"Borges es uno de mis ídolos, uno de los fantasmas que quiero que estén cerca"
Bob Chow
Lunes 18 de noviembre de 2019
"El mundo es una simulación", dice el autor de Invierno de impacto, su nuevo libro por Entropía, en esta entrevista con Luciano Lamberti. "Esa es la gracia: sentir que uno está armando algo ligeramente novedoso con respecto a lo que uno ya venía pensando. Un descubrimiento para uno mismo".
Por Luciano Lamberti.
Bob Chow ha dejado, hace tiempo, de ser un secreto en la literatura argentina (aunque la mayoría de las notas sobre él comienzan preguntándose quién es). Desde la obtención del premio de novela de la Bestia Equilátera con Todos contra todos y cada uno contra sí mismo ha venido publicando en diferentes editoriales (Nudista, Marciana, Entropía) con una velocidad alarmante una serie de novelas que evidencian la propuesta de un autor excéntrico, una rara avis.
Lo entrevisté una mañana helada en su departamento de divorciado, a partir de la publicación de Invierno de impacto, en Entropía. Lee, el protagonista de la novela, es un escritor caído en desgracia, hijo de una compositora y pianista, Virginie Katu, que es encontrada muerta en las primeras páginas, lo que impulsa un raid que lo llevará hasta Túnez.
¿Cómo fue tu formación literaria?
No tengo una fuerte formación literaria. Me he puesto a abrir libros de literatura para escribir. En un momento dije: "Bueno, vamos a probar esto. ¿Qué hay que hacer para jugar en la B?" Pero son muy pocos los autores que me gustan. Un tipo que me gusta muchísimo es William Burroughs, lo cual es bastante inusual, no es un tipo popular en el hemisferio sur. Pero me gusta el mambo del tipo, ir a Tánger a drogarse y a curtirse pibes y a estar en lo que llama la “interzona”.
En cierto modo, sos más tradicional: Burroughs era más expulsivo. Me parece que hay algo que se repite en tus libros que son personajes a la deriva, con pequeños conflictos, viajes, y mujeres que movilizan la acción. En este caso Lee busca desesperadamente a Gwyneth, que desapareció en un aeropuerto.
Sí, estoy un poquito podrido de esa estructura. Hice una más que está concursando. En esta ya la mujer ya se va desidealizando y el tipo ya está en otra. Es una cosa más abstracta, la integración con el cosmos.
En la novela se narra un encuentro real entre Chow y María Kodama, a propósito de una muestra en homenaje al escritor, donde el protagonista descubre el número 666 en el manuscrito de “Las ruinas circulares”. Al interrogarla al respecto, la famosa viuda responde “Borges IS the devil”. Más allá de que aparezca Kodama, esta es una novela muy borgeana, ¿lo ves así?
Eso es todo literal. Al 666 lo puede ver cualquiera. Pero nunca nadie notó que había esos números ahí escritos. Yo era el indicado para encontrar ese número. Fue espectacular ese cuento con Kodama. La primera vez que hablaba con la mina, yo había fumado y después empecé a chupar lo que ofrecían ahí. Estaba bien ese catering. No sé qué me dijo, que era una de las casas de Borges, que había vivido ahí cuando era chico. Y Borges es uno de mis ídolos, uno de los fantasmas que quiero que estén cerca, que algo de eso me caiga, unas gotas.
Pero es borgeana además la novela por esta idea de que vivimos en un mundo ficticio, y hay muchos demiurgos que están haciendo su mundo. ¿Es lo que el protagonista quiere romper, el mundo de la simulación?
La teoría de la simulación no se le atribuye a Fabio Zerpa, que en paz descanse. Es una teoría científica, ya. Hay un 20 por ciento de probabilidades, en base a los indicios, de que estemos siendo creados por una alguna forma de inteligencia que no podemos siquiera concebir. Y mi pregunta en realidad es ¿dónde estamos? ¿Qué es esto? Somos como animalitos del zoológico, que estamos dando vueltas en la jaula, tratando de encontrar un hueco. Y a mí me parece urgente, antes de morir, tener una idea acerca de dónde estaba y porqué estaba esto. Las razones fundamentales de la existencia de un universo, si son muchos universos los que hay. Si este es uno más. Es llamativo que ya con los avances de telescopios ya se han sacado fotos de agujeros negros. No puede ser que la vida inteligente ocurra solo en este planeta. Hay algo inquietante en esa realidad. Estadísticamente es muy desconcertante, ¿no? En relación a eso la importancia de un encuentro con una civilización mucho más inteligente que nosotros nos ayudaría un montonazo. Sería un cambio copernicano terrible, nos ayudarían en muchas cosas. Y las preguntas ontológicas, las preguntas de la filosofía tendrían otra perspectiva. Tengo la sensación de que estamos como pececitos. Hacemos nuestras vidas, el lujo, los placeres, pero nada, estamos como perros mirando la televisión.
Bueno, es la caverna de Platón.
Sí, se puede ver como una actualización de esto que vos decís. El mundo es una simulación. Una de las críticas que se le pueden hacer es que somos el resultado de una civilización con mucho poder computacional. Nosotros empezamos a tener ese poder ahora, pero ese puede crecer desmedida y exponencialmente. Pero, claro, uno mira el mundo con los elementos que tiene a la mano. En la antigua India no había computadoras entonces imaginaban la ilusión desde otra parte. ¿Qué hacer con el tiempo que nos queda? Está el lugar donde vos ya no estás más. ¿Qué se hace con ese tiempo? Llega un momento en que te cansás de estar de fiesta.
¿Tenés alguna respuesta?
La respuesta es lo que uno da todos los días. Lo que uno hace es en definitiva lo que puede hacer. Yo trato de trabajar lo menos posible. Lo suficiente como para poder viajar, que es lo que me gusta. Viajar en particular a Holanda. En Holanda hay muy buena calidad de cannabis. Es cannabis de primer mundo. Ámsterdan en particular es uno de los lugares más civilizados de esta tierra, por sobre París y Londes. Londres por ejemplo en una época fue el centro. Todas las músicas nuevas salían de ahí. Desde el 68 más o menos, el rock, el rock sinfónico, la movida de Manchester. Era una usina de músicas. Y un montón de cosas surgieron en París. Hay un montón de inventos que son franceses. El feminismo, por ejemplo. Y hoy Ámsterdam está en la vanguardia. Voy, fumo y visito unos museos de arte contemporáneo. Ese es el arte que me gusta.
¿Viajaste a Túnez para escribir la novela?
Yo había imaginado la novela con Google Maps, por así decirlo. A mí hay algo que me atrae de esa diferencia cultural, hay una cosa como extraterrestre en los países árabes. Cuando empiezan los llamados al rezo, a las cinco de la mañana, y uno siente que está en otro tiempo. Hay algo que me atrae de esa alineación o como quieras llamarlo. Entonces la situación era este tipo esperando a una mujer. Porque en los países árabes no es tan fácil conocer a una mujer. Están cubiertas y tienen, además, otros códigos. Entonces está en el aeropuerto, que es otro de los lugares que a mí me fascinan, siempre tienen como una electricidad especial, y la mina él la ve bajar de la escalerita, y cuando la va a esperar a la puerta de arribos no pasa nada, la mina se perdió. Tenía solamente eso, no más. No avanzaba. No sabía qué hacer con eso. Y mi vieja aporta lo suyo: se muere. Me deja todo un cadáver que posiblemente es lo mejor de la novela [NdR.: el incidente con el que arranca la novela, en la que el protagonista encuentra el cadáver descompuesto de la madre, está basado en hecho reales]. Como dice William Burroughs: uno tiene que escribir de lo que sabe. Yo estuve ahí, con ese cadáver verde, con mi hermano re loco, con los bomberos que entraban, la policía. Todo un día así. Como si ahora estuviéramos hablando y acá hay un cadáver verde, inflado, desnudo, de mi vieja. Mi hermano estuvo cuatro días así. No tomó ninguna resolución. Ese cadáver me aportó toda la primera parte de la novela, que creo que es la que ha sido más apreciada. Y mi vieja me dejó involuntariamente un poquito de guita. Yo estaba limpiando el departamento, era la casa de una vieja con un loco, el departamento parecía un escenario de Jorge Polaco. Todas cosas espantosas. Demasiados objetitos. Tenía que resolver cosas concretas. Y encontré unos tres mil dólares en el bolsillo de una campera que iba a darle al ejército de salvación. Y para terminar la novela me dije: "Bueno, viajo a Túnez". No tenía ningún sentido. Pero nunca la pasé tan bien como con ese proyecto. Llegué a Túnez desde Holanda. Y en la agencia de viajes en Holanda la mina me dice: "¿Por qué querés ir a Túnez?" Era un momento pésimo para ir. Había habido dos atentados muy bravos. La del tipo que mata a los turistas blancos que están asoleándose en la playa. Y otro el museo de El Bardo, donde entraron tipos armados y empezaron a disparar mal. Todo eso en un contexto entre las guerras de Cartago y Roma. Yo llego unos meses después y era prácticamente el único turista. Y eso también estaba buenísimo. Entonces me compré la remera de Túnez, era el único pelotudo que se había comprado esa remera, no me integraba. Nadie usa la remera de Túnez allá. Y tuve muy linda impresión de lo que era la vieja ciudad de Cartago, con todos sus mambos. Yo dormía en frente de un cementerio infantil, creo que eran 9000 tumbas de niños sacrificados. Se hacía a nivel industrial. Ahora hay otras lógicas, pero en su momento era la forma de beneficiar a los sembrados. Era la lógica de esa época. Y a toda esa zona la vi muy atractiva, muy desolada. Con baches, logré terminar la novela. Concretamente hay momentos en que uno no sabe cómo avanzar. No es maquinal. Casi nunca he tenido en la cabeza adónde tenía ir. A veces escribo un título y después trato de embocar lo que escribo en ese título.
Es como un espíritu.
Bueno, ¿qué se recuerda de las novelas? ¿Qué queda? A veces son como ambientes, espíritus. A mí una novela que me encantó, ya de adulto, fue El corazón de las tinieblas, de Conrad. ¿Qué queda de esa novela? Queda como un espíritu. Una sensación. Una atmósfera. Entonces si uno tiene la suerte de alcanzar alguna atmósfera que después se recuerde… Puede fallar. Es sin recetas el asunto.
Uno tiene la impresión de que después del tercer o cuarto libro va a ser más fácil.
Yo creo que es más difícil. Ahora yo estoy tardando más en escribir.
Fuiste muy productivo en este tiempo.
Sí, pero no sé si es esa la palabra. Escribí cosas. Pero como dice Carlos Busqued, las novelas no fueron cosas que detuviesen imperios. Uno quisiera impactar en el curso de las cosas, tener una voz en el mundo.
¿Cómo escribís?
Obviamente con la computadora. Abro archivos y voy tirando. En líneas generales primero abro una carpeta con el título. Poner un título va produciendo las cosas. Después abro un documento con ideas, que agarro de cualquier lado. Por un lado no leo mucha ficción, pero no puedo negar que leo permanentemente. Leo en los semáforos. Es un vicio, no es ninguna virtud. Leo cosas que me pueden gustar. Ahora estoy con la filosofía. Leo algo para mí propósito, de ciencia o de cosas raras o de lo que sea. Y de ahí salen ideas y las voy poniendo en un word. Y me gusta esa frase de “los significantes copulan entre sí”. Lo dejás esa noche y al otro día hay un yoghurt. Burroughs tenía el sistema este del cut up, que iba cortando palabras y armando collages. Ahí se producía un sentido nuevo. Porque esa es la gracia. Sentir que uno está armando algo ligeramente novedoso con respecto a lo que uno ya venía pensando. Un descubrimiento para uno mismo.
Esto de acumular datos es muy contemporáneo. Nuestra experiencia frente a la internet.
Sí, somos editores. Djs. Y entre esos datos yo exploto mis propias cagadas o las cosas que me ocurren en la vida cotidiana. Alguna escena. Algo que me dice alguien. Entra. Son collages. Y es muy difícil decir algo, porque todos estamos expuestos a la misma masa de datos.