"Creo que un escritor debe escribir sobre lo que conoce"
Marta Lopetegui y su primera novela
Viernes 22 de febrero de 2019
Después de La permanente y otros relatos, la autora nacida en 1955 publica su primera novela, Los plebeyos, también por Blatt & Ríos, alrededor del universo textil: "Si bien yo hago ropa, en esta novela todo es ficción, porque yo no trabajo en el sector donde transcurre la historia. Y creo que Los plebeyos es casi una historia de amor más que otra cosa", le dice a Gonzalo León.
Por Gonzalo León.
Los plebeyos (Blatt & Ríos) es la primera novela de Marta Lopetegui (1955), pero no es su primer libro; en 2015 publicó La permanente y otros relatos bajo el mismo sello. Ella misma dice que empezó tarde a escribir y que los autores que le sirvieron para eso fueron Fogwill, Hebe Uhart y Clarice Lispector. Hoy tiene un tercer libro entre manos, pero por el momento nos detendremos en su novela.
Dos aspectos llaman la atención: el primero es que trata sobre la industria textil, una industria, como la autora misma dice, “semiclandestina” pero que visible en las tiendas de ropa de todo el mundo. Se sabe más de la moda que de esta industria. El otro aspecto es la gran habilidad de la autora para tratar el erotismo, en una época donde la literatura latinoamericano contemporánea carece de eso. Si bien la novela no es erótica, las escenas que narra Lopetegui están muy bien logradas, tanto como varias de las novelas del Boom.
La historia arranca con la llegada a Ezeiza de Manuel, un español que trabaja en la filial madrileña de una empresa textil. Corre el año 2011 y la crisis española se ha desatado, pero Manuel no le ha afectado, por eso viene a conocer la empresa, hacer negocios y divertirse como turista. Pero este español sólo es la puerta que nos conduce al mundo de la industria textil y a la relación entre Nacho, la mano derecha del dueño de la empresa, y Eleonora, la secretaria ejecutiva del mismo.
No hay muchas novelas que traten el tema de la industria textil, de hecho hay muchos detalles que entregas con respecto a eso.
Bueno, es a lo que me dedico… Y mirá, está bien, es una industria medio semiclandestina, o ni siquiera es una industria, es una actividad a la que nadie reivindica: nadie habla de los talleres, que son un tema tabú. No me había dado cuenta de que es muy difícil hablar de ella, porque aparte los empresarios de la industria textil están siempre preparados para dejarla, para convertirse en importadores, y es casi un dilema permanente traer o no traer una máquina. No hay, en definitiva, un proyecto de industria textil.
Y sin embargo cuando vienen las crisis económicas, no falta el político o el economista diciendo que esto está perjudicando a la industria textil. Ahí son visibles, pero el resto del tiempo...
Hay una cosa curiosa. Ha habido una industria textil muy fuerte en la Argentina, donde ahora funcionan las oficinas nacionales de Walmart era la Grafa, que son dos o tres manzanas. Pero son lunares, ya que no se ha armado una cadena de confección de prendas de vestir. Salta por el aire cuando hay una crisis, porque es un sector muy débil.
Hay una novela de Claudia Sobico que se llama La Grafa.
¿Sabés que no la leí? Y creo que debí haberla leído. Aunque creo que trata sobre su padre.
¿Hubo una oportunidad política de escribir sobre la industria textil en esta novela, lo digo por las denuncias hacia Juliana Awada de talleres clandestinos en 2016?
No, y me pasó algo curioso: cuando recibí el ejemplar de este libro, lo releí y ahí me debí una respuesta de cuándo había escrito esto. Yo lo terminé a mediados de año del 2016, cuando se estaban esperando las luces del segundo semestre y las denuncias explotaron por esa fecha. El padre de Awada es un industrial textil, pero ella tiene una marca, y no es lo mismo. La ilusión de la marca es una ilusión de un sector de la pequeño burguesía. Otra que tiene una marca es Natalia Oreiro: cuando más popular era, ¿qué hizo?, una marca de ropa con su hermana. Pero la marca tiene que ver más con la moda.
A propósito de moda, en Ensayos murmurados, Arturo Carrera dice que Alambres, de Perlongher, es un tratado sobre la moda: “En ese libro los dos poemas sobre el cadáver: ‘El cadáver de la Nación’ y ‘Cadáveres’, que es un poema sobre la Moda porque es un poema de anticipación: anticipa la Moda de una temporada en el Infierno. No la dictadura militar, sino sus secuelas”.
Yo creo que la moda connota como connota la literatura a la realidad política. Hay dos ferias de fabricantes de ropa que se hacen y cuando sé que va a estar una socióloga del INTI trato por todos los medios de ir. Y ella dice lo que se va a usar en cada temporada: por ejemplo, que este año se va a usar el gris y te dice por qué, y que tiene que ver con lo que se decide en Europa, en los centros de decisión de la moda. Lo que pasa es que se connota a través de la moda el estado de ánimo que va a tener el consumidor. Escuché cosas muy increíbles, como que el color refiere a una situación por venir, y que el uso de los bolsillos estaban vinculados a la riqueza. Hay una cosa muy extraña con la moda, se la faranduliza o se la subestima, y en realidad la moda es un concepto que acompaña al desenvolvimiento de la sociedad.
Cuando el español va a un taller textil que fabrica todo lo que son “escoceses”, uno de los personajes dice que es difícil prever lo que va a pasar con la moda…
Hay una cosa muy característica de la industria nacional y es que se soluciona todo con manejos como de casas de apuestas: cada cierto tiempo, cada siete años por ejemplo, hay indumentaria que vuelve a aparecer; en ese sentido es una industria que no necesita de diseñadores. Entonces no se prevé nada y se piensa que “cuando la veamos venir, la atendemos”. Ahora; si bien yo hago ropa, en esta novela todo es ficción, porque yo no trabajo en el sector donde transcurre la historia. Y creo que Los plebeyos es casi una historia de amor más que otra cosa.
El otro gran componente que tiene tu novela es el erotismo, más que el amor. Hay varias escenas de alto contenido erótico, que funcionan muy bien. Y ojo que no hay mucho erotismo en la novela latinoamericana contemporánea.
Yo estoy más sorprendida que vos, y a medida que avanza la historia hay más erotismo. Con respecto a eso que mencionás de la novela latinoamericana, yo creo que lo mío es un registro generacional, nosotros éramos más atrevidos y atrevidas, muy derrotados en otros aspectos, pero en éste muy atrevidos. Cuando una de mis hijas leyó la novela, exclamó: “¡Mamá!”. Ella es socióloga y estaba muy sorprendida también. Lo que pasa es que como Los plebeyos se fue haciendo a través de entregas no me había dado cuenta de la importancia del erotismo en la novela.
El erotismo de Los plebeyos no tiene esa función que tenía en algunos textos de escritores nacidos en los años 40 en Argentina; me refiero a eso de violentar el lenguaje, como Osvaldo y Leónidas Lamborghini en Tadeys y La experiencia de la vida, respectivamente. Tu erotismo es del puro goce.
La relación entre estos dos personajes es lo que pasa con los plebeyos, porque de eso se trata, y es que no son capaces de tener algo propio, viven a través de otros.
Para ti, estos dos plebeyos, Ele y Nacho, son iguales, porque da la sensación de que si bien son de clase media, Ele tiene una posición económica algo más holgada. ¿Es así?
Yo no veo eso, ambos viven en departamentos sencillos.
Haces también un recorrido social, muestras al empresario y la parrilla La Cabrera pero también el partido de San Martín.
¿Has ido alguna vez a La Cabrera? ¿No? Bueno, yo tengo un proveedor que cuando me vende mucho en una temporada me invita a La Cabrera y vamos el mediodía. Ahora sí, el narrador habla en un momento de que en Pilar viven los que organizan la vida de los que se tienen que ir en bicicleta a la planta.
Pero para que todo esto funcione es fundamental el español que llega a Buenos Aires.
Esto, hasta que los editores le dieron otra forma, fue un trabajo de taller, entonces cuando yo llevaba mis entregas, los compañeros decían “qué mala que sos con el gallego”, y es verdad, lo maltraté. Viví durante muchos años en España y les conozco las mañas a los españoles; si hubiera sido española no lo hubiera visto tan claramente. Yo miraba de afuera esas mañas, que en el caso de este personaje lo hago quedar en ridículo.
Sin embargo, ese personaje es un puente para que sucedan las cosas, para que se desarrolle la historia.
Igual vos pensá que esto pasa en muy pocos días. Y en realidad el mundo argentino se olvida todo el tiempo de dónde dejaron al gallego. Pero es lo que vos decís, es quien abre o conduce la historia.
El narrador que planteas es muy observador y detallista: ese primer desayuno que se sirve el español en el hotel, las telas, el recorrido por la empresa textil, es como si viniera de afuera pero que conociera a los personajes y sintiera especial simpatía por ellos.
Es como que está en el hombro de Nacho. Y por eso hay que cosas que Nacho no sabe pero el narrador sí. Aunque esa forma de mirar es mía, es más lo que miro que lo que vivo.
¿Cuál fue el principal desafío que te planteaste al escribir la novela?
Es muy sencillo: yo fui contando cosas que sabía y sólo le tuve que dar una ficción que acompañara. Yo quería hablar de la industria textil, porque, te insisto, es lo que yo hago y creo que un escritor debe escribir de lo que conoce.
Por último, el dueño de la empresa, Rodolfo, es alguien que retratas de un modo que lo hace parecer Dios: no se le ve pero está y en el momento más inesperado aparece para demostrar su poder.
Es que es la construcción que yo conozco del empresario argentino en ese sector. Son hábiles, son inteligentes, son capaces, tienen la capacidad de prever y después están los que hacen las cosas, como los del taller de San Martín. El argentino es muy hábil para delegar.