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"El odio no es un afecto homogéneo"

Gabriel Giorgi y Ana Kiffer

"Pensamos este libro como una respuesta, siempre abierta y tentativa, a la derechización de lo social y la gestión deformas autoritarias", dicen Giorgi y Ana Kiffer, autores de Las vueltas del odio (novedad de Eterna Cadencia Editora).

Por Valeria Tentoni.
 
 
 
Las vueltas del odio es la novedad que Eterna Cadencia Editora acaba de lanzar en su colección de ensayos, y se trata de un libro escrito a cuatro manos. Por un lado está Gabriel Giorgi, crítico cultural que escribe sobre literatura argentina y latinoamericana, sobre estéticas y políticas de lo viviente y sobre prácticas artísticas contemporáneas. Giorgi es  además autor de Sueños de exterminio. Homosexualidad y representación en la literatura argentina (2005), Formas comunes. Animalidad, cultura, biopolítica (Eterna Cadencia, 2014) y co-editor de Excesos de vida. Ensayos sobre biopolítica (2007).
 
Por su parte, Ana Kiffer es profesora asociada del posgrado en Literatura, Cultura y Contemporaneidad de la PUC-Rio, “Cientista do Estado” de la FAPERJ y “Bolsista de Produtividade” en el CNPq. Es autora de Experiência e Arte Contemporânea (2013), Expansões Contemporâneas: literatura e outras formas, junto con Florencia Garramuño (2014), Tiráspola e Desaparecimentos (2016), A punhalada (2016), Antonin Artaud (2016), Sobre o Corpo (2016), Todo Mar (2018), entre muchos otros artículos y ensayos. Además de investigadora de la obra del escritor francés Antonin Artaud, en los últimos años ha ido desarrollando una investigación sobre los diversos modos de relación entre los cuerpos y la escritura.
 
Ambos aceptaron respondernos algunas preguntas sobre este ejercicio conjunto de pensamiento urgente ante estos tiempos de avances de nuevos fascismos. ¿Cómo pensar en el odio, cómo entenderlo más allá de sus cualidades pasionales, cómo atender a su rol productivo?
 
 
En el arranque, el libro se presenta como un "acontecimiento crítico": ¿por qué pensarlo en esta categoría y qué implicancias trae?

Pensamos este libro como una respuesta, siempre abierta y tentativa, a la derechización de lo social y la gestión deformas autoritarias que en los últimos años reordenaron muy profundamente y muy radicalmente pactos políticos,formas de la subjetividad y zonas de la cultura. Queríamos ensayar (y aquí vuelve la tradición del ensayo como conversación porosa, atravesada por procesos que no busca totalizar) una respuesta desde la crítica cultural y estética. ¿Qué pueden aportar la crítica cultural, literaria, estética a los debates en curso? ¿Qué intervenciones pueden desarrollar? Creemos que hay mucho para contribuir desde ahí. Concebimos la crítica como un análisis y una intervención sobre las formas expresivas de un momento histórico. Pensando el odio, esas formas expresivas adquieren una relevancia y un espesor decisivo. Por eso quisimos subrayar esa relación entre “acontecimiento” y “crítica.” Además entendemos que el odio, en su construcción histórico y política es un afecto más próximo al concepto de acontecimiento, o sea: algo que irrumpe, cercano a las fuerzas de ruptura - exigiendo siempre un desplazamiento de la mirada donde estábamos antes de su aparición, por eso también el énfasis en esa crítica que interviene cerca del acontecimiento, asumiendo así sus riesgos.

En el libro se atiende a la fuerza vital del odio, a destilar esa fuerza vital, ¿cómo pensar al odio en tanto fuerza productiva, en tanto generador de sentido? ¿Qué trabajo hay que hacer antes de permitirse complejizarlo de esa manera para analizarlo, en vez de rechazarlo sin más, anulando toda posibilidad de pensamiento que lo atraviese?

Quizá haya una operación fundamental, que funcionan como punto de partida del libro: complicar el binarismo entre odio y amor que parece atravesar muchas formas de debate contemporáneas, y que muchas veces se resuelve como un mecanismo proyectivo que pone el odio afuera del “yo”, repitiendo el mecanismo básico del odio: proyectar sobre otro no lo que no tolero en mi “yo.” Nos preguntamos cómo complejizar eso, cómo darle alguna vuelta. Eso nos permitió analizar un poco más de cerca ciertas formas expresivas --el gesto, las escrituras del odio-- tratando de determinar su composición, y explorando las ambivalencias que las atraviesan. El odio no es un afecto homogéneo: empezamos desde ahí.

Y a la vez, nos parecía importante complicar la idea del sujeto democrático como un sujeto “libre de odio”, como si el odio no nombrara una energía afectiva muy compleja, y que forma parte, además de tradiciones autoritarias,  de muchas luchas democráticas. ¿Se puede descentrar el odio? ¿Se puede convertir en otra cosa? ¿Puede ser una herramienta en contextos de luchas emancipatorias que no toleran más las retóricas del falso consenso? Nos parece que sí.

Ese gesto del libro, tal vez su marca más singular, participa al mismo tiempo de otros que vienen señalando cómo las democracias liberales fueran en los últimos años acercándose de una idea ileberal, cada vez más dependientes de la construcción de un enemigo externo para equilibrar su funcionamiento ‘ilegal’ - esas políticas de la enemistad (en la formulación de Achille Mbembe) quefueron impidiendo el trabajo de subjetivación del otro, donde  el odio como afecto impide justo la creación de una base democrática más sólida.

¿Cómo eligieron el objeto de este libro? ¿Cuál fue el germen de estas escrituras? ¿Cómo lo pensaron?

Más que “elegir” un objeto de estudio, se trató de situaciones históricas que nos atravesaban y que reclamaban algunas respuestas desde la crítica. Tanto el bolsonarismo en Brasil como los giros a la derecha en Argentina vinieron con formas expresivas nuevas, o transformadas, y había que pensar eso. Nuestro diálogo se originó, justamente, en la proximidad de preguntas partiendo desde instancias diferentes: los gestos (Kiffer) y las escrituras performáticas (Giorgi) que se agrupaban o se nombraban bajo el signo del odio. Nos dimos cuenta de que ambos recorridos orbitaban hacia el umbral entre cuerpos y palabras que adquiría un nuevo espesor y una nueva relevancia. Ahi enlazamos el espacio de una conversación posible entre gestos, pensados como “inscripciones” y escrituras en su relieve performativo.

¿Por qué apuntaron a lo performático, a lo físico, al modo en que el odio cruza los cuerpos?

Como mencionábamos recién, porque ese es el lugar del afecto. Pensar el afecto es trabajar ese umbral donde tanto los cuerpos y los lenguajes adquieren nuevas formas, se anudan  tensan de  modos singulares. Sobre todo si ahí se carga de densidad política, como en este caso.

 

Las vueltas del odio se escribió a cuatro manos, entre países y entre lenguas. ¿Cómo fue esa experiencia y qué agregó al libro esa dificultad?

Como decimos en el prólogo, escribir “entre” es parte central del recorrido, ahí donde el odio político no puede reducirse únicamente a tradiciones nacionales sino que pasa por articulaciones globales, o transnacionales. Quizá mejor dicho: donde la cuestión del odio político y sus formas expresivas necesita a la vez la referencia nacional, local (dado que articula temporalidades, memorias, personajes y tonos muy específicos, muy singulares de las sociedades) y su relación con contextos más amplios. Entonces escribir a cuatro manos, y a la vez cada unx mirando situaciones en Brasil y Argentina, nos permitió ese doble juego, que nos parece muy importante.

Especialmente en el primer ensayo, ¿cómo fue el trabajo con interacción con las artes visuales, las instalaciones y el rastreo de comentarios, emojis y acciones digitales? ¿Cómo fue el trabajo con estos materiales y por qué los eligieron?

Ahi pasa algo muy interesante: para pensar las escrituras del odio (que uno inmediatamente asociaría a textos literarios en un sentido convencional), el hecho de mirar instalaciones como las de Jacoby/Krochmalny, Beiguelmann y Stigger nos permite pensar también formas de una “literatura fuera de sí”, fuera de sus circuitos, públicos y territorios más reconocibles, desde donde se piensa también su futuro. Dado que son instalaciones muy próximas a la literatura (de hecho, dos de ellas se continuaron en libros) pero que tensan el espacio de lo literario hacia su afuera, y dese ahí piensan las políticas de la escritura en el presente.

En tiempos de pandemia, el libro busca pensar también al odio como contagio. ¿Cómo leerlo a la luz de la nueva configuración mundial?

Más que solamente enfocarnos en la figura del contagio, quizá lo que estamos intentando es pensar las distintas configuraciones colectivas del odio, que no quede restringido a una dimensión psicológica, individual, de “tipologías de personalidad” o de patologías de sujeto. Pensar el odio “entre”, eso que sucede entre cuerpos, en el espacio del lazo social.

Dilma y Cristina, Macri y Bolsonaro: el segundo ensayo evidencia también que los caminos del odio escapan a las fronteras nacionales y se duplican. ¿Cómo pensaron estos espejos? ¿Qué nos puede ofrecer esta evidencia, como mínimo, doble?

Ahi Brasil tiene una preeminencia regional muy fuerte, no sólo por su peso decisivo a nivel geopolítico sino porque es un laboratorio del que salen experiencias que se replican en otros lugares, como Argentina. Desde el momento en que hablamos de  “bolsonarización” , claramente estamos en procesos que desbordan el marco nacional. Pero a la vez, debemos ser muy cuidadosos con las configuraciones y procesos locales, las historias y los sedimentos que no se traducen a otras realidades nacionales. El doble juego del que hablábamos antes...

Ante las preguntas finales que se hace el libro, quizás podríamos abundar en alguna. Por caso, ¿cómo "concebir sujetos democráticos también con sus odios, buscando dosificar de la forma más sutil posible lo que, sin embargo, es brutal"? ¿Imaginan o intuyen algún camino posible?

Ahí vemos una agenda urgente y enorme por delante para las prácticas estéticas y la crítica cultural. Hablamos de “clínica de la cultura”, de “pedagogías afectivas”, pensando en formas expresivas capaces de trabajar la ambivalencia de los afectos, sus tensiones internas, creando la posibilidad de otros modos de afirmación que no terminen en el gesto del arma, en el paroxismo hiperindividualista, en esa especie de cierre del horizonte colectivo que es lo único que prometen los fascismos contemporáneos. La tradición feminista, las luchas antirracistas, las expresiones glttbq son escuelas de trabajo afectivo, que supieron enfrentar los afectos más violentos y construir desde y contra ellos líneas de afirmación colectiva. Ahí vemos mucho trabajo posible, y con mucha potencia para el futuro que ya llegó...

 

 

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