enfermedad y es inevitable referirse al libro La enfermedad y sus metáforas, de Susan Sontag, pero también a otros libros.

Sin duda, la enfermedad mental, en lo particular, es algo que me da muchísimo miedo y soy muy hipocondriaco con todas las posibles enfermedades que se te ocurran y una forma no sé de si sanarme es escribirlas. Sobre la mental que está en el primer relato me parece una muy buena excusa para que la prosa se pueda enrarecer a tal punto que el lector pueda notar que el narrador está enloqueciendo, que las obsesiones que está padeciendo el narrador se vean en la prosa, y creo que está bueno que el estilo sea un reflejo del contenido, o que el estilo sea el contenido. Me parece que quizá eso fue lo que intenté, que la enfermedad mental sea esa obsesión y que en esa obsesión el lenguaje se vuelva repetitivo, o enfermo si se quiere. Y en el de la minería, está de moda el antropoceno en la escena crítica, yo no me considero ecologista, en tanto que no soy un activista por esos temas. En todo caso no fui demasiado consciente, pero más que la contaminación me interesaba la paranoia por la contaminación: lo que se esconde y lo que se falsea detrás de esos informes medioambientales, porque eso también es una gran operación literaria, lo que una empresa presenta como informe de impacto medioambiental, ahí hay escritura también. En este cuento la enfermedad es algo que va minando el cuerpo humano, lo que me parece atractivo y a la vez atroz, de hecho el personaje del tercer cuento muere de cáncer y en el último mueren todos los peces por agroquímicos. La enfermedad y la muerte están claramente en todo el libro, y eso sí fue algo deliberado.

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