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"Hice un ejercicio de vaciamiento de mi voz para escuchar la voz del otro"

Liliana Villanueva

"Siento que escribo crónicas, pero con elementos de otros lugares". Una entrevista a partir de Lloverá siempre. Las vidas de María Esther Gilio (Criatura Editora) y Maestros de la escritura (Godot), las dos novedades de Liliana Villanueva, a cargo de Gonzalo León.

Por Gonzalo León. Foto de Silvana Sergio.

 

Lloverá siempre. Las vidas de María Esther Gilio, de Liliana Villanueva (Criatura Editora) es, pese a su autora, LA biografía de la gran periodista y entrevistadora uruguaya. Con este tercer libro Villanueva demuestra oficio para contar con más elementos narrativos y mejor prosa que sus libros anteriores (Las clases de Hebe Uhart y Sombras rusas, ambos publicados por Blatt & Ríos) la vida de Gilio, que nació en los albores de la década del 20 y que se extendió hasta hace algunos años, y que, por decirlo así, conoció a todos los personajes y personalidades de su época: desde Onetti a Borges, pasando por los políticos de la época. Su exilio, además de ser testimonio de la violencia política generada en los 70 en buena parte de Sudamérica, fue doloroso, sobre todo porque dejó en su país a sus dos hijas y por las dificultades económicas y vitales que implica todo exilio.

Uno de los grandes aciertos de este libro es el artefacto narrativo que lo sostiene: una charla interminable durante un día en Montevideo en la casa de Gilio, donde llueve y donde hay un corte de luz. Pero la charla, en el plano discursivo, tiene la gracia de hacer visible sólo a la anfitriona, lo que provoca un efecto de lectura muy particular: es ella la que parece conducir el relato, la historia de su vida. En vida era más o menos así, porque cuando la entrevistaban era ella, según Villanueva, la que terminaba preguntando. Como toda buena biografía, aspira a ser juzgada desde la literatura, más allá de la exhaustiva investigación que salta a la vista. Los textos biográficos que aparecen en la actualidad están más vinculados al periodismo o a la historia y rara vez pueden ser juzgados desde la literatura. Villanueva no sólo presentó Lloverá siempre en la Feria del Libro también presentó Maestros de la escritura (Godot), un recorrido por aquellos escritores que han dictado talleres literarios en el Río de la Plata, como Mario Levrero, Leila Guerriero, Abelardo Castillo y la propia Gilio. Esta entrevista, en todo caso, está enfocada en el libro publicado por la editorial uruguaya Criatura.

 

Más allá del accidente de encontrarse con María Esther Gilio en un bus de Colonia a Montevideo, tal como se cuenta en el prólogo, ¿cómo te empezaste a interesar en ella para escribir este libro?

En realidad era una especie de torbellino, que empezaba y no terminaba nunca, pero tampoco había plan ni una idea de escribir un libro, era algo que estaba en otro plano: “Vamos a hablar de tu vida, María Esther”, pero a la vez había otras personas interesadas en que se escribiera una autobiografía. De hecho ella escribió esa parte de cuando la secuestran en Brasil, entonces ella me pedía que la ayudara en eso, que al final no se publicó y, es más, se perdió el material. Entonces un poco yo sin sistema le empecé a hacer ni siquiera entrevistas, eran más bien reuniones donde charlábamos y donde yo no grababa: tomaba notas, y quedó todo medio inconcluso, perdí un cuaderno, pasó el tiempo, después yo quería dejar la parte de Onetti para el final.

Y lo tiraste para adelante…

Lo tuve que tirar para adelante porque nos dimos cuenta de que estaba mucho más emparentado con su vida de lo que imaginaba. No sabía que había una relación tan temprana. Yo la conocí cuando era una señora muy mayor, tenía 83 años, y de sus entrevistas con Onetti ya habían pasado treinta o cuarenta años. Pero me empezó a contar la historia de su infancia y de repente vino eso muy fuerte que fue el asesinato de su madre en manos de esta persona, y meses más tarde apareció Onetti en su vida. Yo le preguntaba entonces a los quince años, ¿tan joven lo conociste? Y ella me empezó a contar, pero trataba de dejar el tema a un costado, a mí me interesaba el detrás de escena de sus entrevistas, pensaba que iba más por ese lado. Jamás imaginé que podía tener una presencia tan fuerte Onetti.

El método entonces fue similar al de Las clases de Hebe Uhart: sin grabador, tomando notas.

Muy parecido, con la diferencia de que las clases de Hebe las tenía escritas todas, y con María Esther éramos amigas y de Hebe no era amiga, era una alumna cercana, íbamos a tomar un café a charlar. Con María Esther era diferente: con ella como que te metías en un mundo, y era una amistad, viajábamos juntas cuando venía a Buenos Aires. Y cuando estás charlando con una amiga vos no estás grabando. La otra diferencia es que con este libro empecé bastante tarde a tomar notas, yo tenía mucha información de su vida. La conocí en 2005 y después de ese año ella dijo una frase magnífica de opinar o no en la entrevista y ahí me gustó tanto la frase que le pregunté si podía tomar nota, y esta frase fue la única que anoté en cinco años, una frase que me gustaba tanto por alguna razón que hasta la anoté en mi agenda y cuando venía el próximo año la volvía anotar y así, como que me iba quedando la frase. Luego vino otra frase, la del ex ministro, que tiene ese nietito con una pequeña deficiencia y ella me dice: “Bueno, científico no va a ser, pero tal vez diputado”. Ese tipo de frases fantásticas que hablan mucho de la personalidad yo las anotaba con su permiso por supuesto, pero la idea de hacer algo –ni ella ni yo sabíamos qué y en un momento pensamos en hacer algo juntas- no lo teníamos claro; muchas veces me decía “¿pero qué es esto, es una entrevista?”.

Y se juntaban un día en particular, ¿cómo eran esas reuniones?

Yo me despertaba estando en Montevideo y sonaba el teléfono y era ella. “Hola Lili, ¿estás despierta?”, me decía con esa voz tan característica, y bueno eran conversaciones disparatadas. Por ejemplo eso de enseñar a mentir, yo estaba pensando en algo, recién me levantaba y le digo: "Ay, no sé mentir". Y ella me decía: “Venite, que eso es lo mejor que sé hacer”. Todo eso que me dijo después lo fui armando. Efectivamente hubo una entrevista que está toda anotada, luego perdí ese lindo cuaderno en mi mudanza, y pasé en limpio todas las entrevistas o encuentros; es más, yo se las mostré a Hebe, ellas se conocían de los años 70, cuando María Esther vivía acá, lo corregí con Hebe, eran dos entrevistas. Bueno, pero ella murió y pasaron muchas cosas. Cuando termino de escribir Sombras rusas estaba en el taller de Damián Ríos, que más que taller eran sesiones de edición; un día estaba en Berlín y no tenía idea de armar ningún libro pero quería trabajar unos textos con personajes y de repente surgió la voz de María Esther, esto sin tener todo el material ni los cuadernos ni nada, y me puse a escribir sobre su infancia y al otro día escribí un monólogo un poco loco que aparece al final sobre ese pintor. Cuando vuelvo a Buenos Aires Damián me dice: “Aquí hay un libro”. Cuando un editor te dice esa gran frase, uno se lo toma en serio y siente que parece que va por ahí. A mí se me había olvidado que era del mismo género que el libro de Hebe, pero no pensé desde el género.

¿Y en qué momento te convenciste de que esa frase de María Esther de que su vida no era interesante y que repite varias veces en el libro era falsa?

No, ella era muy coqueta, ella sabía que su vida era muy interesante.

¿Por qué crees que ella nunca escribió su autobiografía entonces?

Yo creo que ella nunca lo escribió no por falta de interés, sino porque a ella le gustaba saber del otro, ella era una gran entrevistadora. Yo tuve que buscar material en sus propias entrevistas en las que habla de sí misma, eso es lo bueno de esa forma que tenía de entrevistar. Y en ellas encontré pedacitos de su infancia, de sus viajes, entonces hice una especie de tarea de biógrafa. Pero volviendo a tu pregunta, creo que ella no escribió su vida porque era imposible que ella se pusiera a escribir eso, no lo concebía. Ÿ ahora que lo pienso, es una respuesta que tendría que dar ella.

También este libro es diferente a Sombras rusas y de algún modo se observa a una escritora con más oficio, con más herramientas a la hora de narrar.

Sombras rusas lo trabajé de modo diferente y hace quince años.

De hecho el artefacto o la estructura narrativa que sostiene a Lloverá siempre, esa conversación que dura un día donde llueve sin parar, funciona muy bien.

Lo que pasó es que soy una escritora que se presenta a concursos, hay gente que es mucho mejor que yo pero que no se presenta a concursos; me presento a tantos que alguno voy a ganar. Entonces me presenté al Premio Alfaguara de Novela y bueno, si era novela el libro tenía que tener ese formato, y así empezaba con Onetti y después había una historia paralela que no estaba funcionando bien y que la saqué. De ahí entonces viene esa estructura, pero tampoco el libro es una novela, es todo material real.

Pero esa estructura es la que contiene a ese material, y es un gran hallazgo. Y el título, Lloverá siempre, encuentra sentido en ese mismo día donde acontece todo, porque efectivamente está lloviendo y hay cortes de luz y todo lo que sucede en una jornada como ésa.

Exacto. Ahora a ella le gustaba la lluvia. El asunto era mantener una voz sola durante todo un día, durante todas esas páginas, y eso era muy difícil. Y no quería que la voz hablara desde el vacío, ni desde el discurso o el recuerdo, por eso hay muchas cuestiones que están pasando. Para mí era meter al lector en ese lugar tangible que era esa cocina, que yo conocí tan bien, porque la visitaba continuamente, y toda la gente que conoció a María Esther conoce esa cocina. Para mí la voz tenía que tener esa cosa corpórea, y la lluvia y la oscuridad te dan eso. Y si bien eso sucedió a la vez, sino en otro momento, ambos hechos yo los junté y pasó en una de esas charlas, en ese sábado de nueve horas, que hablamos de muchos temas, temas que a veces eran cosas mías y que ella me terminaba preguntando por arquitectura.

Es decir que mientras la estabas entrevistando ella hacía lo mismo contigo.

Todo el tiempo. Era así, en todas las entrevistas que le hicieron a ella vas a encontrar que termina preguntando ella. Y siempre les preguntaba a los jóvenes: “Bueno, ¿cómo terminarías esta entrevista?”.

¿En qué momento tomaste la decisión de anular tu voz, es decir de poner a un personaje que está presente pero que no habla?

Tuve una versión donde estaba mi voz y mi historia y me di cuenta de que no estaba al nivel de la historia de ella, que de verdad no era tan interesante, porque mi historia era medio apasionada y muy complicada, y ella estaba interesadísima por supuesto. Yo llegaba y ella preguntaba: “¿Lo viste?”. Y lo que me di cuenta es que empezaba a competir mi historia con la de ella, y yo no quería ningún tipo de comparación. O sea, la historia de María Esther tenía que estar solita.

Pero ponerla a ella hablando todo el tiempo y sin interlocutor, incluso cuando habla por teléfono, fue una decisión arriesgada, ¿o no?

Al final habla un poquito el pintor y lo único mío o donde se ve mi presencia es lo que yo le leo, pero siempre es algo que tiene que ver con su vida, con ella, con su historia. Yo saqué toda mi vida y también mi voz.

¿Cómo fue reconstruir o construir su voz?

Fue un trabajo muy difícil y fue fascinante porque si bien tenía bastante material, no era suficiente. Sabía mucho de su vida, pero sobre todo se me confundía el tema de Onetti y por eso mis apuntes están llenos de cuentas: cuántos años tenía acá. Ella mintió con su edad toda su vida. Bueno, pero tenía como material sus exilios en Brasil, en Argentina; lo de Brasil me quedaba muy perdido y ahí me ayudaron las dos hijas, sobre todo Sabela, ahí tuve que reconstruir, porque ella no me contó todo. Creo que uno va dejando huellas, sobre todo ahora que tenemos teléfono, mensajitos de audio, bueno ella no tenía ni Facebook ni celular, pero de todos modos dejó muchas huellas, y algunas las dejó a propósito. Sus historias con Onetti son cosas que las saqué de sus entrevistas con él; nunca me hubiera fiado de mi relación de amistad con ella para preguntarle ese tipo de cosas.

¿Y tuvo algo con Onetti, al final?

No sé, ¡¿a quién le importa?! El tema con la voz, y voy a la cuestión más práctica: cuando yo ya pensé que tenía todo armado, el material hecho, era un libro de ciento setenta páginas, pero sentía que había muchos huecos, muchos vacíos, y estaba un poco cronicado, como muy temático. Entonces en uno de los viajes que hice a Montevideo empecé a rescatar unas grabaciones en televisión. Fui a TV Ciudad donde estaban esas grabaciones y tuve la suerte de que el director me mandara a mi mail cinco audios completos, que ahora están en la web pero que en ese momento nadie los tenía, y es ella hablando de su vida, y ahí lo que hice fue durante dos semanas escribir: llené a mano cinco cuadernos, porque necesitaba ese ritmo, trabajaba diez a doce horas por días, y era feliz. Durante ese tiempo soñaba con su voz, la tenía adentro, entonces sin planificarlo hice un ejercicio de vaciamiento de mi voz para escuchar la voz del otro. El primer borrador que leyó su hija Sabela, ella me dijo: “Pero mamá no hablaba así”. Porque no decía tanto “nena” o “mijita”, pero a mí sí me lo decía. O me dijo que a Onetti nunca le dijo Juan o Juan Carlos, bueno pero en algunos momentos cuando estaba triste o melancólica le decía Juan. Ahora cuando lo releo siento a veces que suena a mi voz y me molesta todavía. Pero la gente que la conoció, como Rosario Peyrou, fue un poco la que aprobó la voz para la editorial.

¿Tienes claro que ésta es la biografía de María Esther Gilio?

Yo la llamo una biografía ambigua. Un poco por la idea del pacto autobiográfico de Philippe Lejeune y otro poco el pacto ambiguo que escribió un español, y esa combinación me gustó. Lo que pasa es que el texto es bastante ambiguo: no es novela, no es crónica, no es entrevista y tampoco una biografía. Es un texto que está en medio de muchos géneros, pero también es una realidad construida; es todo material realidad armado con elementos de la narrativa, entonces lo que hice fue entrevistarla como una periodista, investigar como una biógrafa, armar esa estructura novelesca y escribir como la cronista que soy. De hecho siento que escribo crónicas, pero con elementos de otros lugares.

Me refería a textos biográficos que mezclan todo eso y que fueron el comienzo de la biografía moderna, como Vida de Samuel Johnson, de James Boswell, publicada a fines del siglo XVIII. Johnson era además de un prestigioso intelectual un biógrafo, entonces Boswell hace la biografía de un biógrafo. Me recordó este tipo de textos tu libro.

No, mis referencias son casualmente mujeres: una es Gertrude Stein, con la diferencia de que ella tenía un ego del porte de un edificio y hablaba todo el tiempo de sí misma. Otra referencia es las Memorias de Adriano, de Margarite Yourcenar, que es un libro que me regaló María Esther. Pero yo no quería biografiar su vida, tampoco quería hacer un libro de entrevistas porque era imposible entrevistarla y, de ser así, hubiera sido un libro lleno de vacíos.

    

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