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"Esto no es una biografía"

Ricardo Strafacce y su Presentación de Rodolfo Fogwill, novedad de Blatt & Ríos.


Por Ricardo Strafacce.


Esto no es una biografía. Mucho menos, un estudio académico. Se trata, apenas, de un recorrido por la obra de ficción en prosa (novelas y cuentos) de Rodolfo Enrique Fogwill (Quilmes 1941-Buenos Aires 2010). Como consecuencia de este primer recorte, ha quedado a salvo de mis comentarios toda la obra poética (El efecto de realidad y otros poemas, Las horas de citar, Partes del todo, Lo dado, Canción de paz, Últimos movimientos y Gente muy fea), que disfruto en grande, pero cuyo análisis excede mis competencias. También dejé fuera de mi análisis La gran ventana de los sueños y Runa, ya que en ambos textos brilla, más allá de su realización narrativa, un fondo de intimidad y de poesía que no cabe en este libro.

En cuanto a los artículos publicados en diarios y revistas, he considerado sólo una parte. El primer criterio de selección fue concentrarme casi exclusivamente en los trabajos que Fogwill incluyó en Los libros de la guerra, el volumen en el que en 2008 decidió reunirlos. Dentro de estos, elegí glosar aquellos aparecidos en un momento crucial de la historia política y literaria del país (restauración democrática, inminencia del posBorges), período en el que nuestro autor suspendió momentáneamente su producción literaria para intervenir, enfática y profusamente, en publicaciones de la más diversa índole y sobre los temas más variados, en cuanto debate público estuviera planteado (muchas veces planteado por él mismo). Varios de esos artículos, que dialogan con algunos cuentos y con todas las novelas, contienen, viéndolos retrospectivamente (en su momento era difícil percibirlo), uno de los análisis más lúcidos, más intrépidos y más patrióticos del drama argentino que se hayan hecho jamás.

Volviendo a mi trabajo, partí de la base de que aun quien conozca la obra de Fogwill acabadamente podría no tener del todo presente uno u otro texto en el momento de la lectura de este libro. Para ese lector, para quienes hubieran visitado esta obra sólo parcialmente e, incluso, para quienes no la hubieran visitado en absoluto, he acompañado mis comentarios de breves resúmenes de la novela, el cuento o el artículo de que se trate.

También di cuenta abreviada de los relatos que otros autores presentaron a un concurso que nuestro autor hizo famoso, resumen que, quizás, sea útil para hacerse una idea del gusto imperante (“Un mismo estilo hipócrita de realizar la guerra y la literatura” [Pichys: contratapa]) cuando Fogwill emergió en el campo literario argentino con pretensiones −fundadas− de centralidad.

Elegí para mi recorrido por las novelas el orden cronológico de su escritura en desmedro del de su publicación, aun cuando en algunos casos (La buena nueva de los Libros del Caminante, Un guión para Artkino, Una pálida historia de amor) hayan transcurrido muchos años entre una y otra instancia. En el caso de los libros de cuentos, que siempre incluyeron piezas de diversas fechas, este criterio se mostró insuficiente, de modo que debí combinarlo con el de la fecha de publicación.

Al comenzar este trabajo me sorprendió gratamente constatar que, contra lo que yo suponía, es mucho lo que se ha escrito sobre Fogwill, tanto en la prensa como en la academia. Mi primera idea fue dialogar con ese corpus dentro de mi propio texto, pero rápidamente mi tentación de coincidir con algunas intervenciones y discutir con otras fue tan intensa que preferí escuchar esas voces en silencio.

Como resultado de esa decisión, me he permitido comentar en soledad, sin intromisiones, las novelas y cuentos de Fogwill, y agregar tras cada capítulo, como apéndice y bajo el título “Se escribió”, alguno de esos estudios o reseñas relativos al texto o conjunto de textos comentados en el capítulo precedente. A veces, sobre todo en las intervenciones académicas, debí fragmentar el texto en cuestión. Procuré hacerlo con tino, pero si ello no fuera así, su inclusión −fragmentada− valdrá, al menos, como referencia bibliográfica para quien desee profundizar.

Existe consenso general respecto de que, a pesar del pronóstico que formuló Borges en el prólogo de Informe de Brodie (“... pronto nos cansaremos o ya estamos cansados” [1989: 1022]), la categoría realismo, lejos de caer en desuso, revive una y otra vez. El crítico José Luis de Diego ha señalado [2003 (2004): 266-267] que una de las formas que se han encontrado a partir del siglo xx para seguir usando el término pero, al mismo tiempo, distinguirlo de realismos anteriores, ha sido adjetivarlo (realismo crítico, frente al realismo socialista; realismo mágico contra el realismo “crudo” de las “novelas de la tierra”; etc.). En nuestro país –recuerda De Diego− Oscar Masotta definió el estilo de Roberto Arlt como realismo metafísico. Y apunta un par de ejemplos más: realismo inseguro (Marcelo Cohen); realismo delirante (Alberto Laiseca).

En nuestro caso, si prescindimos de algunos cuentos primerizos que, a falta de otra denominación, llamaremos “lúdicos” (“Tierra de nadie”, “Viéndolos pasar”) y algunos de madurez de carácter fantástico (“Dos hilitos de sangre”, “Japonés”), alegórico (“Los pasajeros del tren de la noche”) o festivo (“Otra muerte del arte”), podemos decir que los cuentos de Fogwill son realistas. Otro tanto cabe afirmar de las novelas, con excepción de Un guión para Artkino, una parodia futurista.

Ahora bien: ¿qué clase de realismo es el de Fogwill? En tren de adjetivarlo, digamos que se trata de un realismo desviado, nunca mimético, jamás televisivo, never cocoliche. Un ejemplo entre muchos posibles: el señor Critti, personaje de La experiencia sensible, es italiano y tiene una pronunciación particular del castellano. El narrador avisa que Critti elude (no “se come”) las eses. Pero cuando leemos sus parlamentos no falta ni esa ni ninguna otra consonante porque el autor las ha tecleado concienzudamente.

Este realismo, ya desviado, además se desrealiza macedonianamente (Usted está leyendo una ficción, no lo olvide ni por un momento) de manera frecuente y cuando el lector menos se lo espera. Una especie de “suspensión de la credulidad” vanguardista y clásica a la vez que, lejos de demorar la lectura, la acelera. Como si Fogwill quisiera desacomplejar a su lector (Esto que escribo no ocurrió; lea sin culpas o váyase).

Establecida esta caracterización general, podemos echar mano de una verdadera cornucopia de epítetos y definir a la poética de Fogwill como realismo digresivo (La buena nueva de los Libros del Caminante) realismo sensorial (Una pálida historia de amor), realismo yuppie (“Sobre el arte de la novela”), realismo imaginario (Los pichy-cyegos), realismo alucinado (“Help a él”), realismo técnico inventado (En otro orden de cosas), etc.

Más seriamente: el realismo de Fogwill es un realismo de vértigos diegéticos y lingüísticos. La prosa-Fogwill fluye a velocidades supersónicas y, mientras afuera de la frase (el “referente”) se recorren distancias siderales o se cuenta una vida entera en medio párrafo, adentro de la frase (el “estilo”) ocurren muchas otras cosas –gramaticales, sintácticas− que miman (emulan, copian, “reproducen”) a la peripecia y a la vez son mimadas por ella.

El realismo de Fogwill es, como sugerí recién, un realismo de vanguardia. O mejor: una vanguardia realista.

*

Hace unos años le escuché decir a Luis Chitarroni, a propósito de la relación que Kafka tenía con el idioma alemán, que el autor de Das Schloss usaba las palabras como si tuviera que devolverlas al día siguiente. Salvando las distancias, yo me he atrevido a usar términos como realismo, vanguardia, estilo, referente y algún otro de similar espesor con ese mismo ánimo, de modo que en cuanto ponga punto final a este prólogo y, en consecuencia, termine el libro, los doy por devueltos a quien los reclame.

R. S.

Octubre 2023


1 - Como se verá, nada de esto, más bien todo lo contrario, es aplicable a la novela Vivir afuera.

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