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"Isidoro Blaisten nunca dejó de ser un poeta"

En Voces en la noche (Hugo Benjamin Editora), "concebida desde la locura, escrita con la razón, poblada de alusiones literarias", Blaisten crea una ciudad sin nombre.




Por Eduardo Álvarez Tuñón.



Hace más de treinta años, en un café que ya no existe, Isidoro Blaisten, con quien me encontraba para escucharlo hablar de libros, esbozó para mí una teoría de cómo debían escribirse los prólogos de los autores que admirábamos. Sería una vanidad afirmar que fui su amigo (nos separaban más de 24 años), pero tengo la sensación y casi diría la certeza de que no le resultaba indiferente ejercer sobre el joven que fui una suerte de magisterio y conversar de lecturas. Nos veíamos cada dos o tres meses y, en verdad, era él quien me hacía descubrir las sutilezas, las luces y las sombras de los textos. Yo volvía a mi casa a buscar los libros que él mencionaba, releerlos con fervor y hallaba en ellos lo que nunca había hallado. 

Isidoro Blaisten no era solo un gran escritor. Era también, como Borges, un maravilloso lector, quizás el más extraordinario que he conocido. Esa tarde me recordó que había escrito una nota, publicada en Anticonferencias, en la que daba 19 consejos útiles para presentar un libro y ahora él quería llevar a cabo una suerte de guía para escribir prólogos. Confieso que yo hubiera preferido hablar otros temas. Esperaba con ansiedad esos encuentros con Isidoro para escucharlo opinar sobre literatura y siempre llevaba en mente una lista de autores leídos, para preguntarle su opinión. Lo cierto es que la escritura de prólogos me resultaba lejana y poco atrayente. Se lo insinué con cierta timidez e intenté, inútilmente, cambiar el tema. Pero él me dijo que era necesario que fuera yo quien lo escuchara y comenzó a detallar aquello que el prologuista debía evitar y a explicarme cuál debía ser la finalidad esencial de todo prólogo. Isidoro no llegó a escribir, al menos que yo sepa, aquellos consejos. Esa escena, en mi recuerdo, adquirió de pronto un sentido y una luz única, diría mágica, cuando Hugo Levin me llamó por teléfono en diciembre de 2023, y me propuso hacer el prólogo para una nueva edición del último libro de Isidoro Blaisten, su única novela, Voces en la noche, que había sido publicada por Seix Barral en el 2004, en el mismo mes de su fallecimiento.

Pensé, entonces, que Isidoro Blaisten, un “espía del tiempo y de dios”, como le gustaba definir a los poetas, vislumbró, a través de los días, que yo, en algún momento, escribiría un prólogo para alguna obra suya cuando él ya no estuviera sobre la tierra y quería hacerme evitar los errores comunes y las conductas que detestaba. Acepté de inmediato la propuesta de Hugo Levin, a quien agradezco porque me hizo descubrir los alcances de aquella obstinada clase que Isidoro solo impartió para mí.

Trataré de cumplir con su mandato secreto y aspiro, creo, sin soberbia (o quiero creer), que él no hubiera desaprobado estas líneas.

Lo primero que me dijo fue que la función del prólogo debía ser exclusivamente enfervorizar con la lectura del libro. No instar a su abandono. El prologuista debía ser, esencialmente, un lector, un agradecido lector. Era importante prescindir de las elaboraciones críticas, que se esbozan para simular sabiduría y para seducir a las crédulas universidades. Repitió, con énfasis, una frase que tuvo, esa tarde, la música de un axioma: “Donde termina la creación, comienza la teoría”. Me advirtió que el prólogo tiene que ser pensado para un lector que aún no llegó al libro o a lo sumo para un “re-lector” que vuelve a acercarse a la obra en la búsqueda vana del clima de una primera vez. Por lo tanto, el libro debía ser comprendido, en su poder de seducción, sin que fuera necesario conocer la trama. El prólogo, según Isidoro, debía producir la sensación de las vísperas de una fiesta, de la atracción primera que nos produce una mujer que sabemos, desde un principio, que podemos amarla, aún sin haberla conocido del todo. Para aventar la oscura frialdad de la crítica, que “marchita la rosa que venera”, frase que repitió una y otra vez y atribuyó a Borges, el prologuista debía contar algo de su vida personal, dejar una huella de que es un ser humano (este último consejo hizo que me sintiera con derecho a aludir a mis encuentros con Isidoro, sin sentir que descendía a lo autorreferencial). Por último, me advirtió que era importante ser breve, no fatigar y recordó una cita de Quevedo: “Dios te salve lector de prólogos largos”. Agregó: Si el fervor se hace eterno se transforma en aburrimiento y lo peor que le puede pasar a la literatura es tornarse aburrida. 

Así me habló aquella tarde y procuraré cumplir con su mandato. Al escribir este prólogo no puedo ni debo soslayar el excepcional discurso que pronunció el 12 de septiembre del 2002, al ingresar a la Academia Argentina de Letras. Isidoro Blaisten fue elegido para ocupar, nada menos, que el sillón José Hernández. Se trató de un acto de justicia, de un reconocimiento relevante para dar visibilidad mayor a una obra silenciosa y única. Su disertación tuvo por título “La destrucción de la solemnidad. La literatura como solemnidad destruida”. Allí advirtió el riesgo de asfixiar a la profundidad y a la belleza y llevó a cabo un erudito reproche a todos aquellos que recurren a lo solemne para acercarse a la vida.

Voces en la noche (2004), como ya lo señalé, es la única novela de Isidoro Blaisten. Su obra se inicia con un libro de poemas, Sucedió en la lluvia, en 1965, y continúa con una serie de libros de cuentos: La felicidad (1969), La salvación (1972), El mago (1974), Dublín al sur (1980), Cerrado por melancolía (1981), Carroza y Reina (1986), Al acecho (1995). A su vez escribió dos libros de ensayos originalísimos, Anticonferencias (1983) y Cuando éramos felices (1992). 


Más allá de los géneros, en los que un poco descreía, Isidoro Blaisten nunca dejó de ser un poeta en el sentido más cabal de la palabra, aunque él lo negara. Sus observaciones siempre estaban entre el cielo y la tierra. En la entrevista “La fiera ruge y el ángel canta”, que integra Anticonferenciaslo dijo con claridad: “La poesía está por encima. Para mí es una especie de categoría que rige todas las cosas”. Ya había escrito en su disertación inolvidable “Para qué sirve un poeta”: “La poesía es el máximo común denominador”.

Su relación con la novela fue muy singular y por esa circunstancia, Voces en la noche suscita un interés especial, al que se une el hecho de que se trata de su última creación y, quizás, uno de sus puntos más altos. A lo largo de los años, Isidoro Blaisten, deslizó algunos juicios críticos hacia la novela. Dijo, por ejemplo, que era una “exasperación” y que prefería el cuento, género que reemplazaba la “extensión” por la “tensión”. Citaba a menudo la frase de Borges en el prólogo a “Ficciones”: “Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros, el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos…”. En “La fiera ruge y el ángel canta”, entrevista ya mencionada, afirmó que las grandes novelas, como “Moby Dick” y “El Quijote” son, en verdad, colecciones de cuentos.

Sin embargo, Isidoro Blaisten era un gran lector de novelas, le producían una atracción intensa. En esas conversaciones con él, me confesó que, con los años, había advertido que, si tenía la intención de representar la vida en su caos, debía recurrir a ese género. Recordó el ejemplo de Joyce y su trayectoria meditada por la poesía y el cuento hacia la novela total. Me dijo que estaba escribiendo una novela. Quise interrogarlo sobre el tema y se negó a responder. Era, sin duda, Voces en la noche.

Recuerdo que a los pocos meses volví a verlo. Estaba en pleno proceso de escritura, lenta y laboriosa. Pulía cada frase y escuchaba su música. Quizás sabedor de que yo haría este prólogo, me dijo tres claves y pautas de su elaboración, claves que descubrí después en Voces en la noche. La primera remitía a una frase de André Gide: “La literatura se crea con la locura y se escribe con la razón”. La segunda provenía de Flaubert: “Dios está en los detalles”. La tercera era una elaboración propia, pero a la sutil altura de los dos autores mencionados: “La realidad no basta” y agregó: “Por eso me decidí a escribir una novela”. 

Isidoro Blaisten no se equivocaba. Voces en la noche es su último triunfo. Concebida desde la locura, escrita con la razón, poblada de alusiones literarias, creó una ciudad sin nombre, entre la realidad y el sueño, con sitios alucinantes que nos parece haber recorrido: El Parque de las Estatuas Decapitadas, el monumento al Enfermero Desconocido, el Nosocomio, el Paseo de los Ilícitos, la Torre de los Abigeatos y el Pabellón de los Tristes Pudientes. En ese escenario desolado y proclive al delirio, diseñó personajes inocentes y conspiradores al mismo tiempo: El protagonista principal, cuyo nombre ignoramos, vendedor de camisones, que hace corretaje por las calles y está decidido a matar a quienes quieren arruinar la literatura; Anselmi, dueño de una casa de cotillón que escribe y teoriza sobre las corrientes estéticas; el herrero Herrero, y su bella mujer Adela, custodiada por perros salvajes; la misteriosa señora Tokoyama, que recitaba haikus con interpretaciones hilarantes. Todos confluyen en una trama en la que concurren la tragedia, el humor genial, la utopía y el fracaso.

Isidoro Blaisten “fuerza la realidad hasta llevarla al límite de la fantasía y fuerza la fantasía hasta llevarla al límite de la realidad”, como aconseja a todo escritor el Sr. Estanislao, otro de los personajes extraordinarios de la novela, que “vive de perfil” y ejerce el arte de la crítica. 

Un aspecto insoslayable de esta novela única en el panorama de la narrativa argentina es la posibilidad de su lectura en varios planos. Encierra una historia de crímenes proyectados que cautiva, convoca a la curiosidad del lector y a su vez lo lleva hacia la nostalgia y la poesía con sus observaciones profundas y detalles que hubieran fascinado al mismo Flaubert. A su vez esconde eruditas referencias literarias, homenajes a escritores, invitaciones a recorrer grandes obras y logra aquello que se propuso siempre: Escribir un libro que, con las mismas palabras, sin concesiones, sea leído en las universidades y emocione a los “muchachos de San Juan y Boedo”.

En estas páginas, para releer y subrayar, está la voz de Isidoro Blaisten, esa voz grave que por momentos sonaba como una música, esa voz que nos mostraba un universo distinto, esa voz que tuve el privilegio de escuchar y que nunca dejaré de extrañar.

Eduardo Álvarez Tuñón

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